Eso que llaman guerras
<<Si extiendo mi mapa del mundo sobre la misma mesa que la extienden “ellos”, puedo ir, país por país, explicando quién es quién. Ustedes se asombrarían al contemplar cuántos Putin hay en este momento dirigiendo regiones, estados, imperios y comarcas.>>
Estaba allí. Delante de millones de ojos. Muerto. El casco ladeado aplastado por la metralla o las piedras o algún trozo de arma de algún extraño nombre. Era joven, muy joven, y aún tenía los ojos abiertos. Solo eso vi. Me imagino que era un soldado por la ropa amarillenta pintada de hojas o flores o malas hierbas que sirven para confundir al enemigo por si te alcanza por la selva o por un prado o un bosque de cipreses. Alguien hablaba con voz monótona y aburrida. No quise escuchar la voz, solamente miraba el rostro de aquel muchacho que no tendría más de veinte años. Era hermoso, pensé. Lleno de vida y de esperanzas. En aquel momento sentí un agudo dolor en el vientre. Un dolor que se fue extendiendo lentamente por las costillas y me llenó la garganta de rabia, de miedo, de lágrimas. Daba igual que fuera ruso o ucraniano, Podría ser mi hijo, pensé. O mi nieto mayor o cualquier hijo de cualquier madre del mundo. ¿Y qué hace ahí sobre ese estercolero de piedras y árboles caídos, las casas incendiadas al fondo de la imagen y un grupo de mujeres corriendo tapadas las cabezas con pañuelos y mantas? ¿Qué hacemos nosotros aquí sentados cómodamente contemplando esa imagen del mundo cuando el mundo se ha muerto en ese muchacho que no importa ya con quién luchaba ni para qué luchaba? ¿Qué hacemos con los millones de ojos que se clavan como estacas en el corazón de una madre que acaba de ver ella también (ventajas de este mundo programado y emitido al cien por cien) cómo destrozan la cabeza y la vida de uno de sus hijos?
Esas son las preguntas. Me las he hecho durante días viendo esta guerra como he visto otras guerras parecidas a ésta. Y me vienen a la cabeza recuerdos y opiniones que he ido vertiendo en esas otras masacres que han sido muchas, por cierto, a lo largo de mi vida. He visto al hombre blanco exterminar un poblado entero, incluidos sus habitantes, para construir un puente; he visto fusilar a más de cien muchachos por ser de una etnia distinta o una religión distinta a la que invadía su aldea en ese momento; he asistido al linchamiento de una nación por el afán de poder y riqueza de un dictador enloquecido por la sangre y los rituales de la gloria; he contemplado la destrucción de ciudades con niños dentro por el mismo enemigo que hoy invade Ucrania bombardeando hospitales y escuelas y que entonces ayudaba en Siria al linchamiento de la otra mitad de habitantes de ese país; y he asistido como mera espectadora al sorteo de pueblos, países y buena parte del mapamundi que realizaban zares, reyes, jefes de estado, generales y estrategas sentados alrededor de una mesa. Y en el reparto, ya lo saben ustedes, caían hombres y mujeres, niños y ancianas. ¿Para qué seguir? ¿Qué les digo que no sepan? La historia de la humanidad está llena de nombres ilustres que se alzaron con la gloria a base de sangre ajena.
Voy a cumplir ochenta años y aún me quedan lágrimas de rabia y desconsuelo cuando veo la capacidad de destrucción que tenemos los seres humanos para ponernos al servicio de una voz, unas consignas, unas ideas que predican la muerte del otro al que llaman enemigo. Me asusta comprender las vueltas que somos capaces de dar para hacer realidad una idea tan inverosímil como que hay que masacrar a aquellos que no piensan lo mismo que yo. ¿Cuántos años hacen falta para enseñar las mentiras necesarias para que un muchacho coja una metralleta y se lance al vacío de la muerte pensando que va a salvar el planeta? Esa es la pregunta. No tengo la respuesta, pero sí que creo que existe un mundo inventado por falsos profetas, falsos ideólogos, falsos héroes salva patrias, patrias a su vez reinventadas con distintos nombres para embaucar a la humanidad. Creo que nos mienten muchas veces a lo largo de nuestra vida haciéndonos pensar que existen enemigos y creo que el enemigo se inventa, se adorna con ropas distintas, pieles distintas, rostros que nos resultan ajenos, culturas diferentes contra las que nos educan para tenerles miedo o despreciarlas y hacer que nuestros hijos crezcan en el temor o la repulsa hacia ellas. Esos falsarios trazan las fronteras, las revisten de dogmas y principios opuestos a los nuestros, de costumbres distintas, de lenguas y religiones diversas, y luego nos enseñan a juzgarlas según convenga. Nos trasladan valores y consignas; nos enseñan idiomas con más o menos probabilidad de uso y extienden la creencia de lo que es bueno y lo que es malo para nuestra vida, y, una vez hecha la distribución de clases a considerar, admirar o despreciar según la sociedad a la que pertenezcamos, se sientan en sus cómodas butacas y dirigen la muerte en determinadas direcciones previamente diseñadas y según sus intereses.
Cuando era joven escribía sobre “ellos”, un poder sin rostro que acordaba nuestra economía y los movimientos de ideas y países enteros. No me gusta pensar de esta manera tan de serie de héroes, superhéroes, malos y buenos de carácter universal, pero hay algo de cierto en lo que pensaba entonces y hoy presiento de nuevo. <<Hay una frase de Jean-Paul Sartre que viene muy bien en estos días de pérdidas y masacres. “Cuando los ricos se hacen la guerra, son los pobres los que mueren”. No. Ellos no van. Son ellos los que las organizan, pero ir, lo que se dice ir, no van. Que si sube el petróleo, que si unas minas en el corazón de África, que si sobra trigo y falta gas, que si caen las acciones, que si suben, que si necesito una nueva salida al mar, que si sería interesante mover esa frontera, que si debemos variar el índice demográfico… Cualquier disculpa es buena para mover ficha. Se sientan alrededor de una mesa, extienden el mapa del mundo y con un rotulador de tinta roja trazan líneas sobre nuestros cadáveres. Ellos no van a las guerras que organizan… Las guerras que tanto les incomoda por su cercanía las organizan los mismos que las hacen posibles en África o en Oriente Medio. La pobre gente va de un lugar a otro, de una guerra a otra, de una muerte a otra, durante siglos. La gente pobre da bandazos en una patera, en una selva o en un pueblo de Toledo siempre y cuando desde esas altas cumbres de chaqueta y maletines de cuero brillante se decida que así sea, y nos embarquen en el odio, la sinrazón de un juego de tronos que no advertimos hasta que no vemos volar los dragones sobre nuestras cabezas.>> (Diario La Opinión. 21 de abril 2015).
Así pensaba entonces y así pienso hoy. Y me aferro a la idea de que hay marionetas que dependen de ese “ellos”, seres humanos sádicos, crueles y sedientos de sangre que disfrutan con la muerte y la destrucción y se llaman con los nombres que todos pronunciamos y que, miremos al norte o al sur, al este o al oeste de nuestro planeta, siempre encontraremos para nuestra desgracia. ¿Para qué mencionarlos? Ustedes lo saben igual que yo. Si extiendo mi mapa del mundo sobre la misma mesa que la extienden “ellos”, puedo ir, país por país, explicando quién es quién. Ustedes se asombrarían al contemplar cuántos Putin hay en este momento dirigiendo regiones, estados, imperios y comarcas y cómo aumenta, día a día, el número de alistados para morir en aras de esas grandes mentiras. Y así, poco a poco, poder ir enumerando los cadáveres posibles a favor de ese terrible y repugnante negocio que llamamos guerra.