La Prensa y el golpe de estado | Parte 3/7
¿Promoverá Estados Unidos un golpe de estado?
El elefante en la habitación del drama a tres ––oligarquía, dictadura, Estados Unidos–– es el pueblo, las masas ciudadanas cuya irrupción sacudió como un terremoto el sistema y dejó al descubierto, en la cama del concubinato, el pacto terrible entre las dos primeras y la aceptación conveniente del tercero. A tres partes fue también el aplastamiento de la insurrección de Abril. Si la dictadura Ortega-Murillo fue ejecutora del genocidio, ninguno de los otros dos hizo lo que estaba en sus manos por frenarlo. En el caso de la oligarquía, la complicidad fue múltiple: buscaron cómo enfriar la movilización, cabildearon contra las sanciones estadounidenses, contribuyeron a que la dictadura ganase tiempo para contraatacar, y dejaron el campo libre para que las fuerzas paramilitares del orteguismo arrasaran con los jóvenes, prácticamente desarmados y sin conducción, en el campo y la ciudad. El gobierno de Estados Unidos, mientras tanto, hacía las denuncias rituales e iniciaba su propio distanciamiento público del régimen.
En todo caso, el susto de los poderes fácticos fue mayúsculo. Desde entonces, la estabilidad del sistema de poder recayó en la represión cruda. Las contradicciones entre los socios oligárquicos se han agudizado. Ortega afirma su dominio en la cima del poder, y aquellos no han tenido más remedio que aceptar las bofetadas del capo mayor, pero la pérdida de legitimidad del régimen mantiene como una pregunta abierta cuál será la conclusión del drama. El nudo gordiano es la incapacidad de Ortega y Murillo de dejar el poder, que hemos discutido numerosas veces, combinado con el rechazo abrumador de la población y la crisis económica que se desprende del riesgo político inherente en una situación así.
Es decir: no hay solución con Ortega en el poder. ¿Pero qué solución sin Ortega puede preverse? Lo ideal sería que el pueblo, esta vez organizado en un movimiento democrático de masas, reconquistara terreno político y lograra poner en jaque al régimen. Que no haya ocurrido todavía significa que aún no existe tal fuerza, indispensable si se quiere lograr el objetivo estratégico de la revolución democrática, pero no la única capaz de hacer desaparecer del poder a Ortega y Murillo.
De hecho, no es para nada exagerado afirmar que el gobierno de Estados Unidos tiene la capacidad política y financiera de orquestar un golpe de Estado contra la pareja genocida. ¿Lo hará? Lo hará si los burócratas del Departamento de Estado creen que es la única manera de enfrentar el “caos” regional. Lo hará, probablemente, y por la misma razón, si Ortega cruza la línea final de las expropiaciones masivas como si fuera los ochenta.
Más generalmente, la probabilidad de un golpe de Estado, que sería disfrazado de “cívico-militar”, va en aumento en la medida en que el sistema de poder se pudre sin que haya un reacomodo estable; en la medida en que la dictadura golpea a antiguos aliados y socios en su búsqueda de un día más en el poder.
Francisco Larios
El autor es Doctor en Economía, escritor, y editor de revistaabril.org.