La enfermedad de Nicaragua y el maná de la oportunidad [historia de sangre y promesa]

Francisco Larios
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El autor es Doctor en Economía, escritor, y editor de revistaabril.org.

Artículos de Francisco Larios

Esas son las convulsiones de mi tierra, de esa tierra adorada. ¿Puede Nicaragua recobrar la salud, levantarse, andar, ser lo que el país puede ser si el talento de su gente rompe las cadenas de desorden y dictadura, si cae el laberinto de celdas que encierran a nuestra gente en la oscuridad?  No cabe duda.  No me cabe duda.  Pero la libertad comienza y termina ante el espejo, y lo que la sociedad nicaragüense puede ver en el espejo es terrible. Verlo, sin embargo, ya es progreso, es el gran logro, imperfecto, inconcluso, de la Insurrección de Abril, el brillo sanguinolento de una nueva oportunidad. No la desperdiciemos.

La llamada Coalición, llamada Nacional, es casi ficción, casi pantalla; es una mampara entre la realidad y la gente, puesta en el centro de la plaza pública para esconder el tira y encoje de políticos oportunistas que gastan sus energías, y desgastan a Nicaragua, compitiendo por cupo en su soñado (aunque negado) aterrizaje suave; o peor, un biombo para dar intimidad a amores de conveniencia. Es posible que estalle en varios pedazos si la búsqueda de beneficios particulares dicta esa necesidad, por más que se declaren píos devotos de la unión de “todos” contra la dictadura de la que muchos de ellos han sido miembros o beneficiarios. 

Caricatura de Wilber Chavarría

La llamada Coalición, llamada Nacional, (o, mejor dicho, la marabunta detrás del biombo) es un centro de convenciones, una fábrica de comités y reuniones, antes en persona, ahora virtuales. Si los “empresarios” que tanto peso tienen en este movimiento son así de ineficientes en sus negocios, no en vano el país es tan pobre, no en vano tienen que sentarse en el regazo del Estado o mamar la teta del erario para enriquecerse.

La llamada Coalición, llamada Nacional, es un nido de intrigas, desde donde los señores principales –para recordar los parlamentos del Güegüence–susurran secretos que dicen conocer de algún otro principal: “ya está organizando su campaña para la Presidencia”, te dice uno del otro; “lo financia tal por cual”, “trabaja para Estados Unidos”, “contrató a tal por cual”; “ya traicionó antes al pueblo, pero no podemos dejarle el “espacio” (es decir, en este caso, el posible asiento en el avión del aterrizaje suave). Luego salen al público, y recitan su trillado discurso heroico-machista: son indoblegables hombres de fierro y alarido; marchan con decisión a seguir incrementando las presiones contra la dictadura.

La llamada Coalición, llamada Nacional, alberga escuelas de oportunismo, donde se distribuyen—en medio de la horrenda pobreza y desigualdad de Nicaragua—recursos externos, o las migajas de los midas domésticos, que en numerosos casos inclinan el frágil balance entre principio y conveniencia [natural en el humano] a favor de esta última. Como escuela, han preferido a los más jóvenes, no solo porque los creen más moldeables, sino porque les temen más. Después de todo, la explosión juvenil fue, en abril de 2018, un susto inesperado para los señores principales. Para todos, no solo para los reclusos de El Carmen.

La llamada Coalición, llamada Nacional, alberga centros para la formación de siervos, no ciudadanos.  Dentro de ella, los señores principales han buscado como reafirmar su autoridad y dominio, demostrar quién manda, y enseñar por qué: por la misma razón por la que han mandado antes, es decir, porque abundan entre ellos los recursos y escasean los escrúpulos. Uno de sus principales personajes—cuyo nombre omito porque tengo obligación de proteger a mis fuentes—se dirigió a los jóvenes (cuando había más jóvenes en la “escuela”) con estas palabras: “yo gano siempre”.  Otro amenazó a los jóvenes rebeldes (cuando había jóvenes rebeldes en la “escuela”) con cortarles toda ayuda, incluso para casas de seguridad, si salían a la calle a protestar contra la dictadura. 

La llamada Coalición, llamada Nacional, es un esfuerzo por mostrarse abrazados ante el jefe extranjero, para decir a los políticos en Washington y Europa “miren, somos adultos maduros y confiables, estamos unidos”. 

La llamada Coalición, llamada Nacional, alberga, fuera de El Carmen, a lo peor de una sociedad enferma. Es la enfermedad disfrazada de medicina, el contagio arrastrando a muchos que luchaban o todavía creen o quieren luchar por transformar para bien el país.  Es el baúl donde el pasado se introduce de contrabando en el futuro. Es un cromosoma que transmite el ADN autoritario, corrupto y mediocre de nuestra cultura política.

No es, la llamada Coalición, llamada Nacional, un instrumento de lucha ciudadana por la democracia. Creo que es un error de quienes, de buena voluntad, participan en algunos grupos y organizaciones que formalmente apoyan a la Coalición, creer lo contrario.  Creo que mientras más claridad y menos espejismo, mayor será la capacidad del pueblo democrático de aprovechar el vaciamiento y la pudrición del actual modelo de poder dictatorial que—no olvidemos—fue diseñado y construido por miembros actuales de la llamada Coalición, llamada Nacional. 

Tenemos, los nicaragüenses, una oportunidad más. Somos una nación sufrida, que no encuentra su ruta, pero a la vez, irónicamente, una nación sobre la cual en los últimos cuarenta años ha llovido con inusual frecuencia el maná de la oportunidad. 

Oportunidad es ver a cámara lenta, en una gigantesca pantalla, el desmoronamiento, ladrillo por ladrillo, teja por teja, de una dictadura anacrónica, especialmente porque en mitad de la pantalla vemos cómo opera, en la llamada oposición, la misma lógica política, los mismos hábitos antidemocráticos, premodernos, prácticamente feudales [como que un ‘escogido’ al dedazo escoja, al dedazo, a su suplente], el oportunismo, la tendencia a excluir, la prepotencia oligárquica, la carencia de escrúpulos, el desdén por la legítima representatividad, el recurso a la compra de conciencias, la sordera elitista, el “nadie nos hará cambiar el rumbo trazado”. 

Es una oportunidad de oro, pero también de sangre, de mucha sangre, de miles y miles de muertos, lesionados, exilados; de millones de seres humanos que cargan los traumas de una sociedad en la cual la violencia impera hasta en tiempos de aparente calma, y donde la opresión y la guerra se nos ha metido en el alma y no nos deja respirar.  

Esas son las convulsiones de mi tierra, de esa tierra adorada. ¿Puede Nicaragua recobrar la salud, levantarse, andar, ser lo que el país puede ser si el talento de su gente rompe las cadenas de desorden y dictadura, si cae el laberinto de celdas que encierran a nuestra gente en la oscuridad?  No cabe duda.  No me cabe duda.  Pero la libertad comienza y termina ante el espejo, y lo que la sociedad nicaragüense puede ver en el espejo es terrible. Verlo, sin embargo, ya es progreso, es el gran logro, imperfecto, inconcluso, de la Insurrección de Abril, el brillo sanguinolento de una nueva oportunidad. No la desperdiciemos.

Francisco Larios

El autor es Doctor en Economía, escritor, y editor de revistaabril.org. Artículos de Francisco Larios