El reto ciudadano: seguir en la resignación o activar la rebeldía por el cambio

Oscar René Vargas
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No hay un liderazgo coherente para enfrentar la pandemia… El poder está en manos de personas megalómanas que sólo están interesadas en su propio poder… El régimen Ortega-Murillo ha visto la pandemia como una oportunidad política para desarmar al movimiento social, evitar una mayor recesión del maltrecho aparato económico y apalancar una negociación con los poderes fácticos económicos, políticos, religiosos e internacionales.

El país ha pasado de una sociedad analfabeta funcional, sin libros, sin leer, sin pensar, a la edad de la TV. Sin leer, sin pensar no hay cultura. Nos domina el lenguaje de lo mágico, de lo fantasioso, por no leer ni pensar, lo cual se refleja en el nivel de ignorancia en muchas aseveraciones estúpidas y falsas acerca del tratamiento del coronavirus.

Muchos ciudadanos no quieren ver la verdad, no les gusta. Tienen miedo de enfrentar el futuro. Los poderes fácticos fomentan el miedo y la resignación. ¿Será que viene operación “lavado de cara”?

La resignación es una droga que duerme a la gente. Si la mayoría acepta la resignación la sociedad seguirá adormecida, entonces el país no puede cambiar a los políticos tradicionales que ven los cargos políticos como un negocio para enriquecerse de manera ilícita.

El sistema de salud está a punto de colapsar, la escasez de medicamentos y el contagio con la enfermedad de los trabajadores de la salud han provocado una reducción progresiva de la capacidad de proveer atención médica segura y eficiente. El país es catalogado como uno de los menos preparados para mitigar la propagación de la pandemia.

Nicaragua enfrenta la etapa más dura de la pandemia sin una autoridad responsable, sensata y disciplinada, capaz de coordinar los esfuerzos sanitarios, y se constituye como un riesgo grave para sus vecinos y para la región centroamericana.

Si a este desastroso panorama se suman los crecientes abusos de autoridad por parte de los seguidores del régimen, cabe preguntarse si llegará al final de su mandato, y, en caso contrario, qué escenarios pueden configurarse.

El desempleo como resultado del manejo político de la pandemia por parte del régimen ha devastado a todos los sectores de la economía, pero los más afectados son los que están en las situaciones más precarias. Un país no es sostenible cuando tan pocos tienen tanto mientras tantos tienen tan poco.

Aunque el virus no discrimina entre clases y fronteras, sus efectos, tanto de salud como económicos, se padecen de manera muy diferente entre los ricos y todos los demás. Con una población pobre mal nutrida, sin educación, un sistema de salud desastroso, sin capacidad de responder adecuadamente a la crisis sanitaria, a lo que hay que sumarle un régimen cavernario,  lo que se producirán son cienes de muertos y miles de infectados principalmente en los sectores vulnerables.

Es cierto que todos estamos enfrentando la misma tormenta, pero no todos estamos en el mismo barco. La desigualdad económica ha producido dos pandemias muy diferentes: en una, las familias ricas que se están aislando en sus casas y pueden adoptar la autocuarentena sin dificultad. En el otro barco está la gente que arriesga su vida por su empleo y personas sin ingresos que comienzan a pasar hambre.

El régimen Ortega-Murillo ha visto la pandemia como una oportunidad política para desarmar al movimiento social, evitar una mayor recesión del maltrecho aparato económico y apalancar una negociación con los poderes fácticos económicos, políticos, religiosos e internacionales.

No hay un liderazgo coherente para enfrentar la pandemia. Es caótico. El poder está en manos de personas megalómanas que sólo están interesadas en su propio poder, en sus perspectivas de cómo salir de las crisis, que no muestran empatía por los otros ni remordimientos por sus acciones y al cual no les importa lo que pasa en el país.

Las estadísticas oficiales son absurdas. No es posible que en un país donde los médicos y los trabajadores de la salud no tienen el equipo de protección adecuados, el sistema de salud colapsado, con hacinamiento en los barrios populares y en las cárceles, y cuando las autoridades persiguen a los intentan visibilizar la realidad del país, haya solamente 759 casos confirmados de coronavirus y solo 35 muertes, estando en la fase de transmisión comunitaria.

Todo indica que la política del régimen Ortega-Murillo no es una cruzada obtusa, sino una apuesta por las previsiones del modelo epidemiológico de la “contaminación o inmunidad del rebaño”, con miles de nicaragüenses muertos. En esa la lógica los más vulnerables deben morir para salvar la economía.

Esto es una bomba de tiempo si no hay un cambio de estrategia de parte del régimen para enfrentar el coronavirus, vamos a tener muchas muertes que se pudieron evitar. La Organización Panamericana de la Salud (OPS) ha proyectado un “aumento fuerte” de los casos de coronavirus. En este contexto, el organismo preparó un equipo de expertos para enviarlos a Nicaragua, pero el régimen Ortega-Murillo aún no responde a la solicitud.

Organizaciones de la sociedad civil, médicos y ciudadanos tienen que solicitar una operación humanitaria liderada por la OMS/OPS a gran escala, orientada a prevenir una propagación catastrófica del coronavirus en el país y evitar las repercusiones negativas en toda la región centroamericana.

Toda propuesta política o sanitaria que no coincida con la visión o agenda política de Ortega-Murillo es pasada por la guillotina, y, a pesar de los pesares, el régimen mantiene su expectativa de tener un papel relevante más allá del 2021. Sin embargo, las crisis son aceleradoras de cambio. Si a los poderes fácticos políticos y económicos no los enfrentamos con el poder fáctico de los ciudadanos, no habrá cambio.

Mientras tanto el FUNIDES ha empeorado su pronóstico económico para este año, al pasar de menos 6 por ciento a menos 10 por ciento su estimación de la caída del producto interno bruto.