El traje de sirena de Churchill, Zelensky, la elegancia del presidente y otros asuntos menores (como libertad, democracia, y ley de la selva)

Nadie que tenga un dedo de frente y una línea de instrucción se atreve a negar que Winston Churchill, caballero inglés reputado por su gran vestir, destellante sombrero de alta copa, y orgulloso bastón, fue un gran guerrero e intelectual; un líder muy criticable pero muy admirable, un gigante entre personajes gigantes (por su poder, voluntad e inteligencia; en “valor absoluto”, es decir, dejando de lado el signo moral).

Churchill se enfrentó, forcejeó, colaboró, en buen vernáculo “lidió” con personajes que se recordarán (ya se han recordado) largamente, como Franklin Delano Roosevelt, Charles de Gaulle, y su archienemigo Stalin.  Muchas veces se veía, al alto noble, enfundado en su «traje de sirena», así llamado porque se diseñó para vestirse rápidamente y escapar a los refugios antiaéreos del Reino Unido cuando las sirenas anunciaban la llegada de la aviación nazi. De esa manera, no solo tenía el hombre cómo salir de sus prendas íntimas, sino que proyectaba al resto de sus conciudadanos que él era parte de esa nación, en guerra a muerte por sobrevivir; una nación que sufría desde la precariedad más acuciante, con destrucción, muerte y racionamiento, la brutalidad del ataque invasor fascista. 

¿Por qué hablar, en estos momentos tan graves, del estilo indumentario de Lord Winston? ¡Qué pregunta! Cómo vestía el líder inglés es asunto que debería quedar en las páginas más banales de las revistas más banales. Pero estamos en tiempos en que lo banal se ha vuelto contra la democracia como un arma de destrucción dispersiva. Un arma de la insensatez, y esta hay que combatirla, porque nos hace a todos la vida más difícil y peligrosa. 

Ni modo, si esto es lo que hay que hacer para salir del fango, pues manos a la obra. Pero tratemos de ganar, no solo el campo retórico, sino que algo de profundidad en hechos y experiencia. A lo mejor así hacemos cumplir el trozo de sabiduría que brota, inolvidable, de una galletita china en mis recuerdos. Decía: “el sabio aprende más del tonto que el tonto del sabio”. Busquemos a ese sabio, y ayudémosle a ayudar a ese tonto. No queda de otra. Es la banalidad del momento cruel. Hagamos lo que haya que hacer, aunque dé un poco de vergüenza tener que explicar lo que debería ser evidente. Según la Real Academia de la Lengua Española, Evidente, del latín evĭdens, -entis, es un adjetivo que significa “cierto, claro, patente, y sin la menor duda”. La lista de sinónimos es hermosa y extensa. “Hermosa” es una palabra que en mi niñez escuché usada como “bella”, pero también como “rolliza”, quizás porque en otro tiempo y lugar esta última acepción indicaba buen comer y buena salud. Pues bien, aquí tienen los sinónimos, para que entiendan por qué es que da cierta vergüenza tener que explicar lo evidente: “obvio, indudable, incuestionable, indiscutible, irrebatible, cierto, claro, manifiesto, notorio, ostensible, palmario, visible, patente, franco.”  “Evidente” parece ser una de las palabras con más sinónimos contundentes del lenguaje. Y, sin embargo, nos toca abrir la galletita china y recurrir de nuevo al sabio. Ya que no queda otra alternativa, procedamos. Si el tonto critica a Zelensky porque no viste “a la altura” del código estético del nuevo presidente de Estados Unidos (y dejo el tema de dicho código a los especialistas en la coiffure et des cravates de Su Majestad), pido a la Providencia que nuestra búsqueda de sabiduría nos lleve a algo más sustancial, incluso––dado el nivel de pensamiento que enfrentamos–– más ético… y más adulto.

Los que poco estudian la historia o escogen ignorarla deberían buscar un mapa de Europa en 1941. Verían al Reino Unido como pequeñas islas a escasa distancia de la costa francesa, aisladas frente a la enorme masa continental controlada por Hitler y su amigo Franco. Y más allá, el imperio ruso-estalinista, también hostil, pero contenido en sus fronteras, engañado por la promesa de Hitler de no agredirlo. (Promesas, promesas, promesas. ¿No habló Zelensky de estas promesas? ¿No fue la respuesta del presidente de Estados Unidos que no había que preocuparse, porque él “tenía la palabra de Putin”? Otra miga de pan que dejo en el camino para usted, respetado lector.)

Churchill ofreció a sus compatriotas únicamente “sangre, sudor y lágrimas” pero juró que los británicos pelearían hasta ahogarse ellos mismos en sangre, en playas, tierras, casas, mares, por la supervivencia de su país, de su hogar. ¿Alguien puede condenar la defensa de su hogar? La respuesta es fácil, evidente (obvia, indudable, incuestionable, indiscutible, irrebatible, cierta, clara, manifiesta, notoria, ostensible, palmaria, visible, patente, franca): solo un traidor a su familia. Por eso Zelensky, cualesquiera que sean sus imperfecciones (y las de Churchill eran muchas, según quién juzgue; y las nuestras igualmente numerosas, asumo) está involucrado en una gesta de una pureza moral innegable, prístina: salvar su hogar, salvar a su familia. 

Quienes lo ataquen por esto no pueden ser más que fanáticos de un culto autoritario que apoya la ley del más fuerte (como el nazismo), y tendrían que ser individuos que no valoren principios como lealtad al hogar, a la patria, a la libertad, servidores de un antivalor que desprecia, no aprecia, el coraje de enfrentarse a un enemigo que agrede lo que nos es más nuestro y querido. No olvidemos: a Zelensky el gobierno estadounidense y los europeos le dieron la opción de abandonar el país; su familia ya ha sufrido atentados; su respuesta fue “no quiero un transporte al exilio, quiero armas para defender mi patria”. 

Un compatriota mío, con quien como personas civilizadas y pensantes tengo a veces la fortuna de discrepar y otras la fortuna de concordar ha traído a colación (parafraseo de la forma más precisa posible) que en 1994 Ucrania entregó todo su arsenal nuclear en nombre de la paz. Era el tercero más grande del mundo. Tanto los Estados Unidos de América, como el Reino Unido y Rusia, firmaron un documento en el que Rusia se comprometía a no violentar a Ucrania. El acuerdo se rompió en 2014, cuando Putin invadió a Crimea, y luego en el 2022 cuando lanzó una invasión total contra Ucrania. Añade un obvio comentario (me abstengo aquí de repetir la lista de sinónimos): que con seguridad Zelensky está cansado de la guerra, pero que la guerra no puede detenerse, ya que “nada garantiza que Putin no vuelva a invadir.” Yo añadiría la pregunta: ¡¿cómo va a detenerse la guerra si las tropas invasoras están dentro del territorio nacional ucraniano, intentando ocuparlo todo?¡ ¿No es todo esto evidente

Lo evidente, lo obvio, indudable, incuestionable, indiscutible, irrebatible, cierto, claro, manifiesto, notorio, ostensible, palmario, visible, patente, franco, no lo es para los seguidores del actual presidente, a menos que el actual presidente decrete que lo es. Y en el espectáculo de circo romano en el que este ha convertido la política nacional e internacional del imperio que dirige, sus seguidores gritan “¡suelten a Barrabás!” y escogen la crucifixión para quien va en el camino justo, el de la verdad.

Hay que tomar nota, a través del mundo, y de nuestro mundo Iberoamericano, de los nombres e identidades de quienes quieren desatar a Barrabás. ¿Por qué? Porque dicen querer “democracia”, pero, claro, para ellos la invasión imperialista de un país independiente, y la demonización de sus defensores, que incluye el capítulo Vogue en el análisis, es aceptable, ya que así lo dicta su inefable líder. De inefables líderes, por cierto, es que queremos librarnos en todas las latitudes y longitudes de esta esfera de llanto. ¿No es esto también evidente, obvio, indudable, incuestionable, indiscutible, irrebatible, cierto, claro, manifiesto, notorio, ostensible, palmario, visible, patente, franco

Hay que tomar nota de sus nombres e identidades, porque, si son capaces de seguir ciegamente a un autoritario que trastorna y viola principios fundamentales de decencia y rompe compromisos históricos de su país con el mundo democrático (digamos, si somos saludablemente escépticos, “el menos malo de los mundos”), ¿cree usted, respetado lector, que esta gente, con el poder en sus manos, tiene voluntad de democratización, de respeto a los derechos de las personas, de respeto a la soberanía ciudadana, y de respeto a un orden internacional que no sea la ley de la selva?

Hay que tomar nota de sus nombres e identidades. Hay que tomar nota de los que hablan, pero también de los que callan. Estos, probablemente, sean más peligrosos, por más astutos, por taimados: se esconden detrás del ruido de los menos prudentes (a fin de cuentas, los más tontos) quienes revelan sus sentimientos antidemocráticos con una torpeza que los pone en desventaja. Con estos últimos debo reconocer que tenemos una deuda, porque nos ayudan a nosotros, los demócratas, a entrever lo que alberga el corazón de los impostores.

Qué ganas tengo, después de tanta obvia disquisición, de comprarme un sombrero de copa y entrar, franco, claro y evidente, en un restaurante chino.

Francisco Larios
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El autor es Doctor en Economía, escritor, y editor de revistaabril.org.

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