El Minotauro [Las paredes invisibles que impiden el avance hacia la democracia en Nicaragua]
Francisco Larios
El autor es Doctor en Economía, escritor, y editor de revistaabril.org.
Enrique Sáenz (acertadamente, en mi opinión) comenta que el régimen orteguista toma un giro cada vez más marcadamente totalitario, fascista, y da pasos que no solo indican su total desinterés en una salida electoral de la crisis, sino que demuestran que la meta del dictador es, simple y sencillamente, «aniquilar la totalidad de los derechos ciudadanos«.
Uno estaría tentado de decir, sin más comentario: «por supuesto, ¿quién puede dudarlo?». Pero ocurre que la llamada «oposición» nicaragüense actúa como si el pueblo nicaragüense enfrentase otro tipo de adversario, uno capaz de considerar «salidas electorales», y en cuyo calendario «Noviembre de 2021» fuese la fecha fundamental.
Pero no es así. El régimen no busca «salida electoral», porque no busca «salida», porque «salir» para ellos equivale a «morir», y por tanto no colaborarán voluntariamente en construir ninguna «salida». Esperar eso es como planear una batalla asumiendo que el enemigo se suicidará antes de que suene el primer cañonazo.
Desde este punto de vista, «Noviembre de 2021» es solo una fecha que lucía apetecible para la dictadura en «Abril de 2018«, porque prolongaba su existencia, y de hecho–con ayuda de sus cómplices domésticos e internacionales– podía usarse como reloj de hipnosis para calmar la rebelión. «Repita conmigo: reforma electoral, reforma electoral, reforma electoral…» hasta dormir al paciente…
«Modelo de consenso» y fascismo: conocer al enemigo, ser realista para poder vencerlo.
Si en algo que creo que valga la pena ventilar discrepo de la opinión de Sáenz, es en esto: a mi entender, el régimen Ortega-Murillo no avanza en dirección al fascismo, apenas legaliza el estado policial; ha sido fascista desde hace mucho tiempo. Para quienes luchan por la democracia en Nicaragua, este no es un asunto meramente académico, sino que tiene que ver con la identificación de aliados y adversarios, amigos y enemigos de la causa democrática.
Por eso invito a considerar la siguiente propuesta: el modelo fascista del poder estatal empezó desde que en el país fue instalado el «Consenso» con el gran capital. La combinación de corporativismo en lo económico y autoritarismo en lo político que nació de ese matrimonio calza perfectamente en el molde del fascismo europeo. De hecho, es difícil encontrar un esquema de distribución y ejercicio de poder en América Latina más cercano a ese molde, al menos desde la disolución formal del pinochetismo en Chile.
Y el esquema sigue en pie, por más que los «empresarios» hagan ahora una inversión de cobertura apalancada (al estilo de un «hedge fund» financiero), dividiendo su representación como una ameba, entre la oposición nominal (a la que enferman y desactivan), la diplomacia, y el gobierno. Sigue ahí, en pie, y es esencial que esto se entienda. Mientras que los demócratas nicaragüenses, llevados por nuestro atraso político u otras razones, seamos incapaces de reconocer la presencia, en medio de la habitación, de semejante elefante sucio, no será posible articular una estrategia realista para derrocar al sistema. Y no digo «fácil«, como la falsificación que quieren vender los embaucadores, sino realista.
Los círculos del poder en Nicaragua: un laberinto protege al Minotauro.
La razón, de ser correcta la hipótesis que he presentado, es que el sistema político dictatorial de Nicaragua no se reduce a la pareja criminal de El Carmen y sus secuaces inmediatos. Es un sistema más amplio, con muchos más elementos de resistencia, más capas y anillos de poder. Algunos son apenas discernibles. Tan poco, que en tiempos normales logran esconder su papel en el funcionamiento del poder. Son como muros o paredes prácticamente invisibles. Juntos constituyen la coraza del monstruo dictatorial. Si no se ha derrocado a Ortega y Murillo hasta hoy, es en gran medida porque el pueblo chocó con esas paredes invisibles. Hay que derribarlas antes de llegar a la guarida del monstruo. Hay que tumbar las paredes del laberinto para llegar al Minotauro.
Un plano del laberinto
El laberinto tiene la forma de círculos concéntricos alrededor de un núcleo (la guarida del monstruo). En el círculo más cercano se encuentran los clanes políticos afiliados al FSLN y los partidos zancudos, como el PLC y CxL; a poca distancia, y con puertas y pasadizos oscuros que comunican con el círculo central, los socios políticos-comerciales que el «núcleo» tiene en el COSEP; en un siguiente círculo se ubican ‘instrumentos’ político-diplomáticos como la Alianza Cívica, alrededor de la cual orbitan, en el siguiente círculo, agentes individuales de estos instrumentos, tales como Mario Arana, Arturo Cruz, y José Pallais; en un círculo más alejado del núcleo, pero dentro del mismo «sistema solar», se encuentra una serie de políticos que por el momento describiré como «pragmáticos», tales como Violeta Granera y Félix Maradiaga (otros dicen «oportunistas», vocablo que evito para no predisponer la conversación); y, por último, flotando casi en dispersión, pero atrapados por la fuerza gravitacional del sistema, los jóvenes que desde Abril fueron cooptados para adornar de años frescos el escenario. Cada uno de estos círculos es un muro, una pared, un obstáculo para el pueblo democrático. No existe manera de llegar al Minotauro sin cruzarlos. Añadiré (aunque ya he sido llamado ingenuo por mi duda) que no estoy seguro si el liderazgo campesino está atrapado en uno de esos círculos o si atraviesa el sistema como un cometa en busca de otro destino.
¿Es posible la democracia en Nicaragua?
Dejo de fuera de esta discusión la naturaleza de la fuerza gravitacional del sistema, las redes económicas y sociales, los intereses de clase que desde fines del período colonial han controlado el país e impedido su avance a la modernidad. Fuera de esta discusión, pero no fuera de la conciencia, ni de la vista. Porque en el fondo el Minotauro es simplemente el defensor de turno de un orden socioeconómico opresivo, precapitalista, y ferozmente antidemocrático. Es un orden que apenas puede ser llamado “orden”, porque las familias que controlan Nicaragua desde que su población no pasaba quizás de 200,000 personas no han sido siquiera capaces de encontrar un “Consenso” transgeneracional, y van de guerra en guerra, arrastrando al país de baño de sangre a baño de sangre, incapaces de cultivarse y cultivar, empeñados en una rapiña destructiva, golosa, exhibiendo quizás el nivel más rústico de inteligencia entre los grupos dominantes de la América Latina. Por eso es esencial que se estudie y se comprenda esta realidad de horror que subyace los conflictos políticos nicaragüenses, y que está destinada, si no se transforma, a hacer imposible la democracia, por más que soñemos, por más que nuestra gente muera y sufra por soñar.
El primer paso: iniciar la búsqueda de la verdad
El primer obstáculo que hay que demoler es el engaño y la manipulación de las clases dominantes de herederos-propietarios-rentistas, cuyo dominio sobrevive parasitariamente a través de las décadas. Demoler el engaño y la manipulación perpetrado por estas élites retrógradas no es fácil, ya que siempre han contado con la mediatización de la noticia y la capacidad de moldear la ideología de la sociedad a conveniencia. Se reporta, por ejemplo, que tanto La Prensa como Confidencial omitieron los nombres de Pellas y otros propietarios en una información que ambos medios publicaron, y que compromete a los magnates como cómplices directos y beneficiarios de la represión orteguista, ya que habrían vendido, según una investigación de Transparencia, 130 camionetas de la muerte [los vehículos usados para perpetrar secuestros y asesinatos] a cambio de 4 millones de dólares.
Pellas y otros mafiosos de la misma calaña merecen que se les enjuicie por complicidad, no que se protejan sus nombres. Y merece, la democracia, la verdad sin la cual muere. Esa verdad dolorosa, pero que es medicina para el dolor, más intenso aún, de la desesperanza y la violencia. Es dolorosa porque extirpa los mitos que crean comodidad, alimentan la pereza, el miedo y el conformismo. Pero es esencial para la cura; no hay esperanza de llegar a destino si no se despeja la vista, si no logramos, de la manera que sea, conocer realmente el terreno que pisamos o el mar que navegamos.
En el caso de la Nicaragua de hoy, esto quiere decir que hay que cuestionarlo todo, que hay que bajar a todos del pedestal y someterlos a estudio serio. Y no se trata de demoler las estatuas arbitrariamente para lanzarlas, hechas trizas, contra nuestros adversarios. Se trata de entender, en toda su humanidad defectuosa, a los personajes, y así entender mejor nuestra historia: hay que diseccionar a Sandino, a José Dolores Estrada, a Máximo Jerez, a Pedro Joaquín Chamorro Cardenal, y a cuanto “héroe y mártir” o “figura respetable” se convierta en objeto de adoración, píldora adormecedora y reloj de hipnosis. Y no hay que construir más pedestales.
¿Qué implicaciones prácticas tiene todo esto para la lucha?
Entender que el Minotauro es el representante actual, temporal, de turno, de intereses socioeconómicos de larga duración, y que el Minotauro habita un laberinto de círculos concéntricos, tiene implicaciones prácticas poderosas para la lucha democrática. Empezando por la más evidente: si nadie está dispuesto a creer que Ortega sea aliado nuestro contra Ortega, por la misma lógica nadie debería creer que Pellas vaya a ponerse del lado de quienes estén contra Pellas. De igual manera, no es posible asumir que Pellas (Ortiz, etc.) luchará con nosotros, menos aún por nosotros, contra Ortega. Entre ellos podrán, llegado el caso, enfrentarse. Pero que estén el uno contra el otro no quiere decir que estén con quienes aspiramos a derribar el laberinto. Si algo han demostrado estos sufridos años, es que los círculos concéntricos están suficientemente atados a la estructura del sistema dictatorial para mantenerse en pie y jugar su papel.
Es decir, repito, insisto: un plan de lucha sensato no puede asumir que, de nuestra parte, con nosotros, contra el sistema dictatorial, por nuestros intereses, estén Pellas, Ortiz y su cohorte; ni que los Arana, Aguerri, Pallais, Cruz, Vargas, Chamorro, servidores todos de los herederos-propietarios-rentistas del círculo de Pellas, vayan a luchar con el pueblo contra sus patrones y padrinos, quienes a su vez están atados al Minotauro. Y quizás sea algo menos intuitivo, pero tampoco puede el pueblo democrático asumir que los políticos «pragmáticos” luchen contra los habitantes del círculo anterior en el laberinto que también parece atraparlos. Porque la evidencia, hasta la fecha, muestra que estos políticos han decidido «jugar el juego» [para usar el frío y cruel lenguaje de Mario Arana] en los términos propuestos por el círculo de políticos servidores de la Alianza, a su vez servidora del gran capital, a su vez servidor del Minotauro. Puede decirse que los pragmáticos manifiestan una vocación de ‘tacto y prudencia‘ tan arraigada que terminan sacrificando algo que es preciso, ¡indispensable! para que un cambio democrático tenga probabilidad de triunfo en Nicaragua: el protagonismo popular. De hecho, como el ámbito de actividad de estos políticos es cercano a la periferia del sistema (menos cercano al centro), y como no son fuentes singulares de poder [son, a los ojos de la oligarquía militar-financiera del FSLN-Vieja Casta, simples minúsculos mengalos] su discurso tiende a ser resbaloso, como el moho sobre una piedra de río. Es que no les queda más remedio. Por falta de respuestas que puedan satisfacer a la ciudadanía, y porque carecen del poder suficiente para doblar la mano de los círculos más próximos al Minotauro, no les queda más remedio que cantinflear. Y así no es posible conducir, abrir las puertas, propiciar, alentar el protagonismo popular. Las ‘habilidades’ comunicativas y transaccionales de estos pragmáticos podrían tal vez ser útiles en el ajedrez de gobernanza cotidiana de una democracia parlamentaria consolidada, pero en encrucijadas de vida o muerte, como la que vive Nicaragua, representan lo viejo, lo reaccionario, el atraso, el rezago, y sus palabras son escuchadas con sospecha por la gente, que –sabiamente— no está dispuesta a arriesgar el pellejo a su llamado.
¿Qué hacer?
Nicaragua vive tiempos aciagos. La historia del país, cercenada de su propia antigüedad por la violencia, se vuelve trágicamente evidente en la violencia de que somos testigos. Es la imagen de una mujer junto al cadáver de su esposo, que se desangra en una esquina de Masaya. Lo han asesinado los paramilitares de Ortega, esos “ciudadanos que se defienden” que el cinismo del tirano elogia. Hay una tiradora de hule sobre el pavimento. Una tiradora contra un ejército, contra un Estado, contra los sicarios de un Estado. Y una mujer que expulsa desde el fondo de su entraña atormentada, como desde el fondo de la tierra, como desde lo profundo del volcán que arde al lado de su ciudad, gritos de dolor que hacen que todos los otros ruidos de la devastación desaparezcan. Queda ella ahí, destrozada, pero erguida. Queda la cuenta pendiente y queda la historia de su pena en la historia que las élites conspiran para borrar. Mientras tanto, en un salón de conferencias de Miami, cuando le preguntan si los empresarios van a unirse a la desobediencia civil, Juan Sebastián Chamorro nos dice que ellos “no están ahí todavía”; y otro empresario, de apellido Vargas, se pregunta, con aparente remordimiento: “¿no será que empujamos demasiado a Ortega?”.
Por eso, qué hacer comienza porhacer sin ellos, por buscar la autonomía política de los nicaragüenses demócratas, del pueblo desposeído de poder y esperanza, de todos los que están fuera del laberinto, y quieren— ¡necesitan! –que no exista un Minotauro, ni este Minotauro ni ningún otro Minotauro. Sin esa autonomía no habrá nunca democracia sostenible en Nicaragua. Nunca, aunque se arranque de nuevo como se dijo “arrancar” en 1990, en 1979, en el Kupia Kumi de los conservadores, en el pacto de Emiliano Chamorro y Anastasio Somoza García, en las componendas que intentaron los interventores de Estados Unidos (invitados por una u otra facción de la oligarquía), en todas las múltiples “reconciliaciones” que después de las múltiples guerras, asonadas, golpes, traiciones y desastres nos han vendido como “cívicas” quienes no entienden de civis y civitas, solo de siervos, hacienda y encomienda.