Lagos y volcanes para enmascarar una dictadura (y ayote en miel para endulzarla)
Operadores del régimen Ortega-Murillo “venden” en la Feria Internacional de Turismo de Madrid (Fitur) una Nicaragua idílica, con libertad de expresión total y culpan a los periodistas de la mala imagen en el exterior. Un periodista sorprende a la ministra de Turismo, Anasha Campbell, al preguntarle sobre la falta de democracia cuando ella esperaba hablarle sobre las bellezas del país.
Del 18 al 23 de enero Madrid celebra la Feria Internacional de Turismo (Fitur), un encuentro en el que numerosos países de todo el mundo tratan de promocionarse como destino turístico y así captar visitantes, dinamizar un sector que mueve anualmente miles de millones de dólares. Pasear por las instalaciones del recinto ferial Ifema en esos días es como hacerlo por una versión reducida del mundo. Puede irse de la Costa del Sol española a la Rivera Maya mexicana sin cruzar el charco, apenas caminando unos metros.
Fitur es un pequeño planeta en el que, en la irrealidad de la moqueta, todos los países son idílicos lugares que visitar. Y es que el turismo, en cierto modo, es ese gran homologador global del que las dictaduras hacen su mejor aliado. Nadie piensa, por ejemplo, en las violaciones flagrantes de derechos humanos que suceden en Irán cuando se acerca al stand que tiene en esta feria y le ofrecen un té caliente. Por eso, cuando la ministra de Turismo de Nicaragua, Anasha Campbell, llegó en la gélida mañana del 20 de enero a su stand y al rato tuvo enfrente a este periodista, debió pensar que la cosa se trataba de explicar los mil y un motivos para visitar el paisito. Solo que a mí no me interesaban los mil, sino el uno, el que es más que suficiente para decirle al mundo que tras la fachada de la tierra de lagos y volcanes, hay un país regado en sangre de inocentes donde se secuestra y encarcela a los que se oponen pacíficamente al régimen. El motivo por el cual uno siente cierta vergüenza de ver cómo en algunos foros internacionales se sigue tratando a Nicaragua con una normalidad obscena.
Campbell me saluda casi de manera mecánica y tampoco muestra mucho interés por saber para qué medio es la entrevista. No le doy detalles, invento algo sobre la marcha porque no quiero que me corran antes de ni siquiera sentarme. Así que da por hecho que va hablar de los encantos de Nicaragua. Y así se lanza por diez o quince minutos a relatarme cómo es el país más bello del mundo. Y juro que es lo único cierto que cuenta en toda la entrevista. Porque los sitios que cita son esa maravilla que ella describe. Menciona el volcán Masaya, la Costa Caribe, las ciudades coloniales de León y Granada y tengo que hacer un verdadero esfuerzo para contener hasta las lágrimas pensando en mi nicaragüita tan linda y maltratada. Ella ignora que está hablándome de los lugares en los que he sido feliz. Me imagina, seguro, un periodista más tratando de hacer un reportaje más sobre un país más. Pero escucharla me duele.
La dejo que siga, no la interrumpo, todavía no. Incluso en la boca de una operadora de la dictadura, me gusta escuchar nombres como Ometepe, como Corn Island, imaginar el Salto de la Estanzuela… Cuando termina su recorrido preparo el terreno para entrar en materia y le pregunto por la seguridad. Es el país “más seguro de Centroamérica”. Tira de cliché Anasha. De cliché y de mentira, puesto que según el Índice de la Paz (GPI por sus siglas en inglés) en 2022, un informe que es probablemente el más aceptado por su nivel de profundidad para valorar los niveles de seguridad de los países ya que no solamente contempla datos de criminalidad, el país más seguro de Centroamérica es Costa Rica, ocupando el puesto 38 a nivel mundial. Sin marcharnos de la región, le siguen en el citado informe Panamá, Guatemala, El Salvador, Honduras y ya, en sexta posición, Nicaragua. Sexta a nivel centroamericano, pero 124 en el contexto global de un total de 163 países analizados.
Es ahora cuando entramos en terreno peligroso y cuando soy consciente de que la entrevista puede acabar de forma abrupta en cualquier momento. Mis preguntas siguientes ya no tienen que ver con rutas, gastronomía o las mejores playas para hacer surf. Le cuestiono por la situación política y le menciono las protestas de abril de 2018. Una breve sonrisa nerviosa se le dibuja en el rostro y niega con el gesto. “Hay una percepción errónea de lo que sucede en el país en los medios de comunicación”, me dice acudiendo al argumentario, y me invita a que vaya a Nicaragua “para conocer de primera mano” lo que sucede allá realmente. Suelta una parrafada en la que quiere destacar que Nicaragua “disfruta gracias a Dios no solo de seguridad sino de paz y tranquilidad”. Por momentos me recuerda a la Chayo en sus alocuciones radiales diarias
Simulo ingenuidad al decirle que en muchos medios se habla de Nicaragua abiertamente como una dictadura y ahora su cara es un poema. Me temo que empieza a sospechar de mi encerrona, pero sigue la plática. Le pregunto si yo, en mi condición de periodista, podría entrar al país sin problema alguno. Y aquí Anasha enciende el “modo cinismo” para asegurarme que, como en cualquier país del mundo, si cumplo con los requisitos legales podría entrar. Aquí la cara que se convierte en un poema es la mía, aunque intente disimularla.
Por un momento me veo por ejemplo en Peñas Blancas queriendo entrar en Nicaragua y al agente de migración dándome la bienvenida y diciéndome disfrute de su estancia tras comprobar que soy periodista. Sonrío para adentro y vuelvo a preguntarle por 2018. La ministra entonces tiene que recurrir a la artillería pesada y, cómo no, lanza el mantra: “intento fallido de golpe de Estado” y argumenta que eso fue “hace cuatro o cinco años” por lo que considera que estoy “estancado”. Y aquí ya se me empieza a subir el indio. No quiero que se acabe la entrevista pero ya es hora de mostrarle a la ministra que algo sé acerca de lo que estoy preguntándole y que, aunque me haya mandado ya en un par de momentos a “documentarme bien”, ese trabajo ya lo llevaba hecho. “No creo que esté muy estancado. En estos días mismo mire lo que está sucediendo con los sacerdotes encarcelados”, le increpo. Y entonces intenta salir por la tangente y me dice que ella a lo que viene a Madrid es “a hablar de turismo” y que no me crea “el cuento”, por lo que me vuelve a invitar a que vaya “a respirar la tranquilidad y la paz”. Eso me dice de un país en el que duele respirar.
Le menciono a los más de 300 asesinados en 2018 y vuelve a entrar al juego con la versión oficial de entonces de que los muertos eran sandinistas quemados vivos por los opositores. Después volveremos con ese tema porque la conversación va rápida y por momentos atropellada. La dejo hablar y no soy demasiado agresivo en mis contrarréplicas para tratar de mantener la charla por más tiempo, aunque a estas alturas la ministra, entiendo, ya tiene claro que esta entrevista no saldrá en un blog o un periódico de turismo y que lo que menos me interesa es que me hable de las isletas. Ahora se cruza el asunto de los miles de exiliados, que despacha con un lacónico “si uno quiere salir de su país, está en su derecho”. Así, sin más. Le menciono en la plática a los sacerdotes encarcelados y ella retoma el tema. Me afirma que hay leyes que hay que respetar en cualquier lugar del mundo, dando por hecho que monseñor Álvarez, por ejemplo, no las ha cumplido. Pero no cita cuáles son esas leyes y salta rápidamente a asegurarme que en Nicaragua se hace lo que “decide el pueblo” para invitarme a que investigue “los niveles de aceptación” que tiene el gobierno. Si eso es lo que decide el pueblo “por qué los candidatos en las elecciones están todos encarcelados” le cuestiono.
Me vuelve a insistir en que vaya a Nicaragua a comprobarlo todo y, como en el caso de los sacerdotes, me dice que están en la cárcel porque “hay leyes que tienen que cumplirse y respetarse” y como un salmo, y vuelve el burro al trigo, insiste en invitarme a que viaje a Nicaragua para comprobar “la tranquilidad, paz y seguridad que se goza”. Le pregunto a quemarropa “¿entonces hay democracia en Nicaragua?”. Y Anasha se pone solemne: “En Nicaragua hay democracia, seguridad, hay paz, hay tranquilidad, hay prosperidad, seguridad y desarrollo”. Como me vuelve a insistir en que viaje al allá para comprobar con mis “propios ojos” que lo que dice es cierto, le pregunto que si está segura de que me dejarían entrar a realizar un reportaje sobre la situación y me remite a la Cinemateca Nacional para que haga la solicitud y que si reúno los requisitos, está segura de que no tendré ningún problema para ingresar al país. ¿Será?, pienso en modo irónico.
Le relato un caso reciente que le ha sucedido a unas buenas amigas españolas que llevaban años viviendo en Nicaragua. Salieron en 2018 por la situación y hace pocos meses intentaron regresar de visita. Les negaron la entrada en la frontera porque, les dijeron literalmente, “ustedes han hablado mal del gobierno en sus redes”. La ministra dice que no cree que sucediera algo así, que no le consta y que algo así no puede ocurrir. Pero a mí sí me consta. Y no solo a estas dos amigas, que no son periodistas, les ha sucedido. Es el pan nuestro de cada día, aunque no se hagan todas las denuncias públicas como deberían hacerse. Pero siempre hay temor. Siempre hay amigos o familia dentro a los que conviene no exponer más de la cuenta.
Tanto insiste la ministra en que vea por mí mismo lo que sucede en Nicaragua y no me crea “los cuentos” que ahora sí, le digo que ya lo hice. No oculta su sorpresa, más cuando le indico que fue en 2018 y para filmar un documental. “¿Y cómo le fue?” acierta a preguntarme… Yo le describo el rosario de horrores que presencié y que vi con mis propios ojos, ya que tanto me insistía en eso. “Vi paramilitares y mucha represión”. Su cara vuelve a decirlo todo… “No me consta su realidad, no es la misma que vivieron los nicaragüenses”, trata de convencerme, como si a la estudiante Yaritza Mairena no la hubiesen secuestrado y encarcelado solo dos días después de que yo la entrevistara en una casa de seguridad, como si al pobre chavalo, un niño, que llegó a las instalaciones del CPDH mientras yo entrevistaba a Marcos Carmona nunca nadie le hubiese grabado a sangre con una aguja, rallándole la piel, las siglas del FSLN en el brazo, como si doña Chica Ramírez o Lesther Alemán, con los que estuve también en casas de seguridad, no salieran al exilio al poco, como si las instalaciones de 100% Noticias donde estuve con Miguel Mora y Lucía Pineda no las hubiesen asaltado y a ellos los hubiesen encarcelado, como si nunca hubiese sucedido el tiroteo desde las torres del estadio de béisbol en la marcha de las madres, como si nunca hubiera ardido una familia entera en la casa del barrio Carlos Marx por negarse a que los francotiradores subieran a la azotea, como si a Gerald Vásquez nunca le hubiesen masacrado en la Divina Misericordia. El dolor de su padre, mi amigo Yader, quebrándose, y yo con él, delante de mi cámara, no le consta a esta ministra a la que esta mañana de enero no le está saliendo la cosa seguramente cómo imaginaba cuando entró a la feria de turismo a vender la realidad que a ella sí le consta.
Campbell no está cómoda e intenta dar por concluida la entrevista pero aún logro arrancar un poco más. Y ante mi insistencia argumenta que 2018 “fue hace ya cuatro años cuando tuvimos que afrontar un golpe de Estado fallido”. No contamos la historia completa, insiste la ministra. Me dice que si fueron paramilitares los que mataron a policías y rebatir esto es fácil: “fueron paramilitares los que mataron a Gerald Vásquez, fueron paramilitares los que mataron a Álvaro Conrado” y le insisto en que todo eso está documentado hasta por Naciones Unidas. Me culpa ahora de falta de objetividad, porque ya no puede decirme que vaya a comprobarlo todo con mis propios ojos. Y me invita a descubrir “las bellezas que ofrece Nicaragua” porque, además, si todo de lo que yo hablo fuera verdad no llegarían los turistas como sí están llegando, afirma, esgrimiendo el dato de un aumento, según asegura, de un 65% del turismo en el último año. “También los turistas llegan a Cuba”, le señalo pero me dice que “la política es otra cosa y aquí estamos hablando de turismo”.
Anasha me insiste en que no cree que yo tenga ningún problema en ir a Nicaragua a filmar de nuevo y a preguntar a la población sobre cualquier asunto “¿Es que hay más de 6 millones de población que no puedan decir nada? Aquí ya el modo cinismo alcanza su apogeo y tengo que recordarle que no hay prensa libre en Nicaragua. Pero en la realidad que sí le consta a la ministra Campbell, “todos los medios de comunicación son libres” en Nicaragua. Le rebato: “están todos fuera del país, hasta La Prensa la cerraron”. No quiere seguir por ahí y concluye con un “no sé” y se lanza, en modo automático, su discurso de los lagos y los volcanes que culmina con que las bellezas del país son lo importante y no “hablar de politiquería porque estamos en Fitur”, a lo que le puntualizo que no se trata de politiquería de lo que yo le estoy hablando sino de “derechos humanos” y que a los turistas también debería de interesarles si en los destinos a los que se viaja se respetan estos. Ella me contradice y considera que lo que le interesa a los turistas es ir a un país que tiene las bondades y que tiene paz y tiene tranquilidad”. Y tengo que lamentar que en parte sea así.
Llegados a este punto es imposible prolongar más la entrevista. Fuera de cámara, que me ha permitido tener conectada durante todo este tiempo, me insiste en que “no conozco bien su país” porque si lo conociera bien, me insiste, “no hablaría de cosas que pasaron hace cuatro años como que es una realidad de hoy”. El celular, que capturaba el audio, sí sigue grabando. Le digo que esas cosas “siguen pasando” y le cuestiono sobre el caso de monseñor Rolando Álvarez: “¿Usted ve normal encarcelarle, qué ha hecho ese hombre?” Y claro, insiste en que “el que cumple las leyes en Nicaragua no debe tener ningún problema” y que “no hay nadie que esté por encima de la ley, ni un obispo, ni un sacerdote, ni un candidato político ni ninguno”. Anasha me dice que en el país centroamericano hay leyes igual que en España y que precisamente aquí podría mencionarme, señala “que hay presos políticos”. Afirma categóricamente que, si no se cumple la ley, “hay consecuencias”. Intento por última vez que me diga cuál es esa ley. Su respuesta: “muchas gracias”. Tras apagar el celular, me invita, a salir del stand recordándome que “esto es una feria para el turismo, no para la politiquería”.
Yo le agradezco su tiempo, y a pesar de que me ha dicho cosas que me hacían hervir la sangre he procurado no ser grosero, aunque piense que ella es parte necesaria de un régimen criminal que asesina y encarcela, que amordaza y fuerza al exilio y que tiene secuestrado a un pueblo lindo que amo y del que ya, y desde hace mucho, me siento parte. Me pregunto en cualquier caso, cuánto de lo que me ha dicho lo cree realmente y cuánto forma parte del papel que tiene, o mejor dicho, quiere jugar como cómplice.
Majes que defiende a la dictadura con fresco de arroz con piña.
El stand de Nicaragua en esta feria, en la que durante cinco días se trata de blanquear la dictadura, es muy pequeño, apenas debe tener unos 7 u 8 metros cuadrados a lo sumo. Minúsculo si lo comparamos con algunos otros de países centroamericanos como Costa Rica, Honduras y, especialmente Guatemala, que es el país protagonista en este 2023 de toda la feria. Lenin Quiñónez es uno de los encargados de atender a las personas que llegan pidiendo información. Es nicaragüense pero lleva 20 años viviendo en España. En Madrid tiene un restaurante de comida centroamericana llamado Los Majes. Según señala en sus redes, ha sido el encargado de representar la gastronomía nicaragüense en la feria. Pero es mucho más que de fresco de arroz con piña o nacatamales de lo que habla Lenin con el que llega a preguntar por el paisito.
Dos días antes de la plática con la ministra pude hablar con él de manera casual, como el potencial turista que yo podría ser paseando por Fitur. Después de contarme que existe un lago en el que hay tiburones de agua dulce (lo dice con tanto entusiasmo que si no fuera porque he navegado en ese bendito lago desde hace casi 20 años y jamás vi indicio alguno de que los escualos siguieran por allá, casi le habría creído que se ven ahí no más cuando uno va a las isletas de Granada), después de hablarme volcanes y de ciudades coloniales, entra rápidamente en materia cuándo, sin mucho esfuerzo, le tiramos un poco de la lengua.
https://www.youtube.com/embed/AP3rnidgr7k?feature=oembedLenin Quiñónez trata de «vender» (con poco éxito) al periodista Daniel Rodríguez Moya una Nicaragua sin represión ni presos políticos. Foto: Facebook Restaurante Los Majes.
Le pregunto si la situación del país es buena y le refiero “las noticias” sobre todo lo que sucede en el país desde 2018 y ahí se desata: “Ah, es que en las noticias cuentan muchas cosas que son lo que quieren… y cuando hay un país que no está alineado con el sector, se enfocan más en destruir ese destino si no está alineado a ciertos intereses”. Los medios mienten sobre Nicaragua, nos deja claro. Y como sale ese tema yo le pregunto que si cree que, como periodista, podría ingresar al país sin problema alguno. Le explico que a unos amigos con mi misma profesión, hace unos meses, no les dejaron entrar cuando lo intentaron hacer por la frontera sur desde Costa Rica. Lenin vincula esto a “problemas fronterizos por el río San Juan” entre Nicaragua y Costa Rica. Este maje me quiere ver la cara de tonto, pienso, pero le dejo a ver qué más me cuenta y cómo trata de venderme esa Nicaragua que sencillamente es tan visible como los tiburones del Cocibolca.
Lenin está seguro, explica, que lo que sucede en Nicaragua “son problemas de periodismo” porque lo que les interesa a los periodistas “es que haya discusiones y haya polémica” y lo compara “como pasa acá en España con el fútbol”. Le pregunto que si son entonces los periodistas los que crean los pleitos y él no tiene duda: “Sí, muchas veces”. Así que abril del 2018 y todo lo que ha venido después, en la lógica que defiende, es un invento de los periodistas. Le interpelo entonces que si en Nicaragua hay prensa libre y medios de comunicación que puedan expresarse sin problema y él asegura que “todos” aunque matiza: “se puede decir hasta cierto punto”, pero no especifica cuál es ese cierto punto.
Rápidamente, sin que yo ni le dé pie a ello, salta a hablarme de la Iglesia Católica y me asegura que “lo que no puede ser es que en sus homilías estén atacando y diciéndole a la población que se levante contra el gobierno”. Le planteo que por lo “que he visto en las noticias” al respecto, se está encarcelando a sacerdotes y Lenin enseguida sale al paso: “Es normal, si vos estás instando que la gente se levante es normal que haya ciertos curas que estén siendo detenidos”, aunque luego rectifica y asegura que “es más, ni los detienen” y nos relata una historia realmente alucinante de un cura “que siempre estaba manifestándose en contra del gobierno” y se enfermó. Como todo el mundo tenía miedo de que el gobierno supuestamente le fuera asesinar, cuando él estaba grave en el hospital, el gobierno lo fue a proteger para que no le echaran la culpa al gobierno de que le pasara algo”.
Al cura, asegura, no le pasó nada y hoy “sigue en Nicaragua diciendo lo que quiere decir”. Imaginamos que se refiere al padre Edwin Roman, pero claro, la versión de la historia que nos cuenta Lenin se parece a lo que sucedió realmente en menos que nada. En 2019 Edwin Román se hallaba en la parroquia San Miguel Arcángel de Masaya, junto a un grupo de mujeres que permanecía en huelga de hambre para exigir la liberación de los presos políticos. El asedio policial fue tremendo. Tanto que les cortaron la electricidad y ni si quiera dejaban pasar agua ni medicamentos, con la circunstancia de que Román es diabético. Tras ocho días de asedio y con la salud muy deteriorada, finalmente el padre Edwin Roman tuvo que ser trasladado por la Cruz Roja al hospital Vivian Pellas, donde permaneció ingresado varios días. Edwin Román no está en Nicaragua diciendo lo que quiere, como asegura Lenin. Está exiliado en Estados Unidos desde agosto de 2021.
Como ya estamos hablando un poco de todo, le menciono que “también he leído” que hay presos políticos en el país. Niega categóricamente. “Hablan de presos políticos que no es que sean presos políticos. Están presos porque a lo mejor han defraudado a Hacienda, al fisco y ese que ha defraudado quería tirarse de candidato y entonces dicen que están metiendo a la oposición presa, pero no es por eso”.
Sobre las relaciones entre España y Nicaragua también opina Lenin y cree que ahora sí están bien pero “hubo un momento en el que España estaba metiendo mucha bulla y Nicaragua mandó a retirarse”. Retomo el asunto de 2018, las protestas, los asesinatos, le cito el caso de un niño al que mataron, sin decir su nombre para que no descubra que sé más de lo que aparento, pero pensando en Alvarito Conrado, y me toca escuchar una versión que me revuelve por dentro. Lenin Quiñónez asegura con la mayor tranquilidad que lo que pasó es que “muchos policías retirados, que ahora están detenidos, se tiraron al bando contrario y anduvieron contra el gobierno vestidos de policía, disparando, y la gente creía entonces que eran policías, pero no lo eran”. La versión de Quiñónez es tan surrealista como repugnante.
Mi estómago no aguanta mucho más esta reescritura de la historia reciente de Nicaragua y poco más le voy a preguntar, solo una última cuestión. Le cuento que en mi ciudad ahora hay muchos más nicaragüenses que en años anteriores y que gran parte de ellos son solicitantes de asilo político. “Hay mucha mentira porque nadie está perseguido allá”, asevera con un cinismo que me causa entre risa y enfado. “Dicen que son exiliados políticos para poder optar aquí a documentos y un puesto de trabajo”. Pero por política, sentencia Lenin, “no hay perseguidos”.
Me voy a despedir ya. Suficiente por hoy. No descubro mis cartas porque en algún momento me ha mencionado que tal vez podría charlar en estos días con la ministra de Turismo, que iba a llegar por Fitur.
Lo último que me hace es una invitación al país, que tengo que llegar porque “allá no pasa nada” y es que, concluye, “las noticias son las que se encargan de que la gente tenga miedo de ir”. O sea que la culpa de todo, la tienen los periodistas. Antes de marcharme Lenin me ofrece ayote en miel. Dulcísimo. Como la Nicaragua edulcorada que me ha tratado de vender.
Fuente: Agenda Propia Nicaragua