La Muerte de Ortega
- Al borde del barranco
Todos vimos la foto que circuló en estos días. Un anciano famélico, puro hueso y pellejo, envuelto, más que vestido, en enormes ropas que parecen heredadas de un difunto más grande que él, la mirada perdida, un intento de sonrisa desdibujada en el rostro, tratando de fingir alegría, una emoción que parece vedada para él. Daría lástima si no fuese quien es.
Ahí estaba, parado, triste, como un niño perdido en una procesión, en el medio de un grupo de gente que no muestra interés en su persona, sino más bien en posar para una foto con él, como quien se hace una foto con una pieza de museo, para poder luego demostrar que estuvo ahí, junto a la pieza.
Lo vimos, los pequeños ojos denunciando que detrás de ellos ya no vive nadie, que el espíritu ya abandonó aquel cuerpo decrépito que solo vive de la pura costumbre de vivir. En la apagada mirada, los ojos, que ya casi no ven, nos cuentan que el cerebro, que nunca estuvo muy lleno de ideas, ya cada vez se ocupa menos de pensar y más de mantener aquel cuerpo andando, coordinando los movimientos, regulando con dificultad las funciones corporales, como el motor de una vieja máquina que con mucho trabajo se mantiene funcionando y a la que en cualquier momento se le romperá una pieza y se detendrá súbitamente, esta vez para siempre.
Ortega se va a morir. Lo hará en cualquier momento.
¿Qué pasará si muere mañana?
<<…entre ellos iba Daniel Ortega, ¿habrá imaginado entonces que, como aquel día, a su propia muerte desfilarían mares de gente jubilosa celebrando su muerte? Que la vida es un palo de gallinas dicen en mi pueblo, y las que hoy están arriba cagan a las de abajo, pero esas que hoy están abajo mañana estarán arriba y cagarán, a su vez, a esas que hoy las cagan.>>
En Nicaragua, algunos miembros de su familia lo llorarán, sin duda. Quizás también lo llorará gente que lo recuerda como a la gran persona que nunca fue, pues así es la memoria, engañadora, y porque tenemos la odiosa costumbre de decir, y hasta de pensar, que todo muerto es bueno. Otros más, aquellos a quienes conviene ser vistos dando muestras de consternación, van a fingir tristeza y dolor y llorarán, algunos ruidosamente, como las plañideras que en otros tiempos se contrataban para ir a llorar a los muertos ajenos.
Lo que seguramente ocurrirá es que habrá mucha gente que se alegrará de la muerte del dictador y lo celebrará. No puede ser de otra manera cuando quien muere ha asesinado, mutilado, violado y torturado incontables personas y destruido o trastornado profundamente las vidas de otras muchas más. No puede ser de otra manera para quien ha saqueado y arruinado un país y lo ha convertido en una enorme cárcel en que sus habitantes cumplen una injusta condena que no tiene final. No puede ser de otro modo cuando el que muere es tenido como la causa de todas las desgracias y se piensa que muerto el perro se acaba la rabia.
Las muertes de los dictadores alegran a los pueblos, por supuesto, que lo celebran a lo grande. Recuerdo que el día que mataron a Somoza Debayle, en Nicaragua fue fiesta nacional o como él mismo dicen que dijo alguna vez, murió “e hubo fiesta”. Era septiembre de 1980 y no había pasado mucho tiempo de su derrocamiento y la gente no empezaba todavía a añorarlo. Todavía no se arrepentían, como hicieron un poco más tarde, de haber coreado aquel “después de Somoza cualquier cosa” al darse cuenta de que aquella “cualquier cosa” había salido peor que Somoza.
Recuerdo también que ese día todos los que trabajábamos en la carretera norte, salimos a la calle a ver pasar una enorme columna de vehículos llenos de gente jubilosa celebrando la muerte del antiguo tirano. A la cabeza de la columna, si la memoria no me engaña, iban los miembros de la dirección acional del Frente Sandinista, felices y contentos, parados sobre la plataforma de un camión. Si mal no recuerdo, entre ellos iba Daniel Ortega, ¿habrá imaginado entonces que, como aquel día, a su propia muerte desfilarían mares de gente jubilosa celebrando su muerte? Que la vida es un palo de gallinas dicen en mi pueblo, y las que hoy están arriba cagan a las de abajo, pero esas que hoy están abajo mañana estarán arriba y cagarán, a su vez, a esas que hoy las cagan.
El día de la muerte de Ortega será un día feliz y en muchos lugares del mundo los nicaragüenses se juntarán para festejar la muerte del malvado y nos emborracharemos y cantaremos y bailaremos hasta el amanecer. Ojalá no fuese nada más que solo un alegrón de burro, como tantos otros que hemos tenido en nuestra historia.
No sabemos como reaccionará la gente en Nicaragua misma ¿Celebraremos como hicimos la noche que ganamos el “Miss Universe”? A lo mejor habrá bombas y cuetes y la gente saldrá en masa a la calle a exponerse y festejar feliz, o quizás, por el contrario, la población toda celebrará en silencio, íntimamente, sin atreverse a salir, igual que se quedó quieta en febrero de 1990, la mañana del día después de que Ortega perdiera las elecciones y se viera obligado a dejar el gobierno.
Algunos sueñan que, como en la canción, cuando muera el zopilote y lo vayan a enterrar, a la gente le deje las alas para volar, y que nuestra gente las tome y vuele, libre. Sueñan con que la población salga a la calle a reclamar el poder que le pertenece y se alce con él. Es un sueño posible. Todo es posible, dicen.
- A la muerte del zopilote ¿morirá también la dictadura?
No necesariamente. Los regímenes autoritarios no siempre terminan cuando cae quien está a su cabeza. El somocismo no terminó en 1956 cuando mataron al primer Somoza. Todavía hubo un segundo y un tercer Somoza al frente del régimen, antes de su final, 23 años más tarde. En Venezuela, el chavismo continúa, 11 años después de la muerte de Hugo Chávez.
Por decirlo de algún modo las dictaduras no son personales, aunque parezcan serlo. Son una cosa social, producto del hacer y del dejar hacer de mucha gente. Son más que un solo hombre, o que una sola mujer, si es que las cosas salen como la Murillo ansía, que ya se preparó para la eventualidad de la muerte del dictador y se ve sentada ella sola en el trono imaginario.
Con los últimos cambios hechos al mamarracho que llaman “constitución”, al crear la “copresidencia” la hasta entonces vicepresidenta pasó a ser “copresidenta” y a estar al mismo nivel del “presidente”, degradado en ese mismo acto a “copresidente”. De esa manera se elimina el trámite que la vicepresidenta tendría que seguir para asumir el poder a la muerte del dictador. Se elimina así cualquier discusión sobre la sucesión, cualquier mal pensamiento de algún otro que se vea a sí mismo como el “justo” o adecuado sucesor. En teoría, al tener ambos el poder, cuando uno de los copresidentes falta no pasa nada, todo sigue igual, no se pierde la continuidad.
Muerto Ortega, la copresidenta, investida de inmediato en presidenta, dará al genocida un entierro de héroe de la patria amada, al que acudirán delegados de todo el mundo. Algunos de ellos, los más ridículos y desvergonzados, dirán elevados discursos exaltando las virtudes del déspota, al paso de la cureña tirada por caballos sobre la que descansará el féretro. La presidenta, la mirada hacia el suelo, el rostro entristecido, lo llorará públicamente, vestida en el traje de viuda que para esta ocasión tiene guardado desde hace años en su ropero, entre bolitas de naftalina para que no se lo coman las cucarachas. Sintiéndose Eva Perón quizás encargará a alguien que le escriba una canción parecida a “No llores por mí, Argentina”.
<<Maradiaga, los Chamorros, los monteverdistas y toda esa caterva de hombrecitos y mujercitas vividores que esperan heredar el poder sin democracia y sin esfuerzo, por la gracia del yanqui, la oligarquía y el ejército, deberán esperar su turno…>>
¿Seguirá entonces todo igual? Todo parece indicar que así será, o al menos, que ese es el propósito de quienes tienen el poder para mantenerlo igual. Tal vez la dictadura no necesita de Daniel Ortega y pueda seguir andando sin él. Quizás a fin de cuentas el dictador no es imprescindible para la dictadura.
Aparentemente, aquellos que se lucran del enorme negocio que es la dictadura y son los pilares sobre los que ella descansa —la oligarquía o Gran Capital, el ejército, la policía, el clan FSLN, entre otros— no tienen interés en poner en peligro el equilibrio precario en que la dictadura se mantiene desde siempre y no están dispuestos a quitarle el apoyo mientras no sea absolutamente necesario. Probablemente —pues nada de esto es seguro y depende de las circunstancias— no harán caso del coqueteo que la falsa oposición desde el exterior les hará para ser puestos ellos al mando en lugar de la Murillo, en alguna forma de golpe de estado. Maradiaga, los Chamorros, los monteverdistas y toda esa caterva de hombrecitos y mujercitas vividores que esperan heredar el poder sin democracia y sin esfuerzo, por la gracia del yanqui, la oligarquía y el ejército, deberán esperar su turno, que quizás vendrá dentro de dos años, a ver si para entonces los dueños del poder piensan que es posible y conveniente el recambio sin que todo el edificio se venga abajo.
- La causa de las desgracias
<<Las desgracias de nuestro país continuarán in sécula seculórum, a menos que cuando al echar abajo la dictadura, desmontemos también el sistema que las produce…>>
Sería maravilloso que al morir el dictador se acabaran todas las desgracias y el país se enrumbara por el camino de la democracia y el bienestar de todos sus habitantes. Lamentablemente no ocurrirá así, porque aunque el dictador es una pieza central en lo que podríamos llamar “la maquinaria de producción de las desgracias”, no es la causa última de todas ellas. Para encontrarla hay que ascender en la cadena de mando: la causa última de nuestras desgracias de siempre es el sistema de poder enquistado en la nación nicaragüense desde la época colonial, que sobrevivió a la independencia de la corona española y que al presente continúa corroyéndonos, destruyéndonos, impidiéndonos vivir como una sociedad sana y fuerte.
Nuestras dictaduras son hijas de un viejo sistema antidemocrático, en que las cosas —en la economía, en la política y en las mil aristas que tiene una sociedad y la multitud de relaciones que en ella se producen— se hacen de tal modo que los gobiernos terminan al fin convertidos en brutales dictaduras que luego hay que echar abajo, para empezar de nuevo el ciclo una y otra vez en una repetición de nunca acabar.
Las desgracias de nuestro país continuarán in sécula seculórum, a menos que cuando al echar abajo la dictadura, desmontemos también el sistema que las produce y empecemos a crear un sistema democrático de gobernarnos y de conducirnos que sea justo y sirva a todos. Si no lo hacemos así, es posible que esta dictadura caiga sin que las cosas cambien fundamentalmente, como ocurrió en 1990 en que los mandamases y hasta los mandamenos de los gobiernos corruptos que siguieron a la primera dictadura sandinista, llegaron al poder a echar en saco propio cuanto pudieron, enriqueciéndose ellos y empobreciendo aún más al ya muy empobrecido país nuestro, destruyéndolo aún más.
- ¿Estamos condenados por siempre a la desgracia?
No, no lo estamos, hay salida, aunque hay fuerzas que trabajan para desviarnos de ella, para que no la encontremos. Es claro que no es la que algunos tramposos señalan, no es esa que a veces llaman “vía democrática” y a veces “vía cívica”, esa no existe; en un régimen antidemocrático no hay vía democrática, esa es una falacia, es un disfraz nada más para continuar, bajo otra piel, con el mismo viejo sistema de cosas, para pasarse el poder de una mano a la otra tras bambalinas. Es una trampa más para evitar, como han hecho siempre, que el poder se vaya de las manos de quienes lo detentan y pase a las manos del pueblo, a quien pertenece.
<<La dictadura no está implosionando, se han equivocado quienes así lo han pensado. Siempre ha sido débil, pero débil y todo, puede mantenerse en pie aún por mucho tiempo más si nadie intenta echarla abajo.>>
El camino es otro. Podemos romper el ciclo, parar la destructiva espiral descendente que arrastra a nuestra sociedad cada vez más hacia abajo, llevándola hacia el más terrible oscurantismo, hacia lugares parecidos a otros de un lejano pasado a los que pensábamos no era posible llegar en la época moderna. Derribar a la dictadura es apenas el primer paso para salir de esta arcaica sociedad y empezar a construir una sociedad diferente, democrática, justa, que marche al ritmo de los tiempos que corren.
Las cosas no ocurrirán sin esfuerzo, no ocurrirán solas y aunque algunos sueñen con eso, nadie que no seamos nosotros mismos vendrá a sacar a Ortega y la Murillo. Llevamos casi siete años diciéndolo, ya debería ser hora de entenderlo para quienes aún no lo han entendido. Ese es un trabajo que debemos hacer nosotros. También deberían haber entendido, quienes aún no lo hacen, que para derribar a la dictadura no hay más opción que hacerlo por la fuerza, como sea que esa fuerza se manifieste.
La dictadura no está implosionando, se han equivocado quienes así lo han pensado. Siempre ha sido débil, pero débil y todo, puede mantenerse en pie aún por mucho tiempo más si nadie intenta echarla abajo. Es débil porque no se asienta sobre el apoyo del pueblo, sino sobre las armas de los militares, policías y sicarios, y por más que esto parezca la fortaleza de la dictadura, es ahí precisamente donde radica su debilidad. Solo la población y nadie más, puede dar legitimidad a un gobierno, al aceptar ser gobernados por este. Un régimen que no tenga legitimidad solo tendrá vida hasta el día en que la gente decida rotundamente arrancar al tirano el poder que detenta y que pertenece al pueblo. Si la dictadura no ha caído es porque no le hemos dado un empujón suficientemente fuerte. Nos toca darle ese empujón.
Hay grupos y personas que desde el 2018 han dedicado mucha energía y gastado muchísimo dinero en viajar por el mundo, promoviéndose a sí mismos y a la vez tratando de convencer a políticos, de Estados Unidos y Europa sobre todo, que tienen sus propias agendas, de hacer el trabajo que nos toca hacer a nosotros mismos. Buscan que sean otros quienes nos saquen las castañas del fuego, nuestras castañas y nuestro fuego. Quieren —para decirlo de la manera más simple, pues así de simple es lo que quieren— que los Estados Unidos saquen a la dictadura y les ponga a ellos en el poder, como ocurría en los tiempos de las bananeras.
Si hubiésemos hecho uso de toda esa energía y todo ese dinero para organizar dentro de nuestro país la resistencia y para conectar el trabajo en el país con las tareas que podrían hacer los nicaragüenses en el exterior, dando a conocer la tragedia nicaragüense y juntando recursos para la lucha, otro gallo nos cantaría en este momento.
La falsa oposición no solo detuvo la mano del pueblo cuando en el 2018 la dictadura se encontraba entre la espada y la pared, también se encargó, con su hacer y dejar hacer, de enfriar la lucha en los años que siguieron, de desviarla, de echarle agua hasta llegar a apagar el fuego que se encendió en Abril, hasta lograr que la gente llegara a pensar que no se puede salir de la dictadura. Pero aún es tiempo de reiniciar la lucha, de encender de nuevo el fuego libertario. El camino sigue siendo el mismo que nuestro pueblo señaló en Abril, al levantarse a enfrentar a la dictadura.
Que este año que viene continúe nuestra gente organizándose entre las hendijas del crujiente edificio de la dictadura, en aquellos rincones donde no alcanzan a llegar los ojos y oídos de la tiranía. De allá saldrán los líderes que necesitamos, líderes reales, que esta vez desoirán los cantos de sirena de aquellos que solo desean la continuación del sistema con Ortega fuera de él y con ellos al mando.
El 2025 debe ser año de resistencia. Año de lucha.