El Macbeth de Shakespeare, los fantasmas de Ortega, y el Acto Final de la tragedia nicaragüense
Néstor Cedeño
Néstor Cedeño es autor de Entre rebelión y dictadura y Entre lucha y esperanza,
dos obras de relatos, poemas y escritos sobre la rebelión cívica de 2018 en Nicaragua.
En mi día a día soy maestro de literatura; por lo tanto, veo y analizo muchas cosas a través de un lente literario. Uno de mis escritores favoritos es William Shakespeare, quien escribió una obra que podría personificar fácilmente lo que Nicaragua ha estado viviendo desde antes del 2018. Esa obra es La tragedia de Macbeth, una historia que está lejos de ser un episodio de Pancho Madrigal y supera con creces en drama y manipulación política a cualquier programa radial de La Corporación.
Para aquellos que no conocen -o no han leído Shakespeare en mucho tiempo- Macbeth es la historia de un hombre que en su búsqueda de poder y grandeza es fácilmente manipulado por sus emociones y por los que lo rodean… especialmente por su esposa, Lady Macbeth.
Permítanme darles el argumento de que Daniel Ortega es básicamente la encarnación de ese soldado escocés, convertido en un gobernante asesino que Shakespeare retrató en su obra.
Todos sabemos que Ortega no es un verdadero «comandante»: esa palabra está tan gastada como las excusas del MINSA ante la pandemia del Coronavirus, y agradecemos a Fabio Medina, autor de El preso 198, por recordarnos ese hecho en su libro. Pero muchos nicaragüenses -básicamente los que lo adoran a él y su mística- siguen creyendo que este ladrón de bancos sin título universitario, que pasó tiempo en prisión y en el exilio, es un gran líder militar que guio al país a través de un levantamiento popular y una guerra civil volátil. El personaje de Macbeth comienza su historia como un soldado leal, que es visto por aquellos que han sido testigos de sus acciones como un líder militar capaz de sacrificarse en nombre del rey y del país, cuando en el fondo de él crece un deseo por otras cosas.
Se puede deducir fácilmente que Ortega -como Macbeth- se entregó totalmente a su ambición. Esa búsqueda en ambos hombres seguramente fue alimentada por los celos contra aquellos que eran más calificados que ellos, y también por voces que alimentaban sus hambres de poder y grandeza. En el caso de Ortega, su Lady Macbeth es “la compañera Rosario”, quien claramente vio la oportunidad de manipular a su hombre y llevarlo por el camino de la ambición absoluta. Una mujer que le reza a sus malos espíritus buscando la fuerza necesaria para asegurarse de que su esposo obtenga lo que él y -quizás más importante aún, ella –desea. Me imagino como logró convencerlo de arriesgarlo todo, quizás diciéndole tal como Lady Macbeth le dijo a su esposo: «Tú tensa tu valor hasta el límite, y no fallaremos».
No pretendo decir que Ortega no se hubiera convertido en el monstruo que todos conocemos sin la influencia de Murillo, pero esta, como Lady Macbeth en la obra, jugó el papel de cónyuge dedicada e igualmente ambiciosa -algunos dirán que mostró más ambición que su marido- y dio el empujón que necesitaba él para «ir con todo».
La obra también utiliza las manipulaciones de tres brujas cuyo único propósito es susurrar al oído de Macbeth las palabras que tanto quiere oír: «¡Salud a ti, Macbeth, que serás rey!». Esas tres brujas podrían ser cualquiera de los del círculo íntimo de Ortega que a lo largo de los años le han susurrado a su oído «Sos el gallo ennavajado; Con D.O.S. en la dos; Miko-mandante Zekeda». Podría ser cualquiera que lo viera y siga viéndolo como una ruta hacia sus propias ambiciones personales. Decida usted quienes son esas «brujas».
¿De quién se deshizo Ortega para lograr ponerse a la cabeza de Nicaragua? Macbeth apuñaló a un rey en el corazón -literal y figuradamente- e incriminó a sus dos hijos, forzándoles a huir, convirtiéndose de esa forma en gobernante de facto. ¿Quién más pudo haber sido escogido líder del Frente Sandinista? ¿Terminó apuñalado por Ortega también?
Ya en el poder, tanto Macbeth como Ortega demuestran que la ambición no se detiene una vez que has alcanzado la meta. El deseo de tener más y la necesidad de mantener ese poder siguen alimentando sus aspiraciones. Aquellos que se interponen en el camino deben ser eliminados rápidamente en defensa del poder obtenido. Macbeth termina por matar a su mejor amigo y compañero de armas, asesinándolo para así destruir un linaje que amenazaba su reinado, asegurándose un poder ejercido sin ningún desafío real. Ambos van tras sus adversarios políticos, abusando de su poder para asesinar a sus opositores – e incluso a sus familias- del momento en que se atreven a interponerse entre ellos y sus futuras “victorias”.
Todos conocemos los casos de aquellos que le dieron la espalda a Ortega y a cambio pagaron con sus vidas o su libertad. Piensen en aquellos que murieron, baleados en público y delante de sus hijos, o golpeados y asesinados en sus casas, y recuerden que esos asesinos matan y van a la vela. ¿Cuántos han perdido y siguen perdiendo la vida simplemente por levantarse en contra de aquella pareja que consideran corrupta y tiránica? Una pareja que piensa que el poder -una vez obtenido- tiene que ser siempre defendido sin importar el costo.
La locura que consume a una persona llena de ambición es tan devastadora como la ambición misma. El personaje de Macbeth deja que ese sentimiento lo consuma – lo lleva al punto en que comienza a tener visiones. Por ejemplo, una daga fantasmal que lo incita a asesinar al rey, o a una versión igualmente fantasmal de su amigo asesinado, sentado en un asiento vacío, mirando a Macbeth y haciendo que su locura se manifieste frente a cada lamebotas en el salón. De la misma manera vemos a un Ortega visiblemente desgastado, hablando incoherencias, pero con un discurso reciclado de una “revolución” que nunca murió. Quien sabe qué fantasmas pasan vagando por los pasillos de su búnker del Carmen, atormentándolo hasta que le llegue su día del Juicio.
Eventualmente, demasiada ambición puede terminar en desastre, y es por eso que la historia de Macbeth es una tragedia. Con el tiempo, aquellos que habían sido testigos de lo ocurrido a su país encontraron una manera de unirse y dejar de lado sus propias ambiciones y diferencias personales o políticas. Regresaron de un exilio forzado para reclamar lo perdido.
Lamentablemente, la unidad en Nicaragua es un sueño que sigue estando lejos de convertirse en realidad. La política interna y la diplomacia externa han truncado el propósito de la lucha que surgió en abril del 2018. Nuestro Macbeth se ríe de nosotros, pensando que nada ni nadie puede quitarle su corona, y ve cómo nuestra amada Nicaragua ha caído en decadencia mientras él y su círculo siguen enriqueciéndose con ambición ilimitada. Las madres, los presos políticos, los exiliados, los estudiantes y el pueblo en general se encuentran en una especie de limbo en el cual nadie desea estar. ¿Dónde está ese «ejército» de ciudadanos unidos que buscan recuperar su nación de las manos de un tirano, no a través de la violencia, sino por la protesta pacífica? ¿Quiénes serán las personas que nos dirijan y acaben con el usurpador, y pongan a Nicaragua en la senda de la democracia verdadera y… de la república verdadera?
Simplemente no lo sabemos, pero si La tragedia de Macbeth nos enseña algo es que el bien ganará y este «rey» caerá. Al final Macbeth perdió la guerra, terminó completamente solo, y su cabeza rodó. Ortega no está muy lejos de ese final – porque su ambición lo llevará a la ruina- y quedará en la historia como un tirano más… quedará como el Macbeth de Nicaragua.