Hablemos claro: crímenes de lesa humanidad, Nicaragua, Palestina, Estados Unidos [grandes lecciones de una tragedia humana que hay que detener]

<<No debemos cansarnos de denunciar el genocidio contra el pueblo palestino, ni contra el pueblo nicaragüense, el robo de nuestra libertad, de nuestra esperanza y nuestra dignidad, de la intención de aniquilar nuestros espíritus; el de los palestinos, y el de los nicaragüenses. Somos, los dos pueblos, simplemente seres humanos. Por eso es imperativo que nuestra bandera más alta sea la de los Derechos Humanos, por encima de cualquier diferencia étnica, cultural, religiosa política, ideológica y militar. >>

Hablemos claro, y hablemos, porque nos concierne a todos como seres humanos; no es tema ajeno, “de otros”, ni podemos lavarnos las manos con que “nada podemos hacer”, o “tenemos que concentrarnos en ‘nuestra’ lucha”:  forzar el desplazamiento de una población a punta de violencia militar es “limpieza étnica”. Un crimen de lesa humanidad universalmente definido como tal e incluso codificado.

Hablemos claro: los hechos, los datos, la historia, no deja lugar a duda razonable de que “limpieza étnica” es lo que persigue el Estado de Israel. Basta ver el mapa que muestra la reducción progresiva de los territorios en que viven los pobladores originarios de Palestina, versus el área creciente que ocupan los europeos que bajo el manto de una religión expulsan a los palestinos. La distribución en el mapa va asemejándose a la distribución de estadounidenses,  europeos y americanos nativos (“indios”), estos últimos desplazados también, arrinconados en reservaciones donde viven su derrota cerca del exterminio casi total.

Limpieza étnica en Nicaragua y América Latina

La prolongada guerra de limpieza étnica ha sido, como las luchas contra los “indios”, no solo en Estados Unidos, sino en la América hispana, de largo plazo. De esto no se habla casi nada, pero hubo guerra declarada contra comunidades indígenas en Nicaragua hasta fines del siglo XIX, al igual que en el resto del continente. ¿Y qué es lo que ocurre a los habitantes de la costa Caribe de Nicaragua, colonizada por el Pacífico? ¿No es una guerra de ocupación y expropiación? No podemos lavarnos las manos. No son únicamente los “colonos” orteguistas de hoy, ni los militantes “revolucionarios” en los 1980 quienes lo hacen o han hecho. Ha sido la práctica aceptada asumir que “el Caribe es nuestro”, y podemos ocuparlo como bien nos plazca. “Convertirlo” a lo que somos en el Pacífico. Porque tenemos derecho, porque es “nuestro”. Es decir, no solo tomar lo material, sino aniquilar lo cultural y espiritual que nos precede. Hablemos claro: no solo es la destrucción material lo que persigue el nuevo amo de la tierra, sino la aniquilación cultural y espiritual de sus despojados dueños. La resistencia puede durar siglos, hasta que la vieja nación se apague, como se ha apagado en el espíritu nicaragüense la conciencia de ser indio, y sobre todo negro, aparte de español.

“Cuando uno tiene que participar en cientos de protestas solo para decirle al mundo que bombardear a los niños no está bien. Entonces es cuando uno sabe que la humanidad ha fracasado.»

El despojo espiritual tiene reverberaciones que permanecen por mucho tiempo en la psicología de los pueblos que así desaparecen y resurgen, o quedan sepultados––como cruz o semilla–– en el mestizaje. Este es otro tema de esos en los que habría que citar a Faulkner: “el pasado ni siquiera ha terminado de pasar” (“The past is not even past.”). Y es un tema en el que hay que hacer mucha crítica a los intelectuales y artistas nicaragüenses, que han mantenido por más de un siglo, incluso en la música “revolucionaria”, la identidad nacional inventada por un grupo de brillantes colonialistas, herederos del patriarcado hacendario más conservador, incluso autoproclamados fascistas: el movimiento de Vanguardia.

Las falacias crueles, la escuela nazi de propaganda

En la batalla actual de limpieza étnica que el Estado de Israel lleva a cabo contra la nación palestina (no es “contra Hamás”), el concepto con que intentan justificar el crimen, el de “escudos humanos” es tanto o más ilegal que el crimen que buscan apañar. Es cruel, constituye otro crimen.

Se trata de una maniobra publicitaria digna del manual nazi, que convierte a cualquier palestino que no deje su hogar en “blanco legítimo”. Solo por estar en su casa con sus padres o niños, los palestinos “dan protección” a un terrorista, son escudos, hay que acabarlos. Solo por estar en un hospital, en una escuela, o en una ambulancia, son “escudos” que hay que destruir. Algunos estrategas del Estado de Israel aducen que ningún vehículo en Gaza es “civil”. Por tanto, todos son blancos militares.

Y si para matar a alguien sospechoso de ser militante de Hamás hay que destruir un edificio y matar a 500 palestinos desarmados, 200 de ellos niños, destruyen el edificio y matan a 500 palestinos desarmados, 200 de ellos niños. “Tenemos derecho a defendernos”, dicen, y el gobierno de Estados Unidos, junto a otros “demócratas”, repite a coro “tienen derecho a defenderse”.  Es decir, tienen derecho a matar a 500 palestinos desarmados, 200 de ellos niños, para intentar matar a un sospechoso de ser militante de Hamás. “Se vale”, porque los 500 palestinos desarmados, 200 de ellos niños, son “escudos humanos”. Si no quieren serlo, “que se vayan”. Si se quedan en el hospital, en la escuela, en la mezquita, en la iglesia, en sus casas, entonces son ellos, los 500 palestinos desarmados, 200 de ellos niños, los culpables, por aceptar ser “escudos humanos”.

Sembrar viento, cosechar tempestades, sembrar más viento: el horror

Hablemos claro: robo, invasión, codicia y cinismo convergen en el Estado de Israel. Después se “sorprenden” de que el terrorismo se desate. Un Estado terrorista siembra viento y después, cuando viene la tempestad, siembra más viento. Es la soberbia del Poder mientras gana: quien aprieta el gatillo, u ordena la ejecución, llega a creerse eternamente impune. A todos los criminales (lo sabemos por nuestra experiencia nicaragüense, claro) se les figura que pueden hacer desaparecer los derechos de la gente sin que haya consecuencias.

¡Que se vayan!

El caso del Estado de Israel es en nuestra era, de lo peor. Aunque “peor” es una palabra que escribo con enorme incomodidad, con culpa, casi: deberíamos tener formas más éticas de expresar las medidas de la maldad.

¿Por qué “peor”? Porque quieren ––lo han dicho, lo han demostrado– la desaparición de todo un pueblo. Llegado a este punto, pensé en decir: “es como si los Ortega-Murillo, y no la gente en las calles, gritaran la consigna “que se vayan”.” Pero caigo dolorosamente en cuenta de otra similitud en el comportamiento de los opresores, porque la dictadura de turno en Nicaragua ya ha logrado que más del 10 por ciento de la población “se vaya”. Ya ha desterrado, bajo los harapos de la legalidad, a cientos de prisioneros, religiosos y ciudadanos a quienes arbitrariamente despojan de su derecho a vivir en su país-hogar. Y lo han hecho con la complicidad del gobierno de Estados Unidos. Estos son los datos que ilustran la verdad del mundo, no los discursos ni las denuncias hipócritas de funcionarios y operadores políticos.

La guerra comenzó en 1948; la piñata que legalizó el pacto Chamorro-Lacayo-Ortega, y la felicidad de regalar lo ajeno.

Si queremos un mundo mejor, si no queremos ser parte de ese coro hipócrita que maquilla chapuceramente las crueldades del Poder; si tenemos un mínimo de coherencia con lo que decimos creer, con la supremacía de los derechos humanos; si tenemos un mínimo de humanidad, de humana empatía y conocimiento sobre esta guerra que (hablemos claro) comenzó en 1948 con la imposición de un Estado que los poderes vencedores de la segunda guerra mundial regalaron al movimiento sionista europeo, no debemos cansarnos de denunciar el genocidio que se comete contra los palestinos.

Hablando de “regalo”, he aquí otra muestra de que el Poder tiene un ADN común. Los colonialistas europeos, incluyendo a la entonces Unión Soviética, e incluyendo a Estados Unidos, “regalan” el hogar palestino al europeo judío que huye de la persecución en tierras de Europa. No regalan lo propio, regalan lo ajeno. Un recurso feliz de los poderosos. Como cuando los privilegiados del FSLN y el gobierno de Violeta Chamorro y Toño Lacayo se pusieron de acuerdo para legalizar la infame piñata. Como cuando la Sra. Chamorro regaló al Cardenal Obando (dizque a nombre de la Iglesia Católica, da igual) edificios que pertenecían a todos los ciudadanos, no a ella, para que Obando y la familia Rivas instalaran un negocio privado: la universidad UNICA. Hay que recordar que ese acto llevaría a la cárcel a un gobernante de un país democrático. Y hay que recordar que el crimen no solo es de propiedad, sino de hambre, porque, mientras se hacía un regalo millonario a Obando y los Rivas, el gobierno de Nicaragua pagaba alquiler para sus oficinas, con dineros que debían mejor invertirse en salud, comida y educación, en particular para los más necesitados. Hablemos claro.

Defensa de los derechos humanos en todo el mundo: lecciones para los nicaragüenses, y un llamado a la lucha.

No debemos cansarnos de denunciar el genocidio contra el pueblo palestino, ni contra el pueblo nicaragüense, el robo de nuestra libertad, de nuestra esperanza y nuestra dignidad, de la intención de aniquilar nuestros espíritus; el de los palestinos, y el de los nicaragüenses. Somos, los dos pueblos, simplemente seres humanos. Por eso es imperativo que nuestra bandera más alta sea la de los Derechos Humanos, por encima de cualquier diferencia étnica, cultural, religiosa, política, ideológica y militar.Ningún proyecto social o nacional contrario a los Derechos Humanos es aceptable.  Por eso es esencial construir estados liberales-democráticos, dentro de los cuales tengan cabida, restringidas por los derechos humanos, las diferentes visiones sobre cómo manejar la economía y los conflictos de clase. 

“Liberal” no tiene nada que ver con los autollamados partidos “liberales” de Nicaragua. “Liberal”, en este contexto, quiere decir que hay derechos individuales que son inalienables, y que no están sujetos al dominio de la democracia. 

No puede haber, ni la aceptación del derecho absoluto de un individuo, porque eso no es realista (somos intrínsecamente sociales) y por tanto impide la vida social, ni la aceptación del derecho absoluto de la mayoría, o sea, de la democracia, porque hay derechos individuales inalienables que no pueden someterse a votación. No puede instituirse la esclavitud, por ejemplo, o establecerse una religión para todos, porque “la mayoría decide”.

De ahí la necesidad de la conjunción “liberal-democrática”, el balance. Un lado de la expresión limita al otro, para que se logre el objetivo: la libertad humana; la paz con justicia, el bienestar común y el respeto a la individualidad hasta donde esta no oprima los derechos del otro. 

Un corolario, o más bien un presupuesto, es que el Estado, para ser liberal-democrático, no puede sino apartarse (no suprimir, ni combatir, ni subsidiar, ni utilizar) de la religión y las iglesias. 

¿Por qué el silencio ante el genocidio de los palestinos, de parte de muchos que protestan contra el genocidio en Nicaragua?

¿Será que solo nosotros, los nicaragüenses, tenemos derecho a la vida y a la libertad? 
¿Será por eso que los “políticos de oposición” guardan silencio ante el genocidio palestino? 
¿No será porque, en el fondo, no creen en la libertad, ni en Palestina ni en Nicaragua, y les interesa más que todo no “ofender” a sus jefes y financiadores en el Departamento de Estado?

En el mundo viciado y vaciado de ética que habitan, su ambición de estar en la mesa del poder ––solos o cohabitando con Ortega-Murillo, o con el Ejército—requiere que el gobierno estadounidense les dé el visto bueno, según ellos mismos admiten. 

En ese mundo viciado y vaciado de ética su única competencia en las grandes ligas de la inmoralidad es la propia dictadura de turno, que asume la inverosímil pose de “defensora de los derechos humanos de los palestinos”.  

Fariseos ambos, cínicos.

Por eso: que nuestra guía sean los principios universales proclamados en la carta de Derechos Humanos. Que seamos capaces de darnos cuenta de que a los fariseos los mueve el interés propio, que no son luchadores por la libertad ni defensores de los derechos de nadie, sino agentes de sus propios privilegios.

Y que no dejemos nunca de denunciar los crímenes de lesa humanidad, la supresión de los derechos de niños y adultos. Nunca nos detengamos. Un mundo mejor es posible. No perdamos la esperanza.

Francisco Larios
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El autor es Doctor en Economía, escritor, y editor de revistaabril.org.

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