Las dos caras de una moneda
Madeline Mendieta
«Esta cara o cruz lanzada al aire durante muchos años la hemos visto caer de un lado y del otro. Con la muerte de Cardenal queda de manifiesto que la narrativa del poder que siempre prevaleció fue la de aniquilar lo´otro´, ese otro entendido bajo su decálogo como ´alta traición´; en otras palabras, obedecer».
Los comentarios de repudio del irracional comportamiento de los partidarios sandinistas, durante la misa de cuerpo presente del poeta Ernesto Cardenal, han inundado redes sociales. Todos condenan lo que, además de una falta de respeto a un oficio católico, también fue escupir el legado cultural y literario de Cardenal.
Lo que ayer atestiguamos no es nada nuevo. A 40 años el sandinismo siempre ha sido el mismo. Lo que hicieron durante el acto religioso lo han hecho siempre. Lo que ayer muchos vieron por redes sociales ha sido la esencia del sandinismo puro y duro: el odio, la verticalidad y la agresión a quienes piensan diferente.
El féretro no solo contenía el cuerpo del nonagenario poeta, también con él se fue toda esa mística revolucionaria, ese romanticismo que vendía una revolución que a la distancia solo queda en los libros, en la memoria poética de quienes creyeron que la revolución fue eso: arte, música, poesía, Cardenal y Solentiname.
Los gritos, las consignas sin sentido, tildar de «traidores», «vendepatrias», también tiene un eco de 40 años. Ese fue el rostro oculto del sandinismo, ese que no se ofertaba como el destino de una gran revolución cultural. Hoy se muestran sin empacho agrediendo a sus viejos compañeros de lucha, a quienes hicieron, a través de la poesía y el arte, de una oprobiosa guerra una sentimental gesta heroica.
Qué difícil estar en una relación de codependencia y abuso. Esto pasó con muchos desilusionados militantes: justificaban, perdonaban, ocultaban y sobre todo silenciaban los abusos durante muchos años. Hoy ese silencio se regresó vociferante, sepultando de una vez todo lo que Cardenal y su escuela exteriorista significó para quienes lo admiraron o veneraron como un monje, un poeta o un rebelde frente al Vaticano.
Esas dos caras de una misma moneda ha sido la dicotomía entre lo ideológico, lo contemplativo y lo irracional del fundamentalismo que resulta indolente y abusivo.
Esta realidad golpea muy fuerte, porque a quienes no hemos militado más que en las artes nos indigna que un literato de la talla de Ernesto Cardenal fuera abucheado y denigrado hasta en sus honras fúnebres. Pero las turbas siempre fueron las mismas, solo tomaron nuevos cuerpos y otros envejecidos siguen lanzando veneno desde sus poderes fácticos.
También, la prensa independiente brutalmente golpeada, robada, insultada. Sin embargo, tampoco eso no es nada nuevo. El maltrato a los ancianos, mujeres y familias que solo desean despedirse de un ser querido nunca ha sido respetado por las hordas que solo cumplen órdenes de destruir y aplastar a quienes no comulgan con su ceguera partidaria.
Esta cara o cruz lanzada al aire durante muchos años la hemos visto caer de un lado y del otro. Con la muerte de Cardenal queda de manifiesto que la narrativa del poder que siempre prevaleció fue la de aniquilar lo «otro», ese otro entendido bajo su decálogo como «alta traición»; en otras palabras, obedecer.
Mientras el ataúd salió por un costado de la iglesia y un pequeño grupo acuerpó a Cardenal para que la turba ensordecida no golpeara su caja, en ese momento reflexioné: Nicaragua parió una revolución; hoy la entierra en la figura simbólica del padre. Es momento que de una vez por todas se encare ese duelo.