La gran fuga de las mitologías

[Prólogo y selección para la revista Abril: Joselyn Michelle Almeida, Los ejes del astro, Prólogo de Andrés París (Madrid: Libros del Mississippi, 2024)]

Indescifrable….
Luis Spohr, 1827

El milagro perfecto de toda la música. Sin estar fechada, ni históricamente caracterizada dentro de los límites estilísticos de la época en la que se compuso, aunque solo sea en ritmo, es una composición más sabia y refinada que cualquier música concebida durante mi siglo. (…) Música contemporánea que permanecerá contemporánea para siempre.

Igor Stravinski, 1963

Cuando Beethoven compuso, entre 1825 y 1826, su Gran Fuga o Grosse Fugue (Op. 133), componía —en su propia voz— para las almas del futuro. Muestra de ello, como se percibe por las citas iniciales, es el escándalo e incomprensión que despertaba esta música, tan distinta y particular, entre sus colegas contemporáneos. Este es el fenómeno de la fuga procelosa en todo su esplendor, el caudal de un torrente por demasiado tiempo contenido con artificios y vacuas promesas. Si este arte de la fuga decimonónica pudiera desarrollarse poéticamente, si pudiera tomar forma en el interior de un pequeño puño prieto, como un árbol crece en mitad de un desierto o ciudad, como el más vibrante latido brota en el corazón de una protesta social indecible; Joselyn Michelle Almeida sería, con Los ejes del astro, quien enarbolase la bandera de la última barricada.

El poemario, dividido en cuatro movimientos —al igual que las sonatas—: I. Caos, II. Lamentaciones, III. Resistencia y IV. Encuentro; es una pulsión que busca elevar la conciencia y justicia, por encima de la fina hierba en que descansa, para que ésta quede a la vista de nuestros ojos vendados. Como si de una clásica cosmogonía se tratara, a parir del Caos que al inicio lo envuelve todo, la poeta plantea la creación de su mundo —uno de los infinitos mundos de Giordano Bruno—. Entonces, el ojo poético mira, ve y observa y crea una visión personal o cosmovisión de la realidad a través del tamiz del símbolo mitológico multiplicado a lo largo de los tiempos.

Los ejes del astro guarda, al igual que el Aullido de Ginsberg o la Belleza cruel de Aymerich o el Lagar de Mistral, la sensación perdida y salvadora que solo la poesía se atreve a imprimir en el mundo como voz de los silenciados. La autora se adentra en las raíces del mundo, sin pudor ni miramientos; documenta, relata y narra, para el lector, la vida ignorada por la comodidad individualista de nuestro tiempo y, quizá, el mismo tiempo de siempre. 

Resulta natural, por tanto, toparse entre sus páginas con Ifigenia, Aracne, Filomena, Procne, Ulises… Pero también con Nelson, Federico, Mahatma…  Los personajes y personas: ídolos, villanos, mártires y héroes que atravesaron y atraviesan la inteligencia colectiva a lo largo de la historia, reproducen las bondades y defectos de la eterna humanidad. La voz poética se desborda por los siglos para llegar a todos los espíritus valientes y sufridores: «Por el cántaro de los siglos se derrama mi voz / hasta inundar los pasadizos de la catacumba» (Del poema «Memoria de resurrección»). Y es que esta reivindicación universal y emocional —porque el epíteto “social” se queda estrecho para el idealismo y sueño de la autora— pretende levantar las sombras y alfombras del mundo, trata de dar voz y aliento a lo que antes estaba callado: «Realidad sofocante de muchas / a quienes se nos manda / a callar los ultrajes, / a guardar bajo la lengua / secretos malévolos […] Ojalá y como las arañas / tuviera dos corazones / porque uno no basta / ante las historias mudas» (Del poema «Aracne»). «Recuerdo a Ngugi en su celda. / Recuerdo a Martín en su celda. / Recuerdo a Nelson en su celda. / Recuerdo a Mahatma en su celda. / Recuerdo a Lolita en su celda. / Recuerdo a Federico en el campo» (Del poema «Epistemología marcial»).

Lo que pone en valor la autora, de forma sorprendente y novedosa, es el elemento desconcertante tecnológico en la travesía de la leyenda. Así, aparecen, además, sin previo aviso: la tecnología GPS, satélites, aeronaves surcando la estratosfera, el ADN, los átomos… —esta última imagen reiterada a lo largo rio, quizá, como un vestigio de la influencia de los primeros atomistas (entre ellos, Demócrito) que resolvían el mundo desde sus fundamentos, desde su mitología corpuscular—. «Los átomos en el dedo de una niña / son los átomos en las nubes / del cielo gris que se tiende / como una gran sábana sobre nuestros ojos» (Del poema «Migración»).

El entrecruzamiento entre civilizaciones, tiempos, símbolos y esperanzas se pone de manifiesto cuando se transita, en pocos poemas, desde los trescientos espartanos de la frágil cultura popular: «Las gestas de 300 espartanos son película / y ya nadie se mueve si no es por Twitter» (Del poema «Sueños de libertad»); hacia los trescientos esclavos que huyeron de la América más ponzoñosa del siglo XIX con ayuda de “Moisés”, esto es, Harriet Tubman, mito en sí, milagro de lo real; «junto a más de trescientas personas / nacidas en la esclavitud como ella, / cada fuga arriesgando el quebranto / inhumano del cuerpo para ser libre» (Del poema «Harriet»).

A este respecto, la libertad —o, quizá más certeramente, el sueño de libertad— será también otro de los grandes temas del presente libro. «Las puertas que no se abren condenan»  (Del poema «Grito gamma por el adonis atomizado»). «Tal vez la respuesta parezca obvia. / Lo cierto es que en pleno siglo XXI / duele la lengua y sangra al decirlo: / la libertad todavía es un sueño / para las multitudes de la tierra». (Del poema «Sueños de libertad»).

A veces, como resultado de esta omnipresencia atemporal en el mito, surgen conflictos durante el canto de la voz poética cuando la mitología pasada se enfrenta a la cruda realidad de un “hoy” teñido por las lecciones no aprendidas, por el olvido, por la abulia espiritual… «De qué sirven entonces / las andanzas de Gilgamesh, / la furia de Aquileo / o las lágrimas de Jesucristo / cuando en la calle responderán así es la vida / antes de continuar tras los pasos del perro» (Del poema «Grito gamma por el Adonis atomizado»). Sin embargo, otras veces, la mitología comparada salva de la desmemoria a nuestros antepasados más cercanos y luchadores: «A veces en la historia los héroes / de la talla de Eneas y Odiseo / no se cuentan en las epopeyas, / y se mueven inadvertidos. / A veces en la historia los héroes / visten falda y son analfabetos, / pero saben leer el firmamento. / A veces los héroes se llaman / Harriet Tubman».

Además, cabría señalar la gasa del amor que cubre algunos poemas. Mas no un amor romántico al uso, sino, más acertadamente, un amor más hondo y sereno por lo humano, por la calidez, por el habla, por la lucha silenciosa que acompaña a la vida y que la mantiene ilesa y enhiesta como un junco doblado, mas no roto, por el amenazante viento. «En la oscuridad nuestras manos entrelazadas / cuidan la promesa que sobrevivió los quebrantos. / Llevabas el ave oculta en tu pecho y no la vieron, / de lo contrario su trino no derramaría el bosque / sobre los silencios de espina que rasgan el alma» (Del poema «Amor en confinamiento»). «Cuando de tus brazos / brotaron los manantiales, / reímos en el jardín / sin ningún testigo» (Del poema «Después que el amor pareciera Osiris»).

En conclusión, Los ejes del astro es un lago de aguas mansas en el que, tras verte reflejado, puedes sumergirte en sus profundidades mitológicas y descubrir todo un universo, más convulso y humano, pero articulado desde la lírica más cuidada y melodiosa, en el que se canta a las voces del futuro y en el se consagra la primavera al estilo del compositor ruso, quién también tuvo opinión sobre la Grosse Fugue de Beethoven. Resulta más necesario que nunca ampliar la mirada y comprender que lo inmarcesible y la memoria del futuro fue, un día, un hecho sorprendente e incomprendido, por su hondura.

Andrés París

[Selección de Los ejes del astro]

Los cuatro «movimientos» que componen Los ejes del astro, I. Caos. II. Lamentaciones, III. Resurgimiento, IV. Filia, surgieron orgánicamente del «arbitrario contrapunto», un método definido por Alejo Carpentier. Armoniza con la lectura metafísica del leitmotiv del número cuatro en la obra que ofreció el excelente poeta y académico, el Dr. Jaime D. Parra, a quien agradezco su exégesis durante la presentación en la librería y editorial Animal Sospechoso en Barcelona, Dir. Juan Pablo Roa, un referente para la poesía y los poetas y lectores hispanohablantes a través del mundo. La siguiente selección de cada uno de los movimientos incluye los epígrafes correspondientes. (Nota de JMA).

I. Caos

Then felt I like some watcher of the skies
John Keats

He entrevisto que un futuro posible llegaría,
que una tierra extraña emergería de este caos.

Marguerite Duras

Caos

Mis ojos dan con las alas de la libélula
que reposa en la espiga de la espadaña,
un cataclismo de impacto imperceptible
cual la asfixia incolora del gas de sarín.

Sus tacones se entienden con la piedra.
Veo sus pasos confiados y presurosos
porque mañana, y mañana, y mañana
será dueña de los escaparates impares.

Nos damos cuenta ya demasiado tarde
que atrapan las salidas abiertas al mar.
El ninfeo es un monumento de turismo.
Los nenúfares no brotan en el estanque.

Tengo que asumir ese amor por perdido.
¿Será otro esperpento vagando sin luces
en el inframundo lobo de mis soledades?
Prefiero imaginarlo camino a la hespéride

que conservamos en nuestro interior
aunque en la bruma se pierdan de vista
los frutos que trajo una mano generosa,
las flores que no esperabas, pero están.

Elegía kafkiana

a mis hermanos

Acaso fue el ciempiés que nos persiguió
un tipo de ángel, animado igual que nosotros
por las diversas formas de vida en el planeta,
manifestación quilópoda de Grégor Samsa,

el hombre blattaria otra vez contra Goliat,
destinado a reptar insólito como la víbora,
cada día al ritmo vibrante del despertador
sin la suerte de un reino como el salmista.

¿Llevaba aquel insecto en sus mandíbulas
peor veneno que el de otros seres humanos?
Después de conocer los fines del napalm,
lo veo inofensivo, casi alegre, una tira verde

serpenteando en puntillas un baile ancestral.
Acaso su imprudente carrera tras los niños
y gritos despavoridos parecían una fiesta
que llegó a su fin con un golpe imprevisible

como muchos entonces. No sé cómo llamar
al dios que nos ayudó a prevalecer. Mientras,
perdimos al hermano Samsa en la batalla.

II. Lamentaciones

Amargamente llora en la noche.
Lamentaciones 1: 2

Nostalgia

Sencillo aquel mundo
de dioses que padecían
la batalla de los guerreros,
hijos que invocaban a sus padres
antes de batir las armas
en cascos de hierro que aun vacíos
recuerdan al combatiente.

Llueven cohetes sobre la playa
donde ayer los niños levantaron
sus castillos de arena
con ventanas de caracolas.

Cuando salgan los astros
esta noche, ¿a cuál veremos
por la cortina de humo?

Dicen que la guerra es cosa de hombres.

Y la paz,
¿en manos de quien está?

La dame avec belle merci

«Tejí una guirnalda para su cabeza,
y brazaletes, y fragante ceñidor;
me miraba como si me amara…
Y desperté, y me vi aquí,
en la falda de la colina».

Julio Cortázar, traducción, «La belle
dame sans merci» por
John Keats

Intacto su perfume de cedro
sobre la almohada de hojas
disipando el amanecer gélido
en tu aliento, ahora sol.

Por un instante esa verdad
es mayor que las otras:
se suspende la condena,
se detiene la bala.

Hay una próxima vez.
Aún lo amarás
a pesar del lirio en su frente
y la palidez de su rostro.

Serán también tuyos
después del beso silvano
que los devuelva solos
siempre al bosque.

III. Resurgimiento

Pero el corazón y la consciencia,
y la voz de la humanidad
se levantarán en harmonía—
¿Y quién resistirá esa unión?

Lord Byron

The Spanish Armada

Después del hundimiento de la Invencible,
se tradujeron los caminos rectos del imperio
a rutas que nos llevaron sonámbulos a la luna.
La espina abre la garganta y dicta la memoria.

Entra el mar de los hermanos en el tajo
y abre cuencas de remolinos verdosos,
trenzando algas acechantes en mi cabello,
escamando cadáveres con caricias de salitre.

Las mantas pelágicas baten sus alas negras.
Niegan en su danza submarina de mil velos
mi pertenencia al fogón y a la casa
porque también iré flotando con el naufragio

de los tesoros y los hombres perdidos aquel día.
Fuimos más allá de la isla desierta de Próspero,
y la melodía que conmovió el alma de Calibán.
Nos ardieron los labios hasta sacar agallas.

Sueños de libertad

Las gestas de 300 espartanos son película,
y ya nadie se mueve si no es por Twitter.
La voz del hombre justo
que habló de su sueño
quedó en los archivos de Washington.

Antes de dejar el planeta,
quisiera resolver dudas
que crecen cada día
con el interés multiplicado
del Banco Mundial mientras alguien
prepara el café al director.

Cuando se sueña con la libertad
desde un prostíbulo en Mumbai
donde se hacen mujeres a golpes
niñas que no saltarán la comba
ni darán de comer a sus muñecas,

¿en qué sueñan desde su corazón
a pesar de los reptiles lascivos
con cuerpos y caras de hombre
que las devoran y arrastran?

¿Será la misma libertad vislumbrada
desde la Calle Malcom X de Harlem
cuando llega el día del plazo y no hay más,
o desde las celdas malévolas de Sing Sing?

¿El pirata somalí ha comprendido
mirando por sus binoculares
algo que no puede entenderse
desde un chalé con calefacción central?

¿Es la misma que la de las supermodelos,
o la de los futbolistas y sus coches de lujo?
¿Cómo la figuran los soldados en los desfiles
o en el combate al matar por vez primera?
¿Y los dictadores, de verdad le temen?
¿La tendrán solo reyes y plutócratas?

Tal vez la respuesta parezca obvia.
Lo cierto es que en pleno siglo XXI
duele la lengua y sangra al decirlo:
la libertad todavía es un sueño
para las multitudes de la tierra.

No es que dejemos de soñar,
pero después de diez mil años
en la Tierra como humanidad,
tal vez ya sea hora de levantarse.

IV. Filia

Y no hay sin ti contento ni belleza.
Lucrecio

En clave de sol

No maldigo la estrella de los amores perdidos
aunque más de uno me acercara a la muerte,
convirtiendo el goce de mi cuerpo en soledad
y el júbilo de mi alma en razón de peregrinaje.

De no ser así, nunca hubiera llegado hasta el jardín
que libramos juntos al descubrir del deseo
frutos que sobreviven la plaga del desencanto,
manantiales subterráneos que nos sorprenden,

aves que confunden las taxonomías científicas;
entre nosotros sauces y robles, tilos y naranjos,
el sueño silvestre de una noche argenta de estío.
¿Viste alguna vez la brisa sobre el cañaveral?

Igualmente agita los trigales hacia el equinoccio.
Hemos cruzado aguas indecibles para estar aquí.
Saqué del naufragio mi vida esta última perla
para coronar los ayeres que nunca vimos juntos.

Los hijos del paraíso

La quema del alma
abate el árbol de la inocencia,
el que sentimos nuestro
con los primeros pasos
almanaque seco y florido
según la estación,
firme ante las tormentas.
Inconcebible la caída

del tronco que trepamos,
de aquellas ramas
cetro de la mano de un titán
de otros tiempos,
cuando el galopar
del sueño indómito era trueno
mientras ascendíamos
los anillos hacia la nube.

Tal vez por eso
esta nostalgia imprecisa de ti
aún sabiendo que nos veremos pronto,
que los versos más tristes
no son necesarios.
Tu mirada de manantial
sobre la piedra desemboca

en lo subterráneo de la cueva,
libación de lenguas briófitas,
lecho y reposo de criaturas transparentes
y noctámbulas. Recuerda la faz
de la luna en la piel,

me oculta del ojo biométrico del androide.
Se desdibujan
los astros empeñados
y el francotirador
baja la mira del rifle
al encontrarse con otra mirada atenta

al centelleo fulminante del áspid.
¿Qué refugio puedo darte de la mortalidad?
Compartimos el cielo y el pan, amor,
nuestra descendencia la del sol sobre los pinos.

Joselyn Michelle Almeida
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