¿El viejo Sandinismo puede ser antiorteguista?

Fernando Bárcenas
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El autor es ingeniero eléctrico.

Artículos de Fernando Bárcenas

La libertad, la democracia y la justicia no se consiguen luchando de cualquier manera o con cualquier alianza. Se consiguen transformando el sistema de producción precapitalista, y el orden jurídico que le sirve de soporte.

Es una pregunta absurda o superficial. La única forma que exista una diferencia real entre ambos, y no una secuencia natural degenerativa, y más aún, que haya una contradicción fundamental entre ellos, es que exista una diferencia de principios políticos. Pero, el sandinismo no tiene ni ha tenido nunca principios, y el orteguismo, en consecuencia, tampoco, visto como degeneración, sin algún objetivo libertario (como tuvo alguna vez el viejo sandinismo). No hay un documento histórico que diga: “Principios del sandinismo”. Algo que todo militante debería conocer por fuerza si fuera el caso. 

El viejo sandinismo no es un movimiento que surge ahora para acabar con el orteguismo, como ocurrió contra Somoza, sino, que luego de perder el poder dictatorial de los ochenta ha muerto a manos de Ortega, que se ha desprendido de él como la serpiente que muda de piel. Ahora, la marcha de la historia es hacia adelante, nadie desea volver al pasado en un ciclo repetitivo infernal. Salvo aquellos, siempre contrarios al protagonismo de las masas, que se proponen rescatar al sandinismo, revistiendo nuevamente al orteguismo con la misma vieja piel abandonada.

Dos pequeñas agrupaciones, congeladas en la historia, intentan esta tarea nostálgica, el Movimiento Renovador Sandinista, y el Movimiento de Rescate al Sandinismo. Aunque el MRS recientemente expresa que debe cambiar de nombre ya que el sandinismo también a las masas le produce repelo.

El sandinismo, en esencia, es un fenómeno subjetivo, no un fenómeno social, cuya acción política es independiente del nivel de conciencia de las masas. De manera, que los nostálgicos reinciden en esa visión partidaria burocrática, impositiva, dictatorial, sin que les importe el profundo rechazo que suscita en las masas la acción histórica del sandinismo, con su enorme carga de atraso, de corrupción, de miseria, y de muerte.

Dice Mónica Baltodano, de rescate al sandinismo, en un artículo publicado en Confidencial el 17 de julio, que tituló: “el 41 aniversario de la revolución sandinista y el hundimiento del régimen orteguista, que intenta separar el gobierno de los ochenta (al que llama revolución), del gobierno orteguista actual, que considera en hundimiento:

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Mónica Baltodano

“¿Qué ideales impulsaron a la juventud a involucrarse en la lucha armada sandinista a riesgo de perder su vida?”. 

Comienza, equivocadamente, con una comparación de ideales. Primero, habría que decir que el 19 de julio de 1979 concluyó la fase revolucionaria para derribar a Somoza por la acción de las masas, y da inicio, ese mismo día, una contrarrevolución sandinista desde el poder. La historia deberá analizar este período contrarrevolucionario (en especial el fracaso de la reforma agraria) que destruiría la nación, con cincuenta mil muertos, y que concluiría diez años después con la piñata, que hace del sandinismo un fracaso político y ético: de lo que se valdrá el orteguismo como premisa para buscar nuevamente el poder con nuevos medios inescrupulosos, como un vulgar aventurero.

Cada joven sandinista, antes de los ochenta, se involucraba en la lucha armada por ideales subjetivos personales, que a nadie interesan, y que cada quien racionaliza a su modo. ¿Qué importancia tienen los ideales si éstos no garantizan una práctica política coherente? Nadie con una formación mínima pregunta por los ideales de una organización (no digamos ya por los ideales personales), en lugar de analizar la línea política, el carácter de clase, y el programa de lucha de tal organización.

Luego, Baltodano se pregunta:

“¿Qué unificó a todo un pueblo? Logramos al final construir un consenso. El pueblo pensó, si asesinaron a Pedro Joaquín ¿quién podrá salvarse? Se unificó entonces el grito nacional: ¡Basta ya!”.

El asesinato de Pedro Joaquín unificó al pueblo. No fueron, sin embargo, las ideas de Pedro Joaquín Chamorro la causa de esa unión. No fue, tampoco, un sentido racional de inseguridad colectiva como dice Baltodano. Fue un rechazo instintivo a la estupidez criminal, a una acción irracional mayúscula, que provoca una explosión instintiva de los arquetipos que controlan el comportamiento del inconsciente colectivo con el mundo exterior. Fue una respuesta emocional correcta a la brutalidad somocista, mucho más instintiva que la mente racional que formula una repuesta política.

A este respecto escribía Aristóteles, en Ética a Nicómaco:

“Cualquiera puede enfadarse, eso es algo muy sencillo. Pero enfadarse con la persona adecuada, en el grado exacto, en el momento oportuno. Con el propósito justo y del modo correcto, eso, ciertamente, no resulta tan sencillo”.

Ahora pensemos, cómo es algo extraordinario, irrepetible, el enfado simultáneo de todo un pueblo. La misma reacción provocó, en abril de 2018, el ataque de las turbas orteguistas, en León, contra los ancianos jubilados; el asesinato de los estudiantes a manos de la policía orteguista; el asesinato y la negativa de atención médica a Alvarito Conrado; la quema, por paramilitares, de la familia Velásquez Raudez en el barrio Carlos Marx; y los saqueos ejecutados por las turbas orteguistas. Todo esto, cargado de enorme simbolismo emocional, sacudió como una descarga eléctrica la conciencia del pueblo. Fue herido, psicológicamente, con múltiples agresiones, el subconsciente colectivo, es decir, la herencia cultural básica de un pueblo noble. El pueblo reaccionó con odio visceral a lo que consideró una repetida barbarie contra la humanidad.

La respuesta al somocismo, en 1978, no fue una reacción defensiva, como dice Baltodano, sino, una ruptura extrema de la alienación de la ideología dominante. Entonces ocurrió una unificación emocional del pueblo contra el somocismo, que Somoza reforzó con el ataque militar a Monimbó y, luego, con las operaciones limpieza, convirtiendo la reacción emocional en lucha consciente contra el régimen dictatorial somocista. Algo similar ha ocurrido ahora por la estupidez criminal orteguista de abril del 2018, que continúa todavía como si la brutalidad represiva fuese la normalidad del régimen.

Dice Baltodano:

“La mayor parte apostábamos a un modelo propio. De una nicaragüense lectura del marxismo surgió luego la propuesta de economía mixta. A la mayoría, no nos gustaba el partido único. 

¿Cómo se expresa la opinión o la acción de la supuesta mayoría en el FSLN, a la que alude Baltodano? No existe constancia al respecto. ¿Qué es un modelo propio, dónde se describe tal modelo? ¿Qué es una lectura nicaragüense del marxismo? No puede existir una lectura del marxismo vinculada a la nacionalidad, sino, a una escuela teórica. Lo que habría que explicar es cuál era esa lectura crítica del marxismo, y dónde hay constancia de tal crítica teórica de parte del sandinismo. La economía mixta no tiene nada que ver con una crítica al marxismo. No se requiere pasar por Marx. El sandinismo nunca tuvo lectura o debate alguno respeto al marxismo. Ni en los textos de Carlos Fonseca hay asomo de alguna influencia de Marx. Quizás haya alguna influencia de Mao. La tendencia llamada proletaria fue un intento de frenar ideológicamente el fracaso recurrente de la lucha armada en la montaña (que, además, carecía de iniciativa táctica).

El partido único no es una cuestión de gustos. ¿Dónde hay constancia del rechazo al partido único de la supuesta mayoría sandinista y, por qué, si era mayoría no se convierte en la línea oficial? ¿Será porque el sandinismo es tan verticalista y antidemocrático, como el orteguismo que hereda sus genes?

Dice Baltodano:

“La mayoría de la militancia luchaba por construir una sociedad donde valiera el voto democrático, soñábamos en acabar con la pobreza desde nuestras convicciones del “dios de los pobres”.

¡Otra vez… la supuesta mayoría! ¿Dónde consta que la mayoría de sandinistas luchaban por la democracia burguesa? No existe tal lucha, porque habrían desaparecido como traidores. Soñar con acabar con la pobreza indica una pobre capacidad chovinista de soñar. Se podría soñar –sin peligro- con la salud y con la riqueza universal, y con los derechos humanos a nivel planetario. O soñar con la juventud perpetua y con la sabiduría sin límites. Es sorprendentemente decepcionante que en política alguien hable de sueños, como de una compulsión reprimida, y no de programas.

¿Qué son las “convicciones” en el dios de los pobres? Sería un dios parcializado en contra de su propia obra total, un dios impotente circunscrito por la historia, ya que la pobreza es relativa a las necesidades evolutivas en permanente incremento con los cambios de sociedad. Se trataría de una creencia mitológica de la “mayoría” sandinista en un dios vencido por otros dioses enemigos de los pobres. Baltodano teme expresar sus ideas, y le gusta ser parte de una mayoría, aunque esa mayoría no se haya expresado nunca documentalmente.

Baltodano explica quién dirige al sandinismo en los ochenta:

“La decisión de Ronald Reagan de combatir a la revolución sandinista, explica el propio derrotero de la revolución. El gobierno revolucionario terminó restringiendo las libertades, confiscando a los opositores, instaurando el impopular servicio militar obligatorio. Terminó dependiendo del campo socialista.

Es decir, para que el sandinismo sea inocente, Baltodano requiere convertir a Reagan en el dirigente estratégico del sandinismo en el poder. Al decir de Baltodano, Reagan determinó el derrotero desastroso de la revolución (que ni Baltodano ni nadie rechazaba cuando el sandinismo estaba en el poder).

Dice Baltodano:

“Resulta sorprendente que en 1990 la revolución conservara el 40.8% de respaldo de los votantes”.

¿El gobierno sandinista se enrumbaba conscientemente, con un plan, a perder todo respaldo? ¿Cuál es la enseñanza, entonces, si desde antes de 1990 el partido conserva el poder a pesar que pierde a marchas forzadas el respaldo de la mayoría del pueblo? ¿A quién representa el sandinismo, entonces, si a Baltodano le sorprende que aún le respalde el 40 %? Se representa a sí mismo, a sus intereses de aparato burocrático (independiente de las masas). Es decir, representa a la contrarrevolución.

La separación de Baltodano hasta en 1999:

“En 1999, cientos nos separamos denunciando la deriva neoliberal, autoritaria y la cultura de repartos de poder en la cúpula del FSLN”.

¿Qué explica esa deriva autoritaria, neoliberal, de Ortega, y por qué, quien sale del FSLN es Baltodano (junto a la mayoría que siempre la acompaña en todo), y no Ortega? ¿Esa deriva surgió de pronto, conspirativamente, y no como un proceso fácil de ver y de explicar durante el gobierno desde abajo? ¿Esos cientos estaban de acuerdo con las acciones de Ortega en los años ochenta y en los años noventa (incluida la piñata del partido derrotado – la negociación de su impunidad- y las asonadas de las turbas)? ¿El desacuerdo consistía por el reparto del poder entre las cúpulas? ¿El comportamiento de Ortega en los años noventa era conforme a la “cultura” del sandinismo en abstracto, dado que no existen principios?

Baltodano describe el orteguismo, desde el sandinismo:

“Un pueblo organizado que aprendió a defender sus derechos pasó a nutrir organizaciones totalmente sumisas; de universidades críticas y autónomas se terminó en el control absoluto de las cátedras; la participación ciudadana fue sustituida por el control vertical orteguista. La Policía Nacional, reconocida como profesional y apartidaría durante décadas, un Ejército, que se convirtió en pieza estratégica para sostener a Ortega en el poder. De la esencia popular y progresista de la revolución no quedan vestigios”.

¿Baltodano vive también fuera de la realidad? ¿Cuándo las organizaciones sandinistas –que gritaban dirección nacional ordene- no fueron sumisas? ¿En qué momento las universidades, bajo el sandinismo, fueron críticas? Nunca hubo participación independiente de las masas. Lo que ha habido son asonadas. La policía se llamó durante la década de los ochenta y más allá: “policía sandinista”. Igual para el ejército. No eran instituciones nacionales, sino, partidarias. Ortega sostuvo en 1990 que perdieron el gobierno, pero, no el poder puesto que conservaban la policía y el ejército, y gobernó desde abajo con asonadas, impunemente, mientras Baltodano acompañaba a Ortega en tal gobierno, ¿con la cultura sandinista que hay que rescatar? ¿Las diplotiendas para la nomenclatura, los privilegios, la piñata, la amenaza de cortarle las manos a los campesinos que retuvieran sus cosechas, el grito servil y humillante de ¡Dirección Nacional Ordene!, son parte de esa cultura sandinista que hay que rescatar? ¿O la parte que se le atribuye a Reagan?

Para Baltodano el sandinismo –que no es una escuela teórica-  existe en abstracto, aunque la única expresión política actual de tal corriente sea el orteguismo: 

“Los crímenes cometidos, han sido ejecutadas en nombre del sandinismo. Ortega pretende así adueñarse de la historia de la justa lucha anti somocista. Pero la historia, sabrá diferenciar entre los hombres y mujeres que dieron su vida por la libertad de los criminales que, hacen todo lo contrario a los ideales que movieron a miles de jóvenes a luchar”. 

Lo fundamental en la lucha antisomocista no es la historia guerrillera del sandinismo, sino, la sublevación del pueblo, de manera independiente, en 1978, a raíz del asesinato de Pedro Joaquín Chamorro. El sandinismo se adueñó de esa lucha del pueblo (Baltodano, también, puesto que se la atribuye al sandinismo). Ortega se ha adueñado, no sólo de la lucha antisomocista (que pertenece a un lejano pasado, y que no es idéntica a lucha sandinista), sino, del sandinismo, incluido el ejercicio del poder dictatorial en los años ochenta. 

La historia no se ocupa de ideales, sino, de hechos políticos y de sus efectos en la sociedad. Se ocupa de luchas sociales y de victorias. Nadie se moviliza por ideales /que escapan de la realidad), sino, por ideología (que refleja una visión de la realidad). A menudo se lucha bajo la ideología hegemónica del propio enemigo. Muy raramente se combate por conciencia de clase. El sandinismo (sin principios) una vez en el poder adquirió una meta-ideología opresiva que no había desarrollado cuando luchaba por el poder, porque con el poder absoluto se independizó de la sociedad, dominándola. Por ello es absurdo, políticamente, buscar una identidad entre el sandinismo en el poder y el sandinismo previo (donde cada quien nutría sus propias ilusiones, no sus intereses, porque no había bases materiales para ello).

Baltodano juzga las intenciones:

“Los combatientes antes de 1979, lucharon con el mejor de los propósitos, al igual que la mayoría de quienes lucharon en la guerra civil de los años ochenta, de un bando y de otro. Los ejemplos de los héroes de esas jornadas inspiraron a miles de participantes de la sublevación de abril. Los asesinados de 2018 se fundirán en la historia con los de las gestas pasadas”.

Si las mejores intenciones inspiraban a los sandinistas y a los contras (incluso a los somocistas), significa que las intenciones no sirven para un juicio político, que debe diferenciar el rol que desempeña quien se encuentran en un bando o en otro. Para ello, se debe recurrir a principios políticos que permitan valorar la situación política, y valorar metódicamente qué sector social y qué línea política representa la salida progresista de la contradicción social.

Los héroes no inspiran a nadie. Ese es un invento sandinista. Porque habrá héroes de uno u otro bando. En política no se rinde culto esotérico a los muertos. La lucha no es por inspiración (como piensa alguien de extracción estudiantil), sino, por necesidad, por los efectos de la opresión en las condiciones miserables de existencia. Lo que inspira es la lucha consecuente, la lucha coherente, y son los principios políticos los que hacen coherente la lucha y, en tal sentido, los que hacen posible el respeto del pueblo por los propios combatientes muertos. Los asesinados en 2018, son víctimas del sandinismo en su mutación orteguista actual (ya que el sandinismo en abstracto no existe). La lucha progresista actual es por la superación del somocismo, del sandinismo, del orteguismo, de la oligarquía, es un intento de construir la nación, destruida por todos ellos.

El sandinismo de Carlos Fonseca es una propuesta metafísica, extraída fuera de la realidad cambiante. El sandinismo de Carlos Fonseca no constituye ni principios teóricos, ni una práctica consecuente con algún principio teórico. Los escritos de Carlos Fonseca, además, no tienen rigor metodológico. Su rol, por tanto, no trasciende su momento histórico dentro de la lucha sandinista.

Objetivos de la lucha actual para Baltodano:

“La lucha del pueblo sigue siendo por alcanzar libertad, democracia, justicia. En ese desafío están comprometidas las nuevas generaciones y sus liderazgos emergentes”.

La libertad, la democracia y la justicia no se consiguen luchando de cualquier manera o con cualquier alianza. Se consiguen transformando el sistema de producción precapitalista, y el orden jurídico que le sirve de soporte. Para lo cual, es necesario que los trabajadores se hagan cargo del cambio.  No existen los liderazgos emergentes, al margen del movimiento de masas. Ese es un concepto de políticos tradicionales extraordinariamente burocráticos que usan un lenguaje afín al caudillismo. ¿Por qué serían líderes y por qué serian emergentes? Siempre emerge alguien, espontáneamente, que representa la política tradicional, aunque surja fuera de la política tradicional. Sin ideología revolucionaria, todo combatiente termina siendo absorbido por la práctica de la politiquería.

De lo que se trata es de movimientos de masas conducidos por combatientes salidos de sus filas en el curso de las luchas, que todos estos políticos tradicionales de viejo y de nuevo cuño también intentan impedir para no verse desplazados. Basta verlos confrontados por cuotas de poder, estirando de una y otra parte los estatutos de la Coalición Nacional.

Fernando Bárcenas

El autor es ingeniero eléctrico. Artículos de Fernando Bárcenas