¡Fuiste anarquista y viste lo que hay!
Jimmy J. Gómez Rivera
El autor es Antropólogo Social y activista, participante en movimientos sociales.
«Tanto la dictadura como los poderes fácticos en Nicaragua coincidieron en la necesidad de domesticar la insurrección de abril, disciplinarla, encauzarla hacia los mismos dispositivos generados por el modelo hegemónico, la mesa de negociación bajo el arquetipo del modelo de consenso, con los mismos actores, la mediación de los partidos tradicionales y la burocracia de los poderes fácticos.»
Sobre el escrito “Tipificación de suicidio: Anarquista”, que escribió Valentina: el morbo, la banalidad y el no querer entender han ocultado la esencia de ese texto; el no querer ver la crítica que hace al sistema hegemónico nicaragüense, de cómo seguimos fallando como sociedad.
También se le ha dado la espalda a cómo ella quiere ser nombrada/recordada: “Si alguien va a decir algo de mí, espero que sea algo parecido: que fui anarquista y que vi lo que hay”. Su posicionamiento en el pensamiento anarquista, un término que a conveniencia de las élites se ha estigmatizado, asociado al “desorden”, por mentes reaccionarias que desde el positivismo ven el orden como una esfera disciplinadora, para producir sujetos que no cuestionen lo establecido.
Está de más decir que desde las físicas y las matemáticas, el caos es una matriz creativa que impulsa a considerar la complejidad, y que no es un sinónimo de desorden.
Desde el anarquismo, la libertad tiene otro significado, uno realmente emancipador, que lo libera de su definición deformadora, que desde otras corrientes lo restringen vulgarmente a la libertad de mercado, un eufemismo que esconde las relaciones de esclavitud, servidumbre, subordinación y exclusión, donde las personas y la ecología son cosificadas como mercancías, objetos de posesión, y dejamos de ser ciudadanos para ser consumidores y consumidos. En esas relaciones la vida está subordinada al mercado, es decir a los intereses de las élites.
Desde esta perspectiva, abril 2018 fue todo un ritual de resistencia; como todo rito, el orden hegemónico fue suspendido, se hizo al lado ese sujeto producto del sistema y se comulgó con el espíritu desobediente, irredento, iconoclasta y rebelde, que vive adormecido por el soma de nuestra educación disciplinadora, que nos induce a través de todo tipo de violencia a ser conformista, obediente, resignado, y a darle la espalda al pensamiento crítico.
En ese abril, la autogestión, las redes de solidaridad, el asamblearismo, la alergia a caudillos y profesionales de la política, la construcción colectiva, la desobediencia civil, la organización comunitaria, la descentralización, la territorialidad, entre otros, fueron las dinámicas que vivimos en carne propia. Parecía que teníamos la intención de dejar de ser siervos, en esta gran hacienda feudal y encomendera del Estado colonial que es Nicaragua, a gusto de sus élites partidarias, económicas, religiosas y culturales.
Igual que sucedió con la Comuna de París, esta situación no podía ser permitida, el circo debía ser de nuevo restaurado. Tanto la dictadura como los poderes fácticos en Nicaragua coincidieron en la necesidad de domesticar la insurrección de abril, disciplinarla, encauzarla hacia los mismos dispositivos generados por el modelo hegemónico, la mesa de negociación bajo el arquetipo del modelo de consenso, con los mismos actores, la mediación de los partidos tradicionales y la burocracia de los poderes fácticos.
A la vez, incluir a nuevos rostros, para cooptarlos y fagotizarlos. El mismo régimen se tomó la potestad de ir definiendo a través del relato y del veto quién debía ser su opuesto, negando al que más le temía, al que no estaba bajo el control de las élites. Así salió la tesis del aterrizaje suave que a toda costa pretende conservar el modelo.
Y así, al suave, hemos visto cómo gente que antes defendía causas vitales para la transformación social ha sido fagotizada, ha vuelto al redil del pragmatismo resignado, volviéndose agentes disciplinadores, presionando para que los sectores de siempre pospongan su agenda, y calificando de radicales a los que se niegan, mientras los poderosos y los conservadores empujan activamente la suya. A la par, el consumismo, el miedo paralizante, el machismo, el adultismo, el odio, la violencia, el caudillismo y demás rostros de la cultura política tradicional vuelven a salir para restaurar el orden, el circo. El bucle histórico no deja avanzar a este pueblo colonizado.
Y eso duele mucho, porque hay muchas vidas entregadas para que esto se transforme de una vez por todas. Y allí es donde certeramente Valentina nos llama la atención, que como sociedad volvemos a fallar, buscando la supuesta estabilidad, que no es tal, sino un bucle, que nos devuelve a abril, como pasó en 1893, 1979 y 1990, para ser una sociedad patriarcal, colonizada, subordinada, racista, clasista, educada en un pensamiento mágico-religioso, que considera que todo está escrito, para esconder que esto es producto humano, de nuestra sociedad, de nuestra convencionalidad, y por tanto, como se armó, se puede desmantelar, desaprender.
Cuando uno se coloca en otro sitio, cuando busca aquella posición incómoda y decide tomar la píldora roja en vez de la azul, comienza a observar esa complejidad de que están hechas nuestras sociedades, nuestras costuras endebles y forzadas. Se da cuenta uno de que estas costuras son convenciones, construcciones sociales y culturales; no un designio predestinado, solo producciones artificiales que se pueden transformar.
Ver eso tal como es asusta a muchos, los deja sin base sobre la cual sostenerse, y por ello corren a buscar la píldora azul, que les da estabilidad, y aceptan resignados lo que otros diseñan para ellos.
Y allí está el reto, cómo evitar, o por lo menos cómo arruinar la fiesta de los poderosos en este espectáculo de poco pan y pésimo circo.
¡Fuiste anarquista y viste lo que hay!