Humberto Ortega al rescate (¿de qué?)
<<Hay que aprovechar cualquier resquicio que las luchas entre los poderes fácticos abran, cualquier debilidad que entre ellos se causen, para continuar avanzando hacia nuestra meta, que no es la estabilidad de un sistema de poder opresor, sino lo contrario, una revolución democrática, es decir, el reemplazo de este por un sistema de poder disperso, de Estado de Derecho.>>
La crisis del sistema de poder en Nicaragua, y la enorme dificultad que enfrentan las élites corruptas de siempre para resolverlo a su favor, hacen que el baile entre los poderes fácticos se presente a nuestros ojos como un baile de zombis. Zombis políticos moviéndose torpemente, como en el famoso video de Michael Jackson, Thriller. Ni más ni menos.
Así puede verse a Humberto Ortega, criminal de lesa humanidad responsable de miles de muertos y acumulador de riquezas expropiadas, caminar entre las tumbas y la destrucción, promovido ––así es de desesperada la situación y la maniobra de la oligarquía y de los clanes de poder–– por los accionistas editores del diario La Prensa, que ahora presentan al Ortega bueno, al sabio hermano, vestido de blanco, mirando hacia el horizonte como un Sócrates que busca la verdad, escandalizado (mire usted la fotografía) porque dice que “los regímenes de izquierda autoritarios, dictaduras, totalitarios, enarbolan el nacionalismo, populismo, levantan banderas antiimperialistas, en tanto suprimen la libertad plena, la autodeterminación en democracia, de sus ciudadanos.” ¿En serio? ¿A quién podría referirse el jefe del Ejército Sandinista desde 1979 hasta 1993?
Es tan alucinante todo esto, que es difícil culpar a alguien que no quiera creer que el que fuera diario antidictatorial de Pedro Joaquín Chamorro Cardenal, convertido en panfleto digital de la oligarquía. esté dispuesto a elevar a la beatitud al arquitecto fundamental de la dictadura del FSLN. He tenido que mostrar la captura de pantalla para que algunas personas dejen de decir: “imposible, eso es que “ellos” (refiriéndose a los de El Carmen) están inventando eso, no creo que La Prensa lo haga”.
Pero sí, ocurre, lo hacen, y qué casualidad que hace poco a “Ortega el bueno” lo visitó el tirano en un gesto de humanidad y fraternidad, porque, según contó Rosario Murillo en psicodélico comunicado, don Humberto está gravísimo, y los vínculos de sangre (en este caso no es la sangre de las víctimas de ambos, sino la de la dignísima familia Ortega) motivaron el noble acercamiento del “Comandante”, quien por supuesto no mencionó ni una palabra de política a su hermano, porque no lo hace, no lo hará, nunca, nunca, jamás, ni una palabra. Valga la pena aclarar que son calumnias del imperio que don Humberto, frágil y con “afectaciones” haya pasado la noche del 31 bailando cumbia en un club de Managua.
Hay otras casualidades ocurriendo (ustedes saben que todo es casualidad en Nicaragua), como que por primera vez en muchos meses la dictadura permite (digamos mejor que no viola el derecho que tienen los secuestrados a tenerlas) visitas familiares y llamadas en tres fechas significativas de diciembre, que el departamento de Estado vuelve a hablar de diálogo, que el Papa mismo, en lo que quizás sea su segunda o tercera mención de Nicaragua en cinco años [ninguna de ella en condena del régimen y defensa de sus feligreses y religiosos] ha indicado que la iglesia negocia con el régimen.
Aparte de la infamia que es el intento de limpiar la imagen de un criminal de lesa humanidad, uno entiende, con la cabeza fría, que los poderes fácticos están desesperados por conseguir su meta: estabilizar el sistema.
Estabilizar el sistema, no democratizar el poder.
Estabilizar el sistema, no hacer justicia.
Estabilizar el sistema, y si para eso hace falta la transición a una nueva dictadura, esta vez un régimen con civiles dando la cara y el Ejército látigo en mano, que así sea.
La meta es obvia, y los esfuerzos que hacen todos en las cúpulas de poder y mediáticas, son apenas una primicia, una fracción de lo que harán si logran, de manera improbable, estructurar lo que sería esencialmente, o un pacto de impunidad que deje a Ortega con el poder real, el poder de matar, sin aparecer públicamente como “Presidente”, o un desplazamiento de este (y la Murillo), y la liberación de los políticos presos, junto a la asunción al poder sin Ortega de una cúpula militar, todo esto bendecido por el Departamento de Estado, el Vaticano y quién sabe cuántos obispos, en un ambiente de propaganda intensa, bien financiada, para convencer al pueblo exhausto que la farsa es el comienzo de una “transición”. Y para aquellos a quienes no logren convencer de esta manera, habrá otros métodos, menos amables, por supuesto.
Lograr estos escenarios no es nada fácil para las élites, y hay al menos tres razones. La primera es el odio del pueblo nicaragüense contra todo lo que huela al viejo régimen. La ilegitimidad del FSLN se ha extendido a todo el elenco de la clase política, que en gran parte es reciclada del sandinismo, o ha sido su cómplice. La segunda es que a doña Rosario no le hace mucha gracia abandonar su alucinante esperanza de ser reina, de sustituir (o entregar a su hijo) el mando. La tercera es que los riesgos para Ortega son prácticamente prohibitivos, y él lo sabe. Un error, y a la fosa. Podría incluso caer víctima de su propio entorno si se le ve abandonar el barco, y, de hecho, los del barco, empezando por sus hijos, son azuzados por doña Rosario, quien aparte de odio visceral también tiene su cerebrito y sabe que se les puede desmoronar la casa. Sabe también que, en estos bailes, que su amado esposo acepta porque ganar tiempo es parte de su instinto político, ella es candidata de primera fila a ser chivo expiatorio. Sería todo un detalle: mostrarle al pueblo la cabeza de la Murillo convencería a muchos de que “algo se ha logrado”, mientras algunos políticos antes presos, ahora en libertad, saldrían de camisa o vestido blanco a proclamar la reconciliación, las elecciones, y el fin de la tragedia.
¿Y qué pasa si uno quiere democratización, y no esta farsa que lleva al continuismo dictatorial? ¿Y qué pasa si uno quiere democracia, y no la actual dictadura, ni una disfrazada? ¿Y qué pasa si uno no quiere décadas de dictadura militar con cara civil, donde, de todos modos, se mata, se reprime, y no se progresa? ¿Y qué pasa si uno no quiere orteguismo sin Ortega?
Lo primero es entender lo que verdaderamente está ocurriendo, esto de que hablamos, las maniobras de los poderes fácticos (los gobiernos de Estados Unidos, el Vaticano, el Gran Capital, los grandes capitales centroamericanos, el Ejército, y el propio Ortega).
Lo segundo es estar consciente de que su meta es la estabilidad, y están dispuestos, como lo dijo abiertamente el hoy detenido Arturo Cruz (uno de los probables “camisas blancas”) a que el pueblo nicaragüense “sacrifique democracia por gobernabilidad”.
Lo tercero es aprovechar cualquier resquicio que las luchas entre los poderes fácticos abran, cualquier debilidad que entre ellos se causen, para continuar avanzando hacia nuestra meta, que no es la estabilidad de un sistema de poder opresor, sino lo contrario, una revolución democrática, es decir, el reemplazo de este por un sistema de poder disperso, de Estado de Derecho. A cada paso debemos tener esto en mente, para perseverar en la construcción de un movimiento popular autónomo que ponga orden democrático en Nicaragua. Orden democrático, no orden a punta de bala, asesinatos, y el dominio de clases que tienen secuestrado al país desde hace doscientos años, y que solo producen miseria, guerra y dictadura.
Y cuando decimos “aprovechar cualquier resquicio” no quiere decir que vamos a hacerles el juego a las élites, cayendo en sus trampas electoralistas. No. Quiere decir que vamos a aprovechar cualquier espacio para organizarnos, ganar conciencia, crear células, grupos, redes de grupos, diseminar nuestra visión democrática, crear fuerza entre nosotros, empujar sin detenernos hacia las metas verdaderas del pueblo, hacia la libertad plena.
Si no hacemos esto, si creemos que cuando al fin el nombre Ortega desaparezca de la papelería ya acabó todo, estaremos de regreso apenas en el comienzo de la nueva tragedia. No más 1990, no más 1979. No podemos controlar lo que las élites, con sus enormes recursos, puedan hoy, en el corto plazo, intentar. Pero sí podemos controlar lo que estamos dispuestos a aceptar como suficiente. Y para nosotros, nada que no sea una verdadera democratización, lo que llamamos una revolución democrática, es o puede ser suficiente.
Queremos una Nicaragua verdaderamente libre.
Queremos la paz justa. Queremos, tenemos derecho, exigimos Justicia.
Francisco Larios
El autor es Doctor en Economía, escritor, y editor de revistaabril.org.