El trino del Papa es una trampa más: la misma

<<El mismo trago venenoso y amargo, en otro vaso. Un intento más de llevarnos a agachar la cabeza y aceptar la opresión, el martirio.>>

En este caso, es apropiado el nombre del medio (un “tweet” o “trino”) por el que nos llega la noticia de que al fin el Papa, después de más de cuatro años de genocidio, terror, exilio masivo, de la quema de la Sangre de Cristo, del destierro de Monseñor Báez, del asesinato de monaguillos y feligreses, del secuestro de Monseñor Álvarez, del robo de multitud de emisoras católicas, de la expulsión de las monjitas de Calcuta, y de tantas atrocidades más, se ha referido a Nicaragua. 

Cuatro años y medio de un silencio que no solo hay que acusar como cómplice, porque él sabe perfectamente lo que pasa y es, de hecho, parte, a través de sus embajadores y de su silencio, de lo que pasa. Cuatro años y medio para que los feligreses hayan aprendido, como lo han hecho, que el Papa no es la Iglesia, mucho menos es el Cristo a quien veneran, y que Jorge Bergoglio, como lo ha confirmado hoy, tristemente, actúa más como el Jefe de un Estado, el Vaticano, en cuya multiplicidad de intereses y luchas el bienestar material y espiritual del pueblo católico nicaragüense, del pueblo nicaragüense en general, ha pesado muy poco, casi nada.

Y lo de “trino” es, definitivamente, apropiado. Porque el tono y la voz, y las escasísimas palabras del líder católico suenan a eso, a un trino, a un gorjeo, a un canto de pajaritos lejanos, cantando en un árbol alto desde donde se “pronuncian” sobre “la situación creada en Nicaragua”, que dice seguir “con preocupación y dolor”.  Esta “situación” ––pongan atención por favor–– “involucra personas e instituciones”, dice. 

Ahí termina, para que dejen de contener la respiración, la parte “dura” del trino. Cito textualmente para que a nadie quede duda que esto es todo lo que el Papa tiene que decir: “Sigo desde cerca con preocupación y dolor la situación creada en Nicaragua, que involucra personas e instituciones”. 

Por fin, después de cuatro años y medio, y de todas las maniobras sucias de sus Nuncios, y de la complicidad de su Cardenal Brenes con el régimen, y el silencio espiritualmente mortal de la Conferencia Episcopal, y del abandono al que han sometido a Monseñor Álvarez, la presión internacional en aumento desde las feligresías mundiales que poco a poco van enterándose apenas del atropello más reciente de la dictadura chayorteguista ,logra que el Papa nos diga que “sigue con preocupación y dolor” una “situación creada en Nicaragua”, y añada el detalle de que “involucra personas e instituciones”.  

Este es un lenguaje ––increíblemente, porque era difícil superarlo–– más ocultador que el del comunicado del Cardenal Brenes pocas horas antes, en el que este, hablando en tercera persona desde el disfraz de “la arquidiócesis de Managua”, es decir, él mismo, al menos mencionó su “cercanía” con “la arquidiócesis de Matagalpa”. Y al menos en este pronunciamiento se menciona a Monseñor Álvarez, quien está ––todos sabemos–– encarcelado en su casa. Claro, se lo menciona como un paciente que convalece, que está de buen ánimo, y a quien el buen Cardenal ha “visitado en su residencia”.

Lo del Papa es peor.  Como en el comunicado de Brenes, también hay una “situación”. Una situación. ¡Imagínense! ¡Una “situación”! A eso se reduce, según ambos jerarcas, el drama de vida y muerte del pueblo nicaragüense, y de la propia Iglesia que les toca defender, a una “situación”.  Como si fuera un “accidente”, o un desastre natural. El Papa bien pudo haber pronunciado las mismas palabras si hubiera habido una erupción, un maremoto, o un deslave. Lo más impresionante es que nos dice, y así nos enteramos, más o menos, de que no ha habido erupción, maremoto o deslave, de que la situación involucra “personas e instituciones”.  ¿En serio? ¿Qué “situación” no involucra “personas”? ¿Y a qué instituciones se refiere? ¿Será que la “situación” involucra a la Iglesia nicaragüense, asediada por la peor dictadura del continente en muchas décadas y abandonada por su propio liderazgo, excepción hecha de una minoría de obispos, entre ellos el que lleva el nombre que el pueblo grita como exhalación de rebeldía, y apenas cabe en las palabras de su Cardenal, y debe ser una de esas “personas” del trino?

Qué escándalo moral es este, e indefensible, aunque algunos querrán engrandecer las palabras del Papa y afirmar que “se pronuncia”, como si algo hubiera dicho. El escándalo moral es peor todavía para los que defienden, y defenderán, la postura del Papa y del Vaticano y del Cardenal. No me refiero a la postura de “preocupación”, sino a la postura real, la que tiene que ver con la verdad. Y hay dos verdades aquí que debemos tener en mente. 

La primera verdad es que el Papa, y la Iglesia, no tienen menos obligación de decir la verdad, sino, en cualquier caso, por el contrario, más obligación. No me digan que “el Papa no puede decir otra cosa”.  ¡Por supuesto que puede, y debe!: está obligado a decir la verdad, si es que de verdad sigue los pasos que dice seguir, los del Evangelio. 

La segunda verdad es que el Vaticano escapa hacia adelante, con un movimiento de cintura que cualquier futbolista envidiaría, a repetir la misma consigna que ha estado escrita en el hierro ardiente con que han querido sellar, sobre la piel del pueblo nicaragüense, un nuevo pacto: un “diálogo abierto y sincero”, dice el Papa, “por el cual se puedan encontrar las bases para una convivencia respetuosa y pacífica”.

Ahí están las palabras claves: convivencia respetuosa y pacífica. ¿Quién quiere convivir con la dictadura genocida que el Papa no menciona como “creadora” cuando dice que en Nicaragua “se ha creado” una situación, como si “la situación” hubiera venido de otro planeta? ¿Quién cree posible que pueda convivirse, “respetuosa y pacíficamente”, con la dictadura? ¿Y qué debemos “respetar” que no respetemos? ¿Por qué nos coloca, a los ciudadanos y feligreses que no hemos cometido genocidio, encarcelado y exilado a otros, aterrorizado al resto, como si estuviéramos al mismo nivel que nuestros opresores? ¿No le corresponde a él, más que a nadie, exigir que la tiranía (a la cual reconoce como “gobierno de Nicaragua”), respete a la iglesia, a sus feligreses, y a sus bienes? ¿Qué respete los bienes y las vidas de los feligreses y de la propia Iglesia? 

Y, por supuesto, la receta para que encontremos la manera de “convivir” con la dictadura ––que es lo que quieren las élites pactistas y parece respaldar el Vaticano–– es la misma de siempre, la ruta fracasada y cruel, el callejón sin salida que coloca al pueblo en un paredón de fusilamiento: “un diálogo abierto y sincero”.  ¿Con quién? ¿Acaso los prisioneros de un campo de concentración nazi podrían alcanzar la liberación en un diálogo abierto y sincero con Himmler o Hitler? 

Que no me digan, porque ya sería el colmo, que “el Papa está mal informado”.  Que no me digan que “actúa con prudencia”.  No es “prudente” dejar que el ladrón circule libremente por el barrio, se meta a las casas, robe y muestre a todo el mundo su botín sin intervenir. No es prudencia dejar que hagan todo lo que hacen a la Iglesia de a pie, la de la gente, la de los sacerdotes y obispos que están con la gente, sin atreverse a denunciar los atropellos sin precedentes y la política estilo nazi de persecución instalada de manera ilegal en el poder en Nicaragua. Para ser así de “prudente” hay que dejarse dominar por el cálculo político, por un cálculo político que no pone como meta la libertad de los nicaragüenses, ni la protección de la Iglesia en Nicaragua. Otros intereses dominan, necesariamente, ese cálculo. 

Por eso, compatriotas, hermanos nicaragüenses, tenemos que estar claro: el trino del Papa es una trampa más, la misma. El mismo trago venenoso y amargo, en otro vaso. Un intento más de llevarnos a agachar la cabeza y aceptar la opresión, el martirio. Un intento que, a estas alturas, ofende además la inteligencia de los nicaragüenses, que sabemos, porque no lo hemos aprendido en una escuela sino que lo hemos sufrido en las calles, cárceles y exilios, en los cementerios a los que acudimos llorosos a enterrar a nuestros muertos, la lección elemental de la crisis: el “diálogo” solo sirve a la dictadura, no hay nada que negociar con la dictadura, porque la dictadura no puede ceder nada, absolutamente nada, porque para ellos cualquier concesión es vista (y lo es así) como mortal. Por tanto, debemos organizarnos, prepararnos para derrocar a la dictadura chayorteguista con todos los medios a nuestro alcance, e impedir que las maniobras de las élites, apoyadas por el discurso del Cardenal y el eco lejano de un trino, nos lleven una vez más, como borreguitos, a la misma trampa.

Francisco Larios
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El autor es Doctor en Economía, escritor, y editor de revistaabril.org.

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