El intento de golpe de estado en Brasil: enseñanzas para los nicaragüenses democráticos

<<¿Por qué vamos nosotros, que queremos libertad y democracia para Nicaragua, y para el mundo, porque el mundo está interconectado y el virus viaja, a apoyar a ninguna fuerza autoritaria, porque se diga “de izquierda”, o “de derecha”?>>

El 8 de enero de 2023, turbas violentas asaltaron y causaron gran destrucción en la Corte Suprema de Justicia de Brasil, e hicieron lo mismo, pero a menor escala, en la casa presidencial y el edificio del Congreso. Ya habían acampado por meses en los alrededores, y habían llegado a la capital en numerosos buses. Su movimiento había hecho manifestaciones frecuentes frente a cuarteles, pidiendo al Ejército que diera un golpe de estado contra el gobierno electo en Octubre de 2022, a pesar de que este no tomó posesión sino hasta el 1º de Enero. El líder del movimiento, el ahora expresidente Jair Bolsonaro, derrotado en las urnas sin fraude, por margen estrecho, pero claro y documentado por todos los observadores, se negó a reconocer su derrota, alentó a sus seguidores a protestar, y se fue a La Florida días antes de la entrega del poder. No quiso, en la buena tradición de la democracia, entregar el mando en ceremonia pública, del gobernante saliente al entrante, el gesto que dice a toda la sociedad y al mundo que hay una transición pacífica al frente del Estado. Y el gesto humano que dice que vale más el triunfo de la voluntad popular que el ego herido del político. Y en extraña coincidencia, el jefe de las fuerzas de seguridad de Brasilia incumplió los planes acordados con otros cuerpos de policía y poderes políticos, y se fue también a La Florida, dejando el campo abierto a las turbas que asaltaron los edificios públicos. Para rematar, se vio a soldados y policías fotografiarse y confraternizar con los vándalos.  

¿Qué ocurrió después? Una reacción virtualmente unánime de las instituciones en contra del golpe. El presidente Lula, ante los rumores de connivencia de partes de las fuerzas armadas, convocó a los tres jefes principales, les recordó su deber de lealtad a la autoridad civil, en privado y en público. Sea cual haya sido el sentimiento del alto mando militar, la presión institucional y popular fue lo suficientemente fuerte como para obligarlo a comprometerse en la defensa de la democracia. Lula luego convocó a todos los gobernadores electos en cada Estado (26 + Brasilia, la capital) a una reunión pública, ante las cámaras de todos los medios del país. Acudieron todos, incluyendo a gobernadores que habían sido electos como partidarios del expresidente Bolsonaro. ¿Y cuál fue la actitud de la prensa, que en Brasil no solo es independiente del gobierno, sino con frecuencia hostil ante este, en particular ante los que Lula ha encabezado?  De inmediato condenaron el ataque a Brasilia, como un ataque a la democracia, y calificaron a los participantes, incitadores y financiadores de “terroristas”, “criminales”, y “golpistas”. Nada de esto fue impuesto por el gobierno, mucho menos por el partido del presidente, que es, por sí solo, una fuerza minoritaria en el Congreso. Este último refrendó el decreto presidencial que ponía bajo control de las fuerzas federales la seguridad de Brasilia, en entredicho por la sospechada complicidad del líder local de esta.

Hasta aquí los hechos comprobados. Debe añadirse que las autoridades prometen investigar quién organizó y financió el intento de golpe, y ya han aparecido videos en los cuales allegados al expresidente Donald Trump de Estados Unidos aparecen hablando ante partidarios de Bolsonaro, alentando un levantamiento.

¿Qué aprendemos de esto? Es esencial, para quienes buscamos libertad y democracia en Nicaragua, completar el rompecabezas de la verdad en la política contemporánea. El intento de golpe en Brasil nos muestra que hay una fuerza internacional, activa y beligerante, que a través de la negación de las instituciones quiere hacerse del poder por la fuerza. Lo que ocurrió en Brasil el 8 de enero es casi una copia al carbón de lo ocurrido el 6 de enero, hace un año, en Estados Unidos. Recientemente el gobierno alemán descubrió y abortó un intento de golpe que reflejaba las mismas ideas y exhibía las mismas conexiones. En España, a mediados de Octubre el partido de ultraderecha Vox llevó a cabo una celebración en la cual coreaban y cantaban canciones racistas, xenofóbicas, mientras presentaban en pantallas gigantes a la líder fascista de Italia y al expresidente Trump. En El Salvador, utilizando la lucha contra el crimen de excusa, nace una dictadura, acusada ya de crímenes de lesa humanidad por las mismas organizaciones que han acusado a Ortega.

Y esta es una gran enseñanza, que se repite ante nuestros ojos, y hay que repetirla en nuestra mente y nuestro discurso: la lucha no es entre izquierda y derecha, sino entre fascismo (u otras formas de autoritarismo) y democracia. Se comete un grave error al decir lo contrario, al creer que hay que apoyar a la entrecomillas “derecha” para salvarse de la opresión de la entrecomillas “izquierda”.  Fíjense bien en dos ejemplos. Uno es el que estamos comentando, el de Brasil. En este caso, la identidad ideológica del partido en el poder, y de su líder, es de izquierda. Y, sin embargo, quienes defienden la democracia son, efectivamente, ellos, el partido de izquierda que ha ganado las elecciones, mientras sus enemigos, que se identifican a sí mismos como la “derecha”, claman por una dictadura militar y atacan a las instituciones democráticas. De hecho, la derecha fascista que ha intentado derribar al gobierno legítimamente electo de Brasil más bien tiene un paralelo autoritario (y ojalá que no llegue a más) en el movimiento liderado por Andrés Manuel López Obrador en México, que se autodenomina “izquierda”. ¿Ven cómo no es el membrete? ¿Y Bukele, de qué signo es un antiguo miembro del FMLN ahora aplaudido por la “derecha” y que ya cosecha miles de violaciones de derechos humanos y crímenes sin razón?

¿Por qué vamos nosotros, que queremos libertad y democracia para Nicaragua, y para el mundo, porque el mundo está interconectado y el virus viaja, a apoyar a ninguna fuerza autoritaria, porque se diga “de izquierda”, o “de derecha”? De ninguna manera, ya vemos que el membrete es secundario, que lo que importa es la actitud ante el poder.  El membrete, con frecuencia, es trampa propagandística, ha perdido, en nuestros días, en nuestros países, más significado que ese. [¿Qué significa que Ortega se diga “de izquierda” cuando sus principales socios son los milmillonarios, su soporte principal los gobiernos de Estados Unidos, y sus políticas económicas y sociales lo convierten en alumno preferido del Fondo Monetario Internacional? ¡No se olviden que este régimen supuestamente de izquierda inició la crisis actual por recortar sus magros beneficios a los jubilados pobres!].

Por eso es una incongruencia que un nicaragüense que reclame libertad para su país, para la cual es indispensable la democracia, apoye movimientos que atenten contra dos palabras que deben ser nuestra meta: orden democrático. Orden, no turbas violentas que vierten su odio y su ignorancia en la destrucción. Democrático, respetuoso de los procesos de elección, que, en una democracia, como señaló Lula en su alocución, deben permitir que quien gane gobierne, y que quien pierde sea respetado para seguir luchando.

Del discurso de Lula, por cierto, hay una afirmación que para nuestro pueblo es esencial. El presidente brasileño advirtió a sus conciudadanos, visiblemente emocionado, esto: “no podemos perder la democracia, aunque la democracia es complicada, tenemos que convivir con quien no simpatizamos, y la razón es que solo con democracia podemos trabajar para que los pobres tengan trabajo, puedan educarse, tengan salud.” 

Para eso, y porque la libertad no tiene precio, es que quienes no tenemos democracia la queremos. Y para no perdernos en el camino, hay que estar alerta a toda tentación autoritaria. El enemigo de mi enemigo puede parecer hoy nuestro amigo, y después volverse nuestro peor enemigo. Para eso tenemos un nombre: FSLN. 

En lugar de esos cálculos a ciegas, debemos ir con los ojos abiertos, sin perder de vista la meta de la revolución democrática, dentro de la cual cada quién tendrá la capacidad de ejercer su derecho a pensar como le plazca, sin que ningún régimen, bajo una excusa ideológica, se lo arrebate. 

Francisco Larios
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El autor es Doctor en Economía, escritor, y editor de revistaabril.org.

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