La opción estratégica de apretar botones
Fernando Bárcenas
El autor es ingeniero eléctrico.
Óscar René Vargas publicó un artículo metodológicamente trivial en la Revista Abril, del 8 de julio, que tituló “Los tres botones de Ortega [cómo evitar la catástrofe]”. Ninguna catástrofe se evita apretando botones, menos las que conciernen a las contradicciones sociales. Vargas le da a Ortega tres opciones, a modo de botones que podría apretar: convocar a elecciones libres; hacer fraude; ponerle fin a la dictadura. Y las deja a su discreción, como un mesero que entrega el menú en un restaurante (aunque en este caso, también la elección de un platillo se ve condicionada por la realidad, por el grosor de la billetera o por el colesterol y la diabetes).
En la vida real las opciones políticas para evitar la catástrofe no son a discreción, se ven determinadas por la situación política, por las crisis, por la tendencia de evolución de la correlación de fuerzas, por la reagrupación de los actores, por los resultados de los enfrentamientos, por los riesgos versus los beneficios, por las propias fortalezas y debilidades, por las condiciones objetivas y las circunstancias, por la pericia combativa de los distintos actores, por los objetivos variables en el curso de la lucha, por la capacidad estratégica, incluso por la irracionalidad. En fin, por la combinación incierta de mil factores, unos más decisivos que otros en cada momento.
Quizás la guerra de las galaxias se lleva a cabo apretando botones, o los viejos juegos de Nintendo (ahora los juegos son con pantalla táctil). Pero, ciertamente las luchas sociales no se llevan a cabo apretando botones. Éstas requieren una estrategia dinámica, combativa, en circunstancias objetivas incontroladas, aunque determinantes para darle ventajas a alguno de los contendientes, que el adversario debe intentar neutralizar, si acaso, al planificar el enfrentamiento táctico.
Apretando botones se sube o se baja en los ascensores. En la sociedad, gobernada por una dictadura salvaje en crisis, no hay opciones de solución a priori, a portada de mano, como botones que se puedan apretar a discreción. Las propias opciones se construyen en la lucha, se preparan en un proceso lleno de incertidumbres y riesgos.
No hay botones en un análisis estratégico de la política, porque el resultado de las contradicciones se decide por la correlación de fuerzas, que puede dar saltos y discontinuidades, previsibles unas, otras inesperadas. Vargas se salta la realidad en desarrollo y cambio dialéctico, y hace un ejercicio falso, infantil, inútil.
Como prueba de que es inútil basta apreciar que los botones podrían ser cuatro, cinco, seis…, o cuantas opciones se consideren. Ortega podría decidir renunciar, y continuar la dictadura con un títere como Schick (diluyendo las presiones de la comunidad internacional que teme fomentar la anarquía). Podría promover una intervención del ejército, y crear un período de enfriamiento para quitarle lastre criminal al partido. Podría crear una junta de gobierno con destacados elementos opositores, como la pata de gallina que Somoza formó con Agüero (que probablemente dividiría a la Coalición Nacional, porque se pelearían por participar en la Junta). De modo, que las tres opciones de Vargas no agotan la capacidad de fantasear más botones.
El grave problema en nuestra sociedad amenazada por el desastre es la falta de dirección estratégica. Vargas, con su falta de método en este artículo, contribuye a dificultar.
Dirigentes y dirigidos
Escribe Vargas:
“La historia política reciente atestigua que la Coalición Nacional no es nada sin los movimientos sociales”.
Cualquier general no es nada sin ejército, sin soldados. Lo pertinente, para juzgar a la Coalición Nacional, es ver quien la maneja tras bambalinas, y cuáles son sus intereses.
Si lo que Vargas llama movimientos sociales se incorporan a la Coalición, ello indicaría que los sectores de poder logran dirigir a los movimientos sociales en función de sus intereses. Es decir, que los movimientos sociales se dejan dirigir, como soldados rasos, sin política propia. Por lo menos, es lo que ha pasado con los estudiantes autoconvocados, divididos en cien pequeñas agrupaciones, que están en la Coalición y que sólo sirven para la foto (al decir de ellos mismos), sin que se decidan a buscar otra alternativa.
Y agrega Vargas:
“La experiencia demuestra que los movimientos sociales se han convertido en un obstáculo para un pacto político entre los poderes fácticos y el régimen”.
En política no hay nada demostrado por experiencia. La realidad es cambiante y evoluciona, por ello, se requiere un método de análisis coherente ante los cambios de la realidad. Los pactos no ocurren, tampoco, en cualquier circunstancia. Aquí es Ortega quien guarda la iniciativa, y quien determina el momento para él más conveniente del pacto. Al pacto en ciernes, anunciado a los cuatro vientos, no se oponen los llamados movimientos sociales dentro de la Coalición Nacional.
Insiste Vargas con apreciaciones caprichosas:
“La esencia de los políticos tradicionales reside en su desconfianza hacia los movimientos sociales independientes y su tendencia a remplazar la protesta de éstos en las calles por las maniobras desde arriba”.
¿Cuáles son esos movimientos sociales independientes, que están sometidos disciplinadamente por los estatutos de la Coalición? Reemplazar las protestas en las calles por maniobras desde arriba no es una tendencia. Los políticos tradicionales intentarán controlar a su modo las protestas en las calles, no reemplazarlas. Agüero organizaba tremendas manifestaciones de protesta en las calles. Ello mejoraba su capacidad de negociar, de pactar, o de maniobrar desde arriba.
La tendencia es a impedir que los sectores sociales desarrollen una estrategia de lucha independiente, y a que los trabajadores adquieran una conciencia de sus propios intereses políticos (confundiéndolos, incluso, con abstracciones metafísicas como las de Vargas).
Vargas ignora el carácter objetivo de un sector social, y el carácter subjetivo de su conciencia política (que no siempre se corresponde con sus intereses sociales):
“En la lucha política son inevitables los errores. En la oposición real se trata, por análisis erróneo, de que ha adoptado una política equivocada”.
No es cierto. En toda actividad humana es posible evitar errores, y es posible cometerlos. La mayor probabilidad al error depende, estadísticamente, de la novedad del problema (como el coronavirus, del que poco se conoce). Lo único inevitable, al fin de cuentas, es la muerte.
¿Qué es una oposición real? O bien, se define por su ser social, o por su conciencia política. ¿Sobre qué base Vargas define lo que es real, ya que todo lo que existe es real? Sin embargo, conocer la realidad es un problema epistemológico. Todo movimiento político se define por la política que adelanta. A lo sumo, diríamos que hay una oposición equivocada, y tendríamos que preguntarnos por qué ocurre esa equivocación, y cuál es la naturaleza de la equivocación desde una visión de principios políticos.
Sin embargo, más que hablar de equivocación, en política se habla de conciencia atrasada, de ideología dominante y de hegemonía cultural. Y, por el otro lado, de emancipación consciente. Un movimiento emancipatorio, plenamente consciente de la lucha, puede cometer errores en los combates.
La línea política es resultado de principios teóricos aplicados a la transformación de la realidad
De ahí la importancia decisiva de los principios teóricos, que son los que determinan la identidad social y política de la organización en la que se milita.
Vargas improvisa conceptos incoherentes a este respecto:
“Una línea política es el resultado –dice Vargas- de la combinación de la presión del movimiento social, de las condiciones objetivas y el desarrollo de una lógica propia”.
¡Qué sarta de disparates! La presión del movimiento social es un concepto vago. Puede ser una presión insignificante o contraproducente. La acción del movimiento social no es parte de la formación de una línea política, sino, al contrario, es la ejecución de la línea política, anteriormente definida por quienes dirigen el movimiento.
Las condiciones objetivas no son parte de la acción, sino, un elemento a analizar metódicamente para definir la línea política de acción.
Y una lógica propia desarrollada puede ser cualquier cosa, porque la lógica, como instrumento de la razón, no se desarrolla como algo propio de nadie.
Vargas se precipita en una palabrería sin sentido:
“Una lógica propia para tener la paciencia necesaria para crear las condiciones que permita la derrota del régimen”.
Las condiciones para que Ortega sea derrotado no se crean con paciencia, sino, por el desarrollo y ejecución de una estrategia que neutralice combativamente la estrategia de Ortega. Son condiciones de superioridad combativa táctica que se impone en los enfrentamientos, no simplemente con paciencia. Sólo con paciencia estaríamos en la edad de piedra. La rebelión de abril fue un hermoso acto de impaciencia. Pero, la impaciencia, sin planificación estratégica, no obtiene los resultados deseados.
El juego de Vargas de apretar botones
Luego de ver las carencias políticas de Vargas, veamos su juego de botones, que surge de sus carencias metodológicas:
“El botón verde significaría el fin inmediato de la dictadura, lo que nunca va hacer, sería suicidarse. Los únicos que pueden apretar el botón verde es el movimiento social insurrecto”.
¡El fin inmediato de la dictadura! ¿Es una opción? ¿No es el resultado de un enfrentamiento estratégico de Ortega con distintas fuerzas sociales (que, en determinadas coyunturas, presentan contradicciones más profundas entre sí que las que algunas de ellas tienen con Ortega)? El fin de la dictadura cambia en función de la fuerza social que, con sus propios métodos, tome la dirección del cambio. Con un botón, Vargas reemplaza la realidad y las luchas sociales, convirtiendo la crisis de la sociedad en un juego infantil.
Hay formas extrañas de suicidio. Alguien que como Ortega se daña estratégicamente a sí mismo, comete un suicidio político que, por desgracia, arrastra a la sociedad al desastre.
Si el fin de la dictadura se logra apretando el botón verde, y cualquiera puede apretarlo, se acaba al empezar el análisis de Vargas por su inmensa trivialidad.
Ortega no dará elecciones libres, sostiene Vargas:
“Si Ortega pulsara el botón amarillo de unas elecciones transparentes, la crisis sociopolítica terminaría inmediatamente. Pero, dado que no hay presión social interna y no existe la voluntad de renunciar al poder, lo más probable es que no apretará el botón amarillo”.
Hay una falta garrafal de método de análisis. Vargas olvida –nada menos- que la presión más fuerte y decisiva de la comunidad internacional sobre Ortega. La probabilidad que Ortega dé elecciones libres y transparentes Vargas la plantea como una opción libre de presiones y de riesgos. De esta forma, fuera de la realidad, la decisión que adopte Ortega es una ilusión sin importancia. Las decisiones que afectan a la sociedad tienen consecuencias estratégicas.
Vargas supone que las decisiones de Ortega no tengan consecuencias:
“El botón rojo, igual a elecciones no transparentes, es la opción que más le interesa a Ortega, por la cual no quiere poner fin a la crisis sociopolítica, de esa manera se asegura su permanencia en el poder, su impunidad y la conservación del capital acumulado”.
Lo que uno desea no es lo que a uno más le favorece, precisamente por el terco efecto de la realidad, que no se ajusta a nuestros caprichos. El deseo de conservar la pierna engangrenada –por ejemplo- no es lo que más le favorece a uno para conservar con urgencia la vida. La realidad obliga a la toma de decisiones estratégicas, a veces en las peores condiciones, que le hacen renunciar a algo importante: una lagartija, en una situación de apuro, se desprende de la cola, que brinca autónomamente por tres horas, para distraer al depredador (aunque se vea afectada luego en su capacidad de locomoción). En toda toma de decisiones se considera que tal decisión garantice el mayor beneficio dada las restricciones existentes (no en abstracto). Ortega se encuentra a la defensiva estratégica, y plantear un fraude electoral seguramente le debilitará más estratégicamente. En la cuerda floja no conviene echar una siesta a dicreción.
“El orteguismo –dice Vargas- recurre a las bandas armadas porque se encuentra en un callejón sin salida y las necesita para sostenerse en el poder”.
Las bandas armadas no son para sostenerse en el poder, son para evitar que lo derribe el movimiento de masas (su peor escenario). Para sostenerse en el poder no debió hacer una masacre estudiantil. Pero, así, con paramilitares, no sale del callejón sin salida, sino, que agrava la crisis, y hace su modelo más inviable. Los paramilitares son concebidos para contener el flujo de masas que desborda a su base partidaria.
El péndulo de la lucha fue llevado, a punta de metralla, al otro extremo; pero, con la crisis actual acumula una enorme energía potencial para invertir la oscilación hacia la caída de la dictadura. La Coalición intenta detener el péndulo de la lucha de masas en el centro de gravedad, sin conflictos.
La implosión como resultado de apretar botones
Vargas saca del bolsillo un talismán, una “estrategia adecuada”:
“El escenario del botón rojo abre la posibilidad de una “implosión” del régimen en la medida que la oposición real implemente una estrategia adecuada para facilitar su expansión”.
¿Cómo se resuelven los problemas en un examen? Con “respuestas adecuadas”. Es una verdad de Perogrullo. Hay una tendencia en Vargas a eludir la realidad con soluciones en abstracto. ¿Estrategia adecuada? Claro, la estrategia adecuada es como encontrar un botón capaz de resolver todos los problemas, un acto de magia, un milagro que vence a la realidad concreta. Es la forma infantil de sustituir un análisis estratégico real por una solución tomada de la metafísica que lo hace innecesario.
Así, Vargas apuesta, no por una estrategia revolucionaria, sino, «implosionaría», e implementada por un fantasma: la oposición real (otra abstracción, sin contenido social, sin ideología, sin línea política).