La mentira del “rechazo rotundo” a la violencia

Se ha vuelto un eslogan conveniente de quienes, por sus intereses personales y de clase, siembran obstáculos a la lucha del pueblo por sus derechos humanos. Es un eslogan engañoso, falso, que viste de impostada moralidad su connivencia con la injusticia. 

Como no pueden confesar que trabajan para sí mismos, apoyados y financiados por intereses que son ajenos a la suerte de la mayoría de los ciudadanos, se llenan los pulmones y en lugar de decir “nos oponemos a quienes quieren derrocar a la dictadura criminal”, entonan airados, como hizo recientemente Félix Maradiaga, quien ahora se publicita como “excandidato presidencial”, el cántico que usan como escudo: “nos oponemos rotundamente a la violencia”. 

La técnica publicitaria es transparente: inventar un falso perfil de “violentos” a quienes proponen que los políticos que dicen adversar a la actual dictadura deben buscar todos los medios para apoyar suderrocamiento. “Me da horror la palabra derrocamiento”, me dijo un prominente organizador de “Monteverde”.  Y en conversación ante las cámaras, el economista Enrique Sáenz afirmó algo similar, más o menos en estos términos: “si empiezan a proponer derrocamiento, yo no quiero saber nada de eso.” 

Y esto es apenas lo público. En “privado”, ya sea en redes de WhatsApp u otras redes, recurren a la reiteración incesante, incansable, de la misma mentira, y buscan de todas las maneras posibles descalificar moralmente a quienes afirman lo que a todas luces es verdad compartida por los nicaragüenses de a pie (la inmensa mayoría que no tiene entrada en los conciliábulos de los ambiciosos clanes de poder): que la dictadura es ilegítima, asesina, genocida; que los dictadores de turno pueden prometer el cielo para ganar tiempo, pero en cuanto consiguen recuperar el aliento convierten el país en un infierno; y, sobre todo, que la dictadura no va a desaparecer voluntariamente, no va a transformarse y aceptar un suicidio por vía electoral. Aunque parezca mentira, este disparate ha sido la premisa de la “estrategia” de los grupos opositores que, gracias al patrocinio del Gran Capital y poderes foráneos, desfilan por la pasarela de los medios internacionales.

¿Qué epítetos lanzan en su afán de destrucción moral? “¡Extremistas!”, gritan (si lo son, el pueblo es “extremista”); “cómodos en el exilio” (cuando el pueblo los ve a ellos viajar por el mundo, repitiendo en las grandes capitales los mismos discursos, año tras año, ante embajadores y políticos, y conferencias, y foros, y banquetes, el pueblo en el exilio se pregunta: ¿quiénes están más cómodos?); “inmorales, porque quieren enviar al pueblo a la muerte” (el pueblo oye esto, y recuerda que los políticos están dispuestos a sacrificar a los muertos y a las familias de los muertos para llegar al poder); “intolerantes” (si lo son, el pueblo es “intolerante”, porque se niega a “tolerar”, si esto significa impunidad y dictadura abierta o encubierta); “divisionista” (como si los políticos estuvieran “unidos” al pueblo que quiere derrocar a la dictadura; como si sirviera de algo que todos aceptáramos unirnos a quienes no quieren unidad con el pueblo.)

La falacia es clara: los ciudadanos de Nicaragua tienen, como todos los ciudadanos del mundo, derecho a defender sus derechos por todos los medios a su alcance. Estos derechos son suyos por ser humanos, y no porque alguien se los conceda en una negociación. ¡Que los políticos en campaña se atrevan a negar esto! Los reto. En segundo lugar, por respeto elemental, dejen de sugerir que el problema en Nicaragua es el pueblo que “no tolera”, que amenaza con “violencia”.Dejen de afirmar que el problema de Nicaragua es que el pueblo ha sido violento, y que por practicar la violencia es que “estamos como estamos”.  Y por tanto, para dejar de “estar como estamos”, y llegar a la democracia (de manera milagrosa, porque no proponen soluciones prácticas), lo más importante es “oponerse rotundamente” a la violencia. Y punto. Esa es la “estrategia”: quejarse ante Almagro y su OEA, llena de países “defensores de la democracia”; quejarse ante el gobierno de Estados Unidos y los de la Unión Europea; y “oponerse rotundamente a la violencia.” 

Nada más que eso, puesto en práctica en cientos de viajes internacionales (¿Quién los paga? ¿Cuántos recursos se sacrifican? ¿A quién benefician los fondos? ¿Cuánta gente vive de esto?). Foros, conferencias, cenas, más foros, más conferencias, más cenas, más viajes, más pronunciamientos “firmes” ante “la comunidad internacional”, y ahora, más recientemente, eventos de tipo “campaña electoral” en Miami.  

No debería hacer falta recordarles lo siguiente, a los políticos del jet set, pero no queda más remedio que hacerlo; no vaya a ser que piensen que los nicaragüenses nos tragamos el anzuelo: su truco publicitario no funciona, y su “argumento” es falso e ilógico.

¿Por qué? Pues porque la violencia no es causa, sino consecuencia de la dictadura. La existencia de un sistema de poder que por casi 200 años ha dado al país el vaivén horroroso entre caos y tiranía es lo que causa la violencia. Caos cuando las élites herederas del poder colonial, sus vástagos y sus adjuntos, pelean entre sí por cuotas de mando. Tiranía cuando una de las facciones de la oligarquía se alza con el triunfo, o cuando un advenedizo (llámese Somoza, llámese Ortega) se monta en el trono por encima de las facciones tradicionales, que luego pactan con el que, en otras sociedades también postcoloniales sería quizás su subordinado, su títere, o su agente. 

¿Por qué? Porque en el caso de la actual dictadura hay que querer engañar o engañarse para no darse por enterado del hecho fundamental: ante el reclamo pacífico y cívico (dos calificativos que no significan lo mismo), la respuesta del régimen ha sido un despliegue de violencia armada e institucional que hace palidecer, no solo a Somoza, sino a Pinochet, a Trujillo y compañía en los fatídicos años en que los Estados Unidos no tenían “modales” para disimular su apoyo a dictaduras que propiciaban la “estabilidad” (hoy en día creen necesitar aparecer como “enemigos” de Ortega, aunque sean su sostén; veremos si esa cuerda se rompe y tienen que adoptar otra postura…).

¿Por qué? Porque la democracia, de hecho, ahí donde existe, ha nacido casi universalmente de luchas populares que incluyen la violencia. A los comentaristas y políticos “cívicos” que se rasgan las vestiduras y se deshacen en panegíricos a Costa Rica se les olvida que la democracia que tanto admiran nació de una guerra civil. Dicho sea de paso, los que creen que “la derecha” es “la democracia” deberían revisar la experiencia de nuestros hermanos ticos. Descubrirían, ¡horror de horrores!, que uno de los actores fundamentales en la creación del sistema democrático en ese país fue el partido Comunista. Y ya que estamos en esto, deberían también entender que PSOE significa Partido Socialista Obrero Español. Digo esto porque el PSOE, a cargo del gobierno de España, ha sido ejemplar (hasta donde llegan los buenos ejemplos en este mundo) al dar la nacionalidad española a más de 300 nicaragüenses desterrados. Y no resisto la tentación de recordarles la denuncia vociferante de la alianza socialista-comunista en el poder en Chile, ni de la expulsión casi inmediata a la que la Internacional Socialista condenó al FSLN cuando la sangre del genocidio estaba fresca todavía. Me he extraviado quizás en esta digresión, pero lo hago para que recordemos que estos membretes (“derecha”, “izquierda”, “socialista”, incluso, si me permiten, “sandinista”) no sirven para guiarnos, sirven para desviarnos de una verdad fundamental: la lucha del pueblo nicaragüense es por su libertad, es para establecer su soberanía. Es sencillamente, un enfrentamiento a muerte entre un sistema de poder dictatorial y el derecho a construir un sistema liberal-democrático. Y, por supuesto, “liberal”, en “liberal-democrático” quiere solamente decir que hasta el poder de la democracia tiene límites, que no se puede declarar esclava a una minoría a través de un “voto democrático”.  “Liberal”, en este contexto, no tiene absolutamente nada que ver con los partidos retrógrados y ultraconservadores que en nuestra pobre Nicaragua usurpan el membrete. Una confusión más.

Por tanto, hay que reiterar: “rotundo rechazo a la violencia”, “vía cívica”, “vía electoral”, etc. son ––aprendamos, guardemos en memoria histórica–– eufemismos hipócritas que un segmento de la llamada “clase política” ha utilizado con éxito para evitar comprometerse con una postura beligerante, con una estrategia que tenga como protagonista al pueblo nicaragüense, único protagonista legítimo capaz de derrocar e interesado en derrocar al sistema de poder actual y emprender la ardua marcha y el difícil aprendizaje colectivo de la democracia.  Cualquier ruta hacia la democracia exige, en todo caso, el desarrollo de un amplio movimiento popular democrático, que recurra a métodos que, naturalmente, serán en su mayoría noviolentos. Este enfoque, de hecho, minimiza la probabilidad de una guerra civil. Este enfoque reconoce el derecho a la defensa propia, individual y colectiva, pero dado su objetivo no se organiza alrededor de una estructura o estrategia militar. 

¿Qué quiere, qué pretende, este segmento de la “clase política? De esto hay que hablar, y hacerlo en detalle, porque es grave y hay que estar prevenido. Pero un adelanto podemos incluir en esta nota: dan la espalda al pueblo de Nicaragua y coquetean con poderes extranjeros, como lo han hecho en público con el Ejército; construyen metódicamente una plataforma internacional, atan cabos en el exilio, sin hacer un ápice por organizar la lucha interna, porque al final actúan como todos los Adolfo Díaz de nuestra historia: no buscan una transformación del poder, buscan que del extranjero, y en alianza con las fuerzas siniestras del Ejército y la oligarquía, desplacen en su momento a la pareja de El Carmen, y les entreguen a ellos el trono. Y cuando lo tengan, quizás intentarán un simulacro de pantomima, para vender al mundo y a una minoría interesada dentro de Nicaragua la imagen falsa de un “renacer” democrático. Y luego vendrán, como en los años 1990, los cadáveres de quienes hayan sido marcados como enemigos verdaderos del poder. Y el ciclo habrá comenzado de nuevo. 

¿Qué hacer entonces? ¿Qué tan probable es este escenario? Preguntas que quedan pendientes. Por hoy.

Francisco Larios
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El autor es Doctor en Economía, escritor, y editor de revistaabril.org.

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