La unidad: ¿somos compatriotas?
Francisco Larios
El autor es Doctor en Economía, escritor, y editor de revistaabril.org.
No por ánimo de poetizar lo que es tema sociológico se me hace imposible pensar en la palabra “unidad”, que los nicaragüenses repiten de manera obsesiva, sin intuir que se trata de un fetiche, de la añoranza por algo que se habría marchado en tiempo inmemorial, y como un Quetzalcoátl, estaría pendiente de regreso.
Digo esto porque más bien me parece que la sociedad nicaragüense no es una, no ha sido una más que en los breves momentos en que un tirano hace que explote el volcán de la ira. Ni la invasión extranjera la ha hecho una.
Y no es que no sea, a fin de cuentas, una enorme familia, conectada incluso por extensas redes genéticas. Es que se trata de una familia hasta hoy disfuncional, incapaz de convivir, o coexistir—para hacer referencia a los conceptos que Humberto Ortega, Arturo Cruz y Cristiana Chamorro han puesto de moda—sin que en la punta de la pirámide un caudillo haga contrapeso brutal a poderosas fuerzas centrífugas.
¿Es este un destino inevitable? ¿Estamos irremediablemente atrapados entre el caos y tiranía?
No.
Pero es un hecho que los grupos y clases que heredaron el país de la corona española, y que (con sumas y restas) continúan siendo dominantes, fracasaron hasta hoy, y de manera atroz, en crear un Estado en el que quepan los intereses de todos, se negocien sin violencia los conflictos, y en el que tenga sentido real la noción de compatriota.
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¿Parece “radical” esta interpretación de la historia? Obviamente, no es la de los mitos oficiales, los textos escolares, las canciones heroicas y poemas revolucionarios; no es la de los medios de difusión de las élites oligárquicas (viejas y nuevas). Y apenas garabateo ideas que dan vueltas en mi cabeza desde hace mucho tiempo. Pero estoy convencido de que al menos no son abstracciones descabelladas. Porque es evidente que las divisiones sociales en Nicaragua son profundísimas, y que incluso las atraviesa un sentimiento de otredad étnica que es parte de la falsa conciencia de las élites.
Por eso, “todos unidos”, es en Nicaragua una ilusión de minutos en una iglesia, o en una marcha. Y es también una añoranza falsa, como la de “volver” a ser república.
No hay unidad nacional a la cual regresar, ni república que restaurar.
Hay que construir las dos, por primera vez. Hay que fundar la república; solo una república democrática puede hacer que seamos compatriotas.