En torno a la Sociedad del Disparate

Armando Añel
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El autor es escritor.

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Manejada como concepto en este breve ensayo, mas de manera reiterada, la Sociedad del Disparate puede definirse como un fenómeno del tercer milenio, cuando la democratización de la exposición a través del desarrollo digital —en las redes sociales sobre todo— visibiliza como nunca antes la debilidad del Ego.

A continuación algunos elementos que caracterizarían a esta Sociedad del Disparate exiguamente denominada “Civilización del espectáculo” por Mario Vargas Llosa. Y es que la necesidad de exposición del Ego dependiente, y la democratización y abaratamiento de los vehículos tecnológicos que posibilitan esta exposición (Internet, iPhones, redes sociales…), permiten que el ciudadano digital del siglo XXI no tenga que elaborar, o invertir, en un espectáculo tradicional para sobresalir o hacerse visible de cara al colectivo:

1- En la Sociedad del Disparate, en última instancia, lo determinante no es la naturaleza de lo que se expone, sino la necesidad de exponerse

2- En la Sociedad del Disparate las normas de conducta se ajustan a la necesidad de exposición y no a la inversa

3- Como consecuencia de ello, en la Sociedad del Disparate conceptos tradicionalmente positivos como “ética”, “elegancia”, “discreción” e incluso “educación” ceden protagonismo ante otros tradicionalmente negativos como “escándalo”, “morbo”, “exhibicionismo” o “desfachatez”. La humildad, bien entendida, es una virtud subversiva en la Sociedad del Disparate

4- En la Sociedad del Disparate conceptos como “ética” o “educación” o “humildad” obstaculizan la Política de la Exhibición a la que aspira el ciudadano digital, consciente de que por primera vez en la Historia la democratización de la exposición vuelve paulatinamente obsoleto el ascendiente profesional de sus representantes tradicionales. Por tanto, dichos conceptos son marginados, ridiculizados o relativizados

5- En la Sociedad del Disparate la política tradicional o profesional, tendiente a los pactos y las negociaciones, es paulatinamente desplazada por la política del disparate, caracterizada por los golpes de efecto o la retórica escandalosa del populismo digital. La era, en fin, de la famosa “posverdad”

Por supuesto, aquí generalizo con el objetivo de facilitar la comprensión del mensaje. La Sociedad del Disparate no es ni mucho menos homogénea o excluyente, en ella confluyen elementos y comportamientos mixtos, incluso diferenciados. Pero indiscutiblemente el disparate acrecienta su influencia y tiende a preponderar.

La sociedad de la exhibición viral

De manera que la Sociedad del Disparate no es más que la sociedad de la exhibición viral. Los mismos disparates de toda la vida, o los mismos poetas-disparate, escritores-disparate, artistas-disparate, filósofos-disparate, analistas-disparate, indignados-disparate, políticos-disparate, antipolíticos-disparate, etc., solo que diseminándose exponencialmente en la megaotredad de la tecnoesencia. 

Así, como consecuencia de la democratización de la exposición, ahora la gente muestra un uñero en Facebook con el mismo empeño o despliegue con que enseñaría a un marciano tocando guitarra en un pomo de mermelada vacío; el uñero se viraliza y hasta con una llaga puede hacerse dinero o aglomerar empatía. Ese es el «problemilla» a atender terapéuticamente; no se trata de criminalizar la tecnología, que trae muchas más ventajas que desventajas.

No es que la Sociedad del Disparate haya inventado el disparate, sino que lo eleva a la categoría de espectáculo o negocio normalizándolo, acreditándolo socioculturalmente. Simplemente, en la sociedad de la exhibición viral lo importante no es la naturaleza —o incumbencia— de lo que se expone, como ya se ha dicho, sino la imperiosa necesidad de exposición de millones de internautas. 

Estados Unidos y la Sociedad del Disparate

Si Estados Unidos está llamado a desaparecer como referente libertario en los próximos años —cosa que dudo pero que está en el centro del debate actualmente— no sería por un conflicto ideológico sino ontológico, existencial (del que la ideología forma parte, claro, pero solo lateralmente). Es decir, por el primitivismo miedoso que late en el seno de toda organización humana y que la Sociedad del Disparate, paradójicamente un producto de la democratización de la información, multiplica exponencialmente. Se trata del miedo a la propia insignificancia, a la comparación, a la libertad, a la diversidad (a la evolución). También la Sociedad del Disparate no es más que un reflejo de estas fuerzas primitivas secuestradas por el miedo a la vida, a la competencia —la tribu refugiada en la caverna, en la exclusión—, que pretenden camuflar su terror ontológico con el cuento del hombre del saco que llega no a traerles caramelos, sino a robarles sus chucherías. Y es verdad que una cultura secuestrada por el miedo es siempre una cultura en peligro de desaparecer.

Por contra, una de las pocas ventajas de la Sociedad del Disparate es que ha acabado con todas las certezas. Y en estado de no tener certezas la especie humana puede echar a volar su imaginación como nunca antes. Solo la imaginación puede brindarnos un atisbo del programa (Matrix) en que estamos entrampados, como solo el aire puede enseñarle al pez volador “a ver” el mar.

Armando Añel

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