Historia de un día profundo [¿sobrevivirá la democracia en Estados Unidos?]

Francisco Larios
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El autor es Doctor en Economía, escritor, y editor de revistaabril.org.

Artículos de Francisco Larios

Voten, por favor, en contra del aspirante a dictador y su grotesca agenda. Hay que sacarlo de la Casa Blanca antes de que sea demasiado tarde.

La dinámica socio-política en este día de elecciones en Estados Unidos es excepcional, dominada por la presencia, a la cabeza del poder Ejecutivo, de un agitador que tiene la habilidad de apropiarse de espacio noticioso todos los días. Sabe–de eso ha vivido– crear escándalo, y no tiene el menor pudor. Poco le importa que el escándalo provenga de su contravención de todas las normas de convivencia civilizada que por muchas décadas, siglos, han sido aceptables, no solo en un país que se ve a sí mismo como una cumbre de la civilización [provincianos somos, a fin de cuentas, todos], sino en el resto del mundo.

De tal manera, el agitador causa agotamiento social, desgasta, estira a reventar las fibras del tejido nervioso del país. Lo hace porque es su naturaleza, lo consigue porque tiene el poder para obligar a las cámaras a enfocarlo. Es el instinto natural en sujetos como él, histriónicos. Como un Chávez, un Castro, un Mussolini, o un Hitler.

El resultado social es horrendo: un rastro de odios y enemistades; una psicología de asedio entre grandes masas de la población, convencida de que acecha el enemigo. Un enemigo que les ha herido mucho, que les ha impedido la felicidad. Un enemigo que les ha robado, no solo lo que ya era suyo, el dominio étnico-nacionalista sobre su entorno social, sino que los ha despojado de lo que podría haber sido suyo: la prosperidad cómoda prometida en el discurso de las clases dominantes, melodiosamente englobado en la noción del sueño americano.

Como es habitual en las pesadillas de masas, el rostro del enemigo es difuso, difuminado, borroso, hasta que llega un profeta y delinea con claridad excluyente su perfil. Ahí la masa descubre al kulak, al que hay que exterminar para que no perezca el estado obrero, la tierra prometida estalinista; al agente extranjero [de la CIA, del Káiser, de la KGB]; al comunista que hay que matar, porque “el único comunista bueno es un comunista muerto”; al judío que hay que perseguir porque el judío [sea anónimo, sea representado por un apellido, como Rotschild o Soros] es un usurero que conspira en las sombras; al mexicano que hay que expulsar porque es el responsable de crimen, desempleo y decadencia; al hereje, al musulmán, al protestante, al católico, al negro: al otro.

El caudillo, capaz de dar forma al miedo informe y dar salida al impulso largamente reprimido de alzarse contra un sistema injusto, aparece ahora ante la masa como una criatura de luz: ha sido capaz de remover las sombras, de iluminar el camino antes oscuro, de demoler, con la fuerza de su espíritu ungido, las barreras que el enemigo había colocado arteramente en el camino a la felicidad. Y si ha visto más allá, si ha perforado la tiniebla, si ha tenido el coraje de dar voz al ahogado sentimiento de opresión y exclusión; si en esto ha sido único, si se ha erguido por encima de la masa para anunciar con absoluta convicción la verdad antes oculta, ¿cómo no creerle cuando retumbara: “Yo, solo yo, puedo enmendar esto.”

La expropiación de la democracia por el “1%”

Este es el trasfondo y la raíz del drama que vive Estados Unidos. Es un problema profundo que requiere transformaciones estructurales en la economía y en la política. A nadie que estudie con seriedad estos asuntos debe sorprender que los conflictos sociales se agudicen: hay ya tres décadas o más de estancamiento en los ingresos de la mayoría asalariada, mientras el famoso (o infame) “1%” acumula riquezas inagotables.

Las implicaciones del abismo que se expande entre dueños y empleados son multidimensionales. Una de ellas, como siempre ocurre, es que los propietarios del negocio se convierten cada vez más en propietarios de la política. Otra, derivada de aquella, es que el “divide y vencerás” se vuelve una estrategia accesible y fácil, especialmente en una sociedad multiétnica dispersa en un enorme continente, donde habita gente heredera de todas las culturas y religiones del mundo. No es accidente que el partido Republicano, por ejemplo, haya utilizado con éxito el plan Nixon-Atwater, de arrancarle los estados del sur al partido Demócrata, luego de que este optara por apoyar el Acta de los Derechos Civiles, captando con su retórica y sus políticas al llamado “angry white male“, al “furibundo hombre blanco“.

El espejismo de las luchas religiosas y culturales

No es accidente que los grandes poderes fácticos de la economía disfracen su trabajo de subversión y perversión de las instituciones de cruzadas “morales” contra, por ejemplo, el aborto. Los poderes fácticos no han invertido miles de millones de dólares para llenar el sistema judicial de jueces y magistrados que “defiendan la vida”. Su interés es más prosaico: buscan instalar jueces y magistrados que garanticen protección a sus privilegios. La muralla que les interesa–otro espejismo de las luchas culturales–no es la que el actual Presidente prometió construir en la frontera con México, sino una muralla que impida el triunfo del ciudadano ante el poder económico, que impida el avance de leyes laborales, medioambientales y fiscales que podrían reducir el botín del 1%.

Para construir esta muralla todo el establishment mediático-político al servicio de los poderes fácticos necesita–porque al final sus padrinos son una ínfima mayoría de la población– dividir a la población en grupos enfrentados entre sí permanentemente. Para esto, no hay mejor receta que los cismas religiosos, la xenofobia, las luchas culturales, la separación de los pobres entre cheles y morenos, entre nuevos y viejos, entre urbanos y rurales.

Desbrozando el camino del caudillo

Al abrir esas fisuras, y crear esas divisiones, los poderes fácticos crean las condiciones–fuera esa su intención o no–para el ascenso del caudillo. Una vez establecida la lógica del juego político de manera tal que el conflicto, para ser permanente, deba anclarse en posturas irreconciliables, nadie tiene más capacidad de liderar la “cruzada” que un histrión autoritario, el hombre fuerte que refleja y encarna la frustración de la espera en el bando de la desesperanza.

La gula del gran capital

De ahí en adelante los poderes fácticos tienen dos opciones antitéticas: o deponen su liderazgo del proceso político ante el caudillo a cambio de sus 30 (mil millones) de monedas, o retroceden ante la posible pérdida de un Estado de Derecho que al menos protege la paz social. No es una escogencia fácil, nos dice la historia. La ambición de largo plazo de los grandes magnates quiere pasar, en la ideología libremercadista, como eje de una racionalidad superior a la del ciudadano común, pero en demasiadas ocasiones más bien se convierte en gula, en un apetito por las ganancias de corto plazo que conduce al desastre. Cierto, esto, desde la avanzada Alemania, la cultísima joya de Europa, hasta la pobre Nicaragua. Cierto: la gula cortoplacista hace que los magnates traguen y dispensen el veneno del fascismo.

Por todo esto, la lucha que hoy tiene a Estados Unidos y a buena parte del mundo en vilo no es un enfrentamiento normal entre dos partidos democráticos, ni dos agendas de gobierno. Es una batalla contra el histrión, contra el profeta, contra el caudillo fascista. Es una batalla por la democracia, que todos los demócratas necesitan dar hoy, para evitar el fortalecimiento, en Estados Unidos y el mundo, de las fuerzas del terror que ya convirtieron al mundo en un océano de sangre demasiadas veces.

La impostergable necesidad de la victoria, y de reformas profundas

Ojalá que logremos detener a las hordas que vienen por lo que creen suyo a expensas de la libertad. Ojalá que pronto podamos derribar la muralla que el caudillo ha erigido, como un síntoma más de que el poder se aleja del pueblo, alrededor de la casa presidencial. Pero aunque hoy gane la democracia, los problemas estructurales que han creado este estremecimiento necesitan soluciones que rebasan, mucho me temo, los límites de la imaginación del equipo del partido Demócrata que sería electo para reemplazar al caudillo. Habrá que presionarlos, seguir la lucha para limar las asperezas insoportables de desigualdad, exclusión, inequidad y estancamiento que han llevado a Estados Unidos a su condición actual, y han puesto en peligro la democracia.

A horas, o pocos días, de saber cuál será el curso inmediato de la historia del país, se me ocurre que hoy puede ser, en el mejor de los casos, el día de una batalla gloriosa que apenas gane la supervivencia, por ahora, de la democracia, y que permita iniciar un proceso de reformas económicas y políticas que ya se hacen indispensables. En el peor de los casos, estaremos en medio de una derrota trágica que impondrá los costos de un prolongado y potencialmente violento conflicto.

Voten, por favor, en contra del aspirante a dictador y su grotesca agenda. Hay que sacarlo de la Casa Blanca antes de que sea demasiado tarde.

Francisco Larios

El autor es Doctor en Economía, escritor, y editor de revistaabril.org. Artículos de Francisco Larios