Linaje y rebeldía
Este ensayo fue parte del homenaje dedicado a Daisy Zamora por el Festival Internacional Primavera Poética (2021), en Lima, Perú.
Me acerco a la vida y obra de Daisy Zamora con profunda admiración y con la expectativa de quien entra a un bosque por primera vez, sabiendo que habrá zonas escarpadas pero sobre todo frondosidad y belleza. Intentar resumir la trayectoria de una mujer que ha sido tantas a la vez, así como recorrer sus mundos reales e imaginarios para llegar a conocerlas, es una larga travesía.
Nacida en Managua, Nicaragua. Autora de volúmenes de poesía como La violenta espuma, 1981; En limpio se escribe la vida, 1988; A cada quien la vida, 1998; Fiel al corazón, 2005; Tierra de nadie, tierra de todos, 2007; La violenta espuma, antología personal (Visor, 2017), por mencionar solo algunos, además de ensayos y publicaciones en inglés. Ha sido incluida en numerosas antologías entre las que vale destacar Poesía soy yo (Visor, 2016) que rinde homenaje y celebra a poetas fundamentales del siglo XX. Traducida a diversos idiomas y merecedora del premio nacional “Mariano Fiallos Gil” en el año 1977.
Zamora es heredera de una tradición literaria cuyos exponentes fueron exclusivamente masculinos, hasta la llegada de nombres como los de Michéle Najilis, Vidaluz Meneses, Gioconda Belli y el suyo propio, que comienzan a transformar el panorama poético de Nicaragua dando voz al sentir femenino en temas como el matrimonio, la maternidad y el erotismo.
Desde la publicación de su libro Sendario en 1977 hasta Cerrada luz, que presentamos esta noche, hay toda una entrega de gran valor estético y político así como un testimonio que forma parte de la memoria histórica de un país y de una época.
No se puede hablar de la poeta e ignorar a las otras que la conforman: la hija de familia numerosa y conservadora, la revolucionaria, la luchadora por los derechos humanos, la exiliada, la viceministra, la esposa y finalmente la madre. Todas ellas construyen la osamenta que da sostén a la totalidad de su corpus poético.
La poesía de Daisy gira sobre tres temas fundamentales: la lucha por los derechos de la mujer, la injusticia social y la familia. En una obra que, haciendo uso de un lenguaje esencialmente narrativo, incluso en los poemas de corto aliento, y de necesarios registros retóricos, va de lo testimonial a la elegía y de lo conversacional a la crónica.
Hay fuerza en su palabra, filos que escarban en los cimientos de una sociedad ferozmente patriarcal, pero hay también una nostalgia que conmueve en lo que descubre y revela. La suya es una poética de remembranzas y evocaciones, que reflejan un mundo interior lleno de rupturas y desprendimientos.
Su poesía está marcada por largas conversaciones. No solamente con el entorno familiar, los amigos, los compañeros de lucha sino con el país donde nació y al que no nombra, pero describe: esta llaga abierta a mi costado. Lo onírico aparece en la escritura con el único objetivo del reencuentro, como en el poema “espejo de mano”, en el que su rostro se confunde con el rostro de la abuela, o en aquellos pasajes en los que se comunica con el abuelo para contarle: Hoy regresó la lluvia, la misma lluvia de antes. El zacate está verde y el camino lodoso. Y todo como siempre, pero nuevo y distinto, igual y distinto.
El discurso de Zamora es claro y diáfano. No hay surrealismo ni posturas herméticas que reten al lector. En él no solo hace gala de la riqueza y exuberancia de nuestra lengua sino también la del trópico que compartimos. En sus poemas crecen heliotropos, sacuanjoches, gencianas, pitahayas, guanacastes y cardoncillos.
A diferencia de Celán, cuya obra ha definido él mismo como una “clara tendencia al enmudecimiento”, la obra de esta poeta es la lucha en contra del enmudecimiento. Es la fuerza de una corriente que remueve todo a su paso. Que descubre y revela, pero también desafía las posturas arcaicas de una sociedad que ensombrece a sus mujeres.
Me detengo en la sección titulada Linaje, perteneciente a su obra reunida, porque recoge como ninguna otra los motivos que la inspiran, los temas recurrentes que forman su imaginario. En él se reúnen retratos que dialogan con las artes visuales por el nivel de realismo y minuciosidad con que los ilumina en sus descripciones. Así como anécdotas que delatan un acusado nivel de observación y un uso intencional de recursos para recrear ambientes y escenarios que son una fiesta para los sentidos. Y cito: tafetanes susurrantes bajo el vestido de organdí, fragancia vegetal de azucenas, dulzura de cera ardiente en la capilla iluminada.
Allí también hallaremos a la joven rebelde que pregunta por las mujeres de su casa, la que pospone la conversación definitiva y escribe “Mensaje urgente a mi madre”, en el que pide perdón por atreverse a ser ella misma.
La poeta hurga en el ramaje de su genealogía para hallar su verdad y muestra sin reparo la incomodidad con el mundo que le tocó vivir. Hay una indisposición marcada hacia los roles pre-establecidos en los que no se deja encorsetar.
Pienso en Gabriela Mistral y aquel verso en el que nos confiesa una en mí maté / yo no la amaba, y es a esa clase de muerte a la que se niega Zamora y a la que se enfrenta tanto en su obra como en la vida. Tal vez por ello el escritor nicaragüense Sergio Ramírez afirma en su prólogo: “La poesía de Daisy Zamora es una búsqueda constante por hallarse a sí misma en las palabras”. Y es precisamente esa búsqueda la que marcará no solo su destino sino el de muchas otras mujeres de su generación.
Hay también en la carne de sus poemas una celebración del cuerpo hecho con el lodo más puro. Una especie de cartografía de la esencia femenina en sus diversas estaciones, de la sensualidad a la preñez, del deseo a la pérdida. Y aunque nos confiese que: su vida ha sido una dolorosa travesía/vadeando escollos, sorteando tempestades, me pregunto si no son acaso las tempestades las que nos conducen a la escritura, las que nos hacen ser más fuertes aún que aquello que escribimos.
Voy con Daisy hacia las empinadas calles sube-y-baja de Tegucigalpa, la siempre húmeda Avenida de San José. Acompaño con genuina alegría a la que sueña con esa tierra negra y húmeda donde crecerán altos nuestros hijos / y los hijos de nuestros hijos…en un Canto de esperanza.