Kavafis y sus poetas egipcios preferidos. Ahmed Rassim (1895-1958)

«Je chante pour tuer le temps qui me tue».

Aunque sabemos de la existencia de una abundante correspondencia de Kavafis, la mayoría de las cartas, casi con toda seguridad, pueden darse por perdidas. Y las que conocemos se han publicado de forma dispersa en libros y revistas, en lugares y fechas diferentes. En una carta (9 mayo 1928) a Stavros Stavrinós, propietario y director de la revista La Semaine Égyptienne (1926-1940) y agregado cultural de la embajada griega en el Cairo, Kavafis manifiesta su admiración por la obra de Ahmed Rassim. En respuesta a la información de Stavrinós sobre su intención de dedicar un número especial de La Semaine íntegramente a Rassim, Kavafis afirma:

«En numerosas ocasiones he expresado mis sentimientos de aprecio hacia Ahmed Rassim y sería feliz si se le diera mayor renombre por medio de La Semaine Égyptienne. Me gusta en Rassim la expresión viva, el espíritu, la actitud».

Y prosigue: «Siempre que veo en la Semaine Égyptienne un artículo o un poema firmado por Ahmed Rassim, me apresuro a leerlo, persuadido de que encontraré algo ingenioso o interesante. Y hasta la fecha mis expectativas no se han visto defraudadas».

A pesar de que estas afirmaciones se refieren a sus poemas en francés, «que me gustan me gustan mucho», Kavafis cree firmemente que en su producción árabe habrá escrito páginas similares.

A su vez, a la muerte de Kavafis, Rassim lo recordaba así: «Era una bella figura […] que ponía un poco de color en la ciudad de Alejandría. Su casa misteriosa, en la calle Lepsius, donde algunas velas proyectaban sombras extrañas en las paredes, emitía a su alrededor ondas impregnadas de poesía y de misterio. Amaba las bellas formas y las bellas ideas y circulaba por las aceras como una sombra».

A diferencia de los autores francófonos de la época, Rassim era musulmán y empezó a escribir en árabe. Hijo de una familia otomana de la aristocracia de ascendencia turca y egipcia de El Cairo, se diplomó en la École française de droit de esa ciudad. Ello le permitiría ocupar puestos diplomáticos en Roma, Madrid y Praga, para llegar después a subgobernador del Cairo y gobernador de Suez y, finalmente, director general del turismo egipcio.

Sus primeros poemas en árabe fueron escritos en prosa («Al Boustane», en francés «Le jardín») y, al presentar su trabajo al “príncipe de los poetas”, Ahmed Sawqi (1868-1932), recibe una buena reprimenda: «esta escritura sin reglas no tiene nada que ver con la poesía árabe, basada en la rítmica encantadora en la que los versos deben ser perfectos». Decide entonces escribir en la lengua más cosmopolita en aquel momento en Egipto, el francés: «la langue dont je me sers est etrangère aux gens de mon pays». En 1927 publica su primer poemario en francés, Le Livre de Nysane, dedicado a la muerte de una joven, la hermana de la futura reina de Egipto, cuyo amor fue imposible de alcanzar para él, a pesar de proceder de una familia de pachás.

Los poemas, generalmente breves, mezclan la seriedad con el humor o la ternura con la crueldad

«Être la soif qui torture tes lèvres
Être le mirage qui torture ton cœur
Être le cœur de la fleur que tu respires.»

Emplea profusamente los proverbios árabes, algo muy característico de la cultura egipcia oral. La utilización del proverbio, en su propia autonomía sintáctica, y en boca de sus personajes, adquiere un valor general de carácter universal:

«si te tiran una piedra, tírales tú un trozo de pan», o «cuando el león envejece, se convierte en el hazmerreír de los perros».

El reconocimiento de la calidad de su obra, en parte publicada en revistas (L’Égypte Nouvelle, La Semaine Égyptienne, Revue du Caire), no llegará hasta 1954, con la concesión, por parte de la Academie Française, del prestigioso Prix Auguste Capdeville.

Rassim construye su poesía ordenando los objetos en una composición espacial (casi arquitectónica) cuyos detalles ornamentales insinúan mucho mejor una grandeza monumental. Dicho por él mismo: «car un poème est, avant tout, de l’architecture». Las características locales de sus personajes acaban por destilar una sabiduría intemporal que se proyecta en todas direcciones, como una pintura en la bóveda de una cúpula. La sutileza de su carácter egipcio, alejado tanto de tintes costumbristas o naturalistas como de arquetipos, confiere a su obra una significación esencial, casi legendaria, como una especie de símbolo universal. Para él «la poesía es una armonía de sonidos, de colores, de formas y de pensamientos. Existe, en estado puro, por todas partes, tanto en las corolas de una flor de invernadero, como en la fluidez del silencio que inunda los campos de trigo».

En una carta al poeta Raoul Parme, Ahmed Rassim afirma que « le fait d’écrire en prose ne m’a jamais empêché d’aimer le vers classique. Au fond, il n’y a, du vers libre ou vers classique, qu’un ingénieux malentendu et un suave stratagème dans l’impression et la disposition typographique».

En relación con la brevedad, ya citada, de sus poemas, explicaba el poeta egipcio Abderahman Sidky que había recibido una serie de poemas del joven Ahmed Rassim: «eran unos poemas en prosa muy originales. Recuerdo que algunos eran una especie de haiku. Recuerdo que uno de ellos contenía solamente la expresión el mar. Entonces me irritó de tal forma que dije: a este paso el diccionario será la mejor selección de poemas». Otro de los poemas de esta categoría dice: «Mon coeur…». Tal cual. Rassim, sin embargo, hace decir a uno de sus personajes: «si un poema sobrepasa los tres versos, ya no es poesía, es una novela». Y en un artículo de 1945 en La Semaine Égyptienne Rassim se preguntaba: «¿No es la brevedad una de las formas superiores del arte poético?» Y lo expresaba así:

Un poema debe ser mudo
como un secreto, mudo
como una herida, mudo
como el vuelo de una paloma en el cielo.

Una poesía de una desnudez voluptuosa y límpida:

De toi a moi
Cette transparence
Me fait peur

La escritura de Rassim se desarrolla a partir de las resonancias rítmicas y musicales, a partir de un núcleo verbal que ejerce su influjo misterioso y produce esa magia armónica interior que desemboca en el poema sin que el poeta sepa cómo se ha producido: «Il doit y avoir dans chaque poème un mot qui, sans que nous les sachions, est le maître mot, le mot magique que vient des profondeurs les plus secrètes de notre moi. Un poème est une opération magique dont les poètes mêmes ignorent souvint le secret». A pesar de ello, no cree en la «inspiración» ni en las modas literarias:

«[…] les artistes authentiques se font de plus en plus rares, laissant la place à des esthètes sans talent”. La aparente sencillez expresiva es fruto de una profunda reflexión

( « Avant de prononcer un discours, même si tu en as eté ardenment prié, demande-toi si ce que tu vas dire est plus important que le silence» ) y de un trabajo artesanal propiamente literario (« les mots sont des catins qui ont couché avec toutes les idées et toutes les métaphores. L’art consiste à donner aux mots l’illusion d’une virginité »).

Joan R. Lladós
+ posts