Juan Rulfo y la gramática de la narrativa
Prosa de prisa (diario de un nicaragüense en el extranjero)
Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno nació en Sayula, Jalisco, el 16 de mayo de 1917, el mismo año en que fue redactada la Constitución mexicana. Su infancia transcurrió durante la Guerra Cristera (1926 – 1929), que enfrentó a los defensores de la Iglesia Católica con el gobierno del presidente Elías Calles.
Compuesta por terratenientes, su familia se arruinó debido a los saqueos de esos años. Su padre murió durante el enfrentamiento; luego vino el deceso de su madre, por lo que la dura infancia moldeó en Rulfo un carácter esquivo y solitario. Vivió varios años en un orfanato que él mismo llamó «una correccional». Lo único que aprendió en ese lugar fue a deprimirse. Dice: «Fue una de las épocas en las que me encontré más solo y donde adquirí un estado depresivo que todavía no se me puede curar».
Hombre de pocas palabras, su breve aunque intensa obra está profundamente marcada por su compenetración con la tierra. «Tú sabes cómo hablan raro allá arriba», dice Pedro Páramo, el cacique que hace de Comala su imperio. Es precisamente ese lenguaje «raro», local, propio del campesino de la región de Jalisco, la materia con la que se tejerá el carácter universal de su obra.
Pobreza, muerte y desolación reinan en El llano en llamas (1953), su única colección de cuentos, y en Pedro Páramo (1955), la única novela que publicó. Ambas obras tuvieron al comienzo escasa difusión, pero más tarde se convirtieron en clásicos gracias a la recepción que tuvo de ellas el Boom hispanoamericano. Sus valoraciones situaron a Juan Rulfo en el campo del Realismo Mágico, que luego explorarían con vigor escritores como Gabriel García Márquez y Julio Cortázar.
Dice García Márquez: «La obra de Juan Rulfo me dio, por fin, el camino que buscaba para mis libros». De ahí que se pueda decir que sin el manejo del tiempo, el sentido de la muerte y los eficientes diálogos de Rulfo, «Cien años de soledad» no hubiera sido una novela tan ligera aunque de técnicas tan sofisticadas. La Fundación Nobel nombró a Pedro Páramo una de las cien obras de ficción más importantes en la historia de la humanidad.
En 1935 Juan Rulfo se trasladó a la Ciudad de México, donde desempeñó diversos cargos administrativos. Trabajó en la Oficina de Migración, en el Departamento de Ventas y Publicidad de la compañía Goodrich, y en el Departamento Editorial del Instituto Nacional Indigenista.
Autodidacta de formación, creció leyendo a los grandes novelistas mexicanos (Azuela, Agustín Yáñez, Martín Luis Guzmán), a los más destacados autores norteamericanos (Faulkner, Woolf, Hemingway), y también al islandés Halldór Laxness y a la sueca Selma Laguerlöf, que tanta influencia tuvieron en él.
En vez de agrandar su obra en tomos inabarcables, Rulfo fue el gran maestro de la concisión. No se conoce otro autor hispanoamericano cuya fama se sustente en unas escasas doscientas cincuenta páginas. Traducido a decenas de idiomas, el autor de «El llano en llamas» sólo puede compararse con otros grandes autores cuyas lacónicas obras los convirtieron en acervos universales, como San Juan de la Cruz y Gustavo Adolfo Bécquer.
Sobre la vigencia de Juan Rulfo, Juan Villoro dijo en 2017 al referirse a las masacres acontecidas en México en los últimos años: «La renovada actualidad de Rulfo se manifiesta en su impronta en escritores contemporáneos, pero también en una realidad que no deja de parecérsele. La violencia, el ultraje, la traición y el sentido gratuito de la muerte determinan sus páginas con la misma gramática de la sangre con que determinan la hora mexicana».