Entre desastres y gobiernos corruptos—Nicaragua siempre pierde
Néstor Cedeño
Néstor Cedeño es autor de Entre rebelión y dictadura y Entre lucha y esperanza,
dos obras de relatos, poemas y escritos sobre la rebelión cívica de 2018 en Nicaragua.
En 1998 aún estaba cursando mi quinto año de secundaria y a pocos meses llegaría a ser bachiller—a un paso de incursionar en una nueva etapa de mi vida académica. Durante ese tiempo, si no estaba estudiando, trabajaba como traductor para un organismo no gubernamental que enviaba grupos de apoyo humanitario desde Estados Unidos, ya sea para construir casas en áreas rurales o brigadas médicas que viajaban a lugares donde el sistema de salud aún no proporcionaba una atención adecuada.
Cuando el país recibió los efectos del huracán Mitch a finales de octubre, la lluvia constante que caía sobre los nicaragüenses nos recordaba a diario que nuestro país ha tenido una muy larga y dolorosa historia con respecto a los desastres.
Recuerdo cómo el aguacero persistente durante esos días, de alguna manera, perturbó a todo el país: los torrenciales provenientes de esa tormenta llegaron a afectar a muchas zonas del campo, causando perdidas agrícolas y forzando a muchos a buscar refugio debido al peligro creciente en algunas zonas.
Pero creo que todos siempre recordaremos un episodio específico: el deslave del volcán Casita.
Me viene a la mente todo lo sucedido. Escuché aquella llamada de la que fue alcaldesa de Posoltega, Felicita Zeledón, tratando de alertar a las autoridades de que la situación en el área estaba poniéndose cada vez más peligrosa. Pero la respuesta del presidente Arnoldo Alemán, como siempre hacia cuando quería hacerse el gracioso o, en este caso quizás, al ver que la alcaldesa era sandinista—básicamente fue de acusarla de exagerada y que lo que decía era una “locura”. Pero no hubo tal exageración o locura… la acumulación de agua en la zona hizo que se inundara Posoltega y causara aquella tragedia en el Casita, enterrando vivas a comunidades enteras.
La respuesta política fue primero descartar que hubo algún peligro mayor y no enviar la ayuda necesaria para así tratar de evitar una catástrofe. La mentalidad era que no querían que grupos e individuos se aprovecharan económicamente de la situación y el enfrentamiento entre Alemán y los medios era constante. No fue hasta cuando ya el daño estaba hecho, que el gobierno liberal puso en movimiento un plan de emergencia y el presidente Alemán, que aprovechó el momento para salir a visitar algunos lugares afectados para verse bien en los medios, más bien quedó tildado como “el que llegó y se fue”.
Llegué a Posoltega un mes después con una brigada médica y conocí a personas que contaron que debido a que el nivel del agua había llegado casi al techo de sus casas (nos enseñaron la marca en las paredes que señalaba hasta donde subió el agua), tuvieron que trepar sobre árboles y esperar allí por lo que tenía que haber parecido una eternidad. Miraban como el ganado era arrastrado por la corriente de lodo, y como las gallinas trataban de subir con ellos, buscando poder salvarse. Llegué a escuchar también sobre la forma en que el gobierno injustamente practicaba favoritismo hacia aquellos que eran fieles al partido en el poder a la hora de brindar ayuda. Eventualmente, y como todos en Nicaragua sabemos, el presidente Alemán encabezó un desvío millonario de fondos donados por cooperación extranjera; lo cual tendría como efecto un desastre económico y político. A pesar de eso, el Dr. Alemán y su esposa, María Fernanda Flores siguen afirmando que el expresidente nomás se robó “el corazón de miles y miles”.
Horas después hicimos el recorrido hacia la zona del volcán. Durante la trayectoria sobre ese camino de tierra ninguno de los “cheles” cruzaba palabras; el silencio era casi absoluto. Todos miraban fijamente el paisaje verde, buscando evidencia de aquella avalancha desastrosa que mató a miles, sin darles una oportunidad de salir corriendo. Aquellos médicos estadounidenses estaban claros que el gobierno había dilatado demasiado en declarar un estado de emergencia. Siempre noté que los brigadistas tienden a tener ese sentimiento de lástima hacia personas y situaciones donde se pudo haber hecho más, pero no se hizo.
Al llegar a un campo abierto, nos bajamos del vehículo y pudimos ver la cicatriz sobre un costado de aquel volcán inactivo. ¿Cuánta agua se habría acumulado en la cima para que llegara a rebalsarse y así crear ese tsunami de barro fangoso, destruyendo todo en su camino y sepultando a familias enteras? Alguien que se encontraba allí nos contó que aún había cuerpos enterrados y que más adelante de donde nos encontrábamos todavía se podía ver extremidades salidas de la tierra. Era como Pompeya, pero sin lava volcánica. Estaban en el proceso de extracción y nos mostraron donde estaban juntando cuerpos en una tumba masiva.
El recuerdo de mi visita a Posoltega y el volcán Casita ha sido algo que siempre ha quedado conmigo, especialmente ahora—veintidós años después—al ver como las tormentas Eta y Iota llegaron a devastar la zona del Caribe y la forma en que el gobierno actual ha respondido ante la situación.
Es increíble ver la ironía que este desastre ha destapado. En 1998 y a mi joven edad, no me fijaba en tanta politiquería; de quién se quejaba o defendía sus acciones, del espectáculo creado a la hora de brindar, rechazar o impedir ayuda humanitaria. Pero ahora, he visto como la dictadura se ha portado—peor que el gobierno de Alemán-—ante la situación.
Negar el acceso a los medios independientes y sociedad civil a través del poder represor de la Policía Nacional, confiscar donaciones destinados para ayudar a los damnificados, y manipular la información por medio de la vocera y sus comunicados orwelianos o llamadas telefónicas al mediodía ha sido una bofetada hacia nuestros hermanos de la costa y de las comunidades donde ellos viven.
Cuando finalmente llegaron los representantes del “buen gobierno”, lo hicieron con toda la fanfarria del circo en el que se han convertido; tratando de vender el amor de pueblo y la solidaridad del sandinismo—los únicos que pueden brindar el apoyo necesario. Pero detrás de la cortina de Oz, la verdad sigue siendo otra: una que hace recordar los errores durante el Mitch y la farsa del gobierno de turno de querer tapar el sol con un dedo. Se ha visto que el favoritismo sigue siendo normal: los militantes reciben ayuda, pero los “golpistas” no. Los medios afines a la dictadura siguen transmitiendo y publicando su apoyo y lealtad, sin cuestionar ni criticar, mientras los medios independientes tratan de reportar los hechos bajo la constante amenaza de una ley inconstitucional y el abuso de fuerzas represivas. También se ha visto cómo otro deslave—el del Macizo de Peñas Blancas— y el derrumbe de la mina artesanal en Rio San Juan han tomado las vidas de personas que no tuvieron la oportunidad de salvarse y un pueblo que pregunta: ¿Por qué tardaron tanto? y ¿Dónde está Ortega?
Habrá que preguntarle a ellos… Quizás estaban muy ocupados con los preparativos de aquellas tarimas luminosas para cantarle a la Virgen, a pesar de haber disparado frente a su imagen en abril 2018, quemado la figura de su hijo en la catedral o irrespetado sus templos y pastores con violencia.
En fin, Nicaragua ha pasado por muchos desastres en su historia—hechos que traen destrucción y muerte. Pero cuidado… que no hay peor desastre que el de un gobierno que no vela por su pueblo—sino que lo reprime y despoja de todo para cuidar y alcanzar sus propios intereses.