El ritmo y la perversión del espíritu

Ama tu ritmo y ritma tus acciones
bajo su ley, así como tus versos;
eres un universo de universos
y tu alma una fuente de canciones. 

Con esta cuarteta del soneto «Ama tu ritmo…» (Prosas profanas, 1896) advierte Rubén Darío (1867 – 1916) que el ser humano está siempre en movimiento. El ritmo es la voz interior que pugna por ser escuchada. Ignorarla implica rendirnos a la avasalladora monotonía que atenta, aún más en el siglo XXI, contra nuestra rítmica naturaleza.   

Las olas del mar se mueven de diversas maneras. Sus corrientes son únicas e irrepetibles. A pesar de sucederse, las estaciones del año jamás son iguales. Hay inviernos más duros que otros y primaveras más hermosas que las anteriores. 

El ritmo es cambio, ruptura, colisión, sorpresa y sus combinaciones, infinitas. Tal es el asombro de la vida o el de vivir. Desde el primer latido del corazón inicia nuestro bamboleo hasta que su cadencia se ralentiza al llegar a la hora final, esa que el poeta del Siglo de Oro español Francisco de Quevedo (1580 – 1645) llamó el «agravio» de vivir: la muerte. 

En el mundo antiguo épicas, tragedias, tratados legales, manuales agrícolas, epístolas, etcétera, eran escritos en versos. Es el verso la universal prosodia que todas las lenguas llevan en su código genético y que se manifiesta como una energía espiritual que grita no ser desdeñada, pues hacerlo es antinatura, violencia. 

La secularización, ese proceso en el que la espiritualidad se abandona en favor de la mente racional, se ha convertido en el tanque de guerra utilizado por los regímenes nacionales posmodernos a fin de enriquecerse obscenamente mediante el engaño de que las religiones dividen. La secularización es la bomba atómica del siglo XXI. Su hongo crece y la sombra lo cubre todo. 

Se nos ha impuesto la presunción de que religión y espiritualidad no son lo mismo. Habría que pensar por qué ambas creen en «algo», cuestionan, organizan, dan un propósito o sentido a la vida, nos vuelven Uno con el Otro y nos funden con el Todo. Esto incluye a los animales y a la Naturaleza. 

El psiquiatra y psicólogo suizo Carl Jung (1875 – 1961) lo intuyó y lo expresó así en su libro El hombre y sus símbolos (1961):

El hombre moderno no entiende cuánto su «racionalismo» (que ha destruido su capacidad de responder a numerosos símbolos e ideas) lo ha puesto a merced del «inframundo» psíquico. Se ha liberado de la «superstición» (o eso cree), pero en el proceso ha perdido sus valores espirituales en un grado positivamente peligroso. Su tradición moral y espiritual se ha desintegrado, y ahora está pagando el precio por esta ruptura en la disociación mundial. 

El triunfo de los billonarios magnates, dos mil setecientos ochenta y uno que con sus corporaciones manipulan a la población mundial de ochocientos mil doscientos millones, radica en una exitosa secularización. Ésta sólo se logra a través de un maléfico plan orquestado con la finalidad de aplastar el ritmo y sus inagotables posibilidades. La monotonía se convierte en homogeneidad y ésta en «desespiritualización». 

¿Existen, en el siglo XXI, el capitalismo y el comunismo? Los filósofos Adam Smith (1723 – 1790) y Karl Marx (1818 – 1883), sus principales teóricos, dirían que no puesto que ambos ofrecieron una ética de la cual carece todo gobierno vendido al «poderoso caballero/es don dinero». No podemos hablar de inmoralidad sino de amoralidad. 

Los centros laborales o el home office son maquilas cuyo propósito, más que la producción, es cansar a los nuevos esclavos a través de la rutina para que éstos consuman la chatarra vendida por las mismas corporaciones que los contratan. Son sus dueños quienes legislan, pasan sus leyes, gobiernan, crean caos y guerras.

El Eclesiastés, el hombre de la asamblea, el que mediaba por el pueblo según la etimología hebrea, diría que en el siglo XXI ya no hay «tiempo para demoler y tiempo para para edificar;/tiempo para llorar y tiempo para reír;/tiempo para gemir y tiempo para bailar;». 

Eclesiastés (Cap. 3, vers. 3-4).

El tiempo del alma, o la durée, el tiempo unido a la consciencia, fragmentado por la máquina de acuerdo con el filósofo francés Henry Bergson (1859 – 1941), es la protesta contra el orden contemporáneo del mundo.

Varios siglos antes, bajo el legado de San Agustín (354 – 430) y el de su maestra Santa Teresa de Ávila (1515 – 1582), la mística autora de Las moradas o El castillo interior (1577), San Juan de la Cruz (1542 – 1591) expandió en su obra La noche obscura del alma las vías o caminos estudiados por sus antecesores para hacer del alma una unidad: la vía purgativa (prisión de los sentidos), la vía iluminativa (liberación del mundo sensorial) y la vía unitiva (la unión del alma con el Amado, o sea, el Otro). En el siglo XXI estos caminos han sido desbancados, manoseados, estigmatizados y olvidados.

Reina la confusión. Como ejemplo propongamos ya no a un pensador cristiano sino a Dioniso, el dios griego del vino, la palabra, las artes, la fertilidad, la agricultura, el dolor, el éxtasis y la comunicación entre vivos y muertos. Estos son algunos de sus tantos atributos. 

Honrado durante las fiestas de la vendimia institucionalizadas por el Estado griego en el siglo VI a.C., Dioniso, cuyos ritos, difíciles de dilucidar, por lo cual son conocidos como misterios dionisíacos, permitía a las mujeres internarse en el bosque en el transcurso de estas fiestas con el propósito de liberarse de la monotonía y del rígido comportamiento dictado por la sociedad. Dioniso fue desfigurado por los romanos en su versión báquica. 

El Panem et circenses, el pan y espectáculos de circo, expresión acuñada por el poeta Juvenal (60 a.D. – 128 a.D.), es uno de los primeros grandes asaltos contra la espiritualidad del que tengamos memoria, el modelo de alienación que continúa en nuestros días. Su materialización es la bacanal que no buscaba la fertilidad ni el éxtasis sino los excesos. 

Dioniso ya no era el dios de las emociones extremas honradas por los antiguos griegos cuando la racionalidad se estrellaba contra la pared. Era Baco fuera de control. Por eso, tras una exhaustiva investigación el Senado romano prohibió las bacanales por quebrantar éstas las leyes civiles, morales y religiosas de la República.

Potenciada en la posmodernidad, la fiesta báquica romana, o sea, el aquelarre, la borrachera, las adicciones y la multiplicación del dinero y no del pan, el vino o la vida, o sea, la perversión y el mal, es el principal rubro de las economías mundiales.  

¡Triste, poco espiritual y arrítmico tiempo el nuestro!

Roberto Carlos Pérez
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