¿Estados Unidos a la secesión?: aún resuena el discurso de la «piedra angular»
Carlos A. Lucas A.
Uno de los mensajes centrales de la emocionalidad trumpiana en Estados Unidos (EEUU), es el pensamiento de la “supremacía blanca” con sus expresiones de violencia extrema que, hay que reconocer, es anterior al planteamiento racista elaborado por el nazismo y el fascismo en los años 30. Ese “original” pensamiento racista estadounidense arrancó desde la inmigración y conquista inglesa contra las tierras, comunidades y tribus autóctonas del hoy EEUU, considerando a esos grupos humanos, como seres salvajes e inferiores.
Y es que mientras España en América organizó de inmediato su estrategia de dominio mediante expediciones militares y guerras de conquistas contra los grupos “indígenas” autóctonos para pasar luego a construir ciudades, colonizar los territorios y dar origen a una población en general mestiza, Inglaterra procedió a la vía inversa, con una inicial acción migratoria y colonizadora a la “tierra de la libertad” que más tarde evolucionó a la acción militar y dominio económico sobre las nuevas colonias y sobre las comunidades indígenas replegadas hacia el oeste de ese vasto territorio.
El pecado original de un “país de hombres libres”: la esclavitud
El trato dominante y de exterminio sobre los “indígenas americanos” constituyó la base para justificar más adelante la importación de esclavos (se cita el año 1619 como el del inicio del uso de esclavos negros), de grupos humanos cazados en África y vendidos como esclavos, especialmente a las colonias agrícolas del sur de EEUU (tabaco, caña de azúcar, algodón).
La escasez de mano de obra (todos los migrantes europeos querían enriquecerse lo más pronto posible), la dureza extrema de las faenas en el campo, crearon las condiciones para que las nuevas clases privilegiadas rehuyeran el uso de mano de obra asalariada (ya en apogeo en la Inglaterra semi industrial de los siglos 18-19) y percibieran el uso de mano de obra esclava africana como un derecho intrínseco a la generación y acumulación acelerada de riqueza y progreso.
Sin embargo, el desarrollo económico y técnico no fue igual; en general, el norte y este de EEUU evolucionaron a formas modernas de progreso, incluyendo el uso de mano de obra libre, asalariada. El sur se resistió a ese modelo, aferrado a sus raíces agrarias y esclavistas.
Guerra interna: choque de modelos
Tarde o temprano estos dos modelos contradictorios iban a chocar, lo que sucedió entre los años 1861-1865 con la Guerra Civil o de Secesión, que fue mas bien una guerra entre el embrión de una nación federal (la Unión) y un grupo de estados (la Confederación) muy celosos de su individualidad y libre albedrío, defensores de la esclavitud y enemigos de la tributación y aduanaje a un centro supralocal.
El proyecto federal ya en marcha, o se defendía, o sucumbía ante las posiciones separatistas o confederales. La llegada del republicano Abraham Lincoln a la Presidencia (1860), opuesto a la esclavitud y defensor de aduanas centralizadas por la federación, sirvió de alerta a los esclavistas sureños. Carolina del Sur dio inicio a las hostilidades contra el poder central. Empezaba la matanza de “americanos contra americanos”.
Estados Unidos estaba amenazado por una división basada en principios a contravía del progreso, de la modernización, de la integración conjunta al mercado mundial, del avance aduanero y fiscal: 11 estados del sur se aferraron a la defensa a muerte de la esclavización de seres humanos africanos y se decidieron por fracturar a la Unión declarada en 1776: Carolina del Sur, Mississippi, Florida, Alabama, Georgia, Louisiana, Texas, Alabama, Virginia, Arkansas, Tennessee y Carolina del Norte, una parte de ellos antiguos dominios españoles o franceses.
El “Discurso de la Piedra Angular” (1861)
Es curioso visualizar que la raíz de la “supremacía blanca” que hoy expresan, en redes sociales y medios de comunicación, políticos profesionales, periodistas, predicadores y partidos políticos, nos lleva hasta ese amargo trago histórico de 1861-1865, donde ese grupo de estados de plantaciones agrícolas proclamaban como principio, incluso moral, esclavizar a otros seres humanos considerados como inferiores.
Es digna de citarse la prevalencia contemporánea de ese fárrago de pensamientos expresados por Alexander Stephens, Vicepresidente de los “Estados Confederados de América”, en su famoso “Discurso de la Piedra Angular” del 21 de marzo de 1861, al justificar la promulgación de la nueva Constitución de los secesionistas:
“La nueva constitución ha aquietado, para siempre, todas las agitadas cuestiones relacionadas con nuestra peculiar institución: la esclavitud africana, ya que establece entre nosotros el estatus apropiado del negro en nuestra forma de civilización. Esta fue la causa inmediata de la ruptura tardía y la revolución actual. Jefferson, en su pronóstico, había anticipado esto como la “roca sobre la que se dividiría la vieja Unión” (…) Nuestro nuevo gobierno está basado exactamente en la idea opuesta; sus cimientos están puestos, su piedra angular descansa sobre la gran verdad de que el negro no es igual al blanco; que la subordinación de la esclavitud a la raza superior es su condición natural y normal. Este, nuestro nuevo gobierno, es el primero, en la historia del mundo, basado en esta gran verdad física, filosófica y moral (…)”.
Esta es la raíz histórica que explica, en parte, el pensamiento de “supremacía blanca” en el fenómeno emocional que es el trumpismo en EEUU: Aquella guerra, entre el proyecto federal y el confederado, entre el modelo capitalista moderno del norte y el modelo semi feudal y esclavista del sur, dejó una cicatriz profunda en la conciencia del pueblo estadounidense y sus élites, de la cual aún salen purulentas bascosidades: la “supremacía blanca” y las posiciones guerreristas y violentas de algunos sectores de la sociedad estadounidense. Son estas las cicatrices que Donald Trump, como tórsalo, ha aprovechado para su llegada al poder y su actual lucha (diciembre 2020) por no dejar ese poder.
Esta purulencia es tal, que podemos observar (cuadro abajo) que 8 de los 11 estados que se alzaron en armas contra la Unión en el periodo 1861-1865 (Alabama, Arkansas, Carolina del Sur, Florida, Luisiana, Mississippi, Tennessee, Texas) han presentado querella contra otros cuatro estados pidiendo anular los votos electorales registrados en estos durante las elecciones de noviembre 2020. Una curiosa manera de defender la democracia: suspendiendo el conteo y la certificación electoral.
Como cita el mismo Alexander Stephens, ya Thomas Jefferson había advertido sobre el costo futuro a pagar por la nación al basarse en la esclavitud humana, esa “piedra sobre la que se dividiría la vieja Unión”. Una piedra angular que puede provocar el derrumbe desastroso de lo construido por más de 200 años.
Una parte de los estadounidenses ha intuido eso, dándole el voto en 2020, a un par de figuras simbólicas: un presidente hombre blanco (y viejo) con una vicepresidenta, mujer negra (y más joven). Es la búsqueda de un equilibrio integrador y creativo, sanador, como ha dicho el mismo Presidente-electo Joe Biden, que logre curar la pústula histórica que padece esta nación, y que tenga en cuenta el decir de las arengas del Presidente Thomas Jefferson en su toma de posesión el 4 de Marzo de 1801:
“Sigamos con valor y confianza nuestros principios republicanos y federales, conservemos nuestra adhesión y unión al gobierno representativo (…). Un cuidadoso esmero en conservar al Pueblo el derecho de elección, correctivo suave y seguro de los abusos que poco a poco se van introduciendo, y que solo puede cortar después la espada de la Revolución, cuando no se han preparado anticipadamente los remedios en tiempos de tranquilidad”.
Es lo único que puede deshacer ese tenebroso como errado históricamente “discurso de la piedra angular” dado en 1861, en medio de la matanza, de la guerra civil en Estados Unidos.