Lo mejor es que Ortega no aparezca

Enrique Sáenz
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«Las consecuencias políticas de la irresponsabilidad criminal de los cabecillas del régimen todavía están por verse, ante la triste perspectiva de que lo peor está por llegar. Sin embargo, la etapa de limitarse solo a la denuncia opositora comienza a ser fracturada por los hechos»

El problema no es que Ortega esté desaparecido. De hecho, para buena parte de los nicaragüenses lo mejor es que no aparezca.

Lo que verdaderamente importa es que Ortega y su camarilla no están asumiendo las graves responsabilidades que conlleva enfrentar la calamidad que se cierne sobre nuestras cabezas.

¿Cuáles son los hechos?

El primero es un acto de irresponsabilidad criminal: están propiciando la propagación del virus al promover deliberadamente aglomeraciones de personas. Comenzaron con las caminatas “en tiempos de amor” al coronavirus; siguieron las famosas visitas de grupos de fanáticos a los hogares; más tarde la campaña con llamados a que la población continuara con sus actividades normales. A la par, a troche y moche mantuvieron abiertas escuelas, institutos y universidades. Ahora están de moda las invitaciones de las alcaldías a fiestas, carnavales y jolgorios.

En contraste, los jerarcas del régimen con el mayor desparpajo protegen a sus fuerzas represivas con mascarillas, pero se las niegan al personal de salud. Mientras ellos y sus familias se ponen a buen recaudo de cualquier contagio. Dejaron de aparecer en público y ordenan a sus mengalos poner la cara.

Un segundo hecho es la falsificación de cifras. A estas alturas no tenemos idea de la magnitud de los contagios. Pero un indicador elocuente es la declaración del gobierno cubano de que habían recibido dos personas contagiadas procedentes de Nicaragua. Si algo se le puede creer al gobierno cubano es esta declaración.

Un tercer hecho es que la pandemia ya está provocando estragos económicos a familias y empresas, los cuales se superponen a la aguda crisis socioeconómica que ya padecía la población.

En otras ocasiones hemos afirmado que la camarilla en el poder manda, pero no gobierna. Mandan, porque tienen la fuerza bruta y carecen de escrúpulos para imponer sus antojos y designios. Pero no gobiernan, porque ni se preocupan, ni se ocupan de resolver, responsablemente, los problemas de la población. En ningún momento como en el presente, esa realidad ha quedado tan desnuda y flagrante.

Siguen aferrados al poder, pero, en la práctica, están descartando, cada vez más, la función de gobernar.

De los autoconvocados al autogobierno pasemos a la otra cara de la realidad. El primer hecho visible es que el vacío de gobierno lo viene gradualmente cubriendo la iniciativa ciudadana: el pueblo auto convocado que salió a las calles en abril del 2018, ha comenzado, a pesar de las precariedades, a dar pequeños pasos de autogobierno.

¿Cuáles son estos pasos?

A contrapelo de la campaña del régimen, la gente ha desarrollado su propia campaña de prevención. Aquí han cumplido a cabalidad los medios de comunicación independientes, la iglesia católica, las organizaciones cívicas, gremiales y sociales, salubristas, epidemiólogos, médicos. La gente está cumpliendo en gran medida las normas de prevención prescritas internacionalmente, a pesar de las urgencias de ganarse el pan día con día. Son pasos modestos, pero la gente no se ha cruzado de brazos.

Sin exagerar, podemos afirmar que si el virus todavía no se ha propagado masivamente es por la actitud consecuente de la población. No ha sido gracias al gobierno, más bien ha sido a pesar de los obstáculos sembrados por el gobierno.

Claro está que por mucho empeño y esfuerzos que se realicen, la población y las organizaciones de la sociedad civil no pueden reemplazar al Estado en funciones que le son inherentes. Las instituciones públicas tienen la obligación de proteger a la población y para ello disponen de los recursos humanos, materiales y financieros, de la infraestructura, de las facultades y de la presencia territorial.

La camarilla en el poder tiene la obligación de adoptar las medidas necesarias para proteger a la población, en su vida, su salud, su economía. Si no la cumplen, además de continuar emplazándolos, no nos queda de otra que seguir dando pasos de autogobierno, en la medida de las posibilidades. Inermes no podemos quedarnos.

La pandemia de una o de otra manera nos golpeará a todos. Solidaridad y organización son las palabras claves. Solidaridad con nuestros vecinos y con nuestros conciudadanos. Y organización para potenciar capacidades de acción colectiva.

Tenemos que ir ideando y construyendo redes de autoprotección en salud, sobrevivencia y economía. Ya comienzan a desarrollarse redes de compra y venta de bienes y servicios, entre compañeros de trabajo, vecinos y conocidos, como mecanismos para abaratar costos y generar ingresos. Empresas, cámaras empresariales y trabajadores pueden encontrar fórmulas creativas y solidarias de proteger el empleo y propiciar la viabilidad de las empresas. El COSEP, AMCHAM y FUNIDES anunciaron la creación de un Fondo de Asistencia Humanitaria. 

Hay que alentar esa iniciativa. Las asociaciones médicas deben proseguir su función orientadora. Las organizaciones cívicas como la UNAB, la Alianza Cívica y la Coalición Nacional, deben persistir en el empeño de acercar más permanentemente su discurso y acción a los problemas de la gente. Esa es la ruta.

Las consecuencias políticas de la irresponsabilidad criminal de los cabecillas del régimen todavía están por verse, ante la triste perspectiva de que lo peor está por llegar. Sin embargo, la etapa de limitarse solo a la denuncia opositora comienza a ser fracturada por los hechos. Es importante continuar con estos modestos pasos de autogobierno. Pero las realidades comienzan a decirnos que está dejando de ser una fantasía la posibilidad de que en un futuro más bien próximo las circunstancias se precipiten y nos coloquen ante el apremio de instalar un nuevo gobierno -capaz, responsable y humanista- que tome las riendas y encabece la lucha contra la pandemia y sus consecuencias.