El poder, los pepenadores de botellas o latas vacías y el coronavirus
Oscar René Vargas
Los pepenadores recolectan de la basura botellas o latas vacías que los restaurantes y bares dejan en la acera, para ganarse la vida y sufragar la comida para su familia. Pero con el coronavirus que mantiene a la mayoría de los consumidores en casa y a los negocios cerrados, su actividad de recolectar basura ha parado o disminuido.
Los pepenadores juntan y clasifican la basura buscando artículos que puedan vender a las empresas de reciclaje. Para los pepenadores y los trabajadores informales, los más vulnerables de la cadena social, el coronavirus ha tenido un costo alto. En los últimos días no han podido obtener el dinero suficiente para comprar sus alimentos o mantener sus gastos.
Sabemos que la pandemia se propaga rápidamente y sabemos que es letal. A los pepenadores les preocupa el dinero, pero la salud es lo primero. Tienen mucho miedo de que el coronavirus infecte a sus familias, las vean morir y no puedan hacer nada.
El régimen Ortega-Murillo sigue sin proponer ningún plan, ninguna estrategia específica ante la crisis sanitaria que atraviesa el país en la cual se combinan la peor catástrofe sanitaria internacional del coronavirus y la irrupción de las consecuencias de una recesión económica mundial sin que se avizore ninguna protección para los males que están llegando y se acumularán en los próximos días.
Las declaraciones de Ortega y de los voceros del Ministerio de Salud (MINSA) no añaden nada nuevo sobre la situación desastrosa en que se encuentra el sector salud (tiene un déficit de miles de médicos y enfermeras entre otras tantas carencias), subestimando su terrible gravedad.
Como era de esperarse las decisiones del régimen han sido acogidas con críticas y con estupefacción por todos lados. Sólo el sector duro de sus partidarios las ha aprobado sin cuestionamiento y las señales indican que, por el momento, la reacción de marchar firmes con su jefe se ha impuesto. Sin embargo, se palpa la erosión de la popularidad del dúo presidencial en el seno de los sectores más amplios de la población.
La combinación de las dos crisis, la económica y la de salud, se profundiza y ahonda la crisis sociopolítica del país, como sucede en toda crisis importante. La verdadera crisis es la incompetencia del régimen y la falta de propuesta reales para mitigar la recesión y el coronavirus.
El desastre social del desempleo y la precariedad plantean la terrible crudeza de la situación, cuya solución no es ni de lejos el simple asistencialismo, ni las palabras huecas. El panorama del desempleo es tremendo.
Los desempleados están por completo desprotegidos pues en su abrumadora mayoría carecen de un seguro de social y laboran en las pequeñas y medianas empresas (las Pymes) golpeadas sin compasión por la recesión.
Además, más de la mitad del mercado laboral (7 de cada 10) la integran trabajadores del sector informal, quienes carecen de derechos laborales. Por eso para el fin de la pandemia, cuando ésta llegue, la cifra de desempleados que arrojarán la industria, el turismo, el comercio y los servicios, estará medida por una cifra de decenas de miles.
Un país en crisis requiere de una política que responda específicamente a la misma. Se trata de eso, de una decisión política. Los momentos de crisis exigen tajantes y radicales decisiones políticas. Es el régimen obviamente el responsable principal de delinear y forjar dicha política.
Ni el PLC, ni CxL tienen la menor legitimidad, ni fuerza para hacer una verdadera oposición al régimen Ortega-Murillo. Por lo que toca a la Coalición Nacional. Se trata de un agrupamiento heterogéneo. Está lejos de ser un verdadero partido integrado como está por las corrientes más dispares, cuyo único común denominador es estar en contra de la dictadura. No se puede ganar una batalla política sin estrategia.
Esta ausencia de portavoces partidarios políticos con legitimidad y eficaces ha tenido como consecuencia que las relaciones entre Ortega-Murillo y los sectores del gran capital tiendan hoy a centrarse en un pulso entre el régimen y los dirigentes directos del gran capital. Con ellos, Ortega se ha reunido constantemente desde el inicio de su gobierno, lo ha hecho antes y después de abril 2018.
El cuestionamiento al régimen Ortega-Murillo por parte de algunos miembros de la burguesía no podía quedar en el aire. Ortega se reúne constantemente con los hombres más ricos de Nicaragua y los rumbos cambian. Después los representantes del gran capital declaran que ni la división, ni la descalificación, ni la confrontación ayudan en un momento tan delicado para el país, proponiendo diálogo abierto y respeto a las posturas distintas.
A partir de abril 2018 ha surgido un orden sociopolítico asimétrico. Ortega continúa siendo el polo político dominante, con el control militar-policial y paramilitar; pero se enfrenta a un movimiento sociopolítico popular que le disputa el poder político y a un gran capital que intenta conservar sus beneficios oscilando entre Ortega y la nueva fuerza política emergente; dando como resultado una sociedad empantanada, en crisis y en equilibrio inestable.
Los sectores más perspicaces del capital se percatan que no pueden actuar como lo hicieron antes de abril 2018. Algunos siguen pensando que el modelo a seguir es el corporativo con algunas variantes, otros consideran que no pueden repetirlo impunemente. Están buscando nuevas formas para medrar en la actual crisis, ubicar las adecuadas a los cambios habidos, teniendo en cuenta que el trato con Ortega no puede ser igual al que tuvieron antes de abril 2018.
El gran capital sigue operando como dique de contención para evitar la caída inmediata y abrupta de Ortega-Murillo. La estrategia del gran capital ha sido una combinación de contención hacia el movimiento social, tratando de evitar una caída repentina del régimen, y de compromiso con el régimen.
Buscan tácticas nuevas para conseguir el mismo objetivo de siempre, lucrativas ganancias como su razón misma de existencia. Por su parte, Ortega no escatima elogios y favores hacia el ejército, la policía y los paramilitares. Son los pilares de la construcción de su proyecto: permanecer en el poder.
Ciertamente vivimos tiempos de giros bruscos y nos encontramos que muchos imprevistos están esperándonos. La tendencia, no obstante, será al crecimiento acelerado del descontento masivo y la necesidad de mantener el equilibrio catastrófico que se produce en las situaciones que dan lugar al nacimiento del bonapartismo.
Hoy en Nicaragua lo que despunta en el caso del régimen Ortega-Murillo no es producto de ninguna revolución sino de la descomposición del régimen imperante. La coyuntura a la que ha llegado la lucha sociopolítica ha determinado el surgimiento de una especie de bonapartismo senil.
Las enseñanzas estratégicas nos ilustran que el régimen Ortega-Murillo no se va a hundir por sí mismo, por más crisis que esté condenado a padecer. Ningún régimen autoritario abandona sus posiciones de privilegio autoinmolándose; hay que derrotarlo.
Vivimos una situación singular, extraña. Por una parte, los movimientos sociales parecen incapaces de echar abajo inmediatamente al régimen. Por otra parte, los ciudadanos apoyan con una fuerza sin precedentes el aislamiento del régimen. Al mismo tiempo, el debilitamiento del régimen pone a la orden la lucha inmediata por el poder.
La inmensa mayoría de la población empobrecida abrumada ante la crisis se mantiene a la expectativa, otro sector social minoritario sigue dominado todavía por el engaño tradicional del régimen, siguiendo al caudillo. Sin embargo, los terribles aguijones de las crisis combinadas removerán a la dictadura hasta sus cimientos.
Tenemos que hacer todo lo necesario para que esta crisis sanitaria, provocada por la pandemia del coronavirus, sea una suerte de antídoto contra el egoísmo, el mesianismo y la dictadura, un remedio contra la tentación de continuar resolviendo los problemas propios del régimen Ortega-Murillo a costa de los intereses de todos los nicaragüenses.