Entrevista a Mireia Bofill Abelló
II. La lengua materna
S E.: Vuestra lengua materna, la que aprendió cada una con la madre en los primeros años en un contexto concreto, suponemos que en ambos casos ha sido la lengua catalana, pero por motivos políticos, o quizá también por otros, vivisteis en Chile y en otros países, de modo que habéis adquirido un conocimiento profundo de otras lenguas, como el castellano y el inglés, francés… ¿A lo largo de vuestra vida habéis conservado esa primera lengua como la básica en vuestra relación?
m. b. a.: Sí, en casa siempre hablamos en catalán y durante mi infancia, en el exilio chileno, aun sin ser la lengua del país, también fue una lengua importante de relación, pues las y los exiliados republicanos catalanes mantenían fuertes vínculos entre sí y las personas más cercanas llegamos a formar como una gran familia. Compartíamos celebraciones, vacaciones y excursiones.
El Centre Català, que ya existía antes de su llegada, los acogió y se convirtió en un espacio de encuentro y de actividad cultural. Allí crearon una revista, Germanor, dirigida por el novelista y traductor, Domènec Guansé, y una pequeña editorial, El pi de les tres branques, que publicó obras de autores destacados, como Carles Riba, Joan Oliver, también exiliado en Chile y uno de los impulsores de la editorial; Josep Carner, Josep Ferrater y Cèsar August Jordana (un catálogo en el que, por cierto, no figuraba ninguna autora). Y, en una vertiente más lúdica, también fundaron el Club excursionista Barcelona, que tenía un refugio en la montaña andina, a un par de horas de Santiago.
Es decir que, para mí, de niña, el catalán fue una lengua no limitada al círculo familiar sino de amplio uso social y también cultural. Y así ha seguido siendo durante toda nuestra vida. El castellano era la lengua del colegio y de la calle, pero siempre viví como algo natural el tránsito entre una y otra.
A Montserrat le ocurría algo parecido, pues de pequeña había vivido en Cádiz y Cartagena, y también en Londres, a donde llegó con cinco años y donde aprendió a leer en inglés, antes que en catalán o castellano. Una lengua, el inglés, que ella, sus hermanas y su hermano, siguieron practicando y estudiando en casa al regresar, y que luego la acompañaría toda la vida en su actividad profesional y también como creadora. Sin embargo, como explica en sus memorias, al regresar del exilio en Chile, en 1960, «me encontré exiliada aquí, en Cataluña, por la persecución del catalán. El exilio lo sentí al regresar. Esa persecución de la lengua catalana, tan viva, me horrorizó» El miracle és viure (Ara Llibres, Barcelona, 2015, pp. 121 – 122). El castellano, de uso habitual para ella, se había convertido en una imposición; es difícil amar así una lengua. Por eso añade: «Siempre digo que me gustaría tener la independencia para volver a amar el castellano».
s e.: ¿Cómo ha sido vuestra experiencia de moveros con facilidad de una lengua a otra y cómo piensas que ha influido en su obra y en su percepción del mundo y de la literatura?
m. b. a.: Pienso que el uso cotidiano de otras lenguas ─el inglés, en su caso; en el mío, el alemán, lengua vehicular del Colegio Suizo, donde estudié hasta los dieciséis años, y más adelante también el inglés─ ha sido fundamental para las dos en nuestra labor como traductoras, al permitirnos conectar con ese «ritmo interno de las palabras» y «su significado profundo», que ella también intentaba plasmar en su poesía, para luego trasvasarlo ─o al menos intentar trasvasarlo─ de la lengua original al catalán o al castellano.
A Montserrat también se le abrió la oportunidad de leer en su lengua original a las poetas de habla inglesa que luego recopilaría en la antología Cares a la finestra. Para ella fue especialmente significativo descubrir en sus versos una manera coincidente de entender la poesía.
En 1971, durante un viaje a Inglaterra, un amigo le regaló Winter Trees de Sylvia Plath, editado póstumamente en aquel momento, cuya lectura la impactó fuertemente. «¡Por fin había encontrado a una autora que veía la poesía como yo!», exclama en sus memorias. Una impresión que vio corroborada en los Diarios de la poeta, donde Plath expresa su voluntad de «hacer poemas muy físicos, en el sentido de que las palabras adquieran consistencia por su significado, huyendo de abstracciones o preciosismos, poemas donde las palabras tengan un aura de poder místico por su significado profundo, decirlas siempre en voz alta, hacerlas irrefutables» (The Journals of Sylvia Plath (1950-1962), Dial Press, Nueva York, 1982, citado en Montserrat Abelló, El miracle és viure, op. cit., p. 101).
A partir de entonces, dedicó muchos esfuerzos a dar a conocer a esas autoras para ella tan significativas. Además de la citada antología Cares a la finestra, sus traducciones de poetas de habla inglesa al catalán incluyen Arbres d’hivern (Winter Trees), Tres dones (Three Women) y Ariel (Ariel) de Sylvia Plath –esta última con Mireia Mur–, Atles d’un món difícil (An Atlas of the Difficult World) de Adrienne Rich, y las antologías Soc vertical, Obra poètica 1960-1963, de Sylvia Plath, Com ella, Poemes escollits (1960-1965) de Anne Sexton, y L’Alé misterios. Poemes (1965-2007) de Margaret Atwood.