La pregunta definitoria
A menos que uno esté dispuesto a creer que la dictadura de turno, encabezada por el Clan genocida y sus allegados, despertará un día convertida en demócrata respetuosa de los derechos humanos, la pregunta que hay que hacerse es cómo vamos a derrocarla. Es decir, cómo vamos a sacarla por la fuerza, y qué fuerza vamos a necesitar, en el mundo real, no en el de las ilusiones o deseos, o en el de las mentiras de los políticos.
Y con esta pregunta más bien despertamos nosotros, todos los nicaragüenses que queremos ver un país reconstruido, libre, con Estado de Derecho y una República Democrática, y no uno cada vez más en ruinas, destrozado, atrasado, encarcelado.
Esta pregunta es poderosa: ¿cómo vamos a derrocar a un régimen que solo se irá por la fuerza, que ya ha cometido varios genocidios y no respeta ninguna de las barreras que alguna vez creímos infranqueables, como la condena a tortura permanente de Monseñor Rolando Álvarez? Es poderosa esta pregunta: todos, especialmente los periodistas, debemos hacerla a cualquier político bandido, güegüence, de los que vuelan siempre como polillas cerca de la luz, pero no la tocan para no quemarse. Preguntémosles: ¿y cuál es tu propuesta de lucha dentro de Nicaragua para derrocar a la dictadura de turno y comenzar la transición hacia la democracia, después de remover el obstáculo inmediato, el Clan Ortega-Murillo y sus allegados?
Los que no tienen estrategia de lucha para derrocar al régimen, se retorcerán en palabras de seda hablando de “búsqueda de consensos”, de “espacios de diálogo”, de “comunidad internacional”, de “estamos en resistencia”, y un millar de versiones de “Ortega es malo”. ¡Como si no lo supiéramos!
Regresémoslos a la pregunta definitoria, la que marca la diferencia entre hacer oposición real o no hacer oposición real. La palabra clave aquí es hacer. Quién no hace oposición real no es oposición real. Quien no busca el derrocamiento del sistema de poder, que pasa hoy en día por eliminar del poder al enemigo inmediato del pueblo, el Clan Ortega-Murillo y sus allegados, no busca el camino hacia la democracia. Quien no propone una estrategia de lucha al pueblo de Nicaragua, quien no propone una estrategia de lucha en Nicaragua, quien no propone una estrategia de lucha en la que el pueblo de Nicaragua sea protagonista, beneficiario y centro del proyecto, no busca el camino hacia la democracia, no va por la democracia; va por algún otro interés, individual, de clan o de cúpula, pero no colectivo, democrático y de libertad.
Pongamos atención: si un político dice, después de casi seis años de Abril, que están “conversando” con otros para buscar una “salida cívica y democrática”, ese político evade, o esconde, o no tiene estrategia de lucha en Nicaragua.
Si no la tiene, no busca la democracia, o cree (o quiere hacernos creer) que el milagro de la transformación del Clan Ortega-Murillo en demócrata es posible. Y pongamos atención: si el político dice que no puede revelar la estrategia al pueblo, que la estrategia es secreta, quiere decir que ni siquiera cuenta con el pueblo, que el pueblo no es parte de la estrategia, que la estrategia es para un grupito de conspiradores de cúpula, o de esperadores profesionales que no hacen oposición, solo esperan a que “la comunidad internacional”, o sea, Almagro y su OEA (o si preferimos, la OEA y su Almagro), junto con el Departamento de Estado de Estados Unidos, la Unión Europea, y el Ejército de Nicaragua, aparten al Clan genocida y los instalen a ellos en el viejo trono.
Cuidado con ese tipo de políticos, que tienen en mente ese tipo de cambio que no cambia nada en lo fundamental, y que nos deja en dictadura real, con un futuro muy negro. La democracia no se construye sin el pueblo, sin una estrategia en la que el pueblo tome el control y derroque a la dictadura. La democracia es el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, y la lucha
por la democracia es del pueblo, por el pueblo, y para el pueblo, o no lograremos la democracia, porque si algo nos enseña la historia es que los poderosos no regalan el poder, y los opresores no se transforman en benefactores. Hay que arrancarlos del poder.
Para esto hay prisa, pero no hay atajo: tenemos que organizarnos dentro del país, desde la acción clandestina al inicio, desarrollando una propaganda y formación política persistentes, recordándonos a nosotros mismos que sí, que sí se puede, que hemos podido, que podremos, que iremos poco a poco encontrando las oportunidades para hacer acciones que minen el poder de la tiranía hasta alcanzar un grado de coordinación, de simultaneidad, que aproveche nuestra abrumadora mayoría (que es la ilegitimidad del régimen) y llegue a paralizarles el país con todo tipo de tácticas, incluyendo una masiva desobediencia civil.
Se puede, se ha podido, se podrá. El pueblo de Nicaragua, en Nicaragua, no 30 o 50 personas reunidas en Estados Unidos o Costa Rica, va a lograrlo. Desde el exterior, los nicaragüenses exilados aportaran su apoyo logístico, financiero, político y diplomático para que los luchadores dentro del territorio hagan el resto, hagan lo imprescindible: derrocar a la dictadura. No debilitarla para luego darle una salida de supervivencia, sino derrocarla.
Porque, si somos capaces de debilitarla, somos capaces de derrocarla. Si a costa de gran sacrificio la arrinconamos, ¿vamos a permitirle un segundo aire, como en 2018?
Tampoco permitamos que se escabullan los políticos bandidos, los güegüences, con frases bonitas, soluciones fáciles, que solo ellos dicen conocer, y mentiras. ¡Cuidado con ellos!: el político que miente al pueblo, que desconfía del pueblo, es peligroso. No podemos permitir que aproveche la crisis de una dictadura para colarse en el poder y crear otra.
¡Viva nuestra Nicaragua pronto libre! ¡Sí, se puede!