Las lecciones de Bolivia

Yader Morazán
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Errar es humano, y una buena oportunidad para aprender, pero perseverar en el error desde la soberbia, ¡no! 

A partir de la experiencia boliviana hemos visto reacciones que acribillan y ponen en tela de duda la capacidad de liderazgo y gestión de la Alianza Cívica, quienes en lugar de reflexionar y considerar las voces de los que dicen representar, se ofenden y escudan en justificaciones que oscilan entre lo sanguinario de Ortega y la lealtad de sus fuerzas armadas.

Sin embargo, quienes disentimos de sus justificaciones no los contradecimos, y por creerlo igual, desde el inicio sugerimos contundencia y aprovechar cada una de las oportunidades que se nos presentaron.

Hoy, los mismos que nos llaman divisionistas, ayer nos apedrearon cuando dijimos que no hay que dialogar con asesinos y menos darles tregua. No obstante, su justificación se contradice sola, al desbocarse por elecciones mientras se reconocen esas grandes diferencias. 

La historia la cuentan a como les conviene. Recuerdo que en Nicaragua, al igual que en Bolivia, la policía reprimió  inicialmente a los manifestantes, mientras el ejército dijo públicamente que no iba a involucrarse (al menos, así fue en sus comunicados). Lo hizo a los 24 días de laa protestas (12 de mayo del 2018) a través el coronel Manuel Guevara quien refirió: «No tenemos por qué reprimir a la población que se manifiesta en las calles. Creemos que el diálogo es la solución para resolver la actual crisis».

Allá en Bolivia, a los 20 días (09 de noviembre del 2019) a través de un comunicado similar, refirió el general William Kaliman: «Nunca nos enfrentaremos con el pueblo a quien nos debemos y siempre velaremos por la paz, convivencia entre hermanos y el desarrollo de nuestra patria».

¿Qué hicieron diferente los bolivianos? En mi opinión la diferencia es que allá desde el inicio hubo contundencia, claridad y armonía de todos los sectores, negación total a la negociación en búsqueda del objetivo común, y disposición de un sacrificio económico respaldado por el sector privado, que se demostró por el paro indefinido, pese al alto riesgo de mortalidad por los antecedentes recientes ejecutados por mandatarios homólogos a Evo. 

En cambio en Nicaragua los mismos que co-gobernaron y siguen pautando con el régimen, todo el tiempo hablaron de flexibilizar los tranques, que no podían pasar sus camiones, que aún no era el momento, que habían perdidas económicas y todo tipo de argumentos que tenían en común sobreponer el dinero por encima de las vidas humanas, el Estado de Derecho y la institucionalidad, mientras regalaban caramelos (morteros) en los recintos universitarios para endulzar la voluntad de los líderes del momento. 

De primera mano conozco que la policía de Matagalpa estaba a punto de una rebelión, llegando al momento más cercano a ello en una de las primeras marchas donde manifestantes destruyeron cámaras de vigilancia de dichas instalaciones. Los mismos oficiales con los que tenía comunicación fluida en el complejo judicial de Matagalpa donde laboraba, me confesaron que internamente ya habían planificado entregar la delegación policial, en caso de que se intensificaran las protestas, tal como sucedió el 13 de junio en Diriamba, Carazo, y tal como fue sucediendo una a una en Bolivia.

Viví dentro del Poder Judicial la represión de abril, y en su mayoría sé que el Estado no apoyó (al día de hoy muchos no apoyan) y por ello, los personajes más comprometidos cons las casa de campañas y alcaldía, tuvieron que reclutar delincuentes comunes y retirados del ejército ignorados en cada barrio y comarcas del país, para así constituir las caravanas de la muerte, porque habían perdido el control de las calles, de las organizaciones estudiantiles, del  Estado y territoriales, incluso a la misma Juventud Sandinista.

Ortega se sentó por la perdida total del control. En Nicaragua se destacó el repudió generalizado que incluía la deserción significativa de su misma militancia ¨sandinista¨, y una oposición mayoritaria que superaba el 80% en las calles. En cambio en Bolivia había más equilibrio en ambas fuerzas opositoras.

El día 16 de Mayo del 2018 (28 días de las protestas), los estudiantes en la primera ronda del diálogo leyeron al dictador una lista de 58 personas asesinadas, pero al culminar una de las rondas por el incumplimiento de los acuerdos, el 18 de Junio anunciaron levantarse de la mesa, y ya la lista superaba 180 muertos confirmados por el Centro Nicaragüense de Derechos Humanos (Cenidh).

Es justo reconocer que en el momento de la primera tregua ya habían más de 60 muertos aproximadamente, pero también es importante admitir que, después de ella, hubo más. Solo la noche del sábado 19 de mayo el régimen rompió la primera tregua de 48 horas, donde personas a bordo de vehículos dispararon contra jóvenes universitarios en la UNA. Luego, durante otra, el 16 de junio del 2018, fue calcinada la familia del Carlos Marx, donde se encontraban 3 menores de edad.

Es contradictorio admitir diferencias entre Bolivia y Nicaragua, y recetar la misma dosis. Es un hecho que al asumir ese rol negociador ahora extendido más allá de la concesión inicial que le dio origen y naturaleza de ser a la Alianza, la fiscalización por parte de quienes representan será más activa, desconfiada y cuestionadora, ya que no podemos olvidar los antecedentes de traición política y transcendencia de las negociaciones para el futuro de cada una de nuestras vidas, donde solo la rendición de cuentas podría disipar inquietudes.

La experiencia de Bolivia vino aflorar sentimientos de indignación por considerar que estuvimos cerca, que ni siquiera lo intentamos y que fuimos frustrados por posturas verticales de poder que subestimaron al régimen y no honraron la contundencia impuesta en las calles, perdiendo una gran oportunidad. 

Pero ello no debe representar un reproche o búsqueda de culpables, sino una oportunidad de aprendizaje, de asumir con responsabilidad y humildad la desatención del clamor popular, en lugar de perseverar en la soberbia que dio malos frutos y escudarse en la misma receta de Bolivia, mientras de forma contradictoria se admite que las condiciones son distintas.