Las “reformas” muestran a una tiranía acorralada [cómo acabar con ella].
Fernando Bárcenas
El autor es ingeniero eléctrico.
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La sangrienta inutilidad de la represión: no soluciona la crisis del sistema
Ortega ha demostrado que sin negociar con nadie puede imponer legalmente unas reformas electorales a la medida para garantizar el fraude. Son algunas de las ventajas que tiene un dictador cuando la correlación de fuerzas aún le favorece.
Clausewitz, el teórico militar alemán del siglo XIX, explicaba que la guerra es la continuación de la política por otros medios. Es decir, que la guerra persigue objetivos racionales. Y lo racional es aquello que se corresponde con el desarrollo progresista de la realidad que hace parte de la contradicción. De forma que, si la naturaleza del poder que nutre la correlación de fuerzas actual se ve socavado por la rebelión de la nación, las probabilidades actúan en su contra. La represión va a producir un aplastamiento circunstancial de las fuerzas políticas emergentes, pero, la crisis política va a carcomer la estabilidad del entero sistema. El problema se vuelve inútilmente sangriento cuando los artífices de la represión no alcanzan a comprender las leyes políticas que gobiernan la sociedad, y confían su sobrevivencia a la violencia brutal.
El ambiente carcelario que encubre la realidad política insostenible
Es nuestro caso. El carácter de la sociedad adquiere, entonces, un rostro carcelario cada vez más irracional, en un intento inútil de contraer caprichosamente la historia hacia el absolutismo más primitivo.
El proceso electoral actual, en consecuencia, se desarrolla en un ambiente inevitablemente carcelario. No se trata de hacerle reformas a la ley electoral, sino, de soltar los cerrojos y amarras que controlan la voluntad de la población. Si el poder represivo adquiere por fuerza un carácter ostensiblemente mesiánico, caudillesco, sin ideología nacional, la fuerza que prevalece en la correlación actual se verá sometida durante la crisis, pese a la brutalidad del Estado policíaco, a procesos microscópicos que debilitan su estructura interna, como ocurre con la osteoporosis en los huesos, o con la disolución de los glaciares.
Nunca Ortega ha estado tan seguro de perder en unas elecciones transparentes como después de la rebelión de abril. Nunca antes ha tenido esa seguridad matemática del hartazgo de la población en su contra como ahora. En consecuencia, a la par que en los últimos tres años le ha dado al Estado un abierto carácter “legal” de dictadura policial, para contener represivamente el descontento abrumador de la población, ha decidido también superar la coyuntura electoral con los menores riesgos posibles para su dictadura en crisis, en situación de aislamiento extremo; con unas reformas a la ley electoral que serán aprobadas sin chistar por la maquinaria legislativa bajo su control absoluto, a fin de garantizar con ellas, desde distintos planos de convergencia, el fraude electoral más monumental de la historia.
El fraude orteguista es burocrático, por ello, se debe enfrentar políticamente
La población debe enfrentar el fraude orteguista, concebido burocráticamente en el útero del aparato legal bajo el control total de Ortega. Este es el escenario de lucha concreta. De un costado es un escenario burocrático, una corriente eléctrica que baja como un rayo desde El Carmen; del otro costado, el escenario es combativo, democrático, como una movilización de masas que salta sobre el orden policial de las macanas.
Es la mayor estupidez enfrentar la línea de acción de Ortega buscando resquicios de negociación dentro del aparato estatal orteguista: ya sea proponiendo candidatos a magistrados del Consejo Supremo Electoral, usando de vehículo a los partidos zancudos; o solicitando concesiones a Ortega dentro de las reformas electorales diseñadas por el mismo Ortega, con el fin de proteger a Ortega, burocráticamente, de la voluntad popular. La fuerza de Ortega es burocrática. De modo, que su línea de acción es previsible. Esta es una desventaja estratégica que se debe aprovechar.
El fraude no sólo es su mejor opción en estas circunstancias, sino, que es su única opción. Es su opción obligada dado que se encuentra a la defensiva estratégica. En consecuencia, un pueblo en lucha debe hacerle pagar un altísimo costo político por esta línea de acción obligada del fraude electoral, totalmente previsible.
La alternativa de solicitar que en las reformas de Ortega se aprueben concesiones mínimas, es la tesis absurda de la “rendija”. Por esta, los mismos opositores tradicionales que sin rendija alguna hoy se pelean entre sí por hipotéticos cargos estatales, entrarían en el aparato orteguista con mayores motivos para disputarse allí prebendas, a las orillas infectas del poder. Pedirle concesiones electorales a Ortega, para participar electoralmente en el fraude, es una estrategia esencialmente zancuda. Es creer que las elecciones orteguistas constituyen la lucha en sí, y no sólo un escenario para la lucha política, con Ortega a la defensiva. Un escenario en el cual, Ortega, con el fraude, debe resultar decididamente más debilitado.
La estrategia de pedir a Ortega concesiones da por resultado un conflicto desvergonzado entre mendigos, entre pedigüeños que con codazos y pisotones claman absurdamente por la unidad. Entre pedigüeños no hay unidad posible, porque, aunque matemáticamente se demuestre que si cooperasen podrían obtener una mayor ganancia, como no son políticos en el sentido justo del término, prevalece entre ellos la ley de la selva: el pez más grande que quiere comerse al chico.
Proponerse ganar las elecciones amañadas es una estupidez táctica
Es una imbecilidad proponerse ganar las elecciones en una dictadura policiaca. El objetivo táctico es que Ortega, en esta coyuntura, empeore su situación estratégica. Las bases que aún le sirven de soporte, callada o explícitamente, le exigen que revierta la situación estratégica, no que la empeore. Es en este sentido, que el modelo absolutista está agotado, por el realineamiento de fuerzas sociales que la crisis produce cuando, con tal modelo, que obligadamente se radicaliza por un interés exclusivamente personal de sobrevivencia, no se vislumbra una salida.
La tarea de Ortega no es sólo sobrevivir, como él quisiera, sino, que desde el poder le viene impuesta la obligación de hallarle una salida a la crisis. De lo contrario, su modelo se engangrena con una necrosis acelerada. Con irracionalidad, a puro balazo, no se consigue un objetivo social. Hasta la mafia sabe que la sociedad debe tener metas de crecimiento cultural, para luego trepar sobre ella como una enredadera.
Creer que la lucha es burocrática, y que debe darse dentro del absolutismo, es una verdadera estupidez. Pensar que lo que corresponde hacer es elaborar unas reformas que democratizarían el proceso electoral, para contraponerlas a las reformas de Ortega que refuerzan el control dictatorial sobre el desarrollo de las elecciones, y detener, con dicha propuesta democratizante, la aplanadora orteguista que decide el orden jurídico del régimen, es más tonto que querer parar un tanque militar con una flor en la mano. Porque un ejército nacional no ha sido entrenado, esencialmente, para asesinar civiles desarmados, de modo, que es posible la vacilación del soldado, es posible esperar que le asalte la duda por un golpe de lucidez humanitaria o de hombría, mientras la aplanadora orteguista ha sido formada expresamente para reforzar legalmente, sin chistar, el carácter dictatorial del Estado, y procede a ciegas arroyando la sensatez.
El enfrentamiento a esta maniobra orteguista puramente burocrática, ejecutada en los laberintos retorcidos de sus dominios, no se realiza con reformas burocráticas alternativas que ilusamente se aprobarían en tal laberinto orteguista, sino, que se combate políticamente, con movilizaciones revolucionarias de masas. Que, en última instancia, estratégicamente, se proponen salir de Ortega, convergiendo coordinadamente desde distintos frentes en lucha, en los que se manifiesta la contradicción entre Ortega y la nación.
Hay que enfocar la lucha electoral, en esta coyuntura crucial para Ortega, estratégicamente, superando la visión oportunista de la oposición electorera tradicional que pide a Ortega reformas que les abran la posibilidad de que ellos accedan a puestos públicos. La experiencia de abril consiste en que el objetivo de las masas en acción es salir de Ortega por vía revolucionaria. A lo que Almagro –conviene recordar- llamó “chanchada”. Y algún precandidato de nuestro medio, que daría a Ortega una salida digna, tomando café llamó “barullo”.
La dictadura no ha podido maquillarse
En todo este tiempo, la oposición tradicional ha enfocado su línea de acción en espera que Ortega les llame a negociar, o que de cualquier manera les haga concesiones. Y dieron por descontado que por obra de la presión internacional la dictadura decidiría maquillarse durante las elecciones. De modo, que se especializaron en el arte del afeite, del maquillaje, del truco y la peluca. Disputándose, como en un mercado, la oferta de sus servicios indispensables en dicha transformación superficial de la dictadura. Pero, Ortega desdeñó al fin de cuentas el maquillaje y afiló, más bien, los colmillos. Ha debido escoger el terror policial, que para ser efectivo no admite maquillaje.
La oposición electorera ha quedado burlada con sus cremas y coloretes y, al oír este 12 de abril la propuesta de reformas de Ortega, ha tirado con escándalo sus estuches y brochas por los aires. Su rol ilusorio maquillador de pronto se ha desvanecido.
Era previsible que Ortega no pudiera maquillarse, dado que el descontento extremo de la población en su contra no le concede margen de maniobra. Ortega no puede ni quiere negociar. Sigue entrampado, aislándose cada vez más. El fantasma de abril recorre el búnker de El Carmen.
Estas reformas orteguistas, que resguardan el poder de la dictadura, corresponden todavía a una acción defensiva ante los efectos presentes de la rebelión de abril. A diferencia de lo que proclaman los reformistas, la rebelión de abril continúa latente, aunque esté en un periodo de reflujo táctico. No ha podido ser derrotada estratégicamente. Este fraude monumental ha sido diseñado por temor a Abril. Y debe ser enfrentado políticamente, en función de contribuir al próximo retorno de Abril. El péndulo de las movilizaciones de masas, llevado al extremo del reflujo, acumula allí una enorme energía potencial. Esa es la fotografía instantánea de una realidad en movimiento.
¿Habrá alguien que no sepa las intenciones de Ortega?
Un personaje que un tiempo figuró como asesor jurídico de la UNAB, al ver que Ortega no tiene intención de ocultar el fraude, concluye: ¡Ortega es inteligente! O bien, concluye que Ortega no es ningún tonto (ver la entrevista que le hiciera la “Mesa redonda”, el pasado 14 de abril). Y agrega: “Es difícil precisar si ese endurecimiento es parte de una técnica de negociación, o refleja las verdaderas intenciones de sostener a toda costa un agotado modelo de dictadura”.
Simplemente, este sujeto no sabe analizar la realidad y especula sobre lo evidente. Sólo alguien muy tonto pretende dar líneas de acción a la vez que reconoce públicamente que no entiende el significado de la política que adelanta Ortega.
A estas alturas, este sujeto no renuncia a proponer la negociación con Ortega. La masacre de abril y el carácter policíaco de la dictadura, no le sirven de pauta. Induce a pensar que Ortega podría impulsar el fraude y agravar la represión para superar de este modo el modelo dictatorial, y así, con esa técnica, posiblemente, se disponga a negociar. “No se sabe –dice- quizás es una forma de negociar”. Por lo tanto, llama a prepararse a negociar con Ortega. ¿A negociar qué? Como siempre, él insiste en negociar las reformas electorales.
Me disgusta oír –dice este sujeto- que se hable mal de las reformas electorales. Habría que aclarar que las reformas malas son las de Ortega.
Miranda no entiende que son las únicas reformas que cuentan con los medios de ser aprobadas. En la vida lo que cuenta es lo que tiene factibilidad, no todo lo que se proyecta.
Es como si alguien al recibir tres cuchilladas en la calle reflexione: “debe ser la forma de negociar de este señor, que no es ningún tonto. ¿Qué me quita y qué me deja este asaltante? Hay que dar la pelea y elevar la parada, a un golpe otro golpe. No hay que hablar de asalto, sería desmoralizante. Entonces, voy a pedirle que me devuelva la billetera y que me invite, quizás, a tomar unas cervezas. Lo idóneo es que empecemos tomando unas cervezas, y luego que negociemos qué me quita y qué me deja”.
Lo importante es variar la correlación de fuerzas, no negociar con Ortega
No existe una técnica de negociación dictatorial que le reste credibilidad a unas elecciones organizadas por la misma dictadura, que lleve a atraer sanciones también sobre el ejército; a arriesgar los acuerdos arancelarios a nuestras exportaciones; a que la oposición se vea obligada a boicotear dichas elecciones; para luego ceder, y dar las concesiones necesarias para que dichas elecciones recuperen credibilidad. Esa técnica descabellada de negociación, insinuada por el ex asesor de la UNAB, revela la incoherencia e inexperiencia del ex asesor reformista a ultranza.
Una negociación se desarrolla según la fuerza que está detrás de cada negociador, y según la evolución de esa relación de fuerzas.
La verdadera contradicción, en nuestro caso, es entre la nación y Ortega. Después de abril, el nivel de conciencia política del pueblo es elevado. Mucho más elevado que el de la oposición tradicional. Y Ortega sabe, por ello, que debe hacer fraude como única alternativa para conservar el poder. Debe reforzar, blindar, alertar su dictadura, levar puentes. Es decir, no puede negociar. La dictadura se amuralla, su ciudadela se llena de retenes a la redonda. El ex asesor dice, entonces: “es difícil precisar qué quiere Ortega”. Como si se tratara de averiguar qué va a desayunar.
¿Qué hacer frente al fraude?
En nuestro caso, Ortega se ha visto obligado a ejecutar un fraude con múltiples y redundantes niveles de seguridad en la ley electoral, porque tiene la inmensa mayoría del pueblo en su contra (incluso, de manera solapada, a quienes se ven obligados a mostrarse como simpatizantes suyos). Y no tiene por qué negociar con nadie. Máxime si hay quienes llamarán a participar en las elecciones en condiciones evidentes del fraude más descarado de la historia. ¿Quién llama ya a participar en el fraude?
El ex asesor de la UNAB, Bonifacio Miranda, el más radicalmente entreguista de toda la oposición tradicional, dice que no hay que hablar del fraude, que eso es desmoralizador para el pueblo. Hay que participar en el fraude orteguista, participar en las elecciones aun en las peores condiciones (dar la pelea dice este sujeto demagógico), y llamar al pueblo a que vote en esas elecciones amañadas para que luego participe en las protestas por el robo del voto.
Si el robo del voto es legal en el reino orteguista, cuando ocurre el robo ha habido un acto reglamentario en el reino. Nadie es tan majadero –como Miranda- de confesar que llama al pueblo a que confíe en una trampa evidente, convertida en ley, para pedirle luego que se enoje por caer en la emboscada evidente.
Ortega tiene una maquinaria aceitada para sumar legalmente a su favor el voto de sus partidarios y los votos de sus adversarios. Demostrando así que su elección contó con amplia votación y credibilidad. Aquel que, a sabiendas de las reglas evidentes del fraude, legitima con su participación esas elecciones fraudulentas, no puede impugnar luego que tales elecciones sean fraudulentas en virtud de las reglas que aceptó como legales y válidas. La tesis de Miranda, más que cínica, es simplemente tonta.
No hay forma de luchar participando en el fraude. Este leguleyo, metido a politiquero tradicional, es lo más alejado que hay de la lucha de abril. La votación masiva en el fraude –que él promueve abiertamente- le resulta más favorable a Ortega que la abstención abrumadora, si tal abstención es parte de la lucha.
Sin embargo, la participación o el boicot a una elección no se decide de este modo, por consideraciones generales. La decisión es política. Lo decisivo es el nivel de conciencia de las masas respecto al rol de las elecciones en cada circunstancia. Si para las masas se trata de una farsa, de un fraude, las elecciones se deben boicotear para dar lugar a expresiones más combativas de participación directa de las masas (lo que, evidentemente, echa por la borda las reformas electorales y a la oposición electorera que se limita a pedir reformas).
¿Qué había que esperar de Ortega?
Escribe, el14 de abril, en un artículo en Confidencial, Bonifacio Miranda:
“La larga espera ha terminado. Finalmente, la dictadura rompió el mutismo sobre el tema de reformas electorales. Como ha sido su costumbre, la dictadura esperó hasta el último momento para comenzar a jugar sus cartas”.
Únicamente Miranda no sabía cuál era la única carta que la dictadura tenía en su mano. Y es el único que no sabía cuándo Ortega jugaría esa única carta, a pesar que, en noviembre de 2020, por medio de sus operadores, anunció que serían en mayo, en discusión con los partidos zancudos. Al concentrarnos en Miranda, el reformista que va más allá de lo prudente en el oficio de la claudicación, es posible trasparentar hacia dónde conducen las tímidas propuestas de la oposición electorera tradicional.
En política no se espera. La única espera tolerable es ante el azar. En política se planifica, se dirige, y para ello es necesario prever, metódicamente, el desarrollo de la realidad.
Ortega tiene limitadas opciones. Su situación estratégica es precaria. Está a la defensiva. Su línea de acción a la defensiva, y su torpeza, es totalmente previsible. Desde abril del 2018 hasta ahora, de llegar a las elecciones del próximo noviembre, no tenía más alternativa que preparar el fraude (en consonancia con las nuevas leyes represivas recién aprobadas). Cualquier otra cosa, precipitaría su desastre personal.
Ortega vive al día. No tiene capacidad de salir de escena para que otros negocien por él un cambio. Cualquier cambio, en sentido contrario al absolutismo, lo percibe como una estaca que amenaza clavarse en su corazón. Su naturaleza mesiánica no le permite algún cambio. El fraude, que evidentemente es una torpeza, es lo único que puede hacer en el cortísimo plazo, para vadear el pantano en la sobrevivencia diaria. Es una medida torpe políticamente, a mediano plazo por supuesto. Pero, Miranda la llama una medida inteligente porque la percibe leguleyamente, no políticamente, sino, desde una óptica reformista, burocrática, negociadora, de corto plazo.
El orteguismo no tiene salida
Ortega no representa ninguna ideología, a ningún sector social. Su liderazgo mesiánico se transformó, con la crisis, en aislamiento también mesiánico, es decir, total, casi fisiológico, y tiene un ejército pretoriano protegiéndolo a la defensiva. Su capacidad política se ha retraído dentro del aislamiento total. Ni pensar en alianzas como en otros tiempos.
Cuando se habla de un régimen agotado se entiende que no tiene salida. En tal sentido, existen fuerzas en su interior que intuyen la necesidad del cambio. En cualquier momento ocurre un colapso crítico aparentemente inesperado. Hay tendencias a un realineamiento de fuerzas que cambie bruscamente la correlación con las fuerzas de la nación, y que desplace la contradicción principal respecto a la salida de la crisis. Estos cambios latentes deben ser previstos estratégicamente en líneas gruesas. Ortega podría caer antes que las masas entren en acción. Apenas puede confiar a ciegas, por ahora, en un puñado de paramilitares mercenarios.
Miranda escribe: “La batalla por el control del CSE y, en cierta medida para garantizar el resultado de las elecciones de noviembre de este año, apenas está comenzado”.
Nada garantiza el resultado de las elecciones orteguistas, más que el fraude. La batalla no es por el resultado de las elecciones organizadas por Ortega, sino, por la derrota política de Ortega. Las elecciones no constituyen una coyuntura decisiva. También la oposición electorera vive al día a día, con menos perspectiva que Ortega. Los reflectores siguen por ahora con atención a los precandidatos como el ojo de los fotógrafos de la naturaleza siguen a la Hemerocallis, una flor que abre sus pétalos al amanecer y se marchita al atardecer.
“Lo idóneo sería que Ortega fuera diferente…”
Ningún precandidato, aún apoyado por todos los poderes fácticos, puede ganar las elecciones desarrolladas bajo el fraude. Ortega, a cualquier costo, ha protegido legalmente su flanco más expuesto. Lo correcto es cobrarle el costo político. Continúa Miranda:
“Lo idóneo hubiera sido discutir primero el alcance de la reforma electoral, para negociar o definir la reestructuración del CSE, y hasta al final elegir a los magistrados. De nada sirve colocar en la cúspide del CSE a personas independientes, honestas y probas”.
En política nadie habla sobre lo que es idóneo, menos aún, cuando se refiere a cuál sería el procedimiento idóneo a seguir por el adversario. Ese es el lenguaje burocrático de un redactor de manuales de urbanidad, de cómo servir la mesa, poner los cubiertos, las servilletas, y cómo presentar los platos con cierto orden. Lo importante, políticamente, es señalar cómo contrarrestar el fraude orteguista, y poner al descubierto la torpeza de cada paso de Ortega. Miranda escribe fuera de la realidad, en una negociación concebida en la fantasía de un burócrata:
“No solo se debe consultar a los “organismos civiles pertinentes”, sino también, con mucha mayor razón, a los partidos políticos que no tienen diputados. La elección de magistrados y la reforma electoral debe ser el producto final de un intenso debate nacional, sobre las condiciones adecuadas para garantizar un proceso electoral democrático”.
Para Miranda, Ortega está a la espera de que alguien enviado por los dioses le diga cómo proceder con las elecciones para garantizar un proceso electoral democrático.
Su enfoque, no da para más, es estrictamente burocrático, fantasioso, obsesivamente alejado de la lucha política. Se trataría de una asesoría de urbanidad leguleya que Miranda da en el olimpo ante el concilio de los dioses recluidos en sus mansiones de cristal. La cruda realidad política deslumbra a Miranda. Y se sorprende por la propuesta de Ortega:
“La dictadura parece marchar en sentido inverso a las demandas de la realidad. Es difícil precisar si ese endurecimiento es parte de una técnica de negociación, o refleja las verdaderas intenciones de sostener a toda costa un agotado modelo de dictadura”.
La realidad no demanda nada. No es un ente. Miranda pasó a la metafísica para no toparse con la política como actividad social. La realidad consiste en la contradicción política, que se resuelve por la confrontación de intereses sociales. La dictadura orteguista -¡vaya sorpresa para Miranda!- marcha en contra de las demandas libertarias de la nación. No es que parece que marche en contra. Efectivamente, Ortega se ha apoderado del poder, y ha construido el absolutismo policíaco marchando en contra de los derechos de los ciudadanos, con paramilitares, con turbas, con fraudes y con la compra de conciencias. Ortega no necesita negociar con la oposición tradicional. Es la oposición tradicional, y Miranda con ella, quienes, por su miserable táctica de pedir concesiones, necesitan negociar con Ortega.
El objetivo mezquino es rescatar el sistema electoral
Concluye Miranda con su manifiesto:
“Todavía estamos a tiempo de revertir el inmenso daño que la dictadura y el bipartidismo han causado al sistema electoral. Debemos utilizar cualquier resquicio para librar la batalla política y presentar una propuesta alterna (de reformas) que permita conquistar las simpatías de la población y el apoyo solidario de la comunidad internacional”.
Su mira no es la transformación de la sociedad –ello sería un programa político, ¡dios le libre! -, su plan es revertir el daño al sistema electoral, sin afectar a la dictadura. Una buena leguleyada, nada más.
¿Utilizar cualquier resquicio? ¿Hay muchos, hay pocos resquicios, no hay resquicios? Si no señala ninguno, Miranda es un simple embaucador. De modo, que la “batalla” política depende de algún resquicio, que no se conoce. ¡Vaya estratega!
¿Se trata de conquistar simpatías hacia unas propuestas de reformas electorales alternativas? ¿Por qué deberían conquistar simpatías unas reformas electorales? ¿Ello es propagandista, es agitativo, qué es? Es una leguleyada muy tonta. Por lo general, las masas primero derriban monarquías, dictaduras, gobiernos, por las crisis que éstos regímenes provocan, y por el impacto negativo de tales crisis en sus condiciones de existencia, y luego manifiestan simpatías por las características del nuevo orden a construir (que no tiene nada que ver con lo que Miranda considera idóneo como reforma electoral dentro del orteguismo).
Este sujeto reaccionario dice: “cada pueblo tiene el gobierno que se merece”. Si fuera menos ignorante comprendería que un gobierno brutal, en cualquier parte del mundo, basado en relaciones atrasadas de producción, humilla culturalmente a la entera raza humana. De ello se deriva la solidaridad internacional de los trabajadores del mundo, como condición indispensable a su propia liberación.
Las masas tienen demandas más urgentes por las cuáles luchar, para derrotar a Ortega, que unas reformas electorales que Ortega, sin volverlas a ver, va a destinar al cesto de la basura. Si el sandinismo hubiese sabido en 1989 que perdería las elecciones, no habría accedido a rifar el poder en unas elecciones. Ahora Ortega sabe de sobra que las perdería, y recurre a un Estado policíaco y al fraude. La lucha ahora es otra, más compleja.
Para la comunidad internacional, lo más preocupante no son las reformas orteguistas que consolidan burdamente el fraude, sino, la incapacidad de la oposición electorera tradicional (que infantilmente elabora planes individuales de gobierno), incapaz de un rol político serio, sin la más mínima influencia de masas como para detener combativamente la degradación de la sociedad y la inestabilidad política propiciada abiertamente por el orteguismo. Lo difícil no es salir de Ortega, sino, poner en pie un Estado moderno que supere el atraso.