La balada de Adán

Roberto Carlos Pérez
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                              A la memoria del Príncipe de la Canción, José José

La década de los años veinte del siglo pasado en realidad comenzó el 28 de junio de 1919, cuando los países aliados pusieron fin a la Primera Guerra Mundial con los Tratados de Versalles. En Hispanoamérica, hacia 1925, Carlos Gardel se hizo solista y sus mejores tangos estaban por sonar. También a mediados de la década, Cuba exportó el bolero a los demás países hispanoamericanos. Ya conocemos las consecuencias: como en la Edad Media, la poesía y el culto a la mujer que subyacen en el Amor Cortés regresaron a ser cantados. 

El impulso de los años veinte es incalculable porque sin él no se entienden piezas memorables como «El día que me quieras», de Alfredo Le Pera y Carlos Gardel (basado en el poema de Amado Nervo) o «Mujer», de Agustín Lara. La Primera Guerra Mundial fue un desastre para la humanidad, pero no tanto para la música hispanoamericana que, de tan aislada que estaba la región de lo que acontecía en Europa en términos musicales, permitió que el tango y el bolero se mantuviesen intactos y sin mayores contaminaciones. 

Terminó la guerra. Los Estados Unidos se confirmaron como la gran potencia y popularizaron el disco de vinil; también la balada romántica, producto de las migraciones europeas que llegaron a los Estados Unidos durante la posguerra. Las baladas de Irving Berlin fueron recibidas por el gran público. Se escuchaban «Always» y «Blue Skies». Eran piezas de «instrumentación ensoñadora, simple y algo tediosa», según los diccionarios que definen la balada romántica. Lo cierto es que ésta se opone a la ostentosa instrumentación del swing, el otro género que dominó los años veinte. 

Hispanoamérica le dio un espacio a la balada romántica. Se diferencia del bolero porque de ella quedan fuera los tríos de guitarra aunque, aún en 1977, sus letras de amor seguían vivas como en el bolero. Ese mismo año, un joven nicaragüense, Adán Torres, compuso su propia balada, quizás tras una ruptura amorosa, una separación con su amada. Eligió un objeto cotidiano como metáfora del sufrimiento, la vigilia y el insomnio: una almohada. Dice: 

 Amor como el nuestro no hay dos en la vida,
por más que se busque, por más que se esconda.
Tú duermes conmigo toditas las noches,
te quedas callada sin ningún reproche.
Por eso te quiero, por eso te adoro,
eres en mi vida todo mi tesoro.
 A veces regreso borracho de angustia,
te lleno de besos y caricias mustias,
pero estás dormida no sientes caricias,
te abrazo a mi pecho, me duermo contigo,
más luego despierto: tú no estás conmigo
sólo está mi almohada.

Abandono, tristeza, intranquilidad y desvelo son el retruécano en que la almohada es la metáfora de Marina, la amada ausente. Pero la realidad superó a la ficción y hoy ambos viven con sus hijos una vida retirada en California. 

Marina escribe poemas y Adán sigue componiendo canciones, acaso sin llegar jamás a comprender el alcance de su balada, popularizada por José José y luego cantada por decenas de artistas en diferentes géneros (salsa, ranchera, bachata, bolero, entre otros), desde Cristian Castro y Tito Nieves, hasta Marc Anthony y Pepe Aguilar. 

Sin embargo, con Adán, su creador, sucede algo raro e injusto. Al cantar «Almohada» todos evocamos la tierra de poetas que ha sido Nicaragua. No obstante, no existen premios o teatros que lleven su nombre como sucedió con otros grandes como José de la Cruz Mena y Rafael Gastón Pérez. 

El exilio es terrible. Desde 1979 Adán no ha vuelto a Nicaragua, pero su canción es el orgullo de jóvenes y adultos que recuerdan su letra tanto en la sala mayor del Teatro Nacional Rubén Darío como en el más ínfimo bar. 

Pero Adán ya es parte de los inmortales, pues su balada es entonada por todos y en eso consiste el triunfo del compositor: que sus piezas se vuelvan anónimas y pasen al acervo popular. ¿Quién no se conmueve, sin saber que Adán le dio vida, ante una melodía tan hermosa y versos cargados de hondo lirismo como los siguientes?:

		A veces te miro callada y ausente
y sufro en silencio como tanta gente.
Quisiera gritarte que vuelvas conmigo,
que si aún estoy vivo sólo es para amarte.
Pero todo pasa y a los sufrimientos
como a las palabras se las lleva el viento.

Esa es la balada de Adán.

Roberto Carlos Pérez

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