Monseñor Álvarez y la libertad de todos los presos políticos de Nicaragua
Monseñor Álvarez: secuestrado por la dictadura, abandonado por el Papa, el Cardenal, y la Conferencia Episcopal: un faro de esperanza
«La iglesia que NO quiere Jesucristo, dice Monseñor Álvarez, es la que quiere sentarse a la izquierda y a la derecha del poder, la que negocia con lo poderosos para tener su cuota de poder, la iglesia que calla. En otras palabras: una iglesia corrupta.»
Al escuchar las palabras de Monseñor Rolando y ver la respuesta del Papa, del Cardenal Brenes, y de la Conferencia Episcopal, es difícil no pensar que Monseñor es incómodo para todos ellos, que a todos ellos les dice verdades que estorban sus intereses, cualesquiera que estos sean.
Queda el sabor de la entrega, queda el regusto de la traición de Sumos Sacerdotes que dan como tributo al Poder a uno de los suyos. Una vez más, la entrega para seguir «sentados a la izquierda y a la derecha de los poderosos», negociando con ellos, como ha confirmado el propio Papa.
Pero a nosotros nos quedan también riquezas, valores duraderos: la hermosura del coraje, el brillo inagotable de la verdad, la fuerza que nos da para el combate que viene, batallas por la verdad y la justicia, la lucha por el bien, contra el mal, el ejemplo de que es posible actuar con rectitud, de que no todos somos venales y débiles, como quisieran hacernos creer los corruptos.
Monseñor Álvarez se alza, pequeño en estatura física, un gigante moral al lado de sus colegas de la Conferencia Episcopal, y del proclamado «Vicario de Cristo». Su conducta se hace un faro visible en la distancia que impone el terror de Estado, encendido como una luz que desde la conciencia nos dice que no hay que claudicar, que por el camino de la verdad y la justicia, y siguiendo el ejemplo de su coraje y su decisión de aceptar el martirio impuesto por los opresores, llegaremos algún día a tener un país libre. Un país sin secuestro político, sin opresión, y sin desesperanza, con derechos para todos, privilegios para nadie.
Nos dice que hay que desmantelar el sistema de poder, que hay que reemplazarlo por uno nuevo, dedicado a los derechos humanos.
Desmantelar lo viejo y lo perverso, porque no puede evolucionar, no puede cambiar. Y si no es posible la evolución, y el cambio es indispensable para el bien de todos, queda solamente el camino de la revolución democrática.