La «infinitud discreta» y su beneficio en el aprendizaje de segundas lenguas

Guillermo Obando Corrales
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Profesor de matemáticas y corrector de estilo. Es también parte del equipo de redactores de Revista Abril.

Artículos de Guillermo Obando Corrales

«X necesita ir al baño; no obstante, dentro de él, B está sentado en el retrete leyendo una revista. ´Apurate, loco, que ahí uno no va a leer o a filosofar´. Esta expresión, que de pronto variará dependiendo del contexto en el cual se inscriba, sólo se hace multipolar si muda el receptor o las dimensiones mentales y físicas de la codificación en sí. Por tanto, la sustancia del cambio lingüístico radicará siempre en el ser mismo, en su irremediable, excepcional e innata solución de continuidad al convertir abstracciones (ideas) en materiales idiomáticos».

Human language is based on an elementary property that also seems to be biologically isolated: the property of discrete infinity.

Noam Chomsky

El lingüista Noam Chomsky (Filadelfia, 1928) es quien por primera vez se refirió a la capacidad creadora del lenguaje que distingue al individuo humano del animal. Por medio de la locución infinitud discreta, Chomsky (1969) argumenta que hay en el ser humano un mecanismo inherente, una conciencia definida, especie de autorregulador capaz de producir infinitas materializaciones del pensamiento. Las personas, al relacionarse con otras, manifiestan sus ideas y emociones usando a priori la estructura de un código común (el idioma); sin embargo, también rompen aquel molde desde múltiples posibilidades sintácticas y fonológicas, base ello de una capacidad comunicativa sólida. Apoyado en esto último, el presente ensayo pretende demostrar la importancia que supone la categoría infinitud discreta en el proceso de adquirir segundas lenguas.

El tecnicismo arriba mencionado, traído del inglés discrete infinity, alude al talento de generar unidades incalculables por medio de unidades concretas y fijas. En términos de Canales, Cárcamo, Gumiel Molina y Martí Sánchez (2010):

            Incómodo ante la atmósfera tan limitada del distribucionalismo y con una inclinación manifiesta hacia la gramática general y filosófica europea de los siglos XVII, XVIII y XIX (Descartes, Du Marsais, Humboldt), desconocida hasta entonces en la América anglosajona, Chomsky tomó de este racionalismo europeo la cuestión (y el enfoque) central en toda su lingüística del aspecto creativo del lenguaje. La solución de este problema lo llevó, como su fundamento, a la mente humana, sede de la competencia lingüística (llamada ahora desde hace un tiempo lengua-I). Esta representa el conocimiento por el que un hablante/oyente ideal puede producir y entender el ilimitado número de enunciados gramaticales. Tal conocimiento, que tiene un importante componente innato, es el objetivo de la gramática generativa. (pp. 260-261)

Si ya definimos esa cualidad que aparta del entorno cognoscitivo a animales de humanos, ¿por qué resulta pertinente, en un estudio sobre el lenguaje, hablar de los primeros para insistir en un asunto que sólo atañe a los segundos? Ciertas especies como el loro y el primate han incurrido en verdaderas demostraciones de su mediana inteligencia verbal. Ambos, siendo sometidos a rigurosos análisis, han emitido repeticiones de frases que sin ninguna duda se adscriben a necesidades generadas por las líneas motoras de su cerebro. Bougeant (1739), citado por Chomsky (1981), nos aclara este punto de la siguiente manera:

           ¿Por qué la naturaleza ha dado a las bestias la facultad de hablar? Sólo para expresar entre ellas sus deseos y sentimientos, a fin de poder satisfacer por este medio lo que precisan para su conservación. Sé que el lenguaje, en general, tiene todavía otro objeto, que es expresar las ideas, los conocimientos, las reflexiones, los razonamientos. Pero sea cual sea el sistema que se siga sobre el conocimiento de las bestias, es cierto que la naturaleza no les ha dado más conocimiento que el que les es necesario para la conservación de la especie. Por consiguiente, nada de razonamientos metafísicos, nada de investigaciones misteriosas sobre los objetos todos que las rodean, nada de ciencia alguna que no sea la de comportarse bien, conservarse bien, evitar todo lo que les dañe y procurarse el bien. Así, jamás se ha visto que hablen en público ni que disputen de las causas y de los efectos. No conocen más que la vida animal. (p. 34)

El enunciado Me importa poco lo que digan los demás de mí puede cambiar de dirección en formas del tipo A mí me importa poco lo que de mí digan los demás y Poco me importa lo que los demás digan de . El mensaje —la intención comunicativa— permanece inalterado en las extensiones oracionales expuestas. Para transmitir cualquier realidad poseemos, de forma paradójicamente ilimitada, cantidades determinadas de vocablos. Ese mismo fenómeno se hace palpable en el campo de las matemáticas, cuando tenemos una secuencia del 1 al 10 (1, 2, 3, 4, 5…, 10) y mediante ella logramos formar series indefinidas de números (1000, 2039, 10000000). 

Quizá lo que interese aquí sea el uso ingenioso del lenguaje y las intenciones naturales que, a diferencia de los animales, le imprimen los humanos a cada mensaje dentro de dimensionalidades concretas. X necesita ir al baño; no obstante, dentro de él, B está sentado en el retrete leyendo una revista. «Apurate, loco, que ahí uno no va a leer o a filosofar». Esta expresión, que de pronto variará dependiendo del contexto en el cual se inscriba, sólo se hace multipolar si muda el receptor o las dimensiones mentales y físicas de la codificación en sí. Por tanto, la sustancia del cambio lingüístico radicará siempre en el ser mismo, en su irremediable, excepcional e innata solución de continuidad al convertir abstracciones (ideas) en materiales idiomáticos (oraciones, palabras individuales con sentido categorial: ¡Ideay!, ¡Tu madre, no jodás!, ¡Pungún!, ¡Jajaja!, No sé, quién sabe).

Aquel sujeto impaciente por satisfacer la pudorosa necesidad fisiológica ejercerá su habilidad infinitamente discreta para construir un pensamiento multiforme que está sujeto (más bien arraigado) a determinados fonemas y bases gramaticales (Apurate, que ahí uno no va a leer o a filosofar, loco). 

Una vez establecido el origen y la definición de infinitud discreta, conviene ahora preguntarnos cómo tal mecanismo se vuelve útil en el campo de la enseñanza-aprendizaje de segundas lenguas. Antes de entrar en detalles, es necesario definir en qué teoría de la Lingüística Aplicada se encuentra inmersa aquella. Ya sabemos que hay tres formas de explicarse la adquisición de un idioma. Una de ellas es, trayendo de nuevo a Chomsky, la teoría innatista.

Queriendo resumir gráficamente la teoría del innatismo, Baralo (1999) argumenta que:

            A partir de los tres años, el conocimiento lingüístico crece de forma espectacular; los niños adquieren gradualmente cientos de palabras, que usan combinándolas de manera creativa, siguiendo unas etapas comunes y universales, aunque las muestras de lengua a las que están expuestos varíen según el contexto y el nivel social en el que estén inmersos. Aparecen las formas regulares de la flexión, sujetas a reglas, y todos los niños hablantes de español pasarán por una etapa en la que dirán expresiones como No me he ponido estas botas, antes de usar la forma irregular «pongo»; o Ha escribido eso. Este uso no dependerá de lo que haya escuchado de los adultos, y no influirá nada el hecho de que sus padres le corrijan la expresión regular o no se la corrijan. Él solo, en algún momento, aprenderá la forma irregular, como una entrada léxica especial y dejará de usar la forma generada a partir de la regla. Esto significa que la adquisición de la lengua materna no se produce por la simple repetición de una forma hasta convertirla en hábito, gracias a la automatización, tal como postulaban los psicólogos y los lingüistas conductistas. Por el contrario, lo que parece existir es una capacidad generativa que lleva a la posibilidad de construir mensajes diferentes, de una gran variedad no finita, a partir de unos elementos mínimos, fonológicos, morfológicos, léxicos, y unas reglas para combinarlos. La adquisición es un proceso de construcción creativa de la lengua. (p. 5)

Puesto que de esta misma teoría se cimentan los rasgos ingeniosos del lenguaje que desarrollamos anteriormente, no sería exagerado apuntar que la infinitud discreta habrá de implementarse dentro de contextos que permitan una inmersión de la lengua meta en procesos creativos de interactividad entre los propios aprendientes. Se conoce que, durante los años 70, hubo muchos detractores de la teoría chomskiana. Estos argüían que no basta un programa biológico previamente instalado para completar el aprendizaje de otro idioma. El gran problema de dichos detractores es que nunca entendieron que Chomsky asumió una teoría lingüística (la gramática generativa) desde un enfoque alejado por completo de la esfera didáctica. A nuestro autor, tantas veces citado, nada más le interesaba explicar el concepto de competencia lingüística, darle forma, estructurarlo y comprobar el complejo esqueleto racionalista que ello significaba. Nunca pensó que eso se tenía que enseñar a los alumnos. Para él, la lingüística moderna alcanzaba pocas cotas en el deseo de decirle al docente demasiadas cuestiones de utilidad práctica. 

            Opino que es una buena idea prestar atención a lo que se está haciendo y ver si da ideas que le permitan a un profesor hacer mejor las cosas. Pero tal cometido es cosa que tiene que decidir la persona que se dedica a la actividad práctica (González Nieto, 2011).

A pesar de dejarnos clara su postura, sorprende la afirmación inexacta del autor estadounidense. ¿Por qué? Por una sencilla razón: al parecer, Chomsky olvidaba que hay teorías sociocognitivas que razonan en la necesidad de llevar a cabo métodos teóricos al terreno de la experimentación. A esto, en el terreno que nos ocupa, le llamamos Lingüística Aplicada. Y pese a la contradicción que hallamos entre refutar y asumir como válida la postura chomskiana, debemos reanudar los propósitos de este escrito y concluir lo siguiente: aprovechando una correcta socialización con el entorno académico, reglado y superficial que significa el aprendizaje de una L2 (segunda lengua), el individuo debería abrirse a las puertas del idioma extranjero para que, acuerpado en su capacidad creadora, abrace la multiplicidad de la experiencia social, del contacto con el otro, su cultura y costumbres. En definitiva, el profesor de ELE (español como lengua extranjera) ha de asumir la infinitud discreta como un mero principio que le permita conocer el universal y plástico empleo que se puede hacer de la lengua en este vasto escenario de mensajes (imágenes y palabras) que llamamos mundo.

Lista de referencias

Baralo, M. (1999). La adquisición del español como lengua extranjera. Arco Libros. Recuperado de http://aularagon.catedu.es/materialesaularagon2013/fepa/zips/Modulo_5/Baralo_adquisicion_lengua_no_nativa.pdf

Canales, Y. de. F., Cárcamo, B. del. S., Gumiel Molina, S., & Martí Sánchez, M. (2010). Síntesis actual de la gramática del español. León: Universidad de Alcalá y Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua.

Chomsky, N. (1969). Lingüística cartesiana: un capítulo de la historia del pensamiento racionalista. Madrid: GREDOS, S.A.

Chomsky, N. (1981). Reflexiones acerca del lenguaje: adquisición de estructuras cognoscitivas. Ciudad de México: Trillas.

González Nieto, L. (2011). Teoría lingüística y enseñanza de la lengua: lingüística para profesores (2da. ed.). Madrid: Cátedra.

Guillermo Obando Corrales

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