El poder, los derechos ciudadanos, y el drama de Palestina
Francisco Larios
El autor es Doctor en Economía, escritor, y editor de revistaabril.org.
Lo que ocurre en Palestina no debería ocurrir, ni tolerarse. Como no debería ocurrir ni tolerarse que hubiera Ortegas y Maduros, y Uribes, y Bolsonaros, y Bukeles, Putines y el Comosellama que dicen que manda en Cuba.
Lo que queremos para cada uno de nosotros, justicia, libertad, respeto a nuestros derechos humanos, exijamos para cada uno de los otros.
La bandera de los derechos humanos es la salvación, y debe estar por encima de cualquier otra bandera, incluso de la bandera de cada nación.
Y no puede haber paz sin justicia. No puede haber paz en Palestina mientras la condición de los no-judíos sea una de colonizado-esclavo, de encierro en guetos, de sumisión al poder autoritario que los ha despojado.
Es imposible– de hecho, ¡no es ético! –que haya paz en una circunstancia así. No puede –de hecho, ¡no debe! — parar la resistencia contra la ocupación y los abusos.
Esto no es llamar al exterminio de los judíos que viven, y ya han nacido luego de que sus abuelos migraran hacia allá, en Palestina. Todos los nacidos en un lugar deben tener derecho de ciudadanía. Pero derecho de ciudadanía no significa derecho a esclavizar a quienes han vivido antes que uno, por muchos siglos, en el lugar. Y eso es lo que hacen los inmigrantes europeos que han fundado un estado semi-teocrático, el de Israel: expropiar a los habitantes originarios, despojarlos, matarlos, apabullarlos, desterrarlos por cientos de miles.
Y cuando digo «inmigrantes europeos» es porque lo son. El pasaporte que se han dado a sí mismos es el de su religión.
¿Algún católico nicaragüense tiene derecho reconocido de irse al Vaticano, sacar a curas, monjas y funcionarios de sus apartamentos, y decir, «yo soy católico, esto me pertenece, ¡fuera!».
Esa noción es irrisoria, y solo el poder militar de los imperios (el soviético, el británico y el estadounidense) logró que llegara a aceptarse. Y han creado un problema complejo para el mundo, y en lugar de resolverlo, atizan, apoyando todo lo que el gobierno de Israel haga, permitiendo que cometa crímenes de lesa humanidad, castigando a las víctimas, que en medio de la lucha, también llegan a cometer crímenes de lesa humanidad.
Un círculo de violencia horrorosa, literalmente horrorosa, que no acabará hasta que no haya un acuerdo de seres humanos, en el que todos los nacidos en Palestina, independientemente de su origen étnico, nacional, o religión, vean sus derechos humanos respetados, y en el que se restauren los derechos de los desterrados, y se les compense hasta donde sea posible por lo que hayan perdido.
Nociones que algunos llamarán utópicas, pero son realistas, porque constituyen la única manera realista de lidiar con un conflicto así, que ya no solo es entre “buenos” y “malos”, sino entre “malos” y “malos”, y –lo peor– entre “buenos” y “buenos”. Todos, animales encerrados en una jaula de violencia, luchando por sobrevivir. Lucha que podría durar muchas décadas más, siglos incluso.
Y si no se resuelve de manera civilizada y armónica terminará en holocausto para uno de los bandos, o para los dos.
Todo porque el Poder ve a la gente como dados, o como peones.
Así nos ve a nosotros también, aprendamos.