“Estrategia Pellas”, lucha de clases, sanciones: ¿qué pasa realmente en Nicaragua?
<<La lucha por la democracia y por la libertad en Nicaragua es una lucha de clases. La protagonizan dos minorías ínfimas pero poderosas: el clan FSLN junto a sus servidores armados, y la minúscula oligarquía de media docena de grupos familiares milmillonarios junto a sus servidores políticos. Se disputan entre ellos el trono del poder, y coinciden en que el trono debe mantenerse sin que hayan cambios en el sistema de poder.>>
Un comentarista político prominente entre la disidencia post-1995 del FSLN afirma que el problema de las sanciones de Estados Unidos y Europa contra el régimen es que, aunque “golpean” a la dictadura, no son seguidos por más golpes; que dejan escapar al régimen, al que compara con un boxeador debilitado por un “gancho al hígado” que podría caer si el contrincante le diera otro golpe después de cada sanción.
El comentarista, por supuesto, exagera fantasiosamente, porque, ¿cuántos allegados al poder se conoce que hayan quedado en la pobreza por las sanciones? ¿cuál de ellas ha hecho tambalear al régimen? ¿qué orteguista, ya no digamos los mismos Ortega Murillo, ha perdido poder y propiedades por las sanciones?
Además de la distorsión de la realidad inherente en la descripción del efecto que debería esperarse de dichas sanciones, el argumento del comentarista oculta más de lo que revela acerca de la dinámica de la lucha política en Nicaragua.
Hay que decirlo, hay que evitar que sigan repitiéndose estos mantras dañinos: las sanciones, tal y como han sido diseñadas y aplicadas, son más que todo teatro político, diseñado para esconder la mano de los que juegan su póker con las vidas de los nicaragüenses.
A los sancionadores (principalmente el gobierno de Estados Unidos), les sirven para esconder su decisión de no utilizar la influencia que tienen para desplazar del poder a la dictadura de turno, mientras hacen «gestos» que los hagan aparecer, falsamente, como «comprometidos con la democracia».
A los adversarios de Ortega que figuran, gracias a sus conexiones de varios orígenes, incluyendo el apoyo internacional del «Gran Capital», y sus enlaces con las viejas izquierdas estalinistas del mundo, las sanciones les sirven para esconder también su decisión, que viene desde el inicio de la crisis actual, de no buscar el derrocamiento de la dictadura, sino, más bien, buscar que padrinos internacionales (los sancionadores, y aunque parezca increíble, y sea irrisorio, la OEA de Almagro) «presionen», «obliguen» a Ortega a ceder ante ellos, a dar «elecciones libres» para una «salida cívica».
<<La política produce los más insospechados matrimonios: el Gran Capital, los herederos parasitarios del poder postcolonial, en cama con los grandes “revolucionarios marxistas-leninistas”; los grandes “revolucionarios marxistas-leninistas” enemistados con Ortega, aliados del Gran Capital. El Gran Capital, una vez más, en dos camas. El oportunismo, en todas.>>
Por eso no es sorprendente que tanto los sancionadores como los adversarios de Ortega que buscan ser sus ahijados, concentren todo su poder mediático y toda su actividad política en el tema de las sanciones, sin plantear una estrategia de lucha popular por la democracia. Cuando de esta se trata, cuando oyen el reclamo y sienten la presión de la gente para que sean el “liderazgo” que dicen ser, los segundos se refugian patéticamente en declaraciones inverosímiles, como “debemos trabajar para encontrar puntos en común”. ¡Como si el pueblo de Nicaragua no tuviera claramente en común la meta de acabar con la dictadura por todos los medios posibles! ¡Como si para el pueblo de Nicaragua el régimen de El Carmen no fuera una pandilla usurpadora, genocida, a la que hay que sacar del poder antes de que cometa más asesinatos! Impresiona, verdaderamente, la dificultad que tienen para “encontrar puntos en común”, después de tantos “encuentros”, “espacios de diálogo”, “plataformas”, “concertaciones”, y toda la jerga de leguleyos con que arman sus discursos. Impresiona; y sugiere que toda esta verborrea sirve el mismo propósito que su obsesión con las “sanciones”, los pellizcos y palmaditas aplicados por sus padrinos internacionales, y que celebran como si se tratara de golpes feroces, contundentes, definitivos. Todo para convencer a un público que es, con justa razón, cada vez más escéptico de que ellos representen la lucha ciudadana.
<<Aunque Ortega es hoy la cara odiosa del poder, tanto Pellas y compañía oligárquica, como los políticos en su órbita son –por sus obras los conocemos—enemigos de la democracia y del pueblo pobre que padece en el desierto de oportunidades que crea el sistema oligárquico-autoritario de poder.>>
Peor aún, hay una dimensión siniestra detrás de todo el humo y ruido con que cubren su camino, y es que, en la práctica, demuestran estar dispuestos a adoptar la “estrategia Pellas”, la estrategia de la oligarquía: esperar a que “la biología resuelva el problema”. O sea, esperar a que Ortega, principalmente, o mejor aún (dobles milagros fueran posibles) la pareja de genocidas “pase a otro plano de vida”, para usar el lenguaje de la consorte. Así habría, a ojos de Pellas, y de los adversarios a Ortega que operan en la órbita oligárquica, “acabado el problema”. Porque, repiten, “aquí el único problema es Ortega”.
Irónicamente, la estrategia Pellas en sí, y las acciones de la caterva de oportunistas y vividores que la promueven, demuestran que el problema va mucho más allá de Ortega, y que aunque Ortega sea hoy la cara odiosa del poder, tanto Pellas y compañía oligárquica, como los políticos en su órbita son –por sus obras los conocemos—enemigos de la democracia y del pueblo pobre que padece en el desierto de oportunidades que produce el sistema oligárquico-autoritario de poder.
La estrategia Pellas, por supuesto, sirve a Pellas y al resto de la oligarquía tanto como sirve a la nueva clase de megamillonarios enriquecidos por el FSLN desde 1980. La estrategia Pellas implica impedir que se derroque a un régimen creado por la oligarquía y por Ortega para dar continuidad a un sistema que muchos de los adversarios de Ortega, hoy aliados a la oligarquía, alimentaron cuando fue su turno, y del cual se beneficiaron desde que el pueblo fuera traicionado por ellos en 1979, en 1990, etc.
Nicaragua es, sin duda, un ejemplo sin techo ni paredes de que la política produce los más insospechados matrimonios: el Gran Capital, los herederos parasitarios del poder postcolonial, en cama con los grandes “revolucionarios marxistas-leninistas”; los grandes “revolucionarios marxistas-leninistas” enemistados con Ortega, aliados del Gran Capital. El Gran Capital, una vez más, en dos camas. El oportunismo, en todas.
¿Y el pueblo trabajador? ¿Y la mayoría de los ciudadanos? ¿Y el país, la nación, la patria? “Poderoso caballero es don dinero”; es decir, primero las riquezas, el poder y privilegio de dos minorías enfrentadas, antes que los derechos humanos de los demás.
En otras palabras, la lucha por la democracia y por la libertad en Nicaragua es una lucha de clases. La protagonizan dos minorías ínfimas pero poderosas: el clan FSLN junto a sus servidores armados, y la minúscula oligarquía de media docena de grupos familiares milmillonarios junto a sus servidores políticos. Se disputan entre ellos el trono del poder, y coinciden en que el trono debe mantenerse sin que hayan cambios en el sistema de poder.
Ambos resisten, por sus intereses de clase, el anhelo de la inmensa mayoría de ciudadanos (trabajadores del campo y la ciudad en el comercio, la industria, la agricultura, la educación, los servicios; gente de todos los oficios, desde manuales hasta intelectuales, desde obreros y campesinos a profesionales graduados) que quiere vivir en libertad, respirarla sin sentir el aliento del espionaje ni el acoso del funcionario ni la represión del juez o la amenaza mortal de los sicarios uniformados.
Poco interesa este anhelo a las minorías privilegiadas en pugna, tanto a la que gira alrededor del clan Ortega-Murillo como a sus adversarios en la órbita oligárquica, quienes prefieren “esperar” a que un poder extranjero, o “la solución biológica” les abra la puerta del trono que controlan los usurpadores.
Pero, ¿abolir el trono? ¿Derrocar el trono? ¿Apoyar la lucha contra el trono? ¿Pasarse al lado del pueblo, abolir el sistema de poder, organizar una rebelión popular, una revolución democrática, una República Democrática? No está en sus planes. Nunca lo ha estado. Los adversarios de los dictadores de turno cuya agenda e intereses están atados a los intereses de clase de la oligarquía, únicamente cruzarán la acera, pretenderán unirse al pueblo, cuando lo consideren necesario para impedir que la lucha fructifique, cuando esta parezca estar a punto de dar frutos. Esto es, precisamente, lo que ocurrió después de abril de 2018: buscando cómo salvar el sistema de poder (lo que ellos llaman “horror al derrocamiento” o “salida cívica electoral”, y los poderes extranjeros llaman “estabilidad”) hicieron posible que los dictadores de turno permanecieran en su cúspide.
Por eso es que, tanto como ellos quieren evitarlo, cueste lo que cueste, nosotros debemos apoyar, cueste lo que cueste, el protagonismo de los ciudadanos a quienes estas élites mienten y temen.
No existe democracia –literalmente, el poder del pueblo– sin el poder del pueblo, sin que el pueblo se organice independientemente por sus intereses, y que se enfrente organizado a los enemigos de sus intereses. Y no hay posibilidad de hace valer los intereses del pueblo sin conquistar la democracia. Como tampoco hay posibilidad de que la democracia sea regalo de élites que durante siglos han demostrado ser antidemocráticas hasta la médula, y que por su poder económico y en defensa de sus intereses compran y cooptan, pactan y guerrean, pero al final coinciden en su desprecio por los derechos humanos de la gente, y se unen contra el pueblo cuando hace falta.
Actúan así porque no pueden hacerlo de otra manera, porque el sistema que las ha creado es de tal manera opresivo, extractivo y explotador, que para sobrevivir necesita que el poder político sea autoritario. Pueden enjugarlo en palabras bonitas y discursos cristianos (lo hacía Somoza, lo hacen los Ortega, y ahora lo hacen los adversarios de Ortega aliados del Gran Capital), pero cuando ven su dominio amenazado, la paz en que creen es la paz de los sepulcros.
Por eso, la mayoría ciudadana, los expropiados de libertad, dignidad y oportunidad, tienen, si ha de haber democracia (¡y es posible; se puede!) que ser los protagonista de la lucha, y luego ser el centro, nervio y corazón de un nuevo sistema de poder, disperso, desmilitarizado, que someta a las élites a un orden democrático que habrá de ser creado en el proceso de derrocar a la dictadura actual y a cualquier régimen de trampa y traición que lo suceda, como en 1990.
Todo esto se puede.
Más temprano que tarde, nuestra necesidad de ser libres y de dejar la miseria atrás hará que el sueño se haga realidad.
Francisco Larios
El autor es Doctor en Economía, escritor, y editor de revistaabril.org.