Elecciones versus gobierno de transición: una falsa dicotomía
Mientras Nicaragua se enfrenta a la mortal encrucijada de dinastía o democracia, y teniendo como telón de fondo la calamidad sanitaria, social y económica de la pandemia del coronavirus, se abre el debate, ¿elecciones o gobierno de transición?
El tema no es nuevo, pero se avivó a partir del editorial de La Prensa del pasado 29 de abril del corriente año. El diario La Prensa planteó que la propuesta de la “oposición democrática” (parece que hay una oposición no democrática) es que «se puede y se debe salir de la dictadura por medio de elecciones, con una previa reforma electoral que garantice su honestidad y credibilidad”.
Precisamente, la conformación de la Coalición Nacional con dos nuevos integrantes, los partidos políticos PLC y PRD, con las dos organizaciones ya existentes (Alianza Cívica y UNAB) es para apalancar esa supuesta “salida electoral”. Por tanto, dicha “salida” no es nueva, pero el sector que la propone no se ha molestado en explicar cómo es que van a lograr unas elecciones transparentes, con garantías “competitivas”, “honestas” y “creíbles”.
Hasta ahora solo mencionan que su estrategia “cuenta con el apoyo internacional”, de tal manera que sus expectativas para coronar su estrategia están situadas en el exterior.
Pero es que, en realidad, el gran capital y sus aliados basan sus cálculos políticos en que el dictador tendrá que “ceder algo”, porque necesita unas elecciones que sean “creíbles” ante la comunidad internacional.
Francamente, no entendemos esas “cuentas de la lechera”, pero lo cierto es que el gran capital y sus aliados cifran sus esperanzas en una negociación con la dictadura, aunque sea a “fuego lento” para lograr reformas electorales cosméticas para el 2021, en otras palabras, un aterrizaje, no suave, sino “ultra suave”, para que el aparato del dictador no sufra raspones.
De tal forma que estamos, en el mejor de los casos, frente a una versión “remake” de 1990, en la que la dictadura Ortega-Murillo retiene el control de la policía, ejército, paramilitares y cuotas importantes en el poder electoral, judicial y demás instituciones gubernamentales, para seguir “gobernando desde abajo”, arriba y en medio.
Un “remake” con un gran capital dócil, sumiso y de socio menor. En palabras del jurista y filósofo Alejandro Serrano, diríamos que la historia de Nicaragua pareciera caminar sobre una bicicleta estacionaria.
En el otro extremo (sin ser extremistas) del planteamiento electoral, se encuentran los amigos de los sectores políticos que proponen un Gobierno de Transición o bien una Junta de Gobierno de Transición.
Tampoco explican cómo se logrará establecer ese gobierno de transición. Y es que proponer una alternativa de poder, en momentos en que la ofensiva táctica la tiene el régimen, no conduce a nada, es concebirlo en frío y finalmente, aunque esté planteada con buenas intenciones, más bien justifica los argumentos del sector “electorero”, porque le dan apariencia “práctica” y “realista”.
De ahí que nosotros planteamos que la dicotomía elecciones versus gobierno de transición es falsa. En verdad, lo que está sobre la mesa es la estrategia electoral del gran capital y aliados (con negociación y reformas cosméticas) versus la estrategia de desobediencia civil o resistencia ciudadana de los “autoconvocados”, organizaciones sociales y políticas independientes.
Efectivamente, lo fundamental es desarrollar una estrategia de desobediencia civil que pueda conducir a la formación de un gobierno transitorio o a unas elecciones competitivas.
Consideramos que la estrategia política debe radicar en la resistencia cívica, activa y pacífica del pueblo de Nicaragua para derrotar a la dictadura, y que la eventualidad de una elección competitiva puede ser parte integrante de la estrategia global de Resistencia.
Sin desobediencia ciudadana, las elecciones de noviembre de 2021 serán, como se dice popularmente, una “chanfaina” a la medida de la dictadura bicéfala.
Y precisamente en la estrategia de desobediencia civil, no todo es unidad, ni «mieles». Obviamente, la estrategia de resistencia cívica, cuyo objetivo inmediato es desgastar política, económica y socialmente a la dictadura, tiene algunas aristas que pueden conllevar al rechazo o la adversidad de algunos sectores pudientes, que considerarán que sus intereses económicos podrían estar en peligro.
Por ejemplo, si dentro de la estrategia de desobediencia civil se decide promover a nivel internacional las sanciones políticas y económicas que conlleven un mayor aislamiento a la dictadura y en especial promover que la dictadura sea excluida de los Tratados de Libre Comercio con Estados Unidos y la Unión Europea, es obvio que no se contaría con el apoyo de aquellos sectores que estuvieron más de 11 años en contubernio político y económico con la dictadura.
En consecuencia, se requiere la unidad de los sectores autoconvocados, organizaciones sociales y políticas independientes para precisar un plan de estrategia de desobediencia civil en contraposición al plan estratégico “electorero” del gran capital y sus aliados.
Mayo 2020.