¿Hay prensa independiente en Nicaragua?
[Lecciones de una “emboscada”]
Francisco Larios
El autor es Doctor en Economía, escritor, y editor de revistaabril.org.
Los hechos
En un incidente que sería negligible en los ciclos noticiosos de países democráticos, un periodista [o los productores de su programa] decidieron carear a dos políticos al final de un programa televisivo en Nicaragua. Llamaron por teléfono al mayor de ellos, el expresidente Arnoldo Alemán, caudillo del Partido Liberal Constitucionalista, señalado por numerosos actos de corrupción y por haber hecho posible que el dictador Daniel Ortega regresara a la presidencia. Luego llamaron al más joven, también liberal, Félix Maradiaga, uno de los dirigentes más públicos y publicitados de la Unidad Nacional, de quien en círculos políticos se dice desde hace tiempo que persigue vehementemente la presidencia del país. Alemán aceptó la llamada, y Maradiaga regresó al estudio. Alemán espetó a Maradiaga que este había ido varias veces a visitarlo, para pedirle su “bendición” y convertirse en candidato del partido. Maradiaga respondió, negando vigorosamente las acusaciones, y cuestionando la ética del expresidente. Antes de hacerlo, protestó en tono controlado al periodista, aduciendo que lo habían “emboscado”.
Hasta aquí, el asunto parece bastante rutinario; parece, en el peor de los casos, agilidad maliciosa del productor [“aprovechemos, llamen a Alemán, que responda a Maradiaga, y que este responda”] y torpeza de Maradiaga [como político ya fogueado, si no preguntó para qué lo querían de regreso ante las cámaras no puede culpar a nadie más que a sí mismo]. Sea como fuere, nada que en una cultura democrática merezca, en sí, censura; todo lo contrario, es el espectáculo de la noticia a través del cual con frecuencia se obtiene la exhibición de los hechos, de la verdad.
Pero la de Nicaragua, hay que reconocerlo, no es una cultura democrática, y de un incidente que duraría en otros pagos lo que dura un copo de nieve en el desierto ha manado una reacción torrencial en días subsiguientes: no solo las habituales “tomas de partido” entre un político y otro, en las cuales, por supuesto, Maradiaga ha salido muy beneficiado, ya que es difícil encontrarle (aparte de Ortega) un político en tal debilidad de opinión pública, sino que ha habido una reacción notable de rechazo al periodista conductor del programa, y al propio canal de televisión; una reacción capaz de obligar a la gerencia a que pidiera perdón por “la emboscada”.
Y que conste: en las redes sociales los escasos comentarios de adeptos conocidos de la oposición condenan al periodista y al canal. Ninguno, ni siquiera sus colegas del periodismo no oficial, ha defendido al entrevistador. Entre el público extramuros, el de quienes no participan en convivios y reuniones de la clase política, la reacción a lo ocurrido es una versión u otra de la articulada por el Sr. Jimmy Guevara, comunicador social exilado en Costa Rica: “Los ex programas de Stalin Vladimir eran iguales al show de Maradiaga y Arnoldo, y nada bueno salió de ahí, porque no se crea debate, se deja que se saquen trapos al sol, no dan respuestas y más bien dejan dudas, porque ni Arnoldo ni Félix presentan pruebas de lo que dicen y solo fue un momento de puro vulgareo. ¿Por qué defender al medio si no es un referente de cultura? Yo creo que tanto el canal 10 como el par de políticos nada bueno hicieron con ese show más que seguir fomentando la vieja cultura política.”
¿Qué lecciones pueden extraer los ciudadanos democráticos?
Uno de los beneficios sociales del periodismo incisivo–y hace falta mucho, y mucho más de este en Nicaragua– es precisamente crear condiciones para que los políticos saquen, como dice el Sr. Guevara, “trapos al sol”. Con frecuencia en esos trapos envuelven lo que ocultan; y aunque no fuera así en esta ocasión–queda de tarea de investigación confirmar o desmentir lo aducido por las partes ante las cámaras– el esfuerzo del periodista no fue en vano, porque permite hacer reflexiones sobre [1] el estado del periodismo nicaragüense, como oficio y como negocio; [2] el estado de la política; y, [3] la relación entre periodismo y política en Nicaragua.
Que podamos hablar de todo esto es constructivo, y por tanto no hay que “castigar” al periodista que, voluntariamente o por iniciativa de los productores o propietarios, dio lugar a la situación que Maradiaga llamó “emboscada”. Si al periodista le ordenaron hacerlo por motivos ajenos al periodismo–lo cual no es imposible, dada la corrupción que impera en la sociedad–sería, él mismo, una víctima del sistema y no deberíamos tratarlo como victimario. Si lo hizo por iniciativa propia y legítima curiosidad noticiosa, aplaudámoslo, no hagamos que lamente haber dado un paso vigoroso hacia delante en persecución de la verdad.
Cualquiera haya sido el móvil del periodista, la sociedad gana una oportunidad para reflexionar sobre los tres puntos que menciono, y que creo importantes; son puntos sobre los cuales nos es difícil, y hasta doloroso, reflexionar, y que por tanto tendemos a rehuir. ¿Por qué? Pues, porque son parte de una realidad que duele y avergüenza, que no quisiéramos para Nicaragua.
Es una realidad que incluye, como bien señala el Sr. Guevara, problemas con la calidad de los medios y con la dignidad del oficio, porque los periodistas, esforzados y valientes como son muchos de ellos, sufren económicamente en términos absolutos y relativos la injusticia del sistema y el desprecio de las élites. Ya salió a luz pública, precisamente porque “se sacaron los trapos al sol”, cómo el director de La Prensa ganaba $180,000 dólares al año más extras, mientras reporteros y otros empleados de su medio y otros a muy duras penas sobrevivían [o sobreviven]. Sufren, además, lo mismo que sufre el resto de la sociedad en cuanto a estándares de calidad y formación.
Es una realidad que incluye una cultura política corrupta, tanto en el régimen como en la oposición. Corrupción que estos últimos intentan ocultar con mentiras y lenguaje bonito; realidad en la que viven negociando pactos y arreglos entre facciones que se pelean por tomar la delantera, y que a su vez están más que dispuestas a pactar con la dictadura mientras falsamente hablan de resistencia, libertad para los presos políticos, y demás.
Es una realidad que incluye una relación de poder–entre los políticos apadrinados por las élites y los periodistas no oficialistas– que es humillante para estos y profundamente antidemocrática; los periodistas no oficialistas apenas tienen licencia para expresarse sobre el enemigo de turno, Ortega, pero pueden pagar un precio potencialmente devastador si osan cuestionar, criticar o incluso simplemente exponer al público a los políticos que en el momento gocen de algún favor entre los mandamases.
¿Prensa independiente, o prensa no orteguista?
De todo esto hay que hablar, y es muy difícil hacerlo, porque la realidad a la cual la “emboscada” nos abre una pequeña ventana se sustenta no solo en una desigualdad de violencia entre el régimen y el resto de la sociedad, sino en una violenta desigualdad económica entre unas pocas familias y el resto de ellas, que incluye las de los periodistas; esto hace que “prensa independiente” sea a duras penas, con estoicas excepciones, sinónimo de “prensa no orteguista”, porque los periodistas no solo son blanco potencial de las balas, cárcel y hostigamiento de la dictadura, sino de los encomenderos del capital local, concentrado en muy contadas manos. Quizás sea poco exagerado afirmar que la independencia periodística en Nicaragua es fragilísima, que vive amenazada: o por una bala, o por el hambre.
Y lo peor de todo esto es lo que ya he señalado con anterioridad: que, por falta absoluta de tradición democrática, de experiencia en el ejercicio de los derechos humanos en la política, nuestra cultura está saturada de autoritarismo. No es verdad que nos enfrentemos simplemente “democráticos” contra “dictatoriales”. Esa es una falsedad, y una trampa. El régimen actual, como todos los regímenes anteriores, no descendió de un platillo volador, ni logró consolidarse sin el apoyo de muchos. La principal destreza de quienes lo encabezan es conocer nuestras mañas y hábitos, y con ellos hilar su dominio. A Napoleón atribuyen haber dicho que a los pueblos no se les logra manejar por sus virtudes, sino por sus vicios. Hagamos la cuenta para Nicaragua, viéndonos en el espejo de los caudillos, y de los políticos. ¿Alguien puede asegurar que, entre los actuales opositores, como entre los que antes fueron y hoy están en el poder, no hay, en embrión, futuros napoleones, somozas, ortegas y alemanes? Hagamos el esfuerzo de examinar las prácticas, antes que las palabras de todos ellos, nuevos o viejos; imaginémonos, más bien, a los nuevos, como viejos; examinemos su apego a la verdad, su disposición a explicar públicamente sus acciones, o a esconderse tras la prepotencia o la viveza; tomemos su cantinfleo, cuando lo practiquen, como una señal de alerta; abandonemos la mentalidad de “este-es-mi-gallo” o de “por el momento lo único que importa es Ortega, porque el problema es Ortega”.
No. El problema no es Ortega, el nombre actual del problema es Ortega. Ortega pasará un día, y pasará también—si es que consigue establecerse—su dinastía. ¿Qué quedará después? Quedará aquello a lo que aspiremos activamente desde hoy. Si toleramos la corrupción entre los políticos que adversan a Ortega y les damos nuestro apoyo, quedará en el poder la corrupción. Si toleramos la cultura autoritaria que castiga el disenso, la crítica y la búsqueda de los hechos, quedará en el poder el autoritarismo. Si aceptamos como suficiente nuestro actual nivel cultural y profesional, quedará en el poder la mediocridad. Quedará en el poder el atraso que nos ha puesto a la cola de una región atrasada, y dejará la desesperanza que ya empieza a doblegar a muchos que en Abril pensaron ver un chispazo de luz futura.