Las piedras de Medina, y el verdadero drama de Nicaragua (I)
<<¿De qué se trata la lucha actual? ¿Se trata de una lucha entre “sandinismo” y “somocismo”? ¿Qué queremos, desatar el odio que acabe con todos aquellos seres humanos etiquetados de “sandinistas”, o “somocistas”? ¿O queremos articular las fuerzas que acaben con el sistema de poder que ha producido dictaduras bajo diferentes nombres, y, cuando no, regímenes que son pausas entre dictaduras, y que preservan la estructura de poder que las sustenta?>>
El editorialista de La Prensa Fabián Medina ha publicado un artículo que, bajo el título de “Piedras entre la oposición”, reacciona al evidente encandilamiento retórico de los grupos de nicaragüenses que discuten en las redes sociales, unos bajo membretes organizativos, otros a título individual.
Que la temperatura suba en los llamados “chats” no es sorprendente en vista de la extraordinaria represión del Estado usurpado por los dictadores de turno. Extraordinaria por lo sostenida, por el desenfado con que es aplicada a casi todos (excepto una minoría de seguidores y cómplices), y por ocurrir a la vista de todos los poderes fácticos internacionales que se dicen preocupados por los derechos humanos de los nicaragüenses, pero aplican únicamente medidas que saben débiles y simbólicas, mientras sostienen financieramente al régimen con voluminosos flujos crediticios y comerciales sin los cuales éste colapsaría.
No debería sorprendernos esto. Lo sorprendente es que alguien se muestre sorprendido. Porque, ¿dónde existe ese mundo en el cual una criatura mitológica llamada “comunidad internacional” intercede desinteresada y decisivamente para impedir las atrocidades de un régimen fascista, especialmente en un país de insignificante peso económico?
Las potencias hacen lo que los seres humanos hacen: buscan satisfacer sus intereses, y crean para ese propósito estrategias y discurso. En el caso de Nicaragua, el interés de las potencias es claro: evitar que la crisis desborde fronteras y cause daño a planes de gestión geopolítica; evitar que los intereses de sus empresas sean afectados por la crisis.
El discurso, por supuesto, es bonachón, porque las potencias modernas se jactan de no hacer lo que hacen por egoísmo o insensible conveniencia, sino por altos valores, en este caso, valores democráticos. Y ya que es obvia la incoherencia entre sus intereses y el discurso, despliegan un puente hechizo, colgante, de materiales frágiles y fácilmente desmontable: sanciones individuales, tales como retiros de visas de turismo a Estados Unidos (¡pobres, desgraciados aquellos que, mientras dure el conflicto, no podrán visitar Disneyworld!) y prohibiciones bancarias (bienaventurados los testaferros, porque de ellos es la ganancia en esta farsa).
El universo paralelo de la oposición viajera…
Mientras tanto, los grupos opositores bajo el ala clueca de la “comunidad internacional” esperan, esperan, esperan. Viajan del Departamento de Estado a Ginebra y de Ginebra a América del Sur, de vuelta a Estados Unidos, de retorno a Europa, en una incansable “campaña” de contenido cada vez más opaco, porque es cada vez menos lo que dicen en público, y prácticamente nada lo que dicen al público nicaragüense. Cuando se les invita a juntar fuerzas para organizar la resistencia del pueblo en Nicaragua, contestan con alguna versión de “no se puede”. Cuando se les critica por negarse a apoyar la lucha de quienes, en situación precaria, mantienen viva la resistencia dentro del territorio nacional, recurren a conexiones internacionales, desarrolladas a través de muchas décadas–– y de privilegios cuyo costo paga el pueblo–– para denigrar a los críticos.
El vacío y el odio
A medida que la efigie de este nebuloso pseudo-liderazgo opositor, salido de los nombramientos a la mesa del “Diálogo Nacional”, se deshace como estelas de avión en el aire, y ya que los dictadores de turno logran obstaculizar, por el momento, la inevitable aparición de un verdadero liderazgo democrático de masas, en las redes sociales se desata, entre activistas y simpatizantes del naufragio de Abril, una violencia verbal descuartizadora, intensa, con un va y viene feroz de acusaciones y eslóganes “anti”, junto con denuncias cruzadas por ser o haber sido, por ser sospechoso de haber sido, o hasta por haber dicho algo que suena como que se está de acuerdo con quien fue o ha sido, o quien podría llegar a ser.
Es un estanque de paranoia y veneno cotidiano. Llegan incluso a enlodarse en estos charcos personajes políticos que quizás podrían (ciertamente deberían intentarlo) moverse en ámbitos más productivos. Algunos tienen perfil nacional; algunos son conocidos exprisioneros; desterrados; diferentes cohortes de los descontentos que en varias generaciones han escapado del sistema de poder, ya sea de los dictadores de turno o de los escasos administradores de camisa o blusa blanca que lo han servido.
Es un espectáculo lamentable, que en otras eras sería intrascendente, pero hoy, por el acceso que la tecnología da al público amplio, siembra semillas de terror futuro.
En estos grupos, como señala Medina, se gesta un odio que condena a Nicaragua “por los siglos de los siglos”. Porque esto es lo que fomenta proclamar, por ejemplo, que hay que “acabar con el sandinismo”, y peor aún, “barrer todo vestigio de sandinismo” y otras consignas semejantes: dar vuelo a pasiones que ensucian la justa indignación moral, y el deseo de liberar al país de la opresión, con un espíritu de venganza que es prácticamente, y quiero decir “en la práctica”, una incitación al genocidio. Ataques similares a los “liberales” (y a otros grupos) se dan con frecuencia, y, por supuesto son igualmente deleznables. Es verdad que quizás, por ser los dictadores de turno autoproclamados “sandinistas”, y no “liberales”, el veneno anti “liberal” no llegue, esta vez, a alcanzar consecuencias tan funestas; pero no deja de ser profundamente antidemocrático; y, junto al del anti “sandinismo”, es tristemente revelador de nuestra impúdica ignorancia de la historia y de las filosofías políticas que articulan el pensamiento humano para abrirnos caminos de orden y dejar atrás la vida “solitaria, pobre, terrible, brutal y corta” a que el caos entre seres inherentemente sociales como somos los humanos nos condena.
El problema con la receta de Medina
Ante semejante desorientación política y moral, la crítica de Medina, aunque inicia por una inquietud justa, avanza poco y deja al final un diagnóstico torcido, y por tanto no puede sino propiciar la continuación del caos en ambas dimensiones. El diagnóstico de Medina: el odio al “somocismo” y al “sandinismo”, a cada uno por separado o a ambos, es “legítimo”, “porque se [le] ha hecho mucho daño y nunca justicia”.
Pero ¿quiénes son “el somocismo”, y quiénes son “el sandinismo”? No aclara. ¿Y la receta?: “no podemos imponer nuestros odios al resto”. ¿Quiénes son ese “resto”? ¿De quiénes, entonces, estamos hablando? ¿De qué se trata el “somocismo”, y el “sandinismo”? ¿De qué se trata la lucha actual? ¿Se trata de una lucha entre “sandinismo” y “somocismo”?
Esta, que es la inferencia aparente del escrito de Medina, es una tergiversación de la historia. Y es una distorsión que afecta, de manera dañina, nuestra manera de pensar en el Norte, porque el Norte no es “acabar con todo vestigio de somocismo” ni “acabar con todo vestigio de sandinismo”. No puede serlo, porque los luchadores políticos no pueden acabar con ideas y sentimientos, sino con seres humanos o con el poder que estos detentan. ¿Qué queremos, desatar el odio que acabe con todos aquellos seres humanos etiquetados de “sandinistas”, o “somocistas”? ¿O queremos articular las fuerzas que acaben con el sistema de poder que ha producido dictaduras bajo diferentes nombres, y, cuando no, regímenes que son pausas entre dictaduras, y que preservan la estructura de poder que las sustenta?
La otra parte de la receta, siempre arañando la superficie de los eventos, pretende ser “práctica”, pero (y esto tendrá que discutirse por separado, por razones de espacio) no lo es precisamente porque el diagnóstico de la situación es superficial: “no tenemos por qué abandonar nuestros odios”, dice Medina; y (parafraseo ligeramente) “juntémonos contra el que odiamos más, el enemigo común”.
No es trivial que esta pretendida “lógica” de acción política no haya funcionado en los cinco años y más que han transcurrido desde la rebelión de Abril. La dinámica de la lucha política se estructura alrededor de intereses de grupos sociales, y la fórmula de “unámonos todos, aunque nos odiemos” contra “el único enemigo común, la familia Ortega-Murillo” es más un querer-pensar que una probabilidad estratégica. A este tema regresaremos en una segunda entrega, que se hace necesaria, porque, aunque breve, el artículo de Medina es una compilación de la narrativa de las élites que hace falta contrarrestar, por el bien, precisamente, de la marcha en que queremos persistir, hacia el Norte de la República Democrática.
Francisco Larios
El autor es Doctor en Economía, escritor, y editor de revistaabril.org.