En defensa de Almagro
Francisco Larios
El autor es Doctor en Economía, escritor, y editor de revistaabril.org.
Confieso que he mentido: no tengo intención alguna de defender a Almagro. Pero algo hay que hacer, como quien pesca haciendo explotar una bomba en mar, para abrirle un hueco a la algarabía y meter por ahí una idea que es desesperantemente necesaria: Almagro juega un papel público en la conspiración antidemocrática contra el pueblo de Nicaragua, pero los poderes fácticos que realmente están detrás de la estrategia –de la cual el uruguayo es (media)cara– deben reírse desde su Versalles cada vez que lanzamos los dardos al blanco que ellos nos señalan. Ahí vamos, arrastrados sin poder resistirnos, no muy distintos del perrito que salta tras un hueso que le lanza el amo.
Nuestra ira, nuestra indignación, pero sobre todo nuestra mirada alerta y nuestra inteligencia política, debería posarse sobre la funesta tríada que dirige el viacrucis de los nicaragüenses: el Gran Capital, el Estado Vaticano, y la Embajada de Estados Unidos. Y lo primero que hay que entender—y entender es el secreto para conquistar la libertad, es que la tríada no es “empresarios, católicos y estadounidenses”. Repito, para que retumbe como debe: Gran Capital, Estado Vaticano, y la Embajada de Estados Unidos. Si prefiere, sustituya Gobierno de Estados Unidos o Departamento de Estado por Embajada de Estados Unidos. Pero todo pasa, al fin, de ida y de vuelta por la Embajada.
¿Y los políticos nicaragüenses?
No hay que ser leninista para entender que cuando las masas abandonan la acción directa—o cuando son forzadas a hacerlo por la acción conjunta [sí, conjunta] de la tríada, queda, como la basura en la playa después de la marea, lo que queda en el escenario político de la Nicaragua por hoy aplastada: los políticos de la oportunidad, los profesionales del oportunismo [y ya hay entre ellos muchos profesionales].
¿Y qué hacen? Pues hacen lo que los vemos hacer en el escenario: cortejan, cada uno a su manera, a la tríada. Van de un lado a otro, buscando la palabra perfecta, la intercesión de terceros, el apoyo de padrinos que consigan para ellos que los tres de la tríada les den, en el momento justo, el visto bueno por encima de los otros pretendientes. Todo esto, serenatas incluidas, sin que la novia pobre que es el pueblo de Nicaragua les corte las piernas. A la novia pobre la visitan, de vez en cuando, y le endulzan el oído. “Esto lo hago por vos”, le dicen. “No es que quiera a la otra, es que no puedo perder mi trabajo”. O, traducido al escaliche de la nueva clase política: “tenemos que estar preparados para cualquier escenario”.
¿Mentirosos? Por supuesto. Y vividores, y consumadamente mediocres. ¿Puede la novia pobre esperar de ellos fidelidad después de la traición? Ya se sabe que no. ¿Se saldrán con la suya? A estas alturas, ya eso es problema de ellos. Porque “la suya” no es el desmantelamiento de la dictadura, que es lo que nos concierne, nos preocupa, y nos urge a los nicaragüenses democráticos. Yo sospecho que los más ambiciosos, los nuevos minifaldas [busque el lector curioso el origen de esta referencia arcaica], tendrán pronto que escoger entre dos destinos tan predecibles como ignominiosos. Aceptarán, unos, el papel de zancudos en el gobierno que “aterrice” en las “elecciones con Ortega”. Otros, quizás, no logren sobreponerse a la vergüenza que sienten y se lancen del tren antes de llegar a la estación, lamentándose de haber “tratado” sin éxito de encontrar una “salida cívica”.
Y aunque es imposible predecir la historia en detalle, esto es claro: todos estos políticos alicatan una pared invisible, tratan de construir un espejismo que el viento de la crueldad dictatorial borra todos los días, la noción de que elecciones con Ortega sacarán del poder a Ortega, engaño que ya la población conoce como engaño; ya vio salir a Ortega de la Presidencia, después de elecciones en las que su impunidad quedó sellada, y sabe que no es lo mismo dejar el título que dejar el poder.
Pero esto no es lo que interesa a los políticos que hoy en día vemos sobre el escenario. A ellos les interesa jugar el juego que agrade a la tríada, lograr que los reclutadores de la tríada digan “este me sirve, a este contrato”.
Para ser justos, no es que sean peores que los políticos oportunistas de otras latitudes. En todas partes se cuecen habas, y en todas partes surgen personajes así, muy dispuestos a perdonar el asesinato de quien no han tenido el gusto de conocer, mucho menos amar, y menos aún, el dolor incurable de extrañar.
¿Qué podemos hacer?
Lo primero, estar claro de cuáles son nuestras metas: democracia, no dictadura, ni abierta ni solapada; libertad, no miedo ante el Estado o ante la turba; justicia, no la impunidad que, además de ser inmoral, hace posible que el sicario mantenga su pistola sobre nuestras sienes; posesión de lo que nos pertenece, nuestro país.
El pueblo nicaragüense, la novia pobre que los políticos creen la novia tonta, y la tríada trata como encomendada, sabe bien [¿cómo no iba a saberlo?] lo que es realidad y lo que es remedo.
Debemos actuar en conformidad: haga lo que haga la tríada y sus lacayos oportunistas, mientras no tengamos democracia, libertad, justicia, y posesión de nuestro país, no estaremos satisfechos, trataremos de hacer naufragar cualquier maniobra, denunciaremos cualquier malabarismo retórico que busque justificar lo injustificable.
Aunque por hoy el horizonte parezca tenebroso y con tintes de sangre, este planeta gira, y hay luz después de la oscuridad.
Sabremos recordar quienes hicieron de la noche una pesadilla.