La estupidez de plantear la lucha del pueblo como “izquierda versus derecha” [No es solo doña Kitty]
Francisco Larios
El autor es Doctor en Economía, escritor, y editor de revistaabril.org.
En este siglo XXI, la lucha necesaria y posible es por los derechos humanos, es internacional, y es contra el poder económico tanto como lo es contra el poder político. La concentración de uno lleva a la concentración del otro. La confluencia de los dos crea opresión.
La lucha de los ciudadanos en este siglo XXI no puede ser simplemente en contra de la opresión política a manos del Estado—que se nos hace muy obvia, por la historia del siglo XX, y porque el Estado ejerce abiertamente el poder contra el ciudadano. Tampoco puede ser únicamente en contra del poder económico, que ejerce su poder debilitando un área del Estado, la función regulatoria y distributiva de la renta, mientras refuerza (muchas veces sin declararlo, porque entonces despojaría de liberalismo al “neoliberalismo”) otra: su función coercitiva-represiva.
Es decir, la lucha de los ciudadanos necesita ser, dada la estructuración del poder social en nuestra época, contra un monstruo de dos cabezas, contra las dos fuentes de la opresión, el estatismo político (que puede ser también económico) y el neoliberalismo, un laiser-faire desenfrenado que privilegia a los ya privilegiados.
Es esencial identificar las dos cabezas del monstruo; mejor dicho, entender que el monstruo tiene dos cabezas, dos partes de una simbiosis opresiva que hay que superar por el bien del ser humano y la preservación del planeta habitable.
Esto implica no solo enfrentar el llamado neoliberalismo, sino que requiere rebasar el anti-neoliberalismo.
¿Por qué? Para escapar de un péndulo funesto e improductivo, porque el anti-neoliberalismo va, con demasiada frecuencia, acompañado de una inclinación reaccionaria a solo mover el péndulo en su otra dirección, hacia el fortalecimiento del poder coercitivo del Estado, cuando lo que hace falta es una cinceladura mucho más cuidadosa, menos gruesa: hay que reducir drásticamente la capacidad de coerción política del Estado, pero hay que involucrarlo más en la gestión de la economía de lo que se asume en la ideología “neoliberal”.
La razón de fondo para esta evolución es que la sociedad crea la economía y no al revés, porque la necesidad de estar juntos en sociedad rebasa los límites de producción y distribución. Al mismo tiempo, hay que involucrar más, y más efectivamente, a la ciudadanía en el control del Estado, para que el diseño de la libertad económica individual y los linderos de sus ámbitos no impidan la satisfacción de otras necesidades sociales y humanas; para que no estén marcados rígidamente por el interés estrecho de una minoría, la de los grandes propietarios.
No hay que olvidar que el propósito de la economía no es maximizar los ingresos de estos últimos, el tipo de ingreso que llamamos «beneficios» o «ganancias» o “utilidades”, sino más bien maximizar el «valor agregado”, que no solo incluye beneficios, sino también la compensación de los empleados y trabajadores, que son la mayoría, las rentas a dueños de activos fijos y los intereses a los dueños de ahorros.
Pero tampoco debemos olvidar, en la carrera por “maximizar el valor agregado”, lo que hemos ido descubriendo con un desfase tal que tiene a la humanidad en peligro de extinción: no se puede creer ciegamente en las medidas existentes del valor agregado, resumidas en el Producto Interno Bruto, porque, aunque sean muy útiles, tienen puntos ciegos: no incorporan costos humanos importantes, como la destrucción del medio ambiente y la vida espiritual y cultural de las sociedades.
Urge bajarse del péndulo
Por tanto, urge salir de la dicotomía entre cierta “izquierda” que, tras la nefasta herencia de Lenin y Stalin, siente una atracción fatal por el estatismo, y la “derecha” que en América Latina es apenas el apodo del estatu quo oligárquico post-colonial.
Lo que la lucha por un mundo mejor necesita no es rechazar “izquierda” lanzándose a la “derecha”, o rechazar “derecha” lanzándose a la “izquierda”. Eso es solo montarse insensatamente en el péndulo. La lucha por un mundo mejor requiere pensar en el diseño de la sociedad deseable y posible en función de libertad, ciudadanía y comunidad.
El primer mandamiento de esta visión ideológica es que, a ningún Estado, movimiento o persona, debe permitírsele, ni debe justificársele, que coarte la libertad política de ningún ciudadano en nombre de ninguna bandera política, sea el disfraz (porque generalmente es un disfraz) de “derecha”, o de “izquierda”.
Con múltiples falacias se cae en este error, incluida la muy cruel de justificar los crímenes de un Estado porque en otro también se cometen crímenes. Incluida también la falacia de la jaula de oro, según la cual, la libertad del ser humano es sacrificable si a cambio se le “garantiza” (dudosamente, por supuesto) el pan. La contraportada de esta última falacia es la afirmación perversa de que, si los ciudadanos tienen libertad política, pero padecen penurias o explotación económica, no pierden “nada”, no pierden la libertad, si se impone sobre ellos una dictadura que “los alimente”.
Todas estas son trampas perversas de la ambición y la codicia. Todas estas son banderas de piratas, no banderas de libertad. Por eso, la única que debe respetarse con devoción sin límites es la de los derechos humanos, por encima de cualquier otra, incluso de las banderas nacionales que, para bien, o –más frecuentemente–para mal, abrazamos.
Hay que pensar en el diseño de la sociedad deseable y posible entendiendo que “sociedad”, es un concepto más amplio que “economía”. Que la economía– podría decirse–es una máquina que la sociedad crea, manipula e innova para satisfacer sus necesidades materiales, que deben satisfacerse, pero que no son el todo humano.
De la misma manera, hay que pensar en sociedad como un concepto más amplio que Estado. El estado sería, desde esta construcción, un instrumento creado por la sociedad, por la convivencia y para la convivencia de individuos que necesitan –es la naturaleza humana—de la compañía, no solo de la colaboración de otros, para ser lo que son, no solo para sobrevivir.
Retos mayores, producto de la condición humana. Si los encaramos con éxito, llegamos a la vida civilizada y en libertad de las mejores comunidades. Si los evadimos, o fracasamos, terminamos en gulag, o en guerra.