La amenaza del fascismo trumpista y el oscurantismo del Siglo XXI

96 Premios Nobel en diferentes ciencias, 16 premios Nobel en Economía advierten sobre la amenaza que los alarma: el peligro que representa para el mundo la posibilidad de que el movimiento liderado por el actual candidato Republicano tome las riendas del poder. La respuesta de los partidarios del trumpismo a dicha advertencia es de repulsión, casi de asco por lo que consideran “elitismo”. Esto no es para nada nuevo. Se trata de una reedición del infame alarido fascista de “¡muera la inteligencia!” que todavía nos hace estremecer, y que tanta sangre hizo derramarse en la Europa del siglo XX.

Su hostilidad a la ciencia, que encarna un resentimiento antirracional profundo, los conduce hasta el precipicio de la ceguera. Su mundo es el revés de la civilización y el respeto: aplauden a su Innombrable líder cuando llama “basura” a los inmigrantes, amenaza con enviar al Ejército contra la población, alaba al imperialista Putin o declara que “no tuvimos ningún problema” con el tirano de Corea del Norte, pero que la oposición doméstica es “el enemigo interno”—más peligroso que los hombres-fuertes que parecen impresionarlo con su despliegue de poder marcial. Para sus partidarios, en su mundo al revés de adoración de la fuerza bruta, la inteligencia es fracaso de pusilánimes. Todo lo que la ciencia y los científicos producen es descartado porque el líder, a quien inverosímilmente llaman “ungido de Dios”, exhibe desprecio por la racionalidad.

Su ceguera es tal, que si Einstein o Hawking o Freud o Keynes anunciaran su apoyo a la candidata que intenta detener a los fascistas, los nuevos fascistas los llamarían brutos o ignorantes. Ya tenemos el caso de los premios Nobel, más la larga lista de pensadores, científicos, generales del Ejército estadounidense, e incluso connotados líderes Republicanos que alertan del riesgo: todos son “ignorantes” o “brutos”. Todos, súbitamente, son acusados de “pedofilia”, o de historias siniestras que hacen circular y que carecen de cualquier soporte. 

Estamos ante gente que desde una ignorancia profunda y un odio desquiciado disputa las conclusiones analíticas de los más grandes y sobrios pensadores de nuestra era. Gente que por todas las señas no aprobaría una clase introductoria de Economía o Física disputa las conclusiones analíticas más elaboradas y complejas, producto de siglos de pensamiento, y rubricadas por individuos cuya dedicación académica les ha valido el reconocimiento universal.

 “Es su opinión, yo tengo la mía”, dicen en su atrevida ignorancia, como si todas las opiniones valieran lo mismo. Pero no es así. Yo puedo opinar ––como un iletrado campesino medieval––que el brujo del pueblo sabe más que un médico entrenado, pero mi opinión no puede tener el mismo peso, el mismo significado que la de alguien que la produzca poniendo en práctica los métodos de análisis conquistados a través de la instrucción y la investigación. No todas las opiniones son respetables: “la tierra es plana” no es respetable; “los judíos son los culpables de todo”, no es respetable. 

De este tipo son las afirmaciones que se escuchan entre la turba fascista del trumpismo; opiniones que son igualmente deleznables, indignas de respeto, como “los inmigrantes son culpables de todo”, o “mi líder es el único que puede ‘salvar’ al país”; o “la economía es un desastre”; o “hay una invasión de inmigrantes criminales”.  

Estas sandeces reflejan una carencia vasta y profunda en lo intelectual y en lo moral. Hay que estar abocado al vacío nihilista para atreverse a proclamarlas sin pudor alguno. Se trata, simple y llanamente, de declaraciones estúpidas, sin base alguna en lógica y en realidad, producto de un malestar sociopático que se manifiesta de manera irracional: no entienden su vida y la del país en que viven ni del mundo que habitan; van presos de la confusión de estos tiempos de cambios a veces vertiginosos. 

No entienden, no logran comprender, se sienten perdidos, vulnerables… y llega un demagogo (como ha ocurrido antes; los ejemplos clásicos son Hitler, Mussolini, Castro, Chávez) a “simplificarle” las cosas. El demagogo, un sujeto basto y crudo desde casi todo punto de vista––pero instintivamente astuto, un buen lector de su gente y su momento–– les da una “teoría” del porqué de sus problemas y frustraciones, y les encuentra un camino fácil, que pasa por aniquilar a un chivo expiatorio. 

Así se alimentan los monstruos del poder fascista. Si el monstruo crece (sea Hitler, sea Mussolini, sea Ortega, sea Chávez), termina devorándolo todo. Devorando incluso a quienes dieron de comer a la bestia. Después dirán, como en el caso de muchos alemanes de la posguerra, que “no sabían”. Son arrepentimientos tardíos y costosos.

La diferencia, esta vez, es que quienes marchan como borregos detrás del candidato Republicano van caminando advertidos; de eso nos hemos encargado quienes tratamos de mantener abiertos los ojos de la conciencia democrática. 

Pero tristemente ellos, obnubilados y confundidos como están por el demagogo, nos identifican como “el enemigo”, en lugar de hacerlo con quien ya es amo de sus conciencias, dueño de sus votos, y su potencial destructor en un futuro que ojalá logremos impedir. 

Esperemos que este movimiento nefasto, la mayor amenaza a la libertad y la paz que se ha conocido en Occidente desde la segunda guerra mundial, no triunfe en noviembre. Pero que se sepa: si logra entrar al poder la lucha apenas habrá comenzado, porque es verdaderamente una lucha a muerte. 

Los fascismos viven si muere la libertad. O la aplastan o caen derrotados por la contundencia de la voluntad ciudadana.  No hay arreglo intermedio, no hay posible convivencia entre quienes quieren vivir en democracia y quienes quieren destruirla. 

Esperemos que la institucionalidad democrática sobreviva el embate en el corto plazo, pero que “estamos en guerra” es precisamente algo que ellos repiten asiduamente. 

Para ellos, el mundo es el agresor, la libertad es el enemigo. En su mente y en su visión política han convertido a todo lo que sea “otro” en enemigo a liquidar. Desde el comercio de bienes y servicios entre todos los pueblos del mundo hasta la vida privada en libertad representan para ellos amenazas a su vida insegura. 

Tiempos terribles, tiempos aciagos, tiempo para tener fe y perseverancia. 

Que avance la libertad, que no retroceda o muera. 

Francisco Larios
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El autor es Doctor en Economía, escritor, y editor de revistaabril.org.

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