El mito del divisionismo

Pío Martínez
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Aquel tramposo (o grupo de tramposos) interesado en juntar a la gente alrededor de su persona (o grupo de personas) al fracasar en su intento dirá que los nicaragüenses somos incapaces de unirnos. Como aprendí de mi amigo Pablo Salazar: “cuando la partera es mala le echa la culpa al cipote”.

Son ellos quienes son incapaces de unirnos. No tienen lo que se requiere. No es que somos incapaces de unirnos, es que no vamos a juntarnos alrededor de cualquiera ni alrededor de cualquier cosa. 

Ya hemos demostrado más de una vez que somos capaces de unirnos, ya nos hemos unido y esa unidad al final nos llevó por mal camino, y claro “el que se ha quemado con leche hasta la cuajada sopla”. No vamos a unirnos alrededor de la linda cara de un tramposo o un grupo de ellos, por mucho que se perfumen para ocultar sus hedores. Por más que logren engañar a unos cuantos inocentes no lograrán engañar a todos. 

Yo estoy completamente seguro de que si la unidad se produjese alrededor de grandes ideas –justicia, democracia, libertad, derrocamiento de la dictadura y por el estilo– y fuese impulsada por personas honestas y desinteresadas –pues aún las hay en Nicaragua–, la unión iría por buen camino. Pero si cínicamente nos llaman a unirnos alrededor de ellos, gente como Tünnermann, Pallais, Aguerri (y hay que llamarlos por su nombre) solo para mencionar algunos, que más de una vez nos hicieron trampas, nos llevaron por mal camino y traicionaron nuestra confianza, no es de sorprenderse que solo logren juntar a algunos incautos y a muchos interesados en el botín, zopilotes preparándose para el festín. 

No me venga pues con el cuento del divisionismo ni se deje usted convencer de ello. Como siempre, mantenga su cerebro despejado, estudie la historia, revise los currículos de quienes le llaman a su lado pues bien puede ser que como tantas otras veces ha ocurrido, lo único que quieren de usted es que les saque las castañas del fuego, como en ese poema de Ricardo Carrasquilla, que tanto me enseñó sobre la vida, que con tanta frecuencia escuchara yo de boca de mi padre y que reproduzco aquí para usted.

EL MONO Y EL GATO

Tenía el señor don Gil,
hombre amigo de cucañas,
rebosando de castañas,
un estupendo barril.

Y envíanle de Tetuán
un mono de pocos años,
que por sus muchos amaños
se llamó el Gran Capitán.

Entró nuestro mono un día
de Don Gil al aposento,
y ocurrióle en el momento
una extraña fechoría:

Del barril logró sacar
de castañas un puñado,
y en la estufa con cuidado
echólas luego a tostar.

Alegre como unas pascuas
da el comerlas por seguro;
mas hallóse en gran apuro
al mirarlas hechas ascuas;

Y notando a Zapirón,
que en blando cojín dormía
díjole: «Ven, vida mía,
dueño de mi corazón;

Aquí podrás eludir
el duro rigor del frío;
no tardes, amigo mío,
tu falta me hace sufrir.»

Con zalamero ademán
y el espinazo encorvado,
paso a paso fuese andando
el gato hacia el Capitán;

Y éste de dulzura lleno,
le dijo: «Acércate más,
acércate y dormirás
repatingado en mi seno.»

El buen gato la cabeza
reclina con donosura,
y el mico por la cintura
agarróle con destreza,

Y tomándole una mano,
barre con ella la estufa.
Zapirón se encrespa y bufa
y pide venganza en vano,

Pues el monazo traidor
dice: «Calla, vil gatillo,
y agradece que me humillo
a aceptar de ti favor.

Si acaso mi acción no es buena,
al hombre debes culpar,
pues él me enseñó a sacar
la brasa con mano ajena.»

Ricardo Carrasquilla