¿Esperaremos sentados el derrumbe del régimen?
Erick Aguirre
Poeta, narrador y ensayista. Periodista, editor y columnista en periódicos de Nicaragua y Centroamérica. Miembro de número de la Academia Nicaragüense de la Lengua y miembro correspondiente de la Real Academia Española.
La pandemia del Covid-19 está dejando consecuencias catastróficas en Nicaragua. Desde inicios del año se ha venido denunciando la negación del régimen de Ortega a acatar las disposiciones de la Organización Mundial de la Salud.
Su única respuesta fue y ha sido promover irresponsablemente el contagio y no asumir ninguna medida de prevención. El régimen optó por lo que llaman «contagio de rebaño», y las consecuencias, repito, hasta ahora son catastróficas.
Actualmente Nicaragua debería estar realizando al menos 3 mil o 4 mil pruebas diarias de Covid-19 para un control mínimo de la pandemia. Pero dada la criminalidad de la política del régimen es difícil saber con certeza lo que realmente está ocurriendo cada día. No es posible saber con un mínimo de claridad la magnitud del problema sanitario que está enfrentando Nicaragua.
Lo que sabemos a simple vista es grave. Muchísimas muertes diarias, sistema de salud colapsado, funerarias trabajando al tope (con hasta un 150 % de incremento en la demanda), entierros clandestinos en la oscuridad de la noche, como ha hecho costumbre el régimen, que niega a la población afectada cualquier acceso a los restos de sus familiares.
De otro lado está la represión oficial contra los médicos y el personal del sistema de salud, a quienes se obliga a trabajar sin protección y bajo ningún tipo de protocolo adecuado. Decenas, tal vez centenares de ellos ya son víctimas de la infección.
Hasta ahora se lamentan muchas muertes de médicos valiosos y personal de enfermería. Más de 700 médicos han redactado y publicado un documento denunciando esta situación y planteando alternativas.
Sin embargo la respuesta del régimen ha sido una rabiosa campaña de revancha reflejada en numerosos despidos de médicos y especialistas, y el mantenimiento de un estado de amenaza sobre todo el personal hospitalario del sistema público de salud.
Por otra parte hay una dura restricción a las coberturas informativas relacionadas con el Covid-19. La limitación a la información pública y las amenazas a periodistas críticos, tanto en su trabajo como en el acceso a la salud pública, solo vienen a agregarse a los incontables y graves atropellos del régimen a la libertad de expresión y a los derechos humanos en Nicaragua.
El régimen no solo amenaza, sino que evita físicamente que los periodistas se acerquen a los hospitales y accedan a información pública. Mas de una decena de periodistas críticos con el régimen han sido contagiados, y se han visto imposibilitados para acudir a hospitales públicos por miedo a represalias.
Hay casos de periodistas citados por el régimen a los juzgados para responder por cargos de injurias y calumnias por ejercer su deber de informar con veracidad a la población.
El régimen también ha dispuesto acuerdos ministeriales que otorgan el poder al gobierno para regular al personal de las empresas de telecomunicaciones, a quienes les otorga libertades para la vigilancia digital.
Este es apenas un panorama somero de la grave situación que enfrenta actualmente Nicaragua: un Estado Policial de facto y la conculcación abusiva de todos nuestros derechos, garantías y libertades. En tanto, los índices económicos siguen dando tumbos hacia el despeñadero.
En un escenario de tal naturaleza cualquier previsión del porvenir mediato o inmediato es inevitablemente especulativa. No hay cálculos que puedan ser mínimamente objetivos o confiables. Todo se mueve en medio de una fragilidad progresiva de la estabilidad social.
Aunque el miedo de la población al contagio puede ser en buena medida un factor de desmovilización, unido a la mayormente errática conducta de la oposición política organizada viene a convertirse finalmente en un cóctel desesperanzador.
Pero no olvidemos que, aun con el miedo al contagio y aun contando con la repetida y decepcionante experiencia respecto la conducta de los llamados líderes políticos, la sociedad nicaragüense ha dado siempre muestras de sacrificio y resiliencia cuando se trata de la sobrevivencia individual y colectiva.
Recordemos que Nicaragua no es Venezuela. Tampoco es Cuba. ¿Hasta cuándo podrá este régimen moribundo sostener este escenario sin acabar por derrumbarse? ¿Llegará con vida al 2021? ¿O al menos con la misma «fuerza» que intenta mostrar ahora?
No sé la oposición, pero muchos ciudadanos no estamos dispuestos a esperar sentados.