Giordano Bruno, Bujarin y el Gulag de los Ortega Murillo

Otto Aguilar
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«La persecución, torturas, muerte, exilio, deportación, trabajos forzados, hambrunas, sustituyeron el fin de las revoluciones, el ideal por el cual se había luchado: la construcción de una sociedad justa»

Entre las denuncias hechas por activistas políticos excarcelados en Nicaragua por la dictadura ortegamurillo se evidencia el horror inquisitorial a que fueron sometidos en su cautiverio de un año: extracción de uñas, abusos sexuales, quemas en sus sexos con cigarrillos, golpizas mientras permanecían suspendidos cabeza abajo, aislamiento en celdas pequeñas y sin ventilación, amenazas de represión a sus hijos o familiares, simulacros de ejecución, etc.

Estas denuncias ya se venían escuchando por medio de sus familiares. Escucharlas con detalles directamente a través de las víctimas produce deseos de tomarse esas cárceles donde aún permanecen otros reos, como cuando el pueblo se tomó La Bastilla en los álgidos días de la Revolución Francesa. Pero no estamos en Francia ni estamos en 1789, cuando la guillotina volaba cabezas, desde la de Maria Antonieta y el Rey, pasando por miembros de la Corte hasta llegar a los mismos líderes de esa revolución, hecho al cual se refiere la expresión: “Saturno devoró a sus hijos”.

De hecho todas las revoluciones, sin excepción, al final han terminado así: devorando a sus hijos. Desde la revolución francesa pasando por la revolución rusa que dejó un saldo de 20 millones de víctimas; la revolución marxista-leninista que a la vez se convirtió en ejemplo a seguir con todas sus secuelas de horror, convirtiendo los medios de represión a sus disidentes en el fin de la revolución.

La persecución, torturas, muerte, exilio, deportación, trabajos forzados, hambrunas, sustituyeron el fin de las revoluciones, el ideal por el cual se había luchado: la construcción de una sociedad justa.

También al escuchar a los excarcelados y admirar su coraje, el valor de seguir (a pesar de esas torturas) en la lucha contra la dictadura de los ortegamurillos, se notan diferentes posiciones en cuanto a hacer justicia: por un lado están las actitudes claras y contundentes de llegar hasta las últimas consecuencias: pagar con su vida, incluso inmolarla sustentada o no  en la creencia de un Dios. Pero ese Dios para algunos de estos activistas (según declaraciones de una destacada periodista excarcelada) es tan misericordioso que hasta ama al dictador, lo ama y lo puede perdonar. Posición esta que difiere de la de otra activista que sufrió extracción de uñas de sus pies mientras estuvo en las mazmorras de la cárcel de mujeres. Para ella la justicia divina y del pueblo es clara e implacable y llegará, tarde o temprano, a los dictadores y sus cómplices.

Aparte de que estos activistas excarcelados de la dictadura ortegamurillo en Nicaragua son un ejemplo de lucha, ellos deben estar claros que la justicia debe ir más allá de cualquier fanatismo religioso o político en una nueva sociedad con un Estado laico, porque ambos fanatismos (político y religioso) en sus extremos llegan a juntarse y parecerse mucho el uno al otro. Si no miren cómo terminaron los dictadores de Nicaragua, sandinistas-socialistas-cristianos Daniel y Rosario: torturando y asesinando a su pueblo.

Hay dos casos que la historia ilustra y registra con hechos. Nikolái Bukharin, o Bujarin (el “muchacho dorado” le llamaba Lenin), quien fue el ideólogo del bolchevismo, miembro del Politburó. Su visión crítica de los abusos, de los crímenes, su crítica a la desviación del estalinismo de los principios de la revolución rusa, tienen una gran semejanza con el caso del monje dominico y filósofo Giordano Bruno, quien criticó fustigó los ritos, supersticiones y la corrupción de la Iglesia Católica de su tiempo, por lo cual la Inquisición le condenó a ocho años de cautiverio en las mazmorras del Castillo de San Angelo en Roma, donde fue torturado por sus mismos hermanos monjes dominicos; después de esos ocho años fue quemado vivo en la hoguera.

Monumento a Giordano Bruno en el Campo dei Fiori, Roma
Monumento a Giordano Bruno en el Campo dei Fiori, Roma (La imagen está en el dominio público – Wikimedia Commons)
Retrato de Nikolái Bujarin
Retrato de Nikolái Bujarin
(La imagen está en el dominio público – Wikimedia Commons)

Bruno fue quemado vivo por la Iglesia Católica, que más de 4 siglos después aún no lo ha rehabilitado. Bujarin fue ejecutado de un balazo en la cabeza después de un año de prisión, por el estalinismo marxista de Rusia. A pesar del terrible final de Bruno y Bujarin a manos de dos fanatismos aparentemente opositores entre sí (que en sus extremos se unen), ambos personajes llegan hasta nuestros días del S. XXI para recordarnos con sus escritos y ejemplo, que la historia se repite una y otra vez, que los crímenes se vuelven a cometer sobre todo cuando ignoramos esos crímenes que los fanatismos religiosos y políticos han querido ocultar o borrar.



Berkeley 13/Junio/2019