La falacia de la transición pacífica, o sea, de la “conversión” de Ortega y Murillo a la democracia.
<<Decir que Nicaragua puede seguir «el modelo chileno» de transición a la democracia, es risible. Ignora cuestiones fundamentales, como el hecho de que la de Chile era ya, antes de la dictadura de Pinochet, una sociedad democrática; que bajo Pinochet el ejército era el poder; que antes de la dictadura había ya y bajo ella siguió habiendo, una fuerte institucionalidad, elementos todos que permitieron el retorno a la democracia y obligaron al final al mismo Pinochet a seguir las reglas de la sociedad. La dictadura fue un bache en el camino de la sociedad, una ruptura temporal del orden, no destruyó la sociedad sobre la que se montó, el país siguió su marcha.>>
La idea, que algunos propagan y promueven, de que, como ha ocurrido en otras dictaduras, otras sociedades y otras épocas, desde la dictadura Ortega Murillo se puede realizar una transición pacífica hacia la democracia, es una idea errónea, absurda, es una ilusión en la mente de los ingenuos y una trampa en la boca de los tramposos de siempre. Es un contrasentido, un retroceso en el pensamiento, es una dolorosa pérdida de tiempo en un momento en que el tiempo apremia, en que vemos a nuestro país y nuestra sociedad derrumbarse de una manera nunca antes vista. Es un momento de actuar, no de entretenerse en irreales sueños.
Sostener esa idea es huir de la horrible realidad que está ahí frente a nuestros ojos. Escapamos, así como huye de la realidad un paciente a quien han diagnosticado un tumor maligno que debe ser extirpado, y se opone a ser operado pues sueña que el tumor desaparecerá solo o poniéndose emplastos de corteza de mango. Mientras más tiempo pase más crecerá el tumor, peor estará el paciente, su vida estará en peligro.
Algunos sueños, como este, hacen más mal que bien. Mientras más pronto enfrentemos la realidad pavorosa de una dictadura que evidentemente no se irá sino por la fuerza, más pronto estaremos en capacidad de transformar esa insoportable realidad. No podremos transformarla negándola, escapando de ella.
Pensar que la peor dictadura que hemos tenido en nuestra historia, la más violenta, la más cruel y sanguinaria, la más odiosa de todas, dejará de pronto de serlo para convertirse en algo completamente contrario a lo que es, y cooperará pacíficamente dentro de un proyecto para llevar al país hacia la democracia, es no entender con quiénes estamos tratando. Es desconocer la naturaleza de la dictadura y de todo lo que hemos visto en los últimos cinco años y todos los años anteriores, es no entender que el camino hacia la democracia pasa necesariamente, inevitablemente, por derrocar a la dictadura de los Ormu y desmontar el sistema de poder que crea las dictaduras.
La posibilidad de una transición pacífica hacia la democracia es un pensamiento que no se basa en la realidad de Nicaragua. Algunos señalan, como ejemplos de transiciones para nosotros posibles, las transiciones de algunos países como Chile y España, que luego de un largo proceso transitaron desde dictaduras hacia la democracia. Quienes esto señalan parecen no entender que las realidades de cada país, de cada sociedad, y por ende de cada dictadura son únicas y no se puede hacer extrapolaciones desde una sociedad bajo dictadura hacia otras, que no se puede sacar del contexto propio de cada sociedad ciertos específicos elementos, pues estos tienen raíces profundas en el sustrato propio de esa sociedad y por ello no pueden trasplantarse. No es posible hacer comparaciones mecánicas.
Decir, por ejemplo, que Nicaragua puede seguir «el modelo chileno» de transición a la democracia, es risible. Ignora cuestiones fundamentales, como el hecho de que la de Chile era ya, antes de la dictadura de Pinochet, una sociedad democrática; que bajo Pinochet el ejército era el poder; que antes de la dictadura había ya y bajo ella siguió habiendo, una fuerte institucionalidad, elementos todos que permitieron el retorno a la democracia y obligaron al final al mismo Pinochet a seguir las reglas de la sociedad. La dictadura fue un bache en el camino de la sociedad, una ruptura temporal del orden, no destruyó la sociedad sobre la que se montó, el país siguió su marcha.
En Nicaragua, no puede retornarse a la democracia pues esta nunca ha existido en el país. La dictadura de Ortega y Murillo destruyó la incipiente institucionalidad del país, incluyendo la del ejército, que no es un poder en sí mismo sino nada más un instrumento de la familia Ortega Murillo. La dictadura lo ha destruido todo, lo ha corrompido todo. El estado es nada más un cascarón. Una vez que la dictadura sea derrocada el país no tiene adónde regresar, no tiene una red institucional que lo reciba, todo estará por hacerse. La democracia misma estará demasiado lejos y el camino hacia ella será muy accidentado y peligroso.
Si bien hay características propias de cada sociedad que hacen que cada transición sea única e imposible de copiar, hay al menos un elemento fundamental y común a las transiciones, que es independiente de las condiciones objetivas y materiales y del contexto en el que los países se encuentran, entre otras cosas. Se trata de la voluntad amplia y difundida de marchar hacia la democracia, sin ella no hay transición posible y solo queda patinar en el mismo lugar. El elemento fundamental en toda transición, el motor que la mueve, es la voluntad.
La fuerte institucionalidad de una sociedad, la marcha que esa sociedad lleva, temporalmente interrumpida por la dictadura no son suficientes para regresar una sociedad a la democracia. El elemento vital es la voluntad de la sociedad toda, de las organizaciones políticas, de los diferentes poderes actuando en la sociedad, la voluntad del pueblo. Es lo que hace posible la transición.
Aunque la base desde la que se parte y los instrumentos que se tienen a mano no sean los mismos, la voluntad de transformar esa base y utilizar o construir los instrumentos para establecer la democracia le dan forma y ritmo a la transición.
En Nicaragua nunca se produjo transición porque entre los que se alzaron con el poder nunca existió la voluntad de establecer la democracia. No la hubo en 1979 cuando los sandinistas impusieron un estado estalinista y mataron a la democracia en la cuna. No existió tampoco en 1990, cuando la vieja élite, un sector emergente de ella y los sandinistas se repartieron los despojos de un país arruinado tras la torpe, costosa, dolorosa aventura de los comandantes, y la guerra campesina que la mal llamada revolución sandinista en su torpeza provocó.
Esa voluntad de marchar hacia la democracia está arraigada en la conciencia del pueblo nicaragüense, es una necesidad urgente que sienten y expresan, pero los poderes fácticos no tienen esa voluntad. La de nuestro país es entonces, una lucha de voluntades. La voluntad del pueblo de conseguir la libertad y establecer la democracia enfrentada a la voluntad de la dictadura y el Gran Capital, empeñados en impedir que la democracia nazca, crezca y florezca en Nicaragua.
Venceremos. Sin duda.
Estoy de acuerdo totalmente con este artículo. Los nicaragüenses hemos vivido casi por 100 años con dictadura diferentes, el pueblo no ha sido educado para una verdadera democracia.