Imagen de los noventas: ¿imprecisa?

Roberto Carlos Pérez
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«Plasmadas están en los versos de la antología «Imprecisa imagen de los noventas» las manos de quienes los inscribieron en la página blanca, la de «duras visiones», como diría Rubén. En los poemas de estos jóvenes impera la angustia de sentirse a la deriva, halados por fuerzas que los hacen percibirse como seres señalados por un destino impuesto por la irresponsabilidad de sus mayores»

La década de los noventas en Nicaragua pasó a la historia. Como todo en la vida, se deshizo en el aire. Hoy apenas es la borrosa memoria de una época en que los nicaragüenses intentamos levantar cabeza luego que la guerra de los ochentas dejara cincuenta mil niños y jóvenes muertos. Para deshonra y perjuicio nuestro, esa guerra ha perdido el epíteto que en su defecto le corresponde: fratricida. 

Extracronológicamente, el siglo XXI literario nicaragüense comenzó cuando el poeta más descollante de su generación, nacido en 1977 y crecido en ese horrendo conflicto, se suicidó en su apartamento de Managua el 31 de diciembre de 2010. Se llamaba Francisco Ruiz Udiel.

Fue su poesía una de profundos jirones. Sin embargo, como Joaquín Pasos, su más cercano paisano de letras -hay mucho de él en sus poemas-, prefirió relatar su presente desprovisto de palabras sarcásticas y combativas, tan abusadas en Nicaragua desde el Movimiento de Vanguardia (1927 – 1933) hasta principios del siglo XXI, y sin las que Amelia Mondragón ha insistido en llamar «palabras lloronas». 

Memorias del agua (2011), el segundo y último poemario de Francisco Ruiz Udiel, inauguró una voz, una nueva forma de decir las cosas sin la altivez o la rabia que produce la sensación de sentirse herido. Este poemario nos devolvió la voz de Rubén Darío (1867 – 1916) en Cantos de vida y esperanza (1905): 

Pasó una piedra que lanzó una honda;
                                        pasó una flecha que aguzó un violento.
                                        La piedra de la honda fue a la onda,
                                        y la flecha del odio fuese al viento.

Plasmadas están en los versos de la antología «Imprecisa imagen de los noventas» las manos de quienes los inscribieron en la página blanca, la de «duras visiones», como diría Rubén. En los poemas de estos jóvenes impera la angustia de sentirse a la deriva, halados por fuerzas que los hacen percibirse como seres señalados por un destino impuesto por la irresponsabilidad de sus mayores.  

Pero ¿son estos versos una imprecisa imagen de la década de los noventas? Sabido es que el arte es el producto de circunstancias históricas transformadas en materia estética. Correcto es decir que la coyuntura que movió a Platón y a los griegos a dar cuenta de su entorno fue el de los grandes cataclismos, naturales y sociales (terremotos, tiranuelos, crímenes, hurtos, etcétera), que los llevaron a plantearse, mediante las matemáticas y la filosofía, la forma de aliviar la existencia, enmendando las incurias de su sociedad.   

Por eso inventaron la tragedia y la filosofía para, a través de ellas, organizar la vida, la espiritual y la social encarnada en el Estado, y aminorar el sufrimiento, la ignorancia, los vicios y pasiones que pervierten al ser humano y quebrantan el orden de la tribu. Fue el arte la tabla de salvación de los griegos. 

Muy parecida fue la misión del humanismo renacentista y barroco. Ante el malestar de sentirse a la deriva, pues es en los siglos XV, XVI y XVII cuando surgen los conceptos de alteridad (Conquista de América, 1492), el de angustia (los preceptos religiosos y científicos medievales se cuartearon, creando una agobiante sensación de incertidumbre) y el de la duda (las verdades o «universales» se obtienen, así lo entendió el hombre moderno, a través de la pregunta y el pensamiento crítico). 

Los artistas del Renacimiento y el Barroco se apoyaron en la educación clásica basada en las artes liberales o artes de los hombres libres. El Trivium: gramática, dialéctica y retórica, y el Quadrivium: aritmética, geometría, astronomía y música. Fue esta educación la que produjo a Petrarca, Garcilaso, Cervantes, Lope de Vega, Quevedo, Góngora, Calderón de la Barca, Sor Juana, etcétera, etcétera.  

Los poetas de esta antología han sido marcados profundamente por la Insurrección de Abril de 2018 en Nicaragua y sus antecedentes: el agrietamiento de la moral en el plano político que arrastra consigo desde la familia presidencial hasta el paramilitar que ha matado a sus amigos a punta de bala, y que los ha hecho preguntarse, como lo hace todo héroe trágico, por qué han sido ellos los beneficiaros de esta macabra herencia. 

Sin embargo, no lo hacen con lagrimeos sino con un espíritu de aceptación con el que asumen que la insensatez y la incompetencia de sus padres y abuelos, es decir, los líderes de la horda, muchos de ellos adeptos al sandinismo, los han puesto de cara al cañón. Y si ellos están vivos, muchos de sus compañeros no. Por eso asumen que creer en «algo», ya sea en un dios, en una ideología o simplemente en el amor, no resuelve el cataclismo al que han sido arrojados. Dice Salvador Zambrana Gutiérrez:

Dios orgiástico que bien lo sabes todo,
                          desde mis más simples errores
                          hasta cada uno de mis logros,
                          te imploro que no me perdones,
                          cuando forme parte del aire
                          y mis ansias inmortales sean una con el polvo.                                           «Epitafio».

Si a la generación anterior, la del Desasosiego, la Noluntad o #Los2000, como quieran llamarla, les dolió haber crecido en la posguerra, aun con los beneficios que el fin del conflicto civil trajo a Nicaragua, a estos poetas nacidos en los noventas, he allí el nombre de esta antología, les duele haber recibido un legado que ni por derecho de primogenitura les corresponde pues, con excepción de uno, no sobrepasan los treinta años. Son todos, a fin de cuentas, producto y receptáculos de la violencia producida por un medio alienado y, por lo tanto, adherido a un plan político que fracasó desde antes de que ellos nacieran. Tal es la tragedia. 

Como Francisco Ruiz Udiel, el parteaguas en la poesía nicaragüense contemporánea, estos jóvenes no creen en nada, salvo en su arte, y perciben enferma a nuestra sociedad. Pero a diferencia de él, sienten que no hay división entre la conciencia del poeta y ésta. Ser pesimistas y no tener esperanza no son cosas que los hacen únicos y diferentes sino parte natural de su entorno. Ellos no asumen como estrategia estética, tal como sí lo hizo Francisco, un mundo onírico en el que la violencia que vive el país pueda ser contemplada no directamente sino a través de espejos refractarios. 

Tampoco son sus poemas de denuncia sino de anuncio de una era sombría. Así dice Bosco Hernández Ruiz:

Los padres los abandonan al desprecio,
les compran un cementerio para que retocen, 
allí encuentran guadañas
y emprenden carreras sobre las tumbas.


Rasgan sus pasiones hasta destrozarse el pecho
entonces se disponen a curarse con lo que encuentran
pero ninguno tiene ojos para remendar su carne.
Se desesperan,
caminan sin rumbo,
hasta que coinciden en su desgracia
y se acuestan con la esperanza de una muerte que ya poseen.

«Algunas personas nacen con el corazón muerto».

Tito Castillo también dice lo que le toca en un escalofriante poema que, por su título, nos hace ver las secuelas o desorden de estrés postraumático que guardan en su martillada psiquis:

Los cuerpos caen
                                  algo se quiebra
adoquines
                      silencio
                                      aire
los cuerpos caen
                                    contra otros cuerpos
…click…
                            la tarde queda en silencio. 

                            «Flashback».

Aunque no crecieron en la guerra, estos poetas han visto la violencia que ella engendró y se trasvasó de las montañas a los pueblos y urbes nicaragüenses, guadaña en mano, para sembrar terror y muerte mediante civiles encapuchados que matan, amedrentan y exilian. Por eso Andrés Moreira dice:

Dios, Te ruego que sus armas se atasquen y sus manos se cercenen,
que el francotirador pierda la vista y una pierna,
cegalo con la luz que no tenemos.
Apagá la existencia de quien da la orden de fuego.

Dador de vida,
encendé brasas
entre las vísceras del tiranuelo que dejaste nacer.

 No quiero un Moisés, ni otro mesías.

Dios de amor, tené piedad de mis madres,
ellas aún te rezan arrodilladas por saber a mis hermanos a tu lado.
Dios, soy aquel que ayer y hoy reniega de tu existencia.
                 «Poema para leer durante un genocidio». 

Pero en estos jóvenes y en sus poemas hay un acto triunfal: el de la buena escritura. Han arrancado sus versos a la ignorancia que les impuso el sistema educativo sandinista con las uñas y que, aún en el siglo XXI, sigue produciendo horrores. 

No imprecisos sino precisos son los poemas de estos nueve poetas nacidos en los noventas, no sólo porque responden abierta y honestamente a su medio, sino porque muestran que el talento, como el Espíritu de los Evangelios, sopla por dondequiera, incluso en medio de las balas, la ignorancia, el exilio y los genocidios. 

Los tiranuelos que tanto temieron los griegos y que hoy tienen el nombre de Daniel Ortega y Rosario Murillo comenzarán a temblar ante este victorioso acto de dar fe del destino de un «maldito país», a decir de Sandino o, a decir de Jorge Campos:

En esta ciudad sólo habitan grietas.
Aquí sólo queda el esqueleto de una guerra,
la hora indecisa de la tierra temblorosa,
un lago crecido que apesta a heces,
troncos desnudos sin copa,
la taquicardia de adictos a las balas.

Sólo quedan unos pocos
-cada vez menos-,
los que no se resignan al olvido,
los héroes de mármol con antorchas en sus camas.
Los edificios están vacíos.

Un niño apunta a transeúntes
dibujados en el pavimento
y grita con periódicos en el estómago:
¡La ciudad ha sido destruida!
                                «La ciudad desnuda»

El horror ha sido transformado en versos. Las musas y psiquis vuelan en el Parnaso de la violencia. 


Imprecisa imagen de los noventas
Selección de Andrés Moreira

Salvador Zambrana Gutiérrez: 1997 Managua, Nicaragua.  Estudia Comunicación en la Universidad Centroamérica (UCA). Ha publicado algunos poemas en la revista digital Liberoamérica, revista y editorial Buenos Aires Poetry, y en Revista Ágrafos.

Yo que creí

Yo que creí burlar el inexorable y brutal
poder del Amor
heme aquí
C o n d e n a do como la piedra a ser piedra
como la flor a ser flor.

Tú que sobre todos los hombres
me elegiste a mí,
vasta e inimaginable sensación elevada
a la potencia del corazón raudo:

Mirada, gesto, palabra

Así un secreto ceñido a los labios

¡Oh! Las líneas de tus manos como un epigrama.

Epitafio

Cuando llegue el día en que nos falte el aire
y la luz ya no entre en nuestros ojos
y sea la tumba la que nos aguarde:
por favor, no tengan piedad de nosotros.
Dios orgiástico que bien lo sabes todo,
desde mis más simples errores
hasta cada uno de mis logros,
te imploro que no me perdones,
cuando forme parte del aire
y mis ansias inmortales sean una con el polvo.
Ni ella pudo perdonar,
si fue su culebreo de serpiente
y su sonrisa atrayente y lasciva
¡Mi condenación! por morder
de esa manzana podrida. . .
Y cuando llegue el día, y la hora
en que mi pecho crepitante ni al respiro asista,
cuando mi garganta en hosquedad
suelte
el último clamor, ya sin saliva,
y me silencie para siempre
delante de la muerte que se avecina,
sobre el desgarro de mi pobre alma
ahí, en un ataúd abierto
dejaré
estos versos que serán los restos de mi vida.

Managua City Blues
I
Poseído y ebrio al fin explayo en todo
lo idealizado por el hombre, hasta ahora,
y principalmente, en la incertidumbre
de vivir en duplicidad o entre otros yo.

II

Mientras envejezco, con esto,
la poesía,
me enviajo a través de sus lindes
hacia la expiación de una infinitud mayor
que son los tres rostros del alma
invadida)
donde se esconde ante los ojos del mundo
ante los ojos tristes y miserables del mundo,
el verdadero Dios.

III

Todos en exilio terrenal.
    Excepto yo
que vivo exiliado en mi propio cuerpo.

Mi espíritu se hace trescientos años más joven
mientras el tiempo pasa con su pretexto
venidero).
He reencarnado, quizá y hasta haya muerto
suficientes veces ya
como para lapidar
con un centenar de nombre
distintos cementerios.

Tito Castillo. Managua, 5 de abril de 1996. Autor del libro de cuentos Dos cuadras al lago, una al sur (2016, Azetaguía). Seleccionado en la antología literaria Morir Soñando (2015, Nicaragua) para la sección de cuento. Ha sido publicado en la revista digital Digo.palabra.txt (2017) con una selección de su poesía.

EPIGRAMA

      Un poema sobre el sonido de las bombas 
que caen en los techos de teja.
      Un poema sobre el olor a pólvora 
que queda en el aire
      cuando se revientan las calles.
Un poema después el silencio.

MINIGRAMA

Diáspora
días que te
esperan.

FLASHBACK

Los cuerpos caen
                                  algo se quiebra
adoquines
                      silencio
                                      aire
los cuerpos caen
                                    contra otros cuerpos
…click…
                            la tarde queda en silencio. 

HAIKUS

1.

Llueve en Managua
y la sangre en las calles
no se destiñe.

2.

El sol se esconde 
invierno frío lejos
de Nicaragua. 

3.

Salen de nuevo
las hojas verdes como
los militares. 

Bienaventurado el estudiante 

-Imitación de E.C-

Bienaventurado el estudiante que no está en la mesa de diálogo
ni se sienta a negociar con la empresa privada
ni con Marco Rubio ni con Ileana Ros-Lehtinen
Bienaventurado el estudiante que no lee comunicados oficiales
ni da conferencias de prensa
ni tiene cuenta de Twitter.
Bienaventurado el estudiante que se sabe clandestino
y no aparece en televisión nacional 
ni en el New York Times
Bienaventurado el estudiante que no piensa en su muerte
“porque no hay tiempo para morirse, hace falta tanto por hacer”…
                              Será como un árbol plantado junto a una fuente

Tanka para poetas a la deriva 

A Ernesto y Andrés

La lluvia cae
siempre en la misma piedra
hasta que rompe
la superficie terca
de sus antepasados.

Eduardo Javier Rappaccioli: Nació el 8 de julio de 1996 en San José, Costa Rica. De madre nicaragüense y padre costarricense, se marcha tempranamente con su madre a Nicaragua. Creció en la ciudad de Diriamba, Carazo, donde permaneció hasta la edad de 22 años. Regresa a Costa Rica en agosto del 2018 debido a la crisis acontecida en el país. Cursó Humanidades y Filosofía en la Universidad Centroamericana (UCA). Ha organizado y participado en diversas actividades culturales e interdisciplinarias, entre ellas el Festival Diriamba Libre. Fue miembro fundador del Colectivo Artístico CUCÚS. Actualmente se encuentra trabajando en la composición de su primer poemario.  

Desmanes proféticos

Algunos dirán que decirse nada
Nuevo puédase ya bajo amparo
De este mismo sol. Yo les digo: No                          
Y les digo que no, desde el momento 
En que me habló la voz de mis adentros
Con la prepotencia y, por lo tanto, 
La enfermedad del demente apátrida. 
Yo, que en ese momento supe que era
Mucho más lo que se habría de decir
Y mucho más aún, lo que aún no se ha dicho.  

Luego vendrá el futuro propiamente 
dicho; y vendrá con cantos genuinos 
Al movimiento, a la velocidad, 
Y a la luz; mientras tanto, anúncioles 
Y recuérdoles a las ya bastantes                                   
Y ya tan viejas vanguardias, que 
También hay mucho que los cadáveres                              
No dijeron. Entonces, nosotros los                                      
Desenterraremos. Porque sus                                             
Murmullos aún se escuchan y aún resuenan                   
En el ondulatorio eco de la voz                                            
Que aún no ha dicho nada. No dejaremos                                 
Que el sustancioso verbo piérdase entre                               
El brillo y la verborrea de las cámaras                                 
Y las plazas públicas. Sí, esas mismas
Plazas y en esas mismas cámaras.                                       
No lo dejaremos, pues será                                                   
Nuestro el ondulatorio eco de la
Voz de los muertos; y del futuro                                             
Tendremos los epitafios correctos.                                      

Sobre una fragilidad insospechada en dos tractos

Acaricio cada nervio mío, y  
La noche se presenta voluptuosa, 
Desmesurada. Pero… para mí 
Sólo existe el gris, tan esencial como 
Incurable. Mi tristeza no transpira                    
Más lágrimas; la derrota desde hace  
Mucho es mi paradigma, y el amor
Se me desvanece en cada abrazo.                  

Hoy domingo no me interesan más
Las entregas semanales del dolor
Patrio en formas estelares. Duéleme 
Hoy, personalmente, el recuerdo del                
País. Me duele nunca haber sido feliz              
En él; me duelen los días en que la
Cabeza perdí —y no la recobro 
Aún;
me duele que nada conocí 
Realmente genuino. Sólo me llené                    
de mierda las manos y los labios.                     

Declinaciones 

I

Días tengo en los que se me está permitido
Cuanto antes, el difuso afán del día presente
Descifrar, y trazar algún plan vital, turgente, 
Y dispuesto; sin embargo hoy, por un perdido
Ayer, algún tenue futuro y un apóstata
E incesante ahora, no encuentro para cada
Cual el afán. Es más, caigo y cuento idiota
Cada una de mis fibras por la ansiedad turbadas;
Pero yo sé que, como en todos mis días sidéreos 
O el tan vampiresco remedo que poseo de ellos, 
De alguna tibia, o cálida, y siempre trémula 
Esquina de mis entrañas, sacaré las fuerzas. 
Hoy fue este poema, de afirmativa e incrédula 
Enumeración; de causas, horas y flaquezas. 

II

Poema-enumeración, quizás más seguro, pero 
No menos torpe al enumerar las dolorosas
Afirmaciones que desde mi primer momento
Del día hago; y hasta en algún otro reitero
El misterioso ardid de su mezcla de elementos:
Música, poesía, tedio, miedo; aquellas cosas        
Que conjugan el tan siniestro afán matutino. 
Un eterno “sí” imperecedero e irrevocable 
Hasta el negro momento nocturno, en que por fín 
Llega el delicioso silencio, el silencio amable.
Previo, en el tan arduo primer instante, en que es ese sí        
El ansiado anuncio del día, de su aullido                                    
A mi luna mañanera; tal vez la música                                         
Encuentra el remedio para mi negación                                        
Esencial a toda materia y toda mística,
Tal vez el coraje se presente hecho canción, 
Y tal vez de este arte, misterioso y pitagórico,                              
Que no imita, sino ordena del universo sus
Sonoros átomos, encontraré el alegórico                                        
Deseo de escribir estos versos, que son hoy un
Tibio lugar donde guardo mis ansias pletóricas. 

 III

“El libro miente, el cine agota, quémenlos a ambos, 
No dejen sino música” dejó dicho, tajante, 
El buen Andrés; y otro, no Caicedo, una hermana 
Noche, también sin fortuna, en un preciso instante
Exclamó: ¡Ay, Guayo, cómo me cuestan las mañanas!
Desde entonces, aquella frase me viene dando
Tantas vueltas, como arandela en una equívoca 
Tuerca; pues en la mañana son tantos los tumbos 
Y las embestidas, tantas las series sucesivas                           
De sucesos desafortunados, tantos dardos
Mal centrados, tan poco valor ante tal lozanía                                
Que es esta mi vida; depresión y manía.
Y he ahí el tedio y el miedo, he ahí lo áspero                                     
Y lo prosaico. Luego, el binomio perfecto;                                         
El par más embriagante, música y poesía.
Al fin, algo de coraje. Y de estas tinieblas 
Sombrías, las del entumecimiento psíquico,                                     
Nacen los más portentosos fuegos, ya no fatuos
Ni estériles, sino fulminantes y expansivos,                                      
Como el color radiante de las flores en verano,                                  
Como la explosión de sangre, ya rotas las venas,
Como las más ardientes alegrías nocturnas;
Y es entonces cuando, dolorosamente,                                              
La belleza ha parido al mundo. Y permanece                                    
Solitario el recuerdo tenue de la luz diurna,     
Y el de la poética, de la noche en que todos 
Nos coronamos con palma, no con laureles.                                    

 IV

Y ya no importa más Avicenas, pese al trago
Estudiando diario, menos dos noches: su boda
Y el funeral de su esposa; no importa más
Hegel, cual idealista abstemio, las mañanas                                    
Todas devorando filosofía; no importa ya                                         
Esta vaga disciplina, sólo Lino de Luna,                                              
Pobre y exiliado, vagando en Costa Rica.
Y tampoco importan más el dolor o el hartazgo
De las cuentas bancarias y las moras,
De los ríos sucios y las dunas de basura,
Del asfixiante aire de esta centuria;                                                     
Ni el asco al veneno que en mis venas quiméricas                         
Atómico corre, pues sólo quedan declinaciones                                  
De la rotación, la luz y mis impresiones.                                             



Bosco Hernández Ruíz: Nació en Masaya, Nicaragua, el 8 de mayo de 1996. Es Licenciado en Ciencias de la Educación con mención en Lengua y Literatura hispánicas.  Ha sido incluido en la Antología Novísima del Cuento Nicaragüense, publicada por la revista del CILL de la UNAN-Managua. Ha publicado poesía en la Revista Centroamericana de LiteraturaÁlastor, Revista Ágrafos y Revista Antagónica.

Algunas personas nacen con el corazón muerto

A Francisco Ruíz Udiel

Los padres los abandonan al desprecio,
les compran un cementerio para que retocen,
allí encuentran guadañas
y emprenden carreras sobre las tumbas.
Cuando las descubren abiertas
se detienen a hurgar el abismo
que el tiempo talla con sus nombres.

Son amantes de las tardes,
se ven a sí mismas para preguntar por su entierro
que va por las calles llorando nostalgias en un vientre de amargura.

Para sobrevivir a la noche
(A sus propias esencias)
se convierten en ratas 
y rondan fontanerías de donde no salen nunca.
Otras veces 
arrastran su soledad a la calle como perros,
se echan debajo del frío,
alguien les patea las costillas
así sienten vivir

Rasgan sus pasiones hasta destrozarse el pecho
entonces se disponen a curarse con lo que encuentran
pero ninguno tiene ojos para remendar su carne.
Se desesperan,
caminan sin rumbo,
hasta que coinciden en su desgracia
y se acuestan con la esperanza de una muerte que ya poseen.

Algunos poetas nacen muertos

“El día que nací se pensó en un nombre
para grabarlo en una lápida” 
Aldo Vásquez 

A F.
Cada cinco minutos los abandonan al desprecio,
les compran un cementerio para que retocen.
Algunos 
se convierten en ratas 
y rondan fontanerías de donde no salen nunca.
Otros 
arrastran su soledad a la calle como perros
y se echan debajo del frío.
Alguien les patea las costillas
así sienten vivir.

Rasgan sus pasiones hasta destrozarse
y pretenden curarse con lo que encuentran.
Pero ninguno tiene ojos para remendar su carne.
Se desesperan,
caminan sin rumbo,
hasta que coinciden en su desgracia
y se acuestan con la esperanza 
de una muerte que ya poseen.

Infortunio 

                                                         A julia

Mamá está cansada 
de levantarse a apagar el alba 
de husmear en algún mosquero nuestras muertes.
Ella tiene miedo de saber que existe, 
es una sombra que ha tomado la vida de otros.

Escucha los autos cada tarde
y sueña que mi padre ya no regresa,
que la casa no es más una muerte 
donde se guarda hambre y llora miseria.

Está cansada de lavar la sangre de las botellas
de enjuagar las borracheras que un día serán mías. 

Historias sin tiempo

Mi madre dice que los muertos siempre vuelven
a escupir el asco de haber sido humanos,
a llorar amarguras,
nostalgias en algún vientre extraño.
Ella les deja agua para dormir el fuego del que regresan,
para apaciguar el nudo,
la soledad que les quema la lengua.
Dice escucharlos llorar frente al espejo,
absortos,
lejanos en el silencio.
Se arrastran por la noche
mientras se les deshacen los huesos. 
Ellos me cuentan historias 
de algún lugar sin tiempo.


Lesther Brenes Salazar, Managua, 9 de noviembre 1994. Licenciado en Derecho, realiza intervenciones artísticas en espacios públicos en toda Centroamérica y escribe ensayos sobre problemáticas coyunturales de la región. Tiene experiencia en materia migratoria, Derechos Humanos y procesos de Justicia transicional. Ganó el segundo lugar en Concurso de Poesía UPOLI (2015)

Cristo no habita en Choloma

“¿Eres tú quién quería destruir el templo
e incitaba al pueblo a qué lo hiciera?”

Mijail Bulgakov.

Si Jesucristo viviera en Choloma,
Abordaría con cansancio el rapidito en el bulevar del norte,
Con pesar llegaría hasta el centro de San Pedro,
Con sus desgracias a cuestas y el miedo en la garganta,
Vería con esperanza los espejismos que se forman en las maltrechas calles,
Calcinando cualquier posibilidad de calmar la sed,
Ésta no sería una sed común y corriente,
No habría esponja ni vinagre,
Solo sudor y nerviosismo habitarían en los ojos de cristo,
De cara al Gólgota, 
La gran ciudad.
Si cristo hubiese nacido en Choloma,
Estaría acostumbrado a los tiroteos,
Contaría en la avenida el vaivén de las personas,
Comería baleadas y gritaría su venta,
Haría un recuento de los amigos que ya no están,
Patearía con tristeza las latas y sería habilidoso esquivando las balas, 
Trataría de ganarse el pan.
Si Jesús habitará en los altos de Choloma,
Se habría acostumbrado a los infortunados sucesos,
Al titular de los periódicos,
A los viajes sin regreso.
Si papachú se domiciliara en Choloma,
Sería extorsionado y metido en miedo, 
En el mejor de los casos sería crucificado,
De nuevo.
Si Jesucristo viviera en Choloma,
Habría regresado a las cinco de la tarde con la venta repleta,
A esperar su buseta.
Pensaría en su familia,
En lo duro de la vida,
Vería la ventana y estaría preocupado;
Tendría dos amenazas.
“El impuesto no ha pagado”
iSe bajaría del rapidito y sería secuestrado, 
Aparecería en otro punto de la ciudad ensabanado, 
convertido en un guiñajo,
Lo habrían aventado desde una camioneta,
Su cabeza por otro lado;
Le habrían arrebatado el alma en plena carretera,
Por otros hombres sin identidad concreta,
Saldría en las noticias,
Lo hubieran maquillado como un antisocial 
E intentarían resucitarlo,
Expectante el telediario.
Si el hijo de dios hubiera nacido en Choloma,
Habría intentado escapar del país varias veces,
Tendría el don de multiplicar los peces
y trataría de llenar de comida los platos,
Con su bajo salario
habría alternado entre Herodes y Pilatos,
Se habría vuelto mártir de otras causas,
No creería en las autoridades y tendría un sufrimiento real,
Ante la noticia de su muerte tendría que haber bajado jehová,
A reconocer a su hijo en medicina legal.

Noticias.

¡Muy buenos días! Televidentes del noticiero matutino,
hoy a veintitantas gregorianas medidas,
Damos inicio a nuestras informaciones.

Veintiséis campesinos asesinados en un mes,
gente triste, víctimas conscientes de la primera ley de Newton,
quiénes del cielo cromado y moderno
se desploman con la pesadumbre de una mentira.

Dos en Trojes, Honduras,
Familiares todos, opositores 
Según solo presunciones.
¿Quién sabe? Todos lo dicen.

Alza en los productos perecederos, 
inundaciones en el Quintanina,
Temblores presuntivos y extracorpóreos;
El asedio, banderas y la CPDH.

Dos secuestros a manifestantes, tres feminicidios.
“compra en el gallo más gallo”
Estos son saludos:
-Cualquier profesión empobrecida y de íngrima complexión.-

Una en el río, mancillada hasta su mínima expresión.
policías dando vueltas sin control, segunda denuncia interpuesta,
un acérrimo receptor de machetazos en una cantina rural de Río Blanco.
Las noticias de hoy han sido patrocinadas por: 
“Vitaflenaco, medicina para el dolor y complejo B”.

Retrato de estrés post traumático.

Managua es un mosaico de gente rara,
indigentes, completos lunáticos; alcohólicos esquineros,
golpeadores de mujeres y casas bajas,
elementos en los que se funden los conceptos de antagonismo y clase.

Hay polvosos asentamientos entre colinas donde el censo no llega, 
construidos enteramente de láminas de zinc que se sobrecalientan
por el vaporoso efecto del sol calcinando el lago Xolotlán
y de repente a tan solo dos cuadras cambia la panorámica
erigiéndose altos muros perimetrales.

Ventas ambulantes, pobreza, mucha pobreza,
opulencia en pocas manos, mujeres bonitas;
Gente caminando, buses repletos de almas fatigadas
por el vaivén de los días a 35° celsius cada mediodía,
en el mejor de los casos una lluvia vacía que sofoque las penas.

Propaganda de ayer y hoy superpuesta en el tendido eléctrico,
opacas por el sol y nuevas con tecnicolor,
Hilux sin placas, gringos perdidos frente a la UCA, 
«all cops are bastards», más si andan con capuchas, 
akas 47, muchísimas de ellas;
gente indignada e inconforme con la calidad de vida
y a los que la vida les importa una mierda.



Jairo Hernández Murillo Nacido el 8 de enero 1993 en Masatepe, Nicaragua, es licenciado en optometría médica. Sus poemas pueden ser leídos en la antología Frutos de Invierno (Managua: Sociedad Nicaragüense de Jóvenes Escritores, 2010), así como en las revistas literarias Letras Raras de México, Central American Literary Review / Revista Literaria CentroamericanaNagari Magazine y El Gran Serafín. Obtuvo mención de mérito en el concurso de poesía Altino Italia (2015) y Mención de Aziz por el poemario inédito Sucesiones por el Grupo Rostros Latinoamérica (2018).

Fibonacci

no podrán reconstruir la estatua de la mujer apagada
la simiente de una figura que se perdió al separar gases

inexacto ha sido el rostro que te han dado
sumergido entre al agua no ha renacido un nuevo gesto
la palabra que te modula se corrompe entre la arena
tu cuerpo ya no es tu cuerpo
las formas hierven mal logradas por la cadencia
el límite se ha colmado de fragmentos

estás a pedazos entre un espiral
imbricada desde el fondo del mar.

Transeúnte de una ciudad que no existe

I
antes aquí había un rótulo
FRAGMENTOS DE ALUMINIO DISPARADOS COMO LUCES
edificios gestados por la contaminación lumínica que los eleva
antes decían algo los reflejos 
           las sombras de alguna nebulosa 
que devoraban
          la puerta de mi casa más cerca de mi cuello 
como un sistema de muros blancos 
cargado de constelaciones en la línea que divide la ciudad
abandonada

el cable eléctrico se inflaba de energía 
con ojos de no reconocerse en el vidrio de un auto 
que antes pasaba lento como el niño del triciclo en el parque

me refugiaba en tu techo de cheiroscopio
para no oír el golpe de la desaparición inadvertida en tus ojos
en la tercera noche
al salir del laberinto antes que pudiera asfixiarme
en la pulsación de un sismo que desmoronaba las paredes

quizás solo he de cerrar los ojos de esta ciudad
con el vendaje de los pájaros en los árboles 
cuando tenga ganas de caminar en una calle
donde antes había un rótulo:
CONECTARSE A LA MEDITACION ARTIFICIAL DE RELÁMPAGOS
DESTINADA SEÑAL QUE MORDIÓ AGUDA

II

Ella sueña en la esquina
ANTES AHÍ HABÍA UN HIDRANTE CON SU SOMBRERO DE MÚSICA POR DENTRO
ha esperado tanto alguna escena
que se ve en un cine 
y se sorprende 
cuando los árboles filtran los ruidos de una ciudad
no conformada en hundir su pupila sin afecto
            vigilante que escupe frío al reverso de una envoltura
que le castiga lejanos recuerdos con la aceleración a la luz del universo

pulsaciones en lo alto de la torre advierten
        el deterioro de las fibras de cristal
                que dejan dimensiones opacas
                         a lo largo del paisaje.

III

hay quienes dibujan en la espalda cercas eléctricas
que crecen empañando la tarde
  donde alguien se vuelve arena negra 
              PÓLVORA 
              sol con aristas de osamenta
                      que corta el moho de una pared dormida en su lecho de perros guardianes

demasiadas casas para elegir una sola placa
y arrojar los quejidos 
de la esquina 
donde antes había un rótulo que señalaba una ciudad que no existe.

Parvus et tardus

Intemperie en rígida señal
cuerpo inerte
decrecer ambulatorio recogido en un encaje
                  huidizo 
transgresor de signo

PALABRA

te conocí en un fragmento 
                            con la hinchazón de un acto mecánico
extemporánea interventora de un sueño 
           preguntaste mi nombre
y al siguiente roce de tu voz
 estaba cerrado el círculo
       —me conoces—
quisiste anochecer con desaliento
   y cerca de mi boca
el mundo se perdió a la orilla.
                            retrasa el gesto 
atrofiado
                      a u s e n t e
silencioso sobre variaciones que aparecían
borradas en tu rostro
amplié las cejas con una dimensión espacial
rastro de una visión 
    de vuelta diste un paso y te pronunciaste

  yo apenas era un joven encadenado al agua
nunca te observé
perturbado por el esternón de un post morten
                                                      sin escapatoria
hoy no me puedo levantar
 la galaxia es una serie de elipsoides prolatos
 capaz de matarme.

Carl Zeiss desciende a una gruta por primera vez

Hay trozos de la tarde que uno tiende
para esperar algún rostro
— acaso tu rostro que se devuelve 
desde la línea fragmentada de un recuerdo —

a veces es el día más largo
y uno desciende a buscarte
donde despliegan tus reflejos:
 angustia oceánica de portada abrumadora

quizás soy el hombre que llego a los límites del universo
   sin encontrar la sombra de una hora
avizorada en la extensión de un espejo
más cerca del ojo que colisiona una mirada de aquel tiempo
en la inagotable extensión de este pasaje

el otoño es la única postura que mi frente puede tomar para pensar en ti
entonces separo el abismo 
y dejo un pasadizo
para que algún resquicio de ti vuelva
y estos ojos se enciendan en una llama que prende un barco nuevo

quise conocerte otra vez en otro tiempo
y tú pensabas lo mismo desde la punta del cielo
liberándote a ti misma

dijiste que volvías desde un destino
que yo desconocía
y tu regreso sacudió mi cama
 como una ciudad que se derrumba al contacto del viento.



Ariel Salinas: 29 de marzo de 1992. Es investigador de fauna silvestre, ingeniero en recursos naturales y promotor de proyectos en gestión socioambiental. Ha desarrollado su profesión en la vinculación de la diversidad biológica y la diversidad cultural para la educación ambiental en distintas comunidades del País. Miembro del proyecto artístico Experimental Maraña, Coordinador en BioAmbiente, horticultor, titiritero, narrador oral escénico, malabarista, colabora con la Revista Literaria Karebarro.

Apreciaciones intelectuales y experimentales sobre trescientos sesenta y cinco días de excrementos

 «Quiero escribir un poema pero solo acuden olores a orina. 
Quiero escribir versos pero solo acuden olores a estiércol.
Mejor olvido escribir poesía,
Muchas personas esperan y no hay…otra letrina”.

Jorge Canales. 

¿Cuánta existencia recibe trescientos sesenta y cinco días de excrementos?
¿Cuánto excremento se reproduce durante la cosecha de los calendarios?
¿Qué volumen representa la magnanimidad de nuestro colon 
cuando se enfrenta al vacío, a las noches desveladas por el alcanfor, 
el guaro, 
              la marihuana y jarabe para la tos? 
¿Cuánto éxtasis se necesita para dejar de existir?
¿Cuánto equivale un gramo de felicidad 
cuando las cucharas son incompatibles a la trigonometría de la vida?
¿Cuánta yardas de rutina constriñe el suicida para encarnar su
adeudado cuello?
¿Cuánto miserable barre cenizas en las funerarias
cuando la muerte hace manualidades en la calle, 
 el quirófano, 
                         la arteria y tuberías para el crack?

Ese es el vicio más grande del que inventó el espacio
las peluquerías  
                         y rebajas de año nuevo.
Ese es el vicio del vigilante sin propósito
del bisturí cuando la anestesia no duerme nuestros ojos
del médico de angustias insolubles. 
¡Aquel que inventó la lluvia! 
los algodones de azúcar, 
                                      el pastel de coco y galaxias de anfetaminas.
¡Aquel que es inagotable en el tiempo! 
y así de inagotable la boñiga que nos acompaña-

No hay cateto apuesto a la muerte 
toda existencia es adyacente a la hipotenusa del cuchillo,
Donde quiera que nuestro miembro escupa
ahí llegará y nos seguirá sin compasión
hasta obligarnos a respirar hectáreas de hambre
hasta encontrar la fórmula general cuadrática del punto exacto 
donde la incertidumbre se halle incendiando un cigarrillo, 
hasta acostumbrarnos al porro en la defecación matutina
y llegar despiertos\felices a la maquila 
al atentado 
al bus
al colegio
a la ferretería 
al taller 
a la oficina presidencial
al restaurante, a la tierra prometida 
                                        al mall y solamente observar las vitrinas,
porque el sueldo
ajustó los pocos tabacos de la quincena.
Aquel que nos dio fiado los diez pesos de frijoles 
                                        en la pulpería de la ansiedad.

¿Acaso ocho horas laborales equivale a la circunferencia del excusado
que indefenso nos espera? 
¿Qué propósito tiene dejar fluir y fluir más tiempo
durante tres turnos de comida 
durante tres pastillas al día
durante tres folladas a la semana
durante las tres etapas líquidas de nuestra carne.
¿Qué propósito tiene rehabilitarnos si la muerte 
no exige hoja de vida? 
¿Qué dimensión tiene el alma 
si nuestro humus permanece en lo inevitable?
¿Qué propósito tiene el sapiens si solo es un nematodo 
perdido en otros estómagos? 
¿Acaso algún día, cuando el universo se distraiga 
podamos rumiar las espinas más insensibles de la creación?

¿Huir? 
           ¡Buscar no sirve!
puesto que el terror del firmamento 
siempre nos alcanza con su mandíbula proporcionada de eternidad.
Nos descubre en el pollo frito del comercio más caro 
Nos sorprende en el food court manufacturado de servilletas
Popotes
             y bebidas light

-¿Cómo desea su orden: agrandada o convencional?
– convencional por favor, sin muchas flores
-Espere quince minutos y retire su pedido, 
-¿desea cooperar con los niños quemados de Nicaragua?, recuerde la propina es voluntaria.
Por eso nos indigesta el cafetín 
donde comimos por vez primera el amor de escuela pública.
Por eso nos abrazó el terror como nuestra garganta abrazaría un tamal agrio
de infortunios, 
                       de afanes,    
                                                                              de ambiciones
de ejércitos aderezados con la carne de otros ejércitos.
Terror de enjuagarnos la boca con sangre de nuestros padres
Terror a las enzimas digestivas,
                                                   ignorantes del concepto de canasta básica
Terror de aquel que creó los cupones de descuentos en las tabernas, 
                                                                                                       pizzerías
                                                                                                           y auto- hoteles
Terror del alimento mismo
                                            \Terror al ciclo de descomposición.

Dos minutos de amor

Dos minutos y desayuno a la monja más nutritiva.
Dos minutos para bendecir la boca de los feligreses
Y con sus burbujas cremosas
Regalar amor de labios en testículos…
De testículos en culos,
De culos en lenguas,
De lenguas en tetas
De testas al placer de dos minutos de amor.
Dos minutos para llenar 
Una misa famélica de lujuria.

Dos minutos y te queda una sonrisa flácida
Como arrugas lamiendo encías en un burdel.
Dos minutos para dar mamadas 
A la cartera melancólica de los clientes
Y con sus limosnas 
Regalar ternura de putas en canas…
De canas en rubias vaginas,
De vaginas en callosos dedos,
De dedos en lubricadas bocas
De bocas al placer de dos minutos de amor.
Dos minutos para llenar
Un útero flemoso de soledad.

Dos minutos y el himen cae rojo
Como virginidad asediada por padrastros.
Dos minutos para roer 
Los huesos tiernos de su falda
Y con sus muñecas…
Regalar mentiras de caramelos en semen,
De semen en niñas,
De niñas en madres,
De madres en muerte,
De muerte al placer de dos minutos de amor.
Dos minutos para llorar 
Sobre un vientre sin pubertad.

Dos minutos y he excitado sus ilusiones
Como niño que adentra su dedo en el pastel.
Dos minutos para que ellas
Forniquen con mi dinero
Y con su paga dar suicidas a las armas…
De armas a los niños,
De niños a las guerras,
De guerras a la nada,
De nada al placer de dos minutos de amor.
Dos minutos para creer 
Que las balas gozan con la paz.

Dos minutos y la primavera se deshidrata
Como calzón a medio sol.
Dos minutos para olvidar 
Que no me regalaste un reloj.

La peregrinación del caos 

Yo adicto
Tú oras
Él  muere
Nosotros cogemos 
Vosotros arrodillaos
Ellos mienten,
Yo recostado en la hipotenusa de la muerte
Y tú acaricias la calvicie de mi cáncer 
Mientras él se droga en la verdad
Del que será 
Del ser 
Del somos,
Eres sombras
Eres  cuento 
Eres novela
Somos hormigas 
Ensortijadas bajo el cristal de la desesperación
Somos lamento 
Descascarado en guerras
Somos páncreas 
                         Colon 
                                Y alma atiborrada de fantasmas
Eres el desayuno
Sintético del marketing 
Eres mula de cocaína latina
Eres heroína capitalista
Somos ateos 
Con la certeza de la angustia
Somos anfetamina comunista
Somos cristianos
Bajo el cristiano yeso del vaticano
Somos salvos
Al hablar en lengua nuestros pecados
Y tu eres profeta
Con los milagros a peso la docena
eres esperanza
                      Con leucemia en la fe 
Eres esquimal
Maya
Chorotega
Anglosajón
Inca
Siux 
Azteca
Somos compañeros 
De la moda acogidos en los calzones de cualquier sociedad
Somos araucanos
Escandinavos
Hunos 
Asiáticos
Árabes 
Etíopes 
Somalíes
Somos pangéa deshidratada en miseria civilizada.
Eres el universo
de misses que esperan deleitarse con la anorexia ilusionada de bikinis
eres un pajazo
En memoria de las putas que no venden su progenie
eres música puertorriqueña 
Con el trasero acumulado 
                                          De llagas, amor 
                                                                       Y despedidas
Somos violación
Desde el primer grado, hasta la graduación en la sangre de la felicidad
Somos gatos
Que lamen el plato del vecino ausente
Somos narcos todos
Con el coctel de crack y políticos en la cima de la soledad
Somos flecha 
                     Lanza
             Pistola
                      Religión
             Hiroshima
Somos economía
                            De la pólvora    
Somos piano 
Con el estómago acrisolado en hambre
Somos poetas 
Que buscan la inmortalidad de la cirrosis 
                           De la      sífilis y parís 
Somos notas y versos 
Con la rima y escala afinada en lástima

Somos mártires 
Condenados al cemento
Somos ratones 
Que giran en su propia desgracia
Somos peregrinación
Con sed de caos
Somos ira 
Que manosea a puñetazos el vacío
Somos nada
Que germina en el campo minado de la nada
Él 
     Tú 
Y yo
Somos descendencia ahogada en 
                                                   Ataúdes. 

Andrés Moreira (Nicaragua, 1991). Poeta y editor. Hizo estudios de Lengua y Literatura Hispánicas en la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua (UNAN). Además participó en el curso «Literatura y Memoria: Chile a 45 años del golpe militar» en la Universidad de Costa Rica (UCR) y en el congreso «XVIII Jornadas Andinas de Literatura Latinoamericana de Estudiantes» en la Universidad Nacional de Costa Rica (UNA). Algunos de sus poemas han sido traducidos al italiano y al inglés, y fueron publicados en la revista digital del Centro Cultural Tina Modotti y en la página web de Casasola Editores, respectivamente. Ha colaborado en revistas internacionales como Central American Literary Review (Nicaragua), Círculo de poesía (México), Revista Antagónica (Costa Rica), Letralia (Venezuela), y Revista Ágrafos, de la que es miembro del consejo editorial.

Elegía por Andrés Moreira

“Que te fuiste con ella
Creyéndola virgen como todos los poetas
(si se tira a todos la muy putísima)”

Anastasio Lovo

I
Hace algunas noches soñé
que un bruto disparaba directo en tu sien
y te derrumbabas
uno en comunión con el pasto.

II
Nadie crispaba rostros
¿para qué crispar la condescendencia?
tu amigo miró tras el vidrio,
recitó la Elegía por Enrique Linhn.
Pareciera que planeás una reunión con ella.
Reunión sin los protocolos de antes, como íntimos amigos.
A como se los coge a todos.

III
Siempre confesaste estar adepto a ella
de su sosiego,
de su mano fría,
de su enigma,
de su incertidumbre.

El oficio de creer

“Por el aliento de Dios perecen,
y por la explosión de su ira son consumidos.”

                                                                                              Job 4:9

Señores, he decidido no renacer
y no vivir eternamente
(la vida eterna es absurda y renacer, egoísta)
también decidí caminar
sin miedo por estos picos
donde abrí los ojos
la tarde del suicidio del nazareno
¿y en qué va a creer este hijo de hombre?
-Se preguntarán molestos-
“Pobre, ha perdido la fe”
-murmurarán compungidos –
creo en la sonrisa de un niño cadavérico
creo en el llanto de un árbol
creo en la degradación
de los cuerpos por benévolos gusanos.
Pero no creo en su dios,
ese que ama con ira, y amándolos, se iracunda
-les responderé-.

Hombre roto

Elevé mis rezos                                                                                                                   y no fueron escuchados.
Mi llanto no llegó hasta vos.
Aquí estoy, señor;
un hombre roto 
que sólo quiere descansar.

Plegaria

(Poema para leer durante un genocidio)

Dios, Te ruego que sus armas se atasquen y sus manos se cercenen,
que el francotirador pierda la vista y una pierna,
cegalo con la luz que no tenemos.
Apagá la existencia de quien da la orden de fuego. 

Dador de vida,
encendé brazas
entre las vísceras del tiranuelo que dejaste nacer. 

No quiero un Moisés, ni otro mesías.

Dios de amor, tené piedad de mis madres,
ellas aún te rezan arrodilladas por saber a mis hermanos a tu lado.
Dios, soy aquel que ayer y hoy reniega de tu existencia.

Muerte

Para Ariel y Salvador, Los Poetas Atrincherados.
Es de noche,
te veo desde un agujero de la barricada.
Venís a salvarme del desconcierto de las horas,
venís a salvarme de las horas
venís delgada,
como un disparo.
venís,
con tu espectro de silencio.
Escarbás mi tráquea en un parpadear de vida.
Hace frío
 ya estás conmigo.
Mayo, 2018.

Abril

 (Poema para leer después de un genocidio)

«April is the cruellest month, breeding 
Lilacs out of the dead land (…)”

T.S. Eliot The Waste Land.  1922.

He aquí el último poema que escribo.
Esto no significa que ya no encuentre
                                         versos en la deriva nocturna,
ni que no los haya
ni que nadie más pueda encontrarlos                 
                                                      o tropezar con ellos.
Sucede que, desde el invierno de abril del 2018
Quiero escribir, y el llanto no me deja.
No son versos,
son lágrimas que encuentro y luego cargo
                            como un féretro
                                                con doscientos cadáveres dentro.

Fernando

“Andrés                                                                                                               
                                  Tu piedra es mi esperanza”

                               Fernando Gordillo

Fernando,
mi piedra nunca fue esperanza de nadie.
Ha pasado casi medio siglo y ya ves,
Siempre lo mismo.
Pudo más el dólar que la sangre.
Toda la tierra, Fernando. 
Desde Alaska hasta la Patagonia 
desde esta esquina hasta las otras esquinas.
No tienen lágrimas para llorar ninguna patria.
Ya no hay piedras sino balas.
¡Dispará!
A casi medio siglo de distancia, el enemigo,
es el mismo:
nosotros.

Hoy, hijo mío…

“Mañana, hijo mío, todo será distinto…”

                                                  Edwin Castro

Hoy, hijo mío, nada es distinto.
La angustia sigue marchando 
a paso firme sin encontrar fondo.
El campesino es decapitado, cercenado 
y mutilado por quitarle la tierra suya.  
Que es poca, pero ya no es suya.

Las hijas del obrero y campesinos 
son las prostitutas de los poderosos, como vos.
No hay pan y menos vestido 
porque su trabajo no merece ser pagado.
Las lágrimas se mezclan con sangre en las calles.

Hoy, hijo mío, nada es distinto.
Caen bombas lacrimógenas, hay cárcel
y disparos de Dragunov 
para quien ose levantar la voz.
No puedo caminar por las calles 
porque ninguna ciudad es mía,
ni de tus manos y de las manos de tus hijos.
Encerró la cárcel tu juventud 
Como también encerró a los míos;
Y morirás exilado.
Hoy, hijo mío, todo sigue siendo igual, o peor…

Jorge Campos: Managua, Nicaragua, 24 septiembre de 1987. Economista, poeta y articulista. Autor del poemario Ruinas del Árbol (Managua: 400 Elefantes, 2017). Ha publicado en revistas electrónicas e impresas latinoamericanas como Círculo de Poesía (México), Carátula, El hilo Azul (Nicaragua), La Prensa Literaria (Nicaragua), 400Elefantes (Nicaragua), Álastor (Nicaragua), Letralia (Venezuela), Pórtico21 (Costa Rica), La Estantería (México), Resonancias Literarias (Francia), Θράκα Περιοδικό Εκδόσεις (Grecia), Efory Atocha (Cuba). Director y editor de Vórtice (2012-2015). Seleccionado para aparecer en la antología del IV Concurso de Microrrelatos Eróticos (Ediciones de Letras. España. 2016), en la V Antología de Relatos Eróticos (Ediciones Con Talento. España. 2016) y en “Tierra breve: Antología centroamericana de minificción” (INDOLE Editores. El Salvador. 2017). Actualmente escribe desde su blog personal www.manualdeldesasosiego.wordpress.com

La piedra manifiesto

Vendrá la muerte 
y vomitará la piedra de mi manifiesto
para hundirme en el lago de las tinieblas.
Y ahí sin forma,
volveré a ser lo que más amo,
lo que la herida dura exige:

un reflejo en el límite de tu lengua,
un suspiro tenue de vida.

Derrumbe

Lo triste no es morir. 
Es nuestra salvación, 
la manera de conceder al destino el privilegio 
de resolver lo que no hemos concluido.
Lo triste es quedarnos a punto, 
con la miseria ensartada en las manos llenas de mierda, 
con el ¡Dios mío! a medio grito, 
con la herida de hambre medio abierta, 
y la cabeza desnuda y sin techo, 
fracturada por el último derrumbe.

La ciudad desnuda

En esta ciudad sólo habitan grietas.
Aquí sólo queda el esqueleto de una guerra,
la hora indecisa de la tierra temblorosa,
un lago crecido que apesta a heces,
troncos desnudos sin copa,
la taquicardia de adictos a las balas.

Sólo quedan unos pocos
-cada vez menos-,
los que no se resignan al olvido,
los héroes de mármol con antorchas en sus camas.
Los edificios están vacíos.

Un niño apunta a transeúntes
dibujados en el pavimento
y grita con periódicos en el estómago:
¡La ciudad ha sido destruida!

(De “Ruinas del Árbol”, Editorial 400Elefantes. 2017)

Mi patria es una piedra

Mi patria es una piedra cualquiera de camino
y fue parte alguna vez de otra piedra más antigua.
Todas en todo a la vez,
todo en nada.

No tiene nombre 
y está agrietada.
Fue polvo en manos de jornalero;
escupe y estruja con su puño partido
en la alborada de una guerra.

Mi patria es una piedra de mezquino silencio,
y yo estoy debajo de ella
hartándome polvo de estiércol,
con angustia de ser oprimido con su peso.
Pero nunca la retuvo fuerza
mientras desorbitaba el cementerio.
Nunca fue.

Monólogo entre barrotes

¡Oh miseria! Apaga tu lámpara. El pájaro lanza su grito.
Saint-John Perse

Al final también el tiempo,
como todo lo demás, se vuelve falsa costumbre;
la injusticia nómada que se jacta de intocable,
el relámpago de balas en venganza contra campanas,
Y la muerte anónima aterida.
Y el terror de la carne detrás de paredes acribilladas;
sudor y sangre manando de trincheras del espanto.

¡Que nos perdone el abismo!

Pero no hay nada más nefasto
que la promesa proselitista de la esperanza
que se sabe incumplida desde antes de pronunciarse,
como la noche que promete olvido y exilio,
pero sólo ejecuta su guillotina
para engullir el grito del dictador carnicero.

Dios detesta a los pobres

Dios detesta a los pobres.
No es casualidad que en la franja centro
no se viva el esplendor de un eclipse total de sol
o el apocalipsis de una hiper luna sangrienta,
cada vez que es una posibilidad Él ciñe nubes estáticas
que lo oculten a los ojos paupérrimos,
porque no tienen para pagar una de sus maravillas
que llene de esperanza a testas vacías,
seque manos sudadas
y limpie pies sucios.
No es casualidad que los pobres no tengan cuatro estaciones,
pero en compensación vivan una vida azarosa
entre terremotos, inundaciones y sequías;
quitárselo sería lanzarlos a la muerte sin duelo,
porque la aventura del hambre y el temor de vida
es la cosecha extraordinaria de estas tierras.
Su diestra ensalivada siempre barre
de izquierda a derecha justo en el centro
donde el juego es más ameno.
Detesta a los pobres por ordinarios,
porque son los que más lo adulan,
porque son los que más persisten,
porque son los que creen.

Resurrección

Soy marica.
Me gusta lamer vergas y culos medio dormido
cuando el frío besa mis pies
con el morbo de los muertos

Me gusta coger en lugares públicos
sobre la grama bajo la sombra de un madroño olvidado
al borde del gemido de una avenida atascada
y retar al azote de la justicia
que vengue demonios extintos en mi espalda

¡Marica!
Me gustan las patadas
en el pavimento ardiente
y los “acompáñeme a la salida”
después de un beso con lenguas erectas
deseosas de diversos bultos

Soy blanco anónimo de balas
que lanzan uniformados y me penetran
oculto en la niebla opresora de gargantas

Soy puta amanecida con el sexo desgarrado
y la cara partida
después de un trago en el infierno del poder

Un marica degenerado
flotando en la cuenca de un río
brotando del maíz con el culo empalado
para ahuyentar a los cuervos del odio

Un mismo marica sobre la mesa
con la verga cercenada escupiendo veneno
colgado de un puente que nadie transita
o en el altar engendrando hijos
a punto del ultraje y abandono

Un marica
sin flores en su tumba de exilio
ruega el desprecio de sus oraciones
y un féretro abierto e inadvertido
donde un canto de victoria se eleve
el día de su resurrección
por encima de estas piedras.





Roberto Carlos Pérez

Artículos de Roberto Carlos Pérez